Borges: Diálogo sobre un diálogo
Distraídos en razonar la inmortalidad, habíamos dejado que anocheciera sin encender la lámpara. No nos veíamos las caras. Con una indiferencia y una dulzura más convincentes que el fervor, su voz repetía que el alma es inmortal. Me aseguraba que la muerte del cuerpo es del todo insignificante.