Sobre la inevitabilidad de las cosas *

Llevo unos días jugando con DALL-E (pronunciado Dalí), una plataforma de inteligencia artificial que crea “imágenes realistas y arte desde una descripción en lenguaje natural”.

Para la portada de este artículo le pedí varias ideas, desde pinturas de Basquiat, Delacroix y Boticelli que incluyan a una persona con varias personalidades, hasta Jorge Luis Borges y Walt Whitman charlando en el bosque sobre la inevitabilidad de las cosas, pasando por Locke hablando de la separación de poderes. Me quedé con un “arte digital de Basquiat de una persona teniendo una conversación consigo mismo”.

Dada la tecnología disponible hoy en día, era inevitable que surja un motor de inteligencia artificial capaz de hacer esto, y es inevitable que en el futuro cercano se puedan generar videos y audios que pasen por reales. No sé qué mecanismos de defensa vamos a tener contra la desinformación en ese momento, pero sé que en este momento, entre las pocas herramientas que nos quedan, está la de leer, y mucho, cosas históricas para entender la esencia del comportamiento humano (porque ha sido siempre como es hoy y como será), y la de aprender a trascender los cuentos que nos cuentan, las narrativas que nos venden, y todo tipo de ideologías. Aunque es inevitable que nos dejemos llevar por lo menos por alguna.

Sin ideologías, sin idealismos, no hubiera habido Revolución Francesa, ni independencias en América, ni guerra civil en Estados Unidos; todas situaciones históricas e inevitables. Tan inevitables como el ascenso después de Napoleón. O de algún Napoleón, porque si no era él, era otro. Y si no era Bolívar, era Sucre, o San Martín, o algún otro; pero alguien iba a terminar liderando las luchas del cono sur americano. Y lo mismo con Washington y Lincoln in the U.S.A, donde si no era Steve Jobs, era otro; si no era Musk, algún otro iba a liderar la narrativa y la industria de los autos eléctricos. Y si no era Bezos, ese mercado se quedaba probablemente para eBay.

Era inevitable que surjan PayPal, Amazon, Spotify, Facebook Apple, Netflix e incluso TikTok. El teléfono era una inevitabilidad, como lo fue la imprenta, como lo fue el internet, como lo fue Walmart, como lo fue Farmacorp, como lo es que un marketplace físico o digital empiece a fabricar y vender los ítems que observa que se venden más. Y es inevitable que en menos de un lustro se pueda reservar hoteles en Google o Instagram. Y que se pueda transferir plata por Whatsapp.

Como el tren, las revoluciones industriales o el microondas, hay cosas que el humano parece pedir a gritos en su constante búsqueda de eficiencia y mejora en el uso de recursos limitados. Así lo fue con el automóvil, donde si no era Benz, fue Ford, pero su producción industrial iba a suceder sí o sí, y por eso surgió casi al mismo tiempo. Como las ideas de Einstein, que también las tuvo David Hilbert. Y lo mismo con Darwin, que sentía celos de los avances de D'Orbigny, que se decidió por otras cosas.

No todas las cosas son inevitables, pero sí las que marcan un punto de inflexión en la vida. Y todo está tan conectado que ni siquiera tienen que ser ineludibles para uno mismo. Un doctor acostumbrado a la mala praxis, es inevitable que cometa un daño irreparable a un tercero que no tiene nada que ver con sus prácticas irremediables que tenían un destino inexorable. El pueblo no tiene la culpa de los pecados de un político corrupto al que le toca estar en el poder en época de pandemia, pero es inevitable que esto se cobre vidas. Lo mismo con un ingeniero civil o de aviación acostumbrado a llegar al límite del ahorro en sus recursos. Y del otro lado está la buena suerte de algunas personas, que siempre caen paradas, y cuyo alrededor se ve beneficiado.

“Los designios de la Providencia son inescrutables”, como dijo Julio Cortázar. Hay divorcios, matrimonios, separaciones, evoluciones, victorias, derrotas, ascensos y descensos, que no se pueden evitar. El destino juega sus propios juegos y no los podemos comprender, sólo observarlos.

