Simone Weil sobre la relación entre Europa y los Estados Unidos

Si la Francia subyugada por el ejército alemán se libera, ya sea mediante el dinero estadounidense, o los soldados rusos, es de temer que permanezca en una servidumbre menos visible, pero casi igual de degradante, bajo una forma de semivasallaje económico respecto de Estados Unidos o del comunismo.

Simone Weil sobre la relación entre Europa y los Estados Unidos
Contexto Condensado

Esta es la primera de dos entregas sobre Simone Weil, así como hicimos dos sobre Tucídides, con las que están conectadas.

Podemos empezar por repetir la relación entre los textos de Weil y Tucídides, o por explicar la relación entre los dos textos diferentes de Weil que leeremos, pero la marca de nuestro tiempo es la urgencia, y lo urgente es la relación entre los Estados Unidos, Europa y Asia.

Se negocia hoy el fin de una guerra entre Rusia y Ucrania. El renovado gobierno de los Estados Unidos ha decidido, por ahora, que eso lo van a decidir ellos y Rusia y nadie más; ni Europa ni, sorprendentemente, China. Quizás con China están negociando «por debajito», así como China apoya «por debajito» la causa rusa. China, Rusia e Irán han hecho recientemente ejercicios militares en conjunto, pero Trump (para los lectores del futuro: el actual presidente de los Estados Unidos), preguntado sobre si estaba preocupado por esos ejercicios, respondió: “No, not at all. Porque somos más fuertes que ellos juntos, porque somos más poderosos que ellos juntos”. Una repetición de lo que se decía en 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, según lo que nos cuenta Simone Weil al final de este extracto.

Presentamos un extracto de un ensayo que se llama Reflexiones sobre la revuelta. Lo escribió, probablemente, en Londres, en 1943, mientras trabajaba para la Resistencia o el gobierno de la «Francia Libre» o de la «Francia Combatiente». En el texto medita sobre qué debe hacer Francia para librarse del entonces aplastante dominio nazi. Weil, que vivía en Notting Hill, moriría pocos meses después en Kent, en agosto de 1943, a los jóvenes 34 años, de tuberculosis, afectada por una desnutrición autoimpuesta porque quería sufrir como sufrían sus coterráneos, comiendo las mismas raciones al día.

Y es que durante su corta vida fue activista y reaccionaria. Nacida en París, fue marxista, fue anarquista, fue pacifista; después escribió en favor de la creación de un Estado y la creación de un ejército. Ingresó a la universidad con la nota más alta, seguida por Simone de Beauvoir. Fue docente. Luego, comprometida con sus ideales, dejó la vida académica y se metió a trabajar como obrera en una fábrica de Renault. Conoció a Trotsky y discutió con él “sobre la doctrina marxista y el régimen de Stalin”, y también luchó físicamente “contra el régimen franquista” en España. Conoció a de Gaulle y con él entabló amistad y compartió la animadversión hacia el sistema de partidos políticos, sobre lo que hablaremos más adelante. Durante la Segunda Guerra Mundial, en 1942 salió de Francia con su familia; luego “intentó ingresar a Francia como combatiente” o enfermera, pidiendo incluso que la lancen en paracaídas. Se tuvo que contentar con trabajar para la Resistencia desde Londres como redactora.

París sería liberada un año después de su muerte, con Charles de Gaulle a la cabeza del nuevo gobierno. Dos décadas después, el general volvería al gobierno y buscaría independencia de los Estados Unidos, llegando a salir de la estructura militar de la OTAN (a la que no retornó Francia hasta el 2009) y a atizar la crisis del dólar que causó que Nixon decrete el abandono del patrón oro. Su política nacionalista se llamó «politique de grandeur», algo que resuena hoy en inglés en los Estados Unidos. Volvió al gobierno, y salió de él, con maniobras que evitaron una guerra civil en Francia, guerra que se convirtió en la guerra de independencia de Argelia.

Weil salió de la Francia ocupada por los nazis, la Francia de Vichy que no era la Francia Libre, renunciando al pacifismo, porque el pacifismo no podía resolver esta guerra, y escribió que Europa necesitaba “una fraternidad de armas”, la misma fraternidad que Europa se ha dado cuenta que necesita hoy, luego de la invasión rusa y lo que parece ser el retiro de apoyo de los Estados Unidos.

Una tercera guerra mundial —lo que hasta hace una década parecía, en la opinión común, una locura irrealizable— es hoy una espada de Damocles. Puede ser entre China, Irán y Rusia versus Europa y los Estados Unidos; o quizás Estados Unidos está buscando sacar a Rusia de ese eje y sumarla a «su bando», arriesgando así un confrontamiento con Europa, y/o dejando de ayudarla en su defensa contra los intereses de crecimiento ruso. Entonces Europa ha visto la necesidad de rearmarse y de crear una milicia conjunta, tal y como lo advertía Weil hace siete décadas cuando escribió que, si la liberación del dominio nazi en Europa venía de la mano del dinero de los Estados Unidos, el destino de Europa era “una servidumbre menos visible, pero casi igual de degradante, bajo una forma de semivasallaje económico respecto de Estados Unidos”. En lo único que están de acuerdo ahora Estados Unidos y Europa es que ese semivasallaje se tiene que acabar.

