Thomas Browne: el hombre, sus opiniones, y su parecido con otros
Yo jamás podría distanciarme de ningún hombre por diferir en una opinión, ni enojarme porque no está de acuerdo conmigo en algo en lo que, tal vez, dentro de pocos días, yo mismo disentiría. — Las herejías no perecen con sus autores: aunque pierdan su corriente en un lugar, resurgen en otro.
Borges, en su ensayo sobre El tiempo circular, escribe y cita: “En 1643 Thomas Browne declaró en una de las notas del primer libro de la Religio medici: «Año de Platón —Plato's year— es un curso de siglos después del cual todas las cosas recuperarán su estado anterior y Platón, en su escuela, de nuevo explicará esta doctrina»”.
Thomas Browne fue un escritor inglés del siglo 17. Hijo de un mercader, estudió en la Universidad de Oxford y completó en los Países Bajos su doctorado en Medicina. Religio Medici quiere decir «La religión de un médico». La obra, que lo hizo famoso, fue pirateada y publicada primero sin su autorización en 1642. En 1643 sacó una versión oficial y corregida que se convirtió en un best-seller, no sólo en su isla, sino en Europa continental. En 1645 fue prohibida por la Iglesia Católica.
La nota en cuestión aparece en la página 12. Podemos leer, en inglés: “A revolution of certaine thouʃand yeares, when all things ʃhould returne unto their former eʃtate, and he be teaching againe in his ʃchoole, as when he delivered this opinion”.
En una de esas traducciones —en una, no en todas—, por alguna decisión editorial, le amputaron a la Religio Medici las notas del autor; un sacrilegio. Otra profanación, igual o peor, sucedió en 1909 en medio de una obra de carácter bendito: Charles William Eliot, presidente de Harvard, se había propuesto compilar, editar y compartir 50 grandes obras de la literatura universal; así se publicaron los muy exitosos The Harvard Classics. Cada volumen, dependiendo de la calidad del terminado y la extensión de la obra, costaba entre $1.50 y $5. Calculo que te podías comprar toda la colección por unos $150, el equivalente de unos 213 gramos de oro. Hoy, con un poco de tiempo y paciencia, podés conseguir toda la colección original —50 libros impresos hace más de un siglo— por menos de $1000, o unos 13 gramos de oro, cuyo precio anda por sus máximos históricos.
Pero volvamos al caso. Religio Medici aparece en el tercer volumen de los Harvard Classics junto a dos obras de John Milton y dos de Francis Bacon. La obra lleva notas de los editores, cosa común conforme va pasando el tiempo y con él los contextos y significados. Pero, por alguna razón todavía incomprensible para mí, las notas originales de Browne no aparecen, e incluso se añadieron notas donde el mismo autor había puesto sus propias aclaraciones. Así —esta vez al pie y numeradas, y ya no a un costado y con símbolos, siguiendo las nuevas costumbres editoriales—, «Plato's year» lleva un superíndice con un número «8» o «9», dependiendo de la edición, que nos dirige a la nota siguiente: “A period of thousands of years, at the end of which all things should return to their former state”.
“Una revolución de varios miles de años, luego de la cual todas las cosas recuperarían su estado anterior, y él [Platón] estaría enseñando de nuevo en su escuela, tal cual como cuando manifestó esta idea”.
versus
“Un período de miles de años, al final del cual todas las cosas recuperarían su estado anterior”.
Lamentablemente, la edición de Harvard ha sido usada algunas veces como modelo y se ha repetido la omisión, lo que revela el rigor de algunos editores. La elección de Borges de la palabra «recuperar» por encima de «retornar», además de acertadísima, revela también su carácter: a Borges le gustaba repetir la idea de Heráclito de que no podés bañarte dos veces en el mismo río porque, cuando «retornás» al río, vos ya cambiaste, y el río también, y entonces ya no pueden suceder de nuevo exactamente las mismas cosas, que era la idea de Platón. Ni siquiera este texto es el mismo cuando lo leés una segunda y una tercera vez. En cambio, la idea “menos pavorosa y melodramática, pero también la única imaginable” del tiempo circular, siguiendo a Borges, es que podemos esperar que todas las personas que no saben nadar van a encontrarse con el mismo sentimiento de miedo ante un río caudaloso, o que todos los niños van encontrar la misma alegría jugando en sus playas. Cita Borges a Marco Aurelio: “Quien ha mirado lo presente ha mirado todas las cosas: las que ocurrieron en el insondable pasado, las que ocurrirán en el porvenir” — no porque todo sucede exactamente igual, sino porque somos parecidos.
El texto a continuación es la sexta sección del libro primero de la Religio Medici, traducida aquí. Agnes Repplier, en un ensayo sobre las Opiniones, cita a Thomas Browne decir: “No abracés el lado ciego de las opiniones”. Pero Browne creía en la brujería, y fue el testigo clave en un juicio en el que se condenó a dos «brujas». George Eliot lo retrata en La influencia del racionalismo: era un tipo con una “magnífica incongruencia de opinión, y cuyas obras son la combinación más notable que existe de ingenioso sarcasmo contra los disparates antiguos y las adulaciones modernas”.
