Voltaire sobre la magia (y la de escribir, la de traducir y la de las LLM)

Contexto Condensado

Me quedé pensando en el último texto que publicamos, el de Kepa Bilbao y Tucídides, y ese tema de las traducciones literales. Después de publicarlo, leo la introducción a una traducción de La guerra del Peloponeso de Tucídides, y me encuentro con un párrafo escrito por el traductor, que me pareció que tenía que incluirlo en la lectura anterior. Si hubiera sido un libro impreso, el párrafo no lo encontraríamos en la edición original, pero sí en las siguientes ediciones, y esto pasa más seguido de lo que creemos en los libros. Empecemos la lectura actual con esa adición:

El traductor del texto de Tucídides, Francisco Rodríguez, dice de su traducción que “no se basa en un texto original, sino en el establecido por Hude”, un editor danés de una edición alemana de 1898-1901. Dice también Rodríguez: “De las dos maneras que existen de traducir un autor griego, a saber, la que procura «modernizar» su estilo, y la que tiende, por el contrario, a mantener en lo posible el del original, me he decidido sin vacilar por esta última. No se me ocultan las críticas a que puede dar lugar esta decisión, ni tampoco que hace al autor así traducido menos accesible”. Traducir causa siempre una polémica interna en el traductor, y luego una externa entre los críticos. Puristas, conservadores, liberales y anarquistas hay en todos los campos que pisa el humano. “Vasto”, como diría Whitman, admito que dentro mío residen todos los tipos, y que polemizan entre sí. Difícil es traducir el equilibrio de sus deseos, y cada momento del día hay uno que se impone a los otros. Si el conflicto interno es difícil de resolver, ¿cómo resolver los externos?”.

Ahora bien, una cosa es traducir lo más cercano al original, y otra no entender lo que significa una frase. Después de publicar la lectura anterior, como es costumbre en mi morada, veía un capítulo viejo de la serie Seinfeld para cerrar la noche (temporada 4, ep. 7). En un momento en que Jerry Seinfeld y George Constanza están atascados y procrastinando en la creación de un guión para su show, Jerry exclama “let's get it together”, y en la traducción se leía “todos juntos”, que no se parece nada a la expresión original. Si le preguntás a ChatGPT qué significa, te va a lanzar distintas opciones como «pongámonos las pilas», «calmémonos y enfoquémonos», «espabilemos». En este momento uno puede pensar que el traductor de la serie estaba confundido o cansado, y se le podría espetar «get it together», o, si está muy ofuscado, «get your shit together», que no traduzco literalmente “para proteger la modestia de los lectores”, como tampoco lo haría ningún chatbot de inteligencia artificial (a no ser que se le de la orden explícita de que puede usar explicit lyrics).

Aquí vale la pena reflexionar sobre cómo funcionan estos chatbots o large language models (LLM): no «traducen» ni «razonan» directamente, sino que «estudian» el universo de textos que les han sido dados como comida, y luego expulsan una respuesta probabilística; lo que, en su programación, consideran que es lo más cercano a la verdad que estás buscando escuchar. Así también determinamos las «verdades» los individuos y las sociedades: por probabilidad; lo que creemos que es más cercano a la verdad según las cosas que conocemos, nuestras costumbres, y lo que deseamos que sea verdad.

Vuelvo a los chatbots mundanos, que cada vez traducen mejor y menos literalmente a medida que «conocen» más traducciones del mismo texto, hechas por distintos autores de distintas épocas y a distintos idiomas. Le doy a ChatGPT una frase en francés de mediados del siglo 18, de Voltaire: “La manière dont j'ai étudié l'histoire était pour moi et non pour le public; mes études n'étaient point faites pour être imprimées”. La frase abre una edición del Ensayo sobre las costumbres y el espíritu de las naciones, y en español leemos: “La manera en que estudié la historia fue para mí y no para el público; mis estudios no estaban hechos para ser impresos”. No vamos a hacer una crítica de la traducción hecha por una herramienta; no es elegante, pero se entiende. Vamos a volver a la otra lectura sobre Tucídides, esa en la que Oscar Wilde hablaba sobre la filosofía de la historia, y decíamos cómo esta rama había sido bautizada así, sin querer, por Voltaire y su libro que lleva ese nombre de 1765.