Es por ese poder económico que Estados Unidos se da el lujo de ser quien decide el destino de Ucrania y de Europa sin consultarles. Lo advirtió Weil antes de que suceda. También advirtió sobre los riesgos de una guerra civil después de la liberación, que por suerte no sucedió. Sobre esas guerras civiles escribía Tucídides, sobre la lucha de facciones, de partidos políticos, sobre el “veneno de las divisiones”; pero sobre eso hablaremos en la siguiente entrega.

Una nota más sobre Weil y este texto: “toda su obra fue conocida de forma póstuma”. Todas estas citas sobre su obra las tomo de la publicación hecha por Ediciones Godot, que publicó este ensayo junto con sus Apuntes sobre la supresión general de los partidos políticos en 2021, en la traducción del escritor Aníbal Díaz Gallinal. Ambos textos se publicaron antes dentro de los Escritos de Londres y otras cartas, inicialmente publicados por Gallimard, en Francia, en 1957. Ahora mismo, no es posible encontrar Reflexiones sobre la revuelta para leer completo en internet, pero fue el único ensayo de Weil que leyó el general de Gaulle.

Antes de llegar a Londres a finales de 1942 y ponerse a sus órdenes, Weil pasó primero por Nueva York, la capital del capital, fuerza del poderío norteamericano, amenazada hoy por China. Si cambia la balanza de poder mundial, ¿cuántos países vivirán en un semivasallaje económico con respecto a China? ¿Cuántos con respecto a Estados Unidos? ¿Seguirá Europa —del norte y del este— dependiendo de los recursos energéticos de Rusia?

Eso con respecto al conflicto Rusia-Ucrania. Con respecto al conflicto Israel-Palestina, es casi seguro que Israel estará del lado de los Estados Unidos. Y es seguro que en el futuro nos referiremos a los exiliados palestinos con la misma aflicción con la que nos referimos a los judíos de la Europa de la Segunda Guerra Mundial, y que la historia relatará lo que sucede hoy en Palestina como un genocidio y una limpieza étnica. ¿Por qué hay gente que todavía no se atreve a llamarlo así? ¿Por qué no llamaban al Holocausto por su nombre cuando sucedió? ¿Cómo puede un pueblo que sufrió las peores atrocidades ser capaz de apoyar o cometer las mismas contra otro pueblo? ¿Por qué los humanos somos capaces de ser sordos y ciegos a los males que comete «nuestro bando»? ¿Por qué tomamos un bando siquiera? ¿Por qué llamamos «justicia» a la sed de venganza? Pasa siempre por las mismas razones. Repetimos, como se repite la historia, que de esto hablaremos en la siguiente entrega.
Autor: Simone Weil (1909-1943)

Ensayo: Reflexiones sobre la revuelta
> Extracto

Redactado en 1943
Traducción del francés de Aníbal Díaz Gallinal (2021)

Hay dos verdades que se deben considerar siempre juntas. Una, que es la moral la que decide principalmente la suerte de la guerra. Y en una guerra como esta, más que en ninguna otra. Otra, que no son las palabras sino cierto tipo de hechos, combinados con las palabras, los que levantan o bajan la moral.

Pero la utilización estratégica del potencial de revuelta en Europa, y de modo particular en Francia, es aún más importante para la posguerra que para la victoria. La victoria se podría obtener sin utilizarlo, aunque esto no es seguro. Pero para la posguerra es un factor vital, decisivo.

La liberación del territorio francés es esencial, pero no resuelve ningún problema. Es esencial para que se planteen los problemas. Si Alemania consiguiera la victoria definitiva, ya no se plantearía ningún problema: los esclavos no tienen problemas. Una vez que los alemanes se vayan es cuando aparecerán los problemas más trágicos. Francia se encuentra como un enfermo al que un bandido ha sorprendido en plena crisis y lo ha maniatado. Una vez cortadas las cuerdas, hay que ocuparse de la enfermedad. Pero la comparación es falible, porque aquí hay que empezar con el tratamiento incluso antes de la liberación, y la manera en que se obrará la liberación determinará, por sí sola, si hay un agravamiento del mal o un principio de curación.

Si Francia, actualmente subyugada por el ejército alemán, se libera, ya sea mediante el dinero estadounidense, ya sea gracias a los soldados rusos, es de temer que permanezca en una servidumbre menos visible, pero casi igual de degradante, bajo una forma de semivasallaje económico respecto de Estados Unidos o del comunismo. Por otra parte, si la suma de amargura, odio y revuelta acumulada no se gasta en acciones bélicas, son casi inevitables las guerras civiles atroces e inútiles.