Claramente, las mujeres antes no podían decir, como dicen ahora libremente para expresar la certeza de su instinto, «soy bruja»; tampoco se disfrazaban de brujas para ir a fiestas. Los contextos y los significados cambian, como cambian las opiniones, las que —como las palabras y las notas que se eligen, y las que se omiten— revelan nuestros estados, que siempre son anteriores porque el paso del tiempo, aunque sea circular, los cambia.
P.S.: Terminaba de escribir esto cuando, para distraerme, abrí Instagram, y en menos de 10 segundos me topé con este meme. A veces todo está conectado. Una coincidencia más: Thomas Browne vivió 77 revoluciones exactas alrededor del sol: murió el día de su cumpleaños.
Libro: Religio Medici
> Libro 1
>> Sección 6
Publicado por primera vez en 1642, en inglés
Yo jamás podría distanciarme de algún hombre por diferir en una opinión, ni enojarme con su juicio porque no está de acuerdo conmigo en algo en lo que, tal vez, dentro de pocos días, yo mismo disentiría. No tengo genio para las disputas de religión, y a menudo he creído sabio rechazarlas, especialmente cuando he estado en desventaja, o cuando la causa de la verdad pudiera verse debilitada por mi apoyo.
Cuando deseamos estar informados, es bueno disputar con hombres superiores a nosotros; pero, para confirmar y asegurar nuestras opiniones, es mejor discutir con juicios inferiores a los nuestros, para que los frecuentes daños y victorias sobre sus razones asienten sobre nosotros una estima y una opinión firme y propia.
No todos los hombres son idóneos defensores de la verdad ni aptos para aceptar el reto en la causa de la veracidad; muchos, por ignorancia de estas máximas, y por un celo desconsiderado hacia la verdad, han cargado demasiado precipitadamente contra las tropas del error y han quedado como trofeos de los enemigos de la verdad. Un hombre puede estar en posesión de la verdad tanto como de una ciudad y, sin embargo, verse obligado a rendirse; por eso, es mucho mejor disfrutarla con paz que arriesgarla en una batalla. Por lo tanto, si surgen dudas en mi camino, las olvido, o al menos las aplazo hasta que mi juicio, mejor asentado, y mi razón, más responsable, sean capaces de resolverlas; porque percibo que la razón de cada hombre es su mejor Edipo1, y, con una tregua razonable, encontrará la manera de soltar esas ataduras con las que las sutilezas del error han encadenado nuestros juicios más flexibles y tiernos.
En filosofía, donde la verdad parece tener dos caras, no hay hombre más paradójico que yo; pero en la divinidad amo mantenerme en el camino y, aunque no con una fe incondicional, sino humilde, seguir la gran rueda de la iglesia, por la que me muevo —no me reservo ningún polo ni movimiento lejos del centro de mi propio cerebro—. De esta manera, no dejo hueco para herejías, cismas o errores, de los cuales ahora mismo —espero no faltar a la verdad— no tengo mancha ni tintura alguna. Debo confesar que mis estudios más inmaduros han sido contaminados con dos o tres; no con alguno engendrado en los últimos siglos, sino viejos y obsoletos, de los que nunca podrían haber sido revividos sino por cabezas tan extravagantes e irregulares como la mía. Porque, de hecho, las herejías no mueren con sus autores; como el río Aretusa2, aunque pierdan su corriente en un lugar, resurgen en otro. Un Concilio General no es capaz de eliminar una sola herejía: puede ser cancelada por el momento, pero la revolución del tiempo —y sus aspectos análogos en los cielos— la restaurarán, y florecerá hasta que sea condenada de nuevo. Porque, como si hubiera metempsicosis y el alma de un hombre pasara a otro, las opiniones encuentran, después de ciertas revoluciones, hombres y mentes como los que las engendraron.
Para volver a vernos a nosotros mismos no tenemos que esperar el año de Platón*: cada hombre no es sólo él mismo; ha habido muchos Diógenes y otros tantos Timones, aunque pocos con ese nombre; los hombres vuelven a ser vividos —el mundo es ahora como era en épocas pasadas—; no había ninguno en ese entonces, pero ha habido alguno desde entonces, que se le parece, y es, digamos, su yo revivido.
Notas:
* Nota del autor: Una revolución de varios miles de años, luego de la cual todas las cosas recuperarían su estado anterior, y él estaría enseñando de nuevo en su escuela, tal cual como cuando manifestó esta idea.
1 Nota de la edición de J. W. Willis Bund, 1869: En alusión a la historia de Edipo resolviendo el enigma propuesto por la Esfinge.
2 Nota de la edición de J. W. Willis Bund, 1869: Diana transformó a la ninfa Aretusa en una fuente, y se decía que fluía bajo el mar desde [la ciudad de] Elis [en la península griega del Peloponeso] hasta la fuente de Aretusa cerca de Siracusa [en la isla italiana de Sicilia]. —Ovidio, Metamorfosis, V, 8.
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