Ahora entramos en una zona de confusiones, y al día de hoy todavía no hay un chatbot que pueda hacer una cronología correcta de sus obras y fusiones. Publicó su Filosofía de la Historia en 1765, pero a Voltaire se le dio por revisar constantemente sus escritos y sacar ediciones nuevas aumentadas, corregidas, y hasta con algunos párrafos eliminados. «Get it together», le podríamos decir, «espabilá», o «reprenez-vous». Porque ahora, cada traducción seria de Voltaire debe contener un estudio preliminar en el que, así como en el de Tucídides, se indique de qué edición viene el texto traducido, e incluir muchas notas. A Voltaire también se le dio, y varias veces, por juntar diferentes trabajos en uno solo. Así, en 1769 juntó su Ensayo sobre las costumbres, publicado en 1756, con su Filosofía de la historia 🤷 (hizo del segundo la primera parte del primero). Había empezado a escribir el Ensayo sobre las costumbres en 1741, y no lo dejó de pulir hasta su muerte en 1778.

Entre 1784 y 1789 se publicaron sus Obras Completas, que se conocen también como «la edición de Kehl». En ellas juntaron y mezclaron todos sus trabajos; let's get them all together, dijeron los editores. Y un detalle más para completar las confusiones de esta lectura. Ese «no escribo para publicar», en realidad, no es la introducción al Ensayo sobre las costumbres; los editores Pourrat Frères, en 1831, decidieron lo siguiente: “Este fragmento, que servía de prefacio al tomo III del Ensayo sobre la historia universal, publicado en Dresde (1754), fue incluido por los editores de Kehl en las Mezclas históricas, donde forma parte de los Fragmentos sobre la historia. Nos ha parecido que debía colocarse más apropiadamente al inicio del Ensayo sobre las costumbres.” Esta decisión tiene su fundamento: este Ensayo sobre la historia universal de 1754, modificado y aumentado, se convirtió en 1756 en el Ensayo sobre las costumbres, al que en 1769 se le agregó la Filosofía de la Historia.

¿A qué viene todo este palabrerío de títulos y fechas y ediciones confusas? No es por una cuestión académica, sino que sirve para demostrar que la vida cambia constantemente, que las opiniones cambian, que uno sigue aprendiendo y filosofando hasta la muerte... Esa es la magia de la filosofía entendida como práctica de vida y camino hacia la sabiduría.

La magia de escribir, por otro lado, reside en que nos despeja la mente y el espíritu. Ayuda a traducir nuestras emociones y sentimientos en cosas más tangibles para nuestra cabecita. Saber traducir de uno mismo para uno mismo es un arte tan complejo, sanador e indescriptible, que bien podemos decir que es mágico (y para los tres adjetivos, «mágico» significará algo distinto).

Y si no es fácil «traducir en palabras» algunas cosas —como se dice coloquialmente—, escribir para compartir, imagine el lector lo mágico que es el proceso. Entre lo que quiso decir un autor, lo que dijo, lo que entiendo, lo que quiero decir yo, lo que digo, lo que leés y lo que entendés, ¿cuántos mundos hay de diferencia? ¿Y cuántos habrán si leés esto en otro tiempo, cuando de nosotros sólo quede nuestro legado? ¿Y cómo se estudiará ese legado, con qué lentes? Si cada persona, cada región, cada idioma y cada tiempo tienen lentes diferentes. ¿Y seguirán existiendo lentes? ¿O traducirán los traductores y editores «lente» por «enfoque» o alguna palabra nueva para hacer el texto más accesible al lector? He ahí la magia de la traducción y la de la edición.

Leemos ahora el artículo De la magia de Voltaire, publicado por primera vez en La philosophie de l'histoire, en 1765, libro publicado anónimamente como si fuera escrito “por el difunto abad Bazin”, como si hubiera sido impreso en Amsterdam y no en Ginebra, y dedicado a Catalina la Grande de Rusia. El libro traía duras críticas a las costumbres de su Francia, su Europa, y a la historiografía religiosa, cosa que no se acostumbraba a hacer en su tiempo, pero hoy en día es de lo más normal criticar al país propio, la cultura propia y a la religión (y decir «soy bruja» ya no te lleva a la hoguera).

