Umberto Eco: Las contradicciones del antisemita
Se pide un manifiesto sobre la tragedia que está ocurriendo en Palestina. Una columna no es el lugar adecuado para tratar el milenario problema del antisemitismo, de sus reapariciones ocasionales y de sus distintas raíces; pero me gustaría hacer una aclaración y hablar de sus contradicciones.
Quizás la guerra entre israelitas y palestinos ha perdido espacio en los medios y la opinión pública, cosa inevitable porque ya no es una novedad, y pasó lo mismo con la guerra en Ucrania; pero, como ésta, sus riesgos no se han diseminado.
En Tierra Santa lo que sucede es una mezcla entre colonialismo y fanatismo religioso. Sus repercusiones pueden causar una guerra entre occidente y el mundo musulmán. En la opinión pública mundial lo que hay es fanatismo, tribalismo y racismo: de un lado contra musulmanes y árabes, del otro, antisemitismo. En resumen, lo que hay es rabia interna convertida en expresión.
Leemos hoy, en el octavo aniversario de su muerte, a Umberto Eco tocar el tema del antisemitismo. En 2003, en medio de la Segunda Intifada, escribió que, al contrario del antisemitismo «popular» y el «científico» en Europa, “el antisemitismo árabe es territorial, no teológico”. Esto está en su columna Dónde está el antisemitismo, en el que pocas letras antes dice: “los judíos tenían todo el derecho a optar por Palestina, su penetración fue pacífica durante un siglo, es legítimo que permanezcan en ese territorio porque se lo han ganado con su trabajo”. Es legítimo que permanezcan ahí porque el territorio se lo ganaron y lo mantuvieron y llevan ahí ya décadas, sí; pero la penetración no fue tan pacífica y tiene sus aires de violación.
Cuando decís algo así, los sionistas te tildan de antisemita: todo lo que se dice en contra de Israel «es antisemitismo»: como es un pueblo que sufrió mucho a lo largo de la historia, y más que ningún otro pueblo en la primera mitad del siglo pasado, no se permite la crítica. Esto es cuna para el fanatismo y la estupidez. Haber sufrido horrores no debería habilitarte para cometerlos; pero ya vemos que, en los individuos, según la psicología, quien ha sufrido abusos es más propenso a cometerlos. Es otra vez el problema de la rabia, que se transmite como en una cadena que nos mantiene presos, de eslabón a eslabón. El problema, quizás, es que se demanda que Israel, que es parte de Occidente, se «comporte» de manera civilizada.
Don Umberto Eco habla de esta facilidad de censura bajo la excusa de «antisemitismo». Lo hace en su artículo Las contradicciones del antisemita, publicado el 22 de enero de 2009, a los pocos días de terminada la Operación Plomo Fundido. Esa operación comenzó como represalia a lanzamientos de cohetes hechos por Hamás desde Gaza contra objetivos civiles. También entonces se intentó destruir a Hamás, sus centros de comando y sus túneles. También entonces la represalia fue tan dura —hubo 13 muertes israelitas contra 1300 palestinas, y en los países musulmanes se la conoce como Masacre de Gaza— que causó protestas a nivel mundial, en la que mucha gente se disfrazó de defensora del pueblo palestino para expresar su antisemitismo.
Y de esto también se hace eco en este artículo que leemos a continuación. Escrito seis años después del ensayo susodicho, aunque trata con maestría las contradicciones del antisemitismo, Eco se mantiene en su idea: “el lugar donde está Israel era territorio palestino. Pero no fue conquistado violentando y diezmando la población autóctona ... sino mediante lentas migraciones y asentamientos a los que nadie se opuso”. Lamentablemente, los autóctonos sí se opusieron, incluso desde la primera aliyá, a finales del siglo 19.
En un mundo ideal, los palestinos hubieran aceptado el «retorno» de los judíos en solidaridad con sus sufrimientos, sobre todo cuando empezaron a migrar en masa porque los querían exterminar; en un mundo ideal, los israelitas aceptarían el «retorno» de los palestinos expulsados al poco tiempo de su establecimiento. Pero no vivimos en un mundo ideal, y las conquistas territoriales, los odios inter-culturales y los fanatismos son nomás cosa de todas las épocas.
El ensayo que leemos se publicó luego, en 2016, en la colección que lleva, en su original en italiano, el título de Pape Satàn Aleppe. Cronache di una società liquida — “crónica de una sociedad líquida” es fácil de traducir; “Pape Satàn Aleppe”, no. Por eso en español salió con el nombre de otro ensayo: De la estupidez a la locura, estados de los que no se ha librado ni la tierra santa. El nombre en italiano corresponde a un verso de la Divina Comedia de Dante gritado por Pluto, dios de la riqueza, verso que suele dejarse sin traducir porque su significado no es claro. Hay teorías que lo hacen venir incluso del árabe y del hebreo. El debate es muy largo como para repetirlo aquí, pero podemos decir que se piensa que tiene que ver con una advertencia, con la rabia y la avaricia, los pecados que cargan los penitentes en el cuarto y quinto círculo del Infierno, y en Tierra Santa.