Por lo tanto, sería deseable que las traiciones llamativas reciban un castigo ejemplar y se olviden las deficiencias de los hombres de segunda fila para abajo, ocurridas después de la derrota. En caso contrario, Francia vivirá durante años en una atmósfera atroz y degradante de odio y miedo. La única manera de evitarlo es con una vasta acción que, ya antes de la liberación, impulse al país y permita que quienes no estuvieron comprometidos irremediablemente se reconcilien con el país y con ellos mismos y borren la cobardía pasada con la valentía renovada y la fraternidad de las armas.

Ante el doble y terrible peligro de sometimiento semicolonial y guerra civil, Francia tendrá una necesidad urgente de jefes, desde el instante mismo en que el territorio se libere. No obstante, no hay jefes. Todos los que jugaron algún papel de importancia, los que se hicieron un nombre antes de la guerra, durante la guerra o después de la derrota, quedan, por este mismo hecho, eliminados. Francia experimenta la misma repulsión por su pasado reciente que un enfermo por sus propios vómitos.

El general de Gaulle, más que un jefe, es un símbolo para la masa de los franceses. Son dos cosas muy distintas, aunque las palabras no expresen bien la distinción. En cierto sentido, es mucho más lindo ser un símbolo. Es eso lo que Francia más ha necesitado hasta ahora. Pero, una vez que el territorio esté liberado, será indispensable una autoridad para enfrentar los peligros más acuciantes.

Los vínculos entre el general de Gaulle y el movimiento clandestino, por una parte, y entre este movimiento y el pueblo francés por otra, están muy lejos de tener una firmeza acorde con la tensión extrema que tendrán que soportar en el curso de las terribles pruebas futuras. Estos vínculos se harían más sólidos que el acero mediante una lucha común, que sería realmente una de las partes esenciales de la guerra. Al mismo tiempo se forjaría un marco, una única red de jefes franceses, extendida a través de Francia, Inglaterra, África del Norte, cuyos miembros, por su propia actuación, serían reconocidos por el pueblo francés y por el extranjero, y estarían sólidamente afirmados por la victoria.

Dado que las comunicaciones están en manos de los británicos, quienes con toda legitimidad piensan, antes que nada, casi exclusivamente en la guerra, la dificultad de los contactos entre Francia y el Comité Nacional Francés —dificultad que constituye un peligro moral casi mortal para unos y otros— no puede remediarse si no es con una modificación de la estrategia que cuente con la revuelta en Francia como parte esencial de la guerra.

En ese caso, se asignaría la cantidad necesaria de barcos y aviones; se establecería un ida y vuelta entre Francia y los franceses en Inglaterra, y habría ósmosis entre ellos. Se produciría un efecto de aireación en las dos partes que, literalmente, insuflaría vida.

Aprovechando la ocasión, se podría establecer un sistema de protección en favor de aquellos de los nuestros que están demasiado comprometidos en Francia. La huida se podría organizar seriamente, permitiendo que aquellos que ya no pueden actuar de manera útil frente a la Gestapo salgan de Francia para hacerse soldados. Organizada así, la revuelta esbozada aquí puede que no cueste más vidas de franceses que el estado actual de cosas. Tal vez los franceses no caerían en gran número y los que cayeran prepararían con su muerte la liberación del país, no solo moral, sino también materialmente. En lo que respecta a los aliados, nuestros sacrificios conseguirían una economía de vidas humanas, de material y de tiempo y, así, les harían contraer una deuda incontestable con nosotros.

Por otra parte, se volvería imposible cualquier operación análoga al affaire Darlan. Porque mientras el enemigo está acá, la revuelta francesa está automáticamente en manos de los más valientes y entusiastas, ya sea en Francia o en Londres, y si se convierte en un engranaje esencial de la estrategia, se hace militarmente imposible que los aliados traten con la parte corrompida o corrompida a medias del país. La imposibilidad militar es un obstáculo mucho más seguro que la imposibilidad moral. No hay medio más seguro para que de hecho triunfe el honor y la virtud que convertirlos en factores estratégicos.

Esta imposibilidad se prolongaría incluso después de la victoria, porque en la acción común Francia habría empezado al menos a reencontrar una vida, un alma, una unidad. Un retorno de la salud moral eliminaría el veneno de las divisiones, que es lo único que queda de la vida política pasada —ya que incluso los odios de 1934 y 1936 subsisten todavía en gran medida—, y ya no habría más terreno propicio para las manejos políticos.

Hay allí, por otra parte, un problema cuyo alcance supera con mucho el destino de Francia. En Rusia, el totalitarismo alemán ha chocado con otro totalitarismo que no solo se le parece mucho, sino que le ha servido de modelo real. Por el lado de Estados Unidos, Alemania choca con el poder del dinero. La población estadounidense pone su esperanza en ese poder, como muchos franceses cuando los muros aparecían pintados con la consigna: «Venceremos porque somos más poderosos», con comentarios que mostraban que «poderosos» quería decir «ricos».


Viene de:

Kepa Bilbao, Tucídides y Las Guerras del Peloponeso
El realismo bélico o «realpolitik» afirma que la moral no ha lugar en las relaciones internacionales y que razonar en términos éticos carece de sentido. Tucídides considerado el primer historiador, se suele citar como uno de los primeros referentes de la corriente realista.