A propósito de lo religioso, dos notas. La Biblia Vulgata es la traducción al latín hecha a finales del siglo 4 por san Jerónimo, por encargo del Papa Dámaso I, con el fin de unificar las diversas versiones existentes. De alguna manera es la continuación del trabajo de la Biblia de Los Setenta, también conocidos como Los Setenta Traductores o Los Setenta Sabios, autores de la traducción del Antiguo Testamento al griego koiné, un trabajo hecho probablemente por encargo de Ptolomeo II, en Alejandría, desde el siglo 3 a.C.

La traducción al español que leemos fue hecha por Martín Caparrós. El traductor se basa en la edición de Kehl, pero incluye notas de diferentes ediciones, y en sus propias notas muestra las variaciones hechas por Voltaire a la edición original de 1765, a la que llama princeps.

La magia de Voltaire es que, no importa el texto, el idioma, la edición ni el orden, leerlo te espabila.
Autor: Voltaire (1694-1778)

Libro: Filosofía de la Historia
> Capítulo 35: De la Magia

Publicado por primera vez en 1765

Traducción de Martín Caparrós (1990)

¿Qué es la magia? El secreto de hacer lo que no puede hacer la naturaleza; es lo imposible, de modo que se ha creído en ella en todos los tiempos. La palabra viene de los mag, magdim o magos de Caldea. Estos sabían más que los demás: buscaban las causas de las lluvias y el buen tiempo, y pronto pasaron por hacer las lluvias y el buen tiempo. Eran astrónomos: los más ignorantes y los más osados fueron astrólogos. Un hecho sucedía bajo la conjunción de dos planetas: luego esos dos planetas habían causado ese hecho; y los astrólogos eran los amos de los planetas. Mentes impresionables habían visto en sueños a sus amigos muertos o moribundos: los magos hacían aparecer a los muertos.

Conociendo el curso de la Luna, les resultaba muy simple hacerla descender a la Tierra. Disponían incluso de la vida de los hombres, sea haciendo figuras de cera, sea pronunciando el nombre de Dios o el del diablo. Clemente de Alejandría, en sus Estrómata, libro primero, dice que, según un autor antiguo, Moisés pronunció el nombre de Ihaho, o Jehová, al oído del rey de Egipto, Fara Nekefr, de forma tan eficaz que este rey cayó sin conocimiento1.

En fin, desde Janés y Mambrés, que eran los hechiceros patentados del faraón2, hasta la mariscala de Ancre, que fue quemada en París por haber matado un gallo blanco un día de luna llena, no ha habido tiempo alguno sin sortilegios.

La Pitonisa de Endor, que evocó la sombra de Samuel3, es bastante conocida; es verdad que sería muy extraño que la palabra «Pitón», que es griega, hubiese sido conocida por los judíos de tiempos de Saúl. Pero sólo la Vulgata habla de Pitón4: el texto hebreo emplea la palabra «ob», que los Setenta tradujeron como engastrimuthon5.

Volvamos a la magia. Los judíos la hicieron su oficio en cuanto se repartieron por el mundo. El sabbat de los brujos es prueba de ello, y el macho cabrío con el que se suponía que se acoplaban las brujas proviene de ese antiguo comercio que tuvieron los judíos con los chivos en el desierto, y que les es reprochado en el Levítico, capítulo XVII.

Apenas ha habido entre nosotros procesos criminales de brujería que no hayan implicado a algún judío.

Los romanos, por más ilustrados que estuviesen en tiempos de Augusto, se vanagloriaban y creían en los sortilegios tanto como nosotros. Ved la égloga de Virgilio titulada Pharmaceutria:

Carmina vel coelo possunt deducere lunam.
La voz del encantador hace descender la Luna.
His ego soepe lupum fieri et se condere silvis Moerim, soepe animas imis exire sepulcris6.
Moeris, transformado en lobo, se escondía en los bosques: Del hoyo de su tumba he visto salir las almas.

Hay quienes se asombran de que Virgilio sea considerado hoy en Nápoles como un brujo: no hay que buscar el motivo sino en esta égloga.

Horacio reprocha a Sagana y a Canidia sus horribles sortilegios7. Las primeras cabezas de la república estuvieron infectadas por estas imaginaciones funestas. Sexto, el hijo del gran Pompeyo, inmoló un niño en uno de estos encantamientos.

Los filtros para ser amado eran una magia más suave: los judíos se dedicaban a venderlos a las damas romanas. Los de esta nación que no podían convertirse en ricos comisionistas hacían profecías o filtros.