Libro: De la Estupidez a la Locura
> Ensayo: Las Contradicciones del Antisemita
Publicado por primera vez en 2009
Traducción de Helena Lozano y María Pons (2016)
Daniel Barenboim ha pedido a un gran número de intelectuales de todo el mundo que firmen un manifiesto sobre la tragedia que se está produciendo en Palestina. La solicitud a primera vista es casi obvia, y en el fondo pide que se busque por todos los medios posibles una mediación enérgica. Lo significativo es que la idea parta de un gran artista israelí; señal de que las mentes más lúcidas y reflexivas de Israel piden que se renuncie a preguntarse de qué lado está la razón o el error, y se creen las condiciones para la convivencia entre los dos pueblos. Si es así, podría entenderse que se produzcan manifestaciones de protesta política contra el gobierno israelí; el problema es que estas manifestaciones suelen estar marcadas por el antisemitismo. Si no son los propios manifestantes los que manifiestan abiertamente su antisemitismo, son los periódicos en los que leo, como si fuese la cosa más obvia del mundo, «manifestación antisemita en Amsterdam» y otras lindezas por el estilo. La cosa resulta ya tan normal que lo que parece anormal es considerarla anormal. Ahora bien, preguntémonos si consideraríamos antiaria una manifestación política contra el gobierno de Merkel, o antilatina una manifestación contra el gobierno de Berlusconi.
Una columna no es el lugar adecuado para tratar el milenario problema del antisemitismo, de sus reapariciones ocasionales y de sus distintas raíces. Una actitud que persiste a lo largo de dos mil años tiene algo de fe religiosa, de credo fundamentalista, y podría definirse como una de las muchas formas de fanatismo que han contaminado nuestro planeta durante siglos y siglos. Si tanta gente cree en la existencia del demonio que conspira para inducirnos a la condenación, ¿por qué no habría que creer en el complot judío para conquistar el mundo?
Me gustaría hacer una aclaración sobre el hecho de que el antisemitismo, como todas las posturas irracionales y ciegamente fideístas, vive de contradicciones, no las percibe pero incluso se alimenta de ellas sin problema. Por ejemplo, en los clásicos del antisemitismo del siglo XIX aparecían dos lugares comunes, que se utilizaban según las ocasiones: uno es que el judío, por el hecho de vivir en lugares estrechos y oscuros, era más sensible que los cristianos a infecciones y enfermedades (y por tanto, peligroso), el otro es que por razones misteriosas se mostraba más resistente a la peste y a otras epidemias, además de ser en extremo sensual y terriblemente fértil, y en consecuencia era peligroso como invasor del mundo cristiano.
Había otro lugar común ampliamente tratado tanto por la derecha como por la izquierda, y tomo como modelos un clásico del antisemitismo socialista (Toussenel, Les juifs, rois de l’époque, de 1847) y un clásico del antisemitismo católico legitimista (Gougenot des Mousseaux, Le Juif, le judaïsme et la judaïsation des peuples chrétiens, de 1896). En ambos se destaca que los judíos nunca se dedicaron a la agricultura, de modo que permanecieron aislados de la vida productiva del Estado en el que residían; en compensación, se dedicaron por entero a las finanzas, esto es, a la posesión de oro, porque, al ser nómadas por naturaleza y dispuestos a abandonar el Estado que les albergaba arrastrados por sus esperanzas mesiánicas, podían llevarse consigo sus riquezas con facilidad. Sin embargo, otros testimonios antisemitas de la época, incluso los tristemente famosos Protocolos, les acusaban de atentar contra la propiedad agrícola para apoderarse de los campos.
Hemos dicho que el antisemitismo no teme las contradicciones. Pero es un hecho que una característica destacada de los judíos israelíes es que han cultivado sus tierras de Palestina con métodos muy modernos construyendo granjas modélicas, y que si luchan es precisamente para defender un territorio en el que viven de forma estable. Y es justo esto lo que el antisemitismo árabe les reprochará, hasta el punto de considerar como objetivo principal la destrucción del Estado de Israel.
En resumen, para el antisemita, si el judío está de paso en su casa le molesta, si se queda quieto en la suya propia también le molesta. Por supuesto, sé muy bien cuál es la objeción: el lugar donde está Israel era territorio palestino. Pero no fue conquistado violentando y diezmando la población autóctona, como se hizo en América del Norte, o incluso destruyendo algunos estados gobernados por su monarca legítimo, como en América del Sur, sino mediante lentas migraciones y asentamientos a los que nadie se opuso.
En cualquier caso, si molesta el judío que, cada vez que criticas la política de Israel, te acusa de antisemitismo, una sensación mucho más inquietante producen aquellos que convierten cualquier crítica a la política israelí en antisemitismo.
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