Thomas Macaulay: Impostores en tiempos reformadores
Thomas Babington, primer Barón de Macaulay, era un renombrado escritor, historiador y político británico de la primera mitad del siglo 19. Trabajó en la reforma parlamentaria y electoral británica, en la redacción del código penal de la India, en la base de la moderna ley de derechos de autor, y se estrelló contra la exclusión de los judíos y defendió la abolición de la esclavitud. Dicen que fue un niño superdotado—no creo que queden dudas. Como buen nerd, leyó mucho; también escribió mucho e hizo crítica histórica y literaria. Entre sus escritos se cuenta un ensayo en el que revisaba el libro de Thomas Moore sobre la vida de Lord Byron, de quien era amigo íntimo. Dicho ensayo fue publicado en The Edinburgh Review en junio de 1831, y no es necesario alargar el contexto del texto que viene, que es un extracto de dicho artículo, y que demuestra cómo los ciclos y los tiempos juegan a repetirse. Y que cuando llegan los transformadores, no faltan los pescadores de río revuelto.
Capítulo 7 de nuestra serie Cripto, Creators y Charlatanes, fue traducido por este servidor para tu deleite.
Ensayo: Sobre «La Vida de Lord Byron» de Thomas Moore
> Extracto
Publicado en 1831
…Finalmente, cuando la poesía había sucumbido en una decadencia tan absoluta que el señor William Hayley era considerado un gran poeta, empezó a parecer que el exceso de maldad estaba a punto de lograr la cura. Los hombres se cansaron de una conformidad insípida a un estándar que no obtenía su autoridad de la naturaleza ni la razón. Una crítica superficial les había enseñado a atribuir un valor supersticioso a la falsa rectitud de los poetas de segunda. Una crítica más profunda los trajo de vuelta a la rectitud libre de los primeros grandes maestros. Las leyes eternas de la poesía recuperaron su poder, y las modas temporales que habían reemplazado esas leyes se fueron tras el regaño de Lovelace y el aro de Clarissa.[1]
Fue en una estación fría y seca que se sembraron por primera vez las semillas de esa rica cosecha que hemos obtenido. Si bien la poesía se volvía cada año más débil y más mecánica—mientras la versificación monótona que Alexander Pope había introducido, que ya no era redimida por su brillante ingenio y su expresión concisa, empalagaba el oído del público—, los grandes trabajos de los muertos atraían cada día más y más la admiración que merecían. Las obras de Shakespeare eran mejor actuadas, mejor editadas y más conocidas que nunca. Nuestras nobles y antiguas baladas se leían de nuevo con placer, y se volvió una moda imitarlas. Muchas de las imitaciones eran del todo despreciables. Pero demostraron que los hombres habían comenzado por fin a admirar la excelencia de lo que no podían rivalizar. Que se venía una revolución literaria era evidente. Había una agitación en la mente de los hombres, un vago anhelo por algo nuevo; una disposición a saludar con deleite cualquier cosa que tuviera apariencia de originalidad a primera vista. Las eras reformadoras son siempre fecundas en impostores. El mismo estado de excitación en el sentimiento público que produjo la gran separación de la sede de Roma, produjo también los excesos de los anabaptistas. El mismo revuelo en la opinión pública de Europa, que derrocó los abusos del antiguo gobierno francés, produjo los jacobinos y los teofilántropos. Macpherson y Della Crusca fueron para los verdaderos reformadores de la poesía inglesa lo que Knipperdolling fue para Lutero, o lo que Clootz para Turgot. El público nunca estuvo más dispuesto a creer historias sin evidencia, y a admirar libros sin mérito. Cualquier cosa que pudiera romper la aburrida monotonía de la escuela correcta era aceptable.El precursor de la gran restauración de nuestra literatura fue William Cowper…
Nota de Conectorium: referencia a la novela de Samuel Richardson Clarissa. ↩︎