Todas estas extravagancias, ridículas o espantosas, se perpetuaron entre nosotros y no hace un siglo que cayeron en descrédito. Los misioneros se asombraron de encontrar estas extravagancias en el fin del mundo: compadecieron a los pueblos a los que el demonio inspiraba tales prácticas. ¡Eh, amigos míos! ¿Por qué no os quedasteis en vuestra patria? No habríais encontrado en ella más diablos, pero habríais encontrado no menos tonterías.

Habríais visto a miles de miserables lo suficientemente insensatos como para creerse brujos, y a jueces lo suficientemente imbéciles y bárbaros como para condenarlos a la hoguera. Habríais visto una jurisprudencia establecida en Europa sobre la magia, tal como hay leyes sobre el robo y el asesinato: jurisprudencia basada en las decisiones de los concilios. Lo peor era que los pueblos, viendo que la magistratura y la Iglesia creían en la magia, se convencían aún más de su existencia: por consiguiente, cuanto más se perseguía a los brujos, más aparecían. ¿De dónde venía un error tan funesto y general? De la ignorancia: y esto prueba que quienes desengañan a los hombres son sus verdaderos benefactores.

Se ha dicho que el consentimiento de todos los hombres era una prueba de la verdad. ¡Vaya prueba! Todos los pueblos han creído en la magia, la astrología, los oráculos, las influencias de la Luna. Habría que haber dicho que el consentimiento de todos los sabios no era una prueba, sino una especie de probabilidad. Y de todas formas, ¡vaya probabilidad! ¿No creían todos los sabios, antes de Copérnico, que la Tierra estaba inmóvil en el centro del mundo?

Ningún pueblo tiene derecho a burlarse de otro. Si Rabelais llama a Picatrix mi reverendo padre en el diablo8 porque en Toledo, Salamanca y Sevilla se enseñaba la magia, los españoles pueden reprochar a los franceses la cantidad prodigiosa de sus brujos.

Francia es, quizás, entre todos los países, el que más ha unido la crueldad al ridículo. No hay tribunal en Francia que no haya hecho quemar a muchos magos. En la antigua Roma había locos que creían ser brujos; pero no se encontraban bárbaros que los quemaran.


1 Nota de René Pomeau: Opera, t. I, p. 413.
Nota del Traductor: Edición princeps: ...que este rey cayó muerto allí mismo.

2 N. T. Cuyos nombres sólo aparecen citados Pablo en II Timoteo, III, 8. El pasaje correspondiente del Éxodo, VII, 11, no los menciona.

3 N. T.: I Samuel, XXVIII, 7-25.

4 N. T.: En lugar de la frase siguiente, la edición princeps da: Varios sabios han sacado la conclusión de que esta historia no se escribió hasta que los judíos empezaron a comerciar con los griegos, después de Alejandro; pero no es de esto de lo que se trata aquí.

5 Nota de la edición de Kehl, probablemente escrita por Condorcet: El autor es demasiado modesto para explicar aquí por qué lugar hablaba esta hechicera. Es el mismo por el que la pitonisa de Delfos recibía el espíritu divino, y ésta es la razón por la que la Vulgata ha traducido la palabra «Ob» por Phyton; ha querido proteger la modestia de los lectores, que una traducción literal hubiese podido herir.

6 N. T.: Bucólicas, VIII, 69 y 97-8.

7 Nota de Pomeau: Épodas, V; Sátiras, I, VIII, 24-4.

8 Nota de la edición de Beuchot: Lib. 1, cap. XXIII.


Viene de:

Kepa Bilbao, Tucídides y Las Guerras del Peloponeso
El realismo bélico o «realpolitik» afirma que la moral no ha lugar en las relaciones internacionales y que razonar en términos éticos carece de sentido. Tucídides considerado el primer historiador, se suele citar como uno de los primeros referentes de la corriente realista.
Tucídides: lo que pasa en todas las guerras civiles (y su forma de hacer historia)
Muchos fueron los horrores que sufrieron las ciudades en las revoluciones, horrores que pasan y pasarán siempre mientras sea la misma la naturaleza humana. La guerra, al suprimir la facilidad de la vida cotidiana, es un duro maestro; la mayoría de los hombres se comportará según las circunstancias.