La caída del imperio romano era ineludible, como lo es la caída del actual imperio norteamericano. No va a ser culpa de Bush, ni de Clinton, ni de Obama, ni de Trump, ni de Biden; sino de la decadencia del confort que surge siempre que la gente de un imperio poderoso se acomoda y se olvida de lo que costó llegar ahí. El dicho moderno dice “padre rico, hijo flojo, nieto pobre”. Pero ya Platón lo había dicho hace más de 2300 años, de otra manera, en su República, hablando de cómo cambiaban las constituciones y los tipos de gobierno porque los hijos de la guerra buscan la paz, y los hijos de guerreros no saben de estrés ni de conflictos. Es tanta la paz ahora que nos peleamos por si el género nace o se hace, o si el mundial tiene que ser en junio o en noviembre; un sacudón para volver a ver lo importante en la vida es forzoso.

Decía Platón que los hijos de la aristocracia se convertían en oligarcas abusivos, lo que enoja al pueblo que pide democracia; luego los hijos de la democracia abusan del poder de la mayoría y/o se embrutecen, y sale un salvador que se convierte en rey o caudillo, y su hijo es un tirano. La política se ha trasladado ahora a las instituciones y los negocios, pero el teatro y el guión siguen siendo los mismos; sólo cambian el escenario y los actores. Ya escribió Marco Aurelio:

“Reflexiona sin cesar en cómo todas las cosas, tal como ahora se producen, también antes se produjeron. Piensa también que seguirán produciéndose en el futuro. Y ponte ante los ojos todos los dramas y escenas semejantes que has conocido por propia experiencia o por narraciones históricas más antiguas, como, por ejemplo, toda la corte de Adriano, toda la corte de Antonino, toda la corte de Filipo, de Alejandro, de Creso. Todos aquellos espectáculos tenían las mismas características, sólo que con otros actores”.

Pasan los milenios, y el ser humano cambia muy poquito su naturaleza, se sigue comportando igual, se sigue peleando igual, y por las mismas cosas; se sigue alegrando y estresando igual, y sigue repitiendo los mismos ciclos, los mismos errores, los mismos aciertos—y los escritores siguen repitiendo las mismas recetas para los mismos dolores. Como escribió André Gide a finales del siglo 19:

“Todas las cosas ya han sido dichas; pero como nadie escucha, siempre hay que empezar de nuevo.”

Siempre hay que decirlas de nuevo. El designio inescrutable de escritores y mensajeros es traducir el mensaje del Tiempo al lenguaje de su tiempo y su espacio. “Descubrir el secreto y comunicarlo”, como decía María Zambrano. No hay nada nuevo bajo el sol, como escribió Salomón.

Sólo los que sepan hacerlo bien van a poder resistir la prueba del tiempo y generar señal. Sólo los que sepan leerlos bien van a poder ver a través del ruido que levanta la carrera de ratas. La tarea de los que no quieren ser ovejas que siguen a pastores, que a veces son lobos, es observar, prepararse para lo inevitable, calcular probabilidades de que algo suceda según el guión de la Historia, y aprender a distinguir entre realidad y ficción (si es que acaso no son ya la misma cosa). Trascender narrativas, ideologías y cuentos que se quieren hacer pasar por historias. Buscar la verdadera libertad, la de pensamiento.

Para eso, pocas recetas mejores que la literatura de verdad, la que sigue sirviendo con el paso de los años, la que resiste el paso y el peso del tiempo. Y las famosas por sus equivocaciones. Y debates entre pensadores. Y mejor si la literatura es estética. Y mejor si el hábito surge por el simple amor a aprender, por amor puro a saber; literalmente, φιλοσοφία, que es un acto de rebeldía, y una promesa de libertad.


Julio Cortázar: Historia Verídica
A un señor se le caen al suelo los anteojos, que hacen un ruido terrible al chocar con las baldosas. El señor se agacha afligidísimo porque los cristales de anteojos cuestan muy caro, pero descubre con asombro que por milagro no se le han roto. Ahora este señor se siente profundamente agradecido...
María Zambrano: ¿Por qué se escribe? (ensayo completo, 10 minutos)
Descubrir el secreto y comunicarlo, son los dos acicates que mueven al escritor. Como quien pone una bomba, el escritor arroja fuera de sí, de su mundo y, por tanto, de su ambiente controlable, el secreto hallado.
Eclesiastés: No hay nada nuevo bajo el Sol
«Vanidad de vanidades», dice el Predicador, «todo es vanidad». ¿Qué provecho recibe el hombre de todo el trabajo con que se afana bajo el sol? Una generación va y otra viene, pero la tierra permanece para siempre. Lo que fue, eso será, y lo que se hizo, eso se hará; no hay nada nuevo bajo el sol.

#inevitabilidad de las cosas#más sentido común, por favor