Voltaire: el alma de Platón y Aristóteles
Acabamos de leer a Voltaire en este trip sobre la inmortalidad del alma, y ahora lo volvemos a traer, más cortito, para que nos sirva de enlace al cierre de la mini-serie: el fin como suele ser, es un origen. Y luego comienza otro ciclo. Y así las cosas, on loop.
A veces es bueno—o inevitable—leer a Voltaire como se escucha una canción que a uno le gusta, on repeat. Esta vez, resumiendo en pocas palabras la deducción de Sócrates, Platón y Aristóteles (tutor de Alejandro Magno) sobre el alma y su inmortalidad.
Autor: Voltaire
Libro: Diccionario Filosófico (1764 - 1778)
Artículo: Aristóteles
No debemos creer que el preceptor de Alejandro Magno, elegido por Filipo, fuera un pedante y un espíritu equivocado. Filipo era sin duda un buen juez, poseía instrucción poco común y rivalizaba en elocuencia con Demóstenes.
Sección: De su lógica
La lógica de Aristóteles, su arte de raciocinar es tanto más apreciable cuanto que tenía que medirse con los griegos, en constante ejercicio en esgrimir argumentos capciosos, de cuyo defecto no estuvo libre su maestro Platón.
He aquí, por ejemplo, el argumento que emplea Platón para demostrar la inmortalidad del alma:
«¿La muerte no es lo contrario de la vida? —Sí.
—¿No nacen la una de la otra?
—Sí.
—¿Qué nace, pues, de lo vivo?
—Lo muerto.
—¿Y qué nace de lo muerto?
—Lo vivo.
—De lo muerto pues, nacen todas las cosas vivas; en consecuencia, las almas existen en los infiernos después de la muerte».
Sería preciso tener reglas seguras para desentrañar ese complicado galimatías con que la fama de Platón fascinaba los espíritus. Sería necesario demostrar que Platón daba sentido ambiguo a esas palabras. El muerto no nace del vivo, pero el hombre vivo cesa de tener vida. El vivo no nace del muerto, sino que ha nacido de un hombre que tuvo vida y murió después; por consiguiente, la conclusión de Platón, de que todas las cosas vivas nacen de los muertos, es ridícula. De esa conclusión saca otra, que no se contiene en las premisas, y es la siguiente: «Luego las almas están en los infiernos y el alma acompaña a los cuerpos muertos». En el argumento de Platón no se encuentra una sola palabra exacta. Era preciso haber dicho: «Lo que pienso no tiene partes, lo que no tiene partes es indestructible; luego lo que piensa en nosotros, no teniendo parte, es indestructible». O lo que es lo mismo, «El cuerpo muere porque es divisible; el alma es indivisible, luego no muere». Si Platón hubiera hablado de esta manera le hubiéramos comprendido.
De esa forma razonaba Platón y de esta índole eran los argumentos capciosos de los griegos. Un maestro enseña retórica a su discípulo con la condición de que le pagará en cuanto gane la primera causa que defienda. El discípulo que piensa no pagarle nunca levanta proceso a su maestro y le dice: «Nunca os deberé nada si pierdo la primera causa que defienda porque sólo debo pagaros si la gano, y si la gano, entablaré mi demanda para no pagaros». El maestro, retorciendo el argumento, dice: «Si perdéis, pagad; si ganáis, pagad, porque nuestro trato consiste en que me pagaréis después de haber ganado la primera causa».
Es obvio que esa argumentación está fundada en un equívoco. Aristóteles enseña a evitarlo poniendo en el argumento los términos necesarios. Sólo se debe pagar el día del vencimiento del plazo y el plazo es ganar una causa; la causa no se ha ganado todavía, por tanto no ha llegado el vencimiento y el discípulo no debe nada aún.
Ahora bien, aún no significa nunca, luego el discípulo quería entablar un proceso ridículo. El maestro no tenía derecho a exigir nada por no haber llegado el plazo del vencimiento, sino esperar que el discípulo defendiera otro proceso.
Si un pueblo vencedor estipulara con el pueblo vencido que sólo le devolvería la mitad de sus barcos y aquél los partiera todos por la mitad y le restituyera la mitad justa, creyendo cumplir de esta manera lo pactado, habría usado con el pueblo vencido un equívoco criminal.
Aristóteles, sentando las reglas de su lógica, prestó un gran servicio al espíritu humano enseñándole a evitar los equívocos, que son los que producen los fraudes en filosofía, teología y en el trato de negocios. La desgraciada guerra de 1756 tuvo por pretexto un equívoco sobre Acadia.
Es innegable que el buen sentido natural y la costumbre de raciocinar aventajan a las reglas de Aristóteles. Un hombre dotado de buen oído y excelente voz puede cantar bien sin conocer las reglas de la música, pero siempre es preferible saberlas.
Sección: La metafísica
Para él, siendo Dios el primer motor es el que hace mover el alma. Pero, en su opinión, ¿qué es Dios y qué el alma? El alma es una entelequia. ¿Qué quiere decir una entelequia? Aristóteles la define diciendo que es un principio y un acto, una potencia nutritiva, sensible y razonable. Esto, dicho en lenguaje llano, significa que tenemos la facultad de alimentarnos, de sentir y de razonar. El cómo y el porqué son difíciles de comprender. Los griegos no sabían mejor lo que era una entelequia que nuestros doctos saben lo que es el alma.
Cita a:
Cf. de Conectorium:
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