Shakespeare: la muerte de Julio César
Es ventura el morir si eso se admite; y de César así somos amigos: de su miedo a morir mermando días. Inclinaos, Romanos; hasta el codo en la sangre de César, que hoy se bañen vuestras manos; y tintas vuestras armas, al Foro aproximémonos, dando el grito de paz, de libertad e independencia.
Un personaje recurrente en la mini-serie de conspiraciones ha sido Julio César. Borges incluso lo conectó con el teatro repetitivo de la historia de las conjuraciones, y mencionó directamente su muerte dramatizada por Shakespeare (y la advertencia no leída que pudo haber salvado su vida) en su Tema del Traidor y del Héroe. Entonces se nos hace imposible, inevitable, no traer en este trip de ficción filosófica la famosa tragedia del dramaturgo de Avon. Inevitable porque, si trajimos a Dante, había que traer a Shakespeare; como escribió T. S. Elliot: “Dante y Shakespeare se dividen el mundo entre ellos. No hay un tercero”.
Inevitable porque Borges y otros citan tantas veces esta historia, que nos va a servir de hilo conductor en otro futuro. Ineludible porque el relato susodicho del argentino usaba de trama una trama irlandesa para independizarse del Reino Unido. Inexorable porque Shakespeare escribió esto para mostrar la repetitividad del Tiempo: “¡Cuántas veces verá el porvenir tan gloriosa escena, representada por nuevas gentes, con acentos hoy desconocidos!” La obra, puesta en escena por primera vez en 1599, fue escrita en un tiempo en que Inglaterra temía por la salud de Isabel I, y ahora acabamos de vivir el final completo de la salud de Isabel II. La primera era hija de Ana Bolena—mencionada en esta mini-serie en el artículo de la Enciclopedia Británica sobre las traiciones en el Reino Unido. Antes de ser reina, Isabel fue apresada por su media hermana, la reina María I, por miedos a que conspire contra ella para hacerse con la corona. Isabel no se casó y no dejó herederos, y había hecho encarcelar y ejecutar a María I de Escocia—no es la misma María I, pero también mencionada en la Británica—por traición, en una trama relacionada a quién debía ocupar el trono inglés. Se temía una muerte adelantada de la reina, y una guerra civil—como la que destruyó la república romana. A la muerte de Isabel, el hijo de esta segunda María tomó el trono y unió los reinos de Inglaterra y Escocia.
Se entenderá entonces el por qué de los miedos en los ingleses, y la motivación para este drama de Shakespeare, en el que Julio César no es bien visto. Shakespeare se basó en lo escrito por Plutarco, y en su percepción del dictador romano como un avaro, un usurpador, un personaje maquiavélico. Shakespeare, al parecer, tampoco tenía muy buena opinión de Maquiavelo: lo nombra en dos obras distintas (Henry VI y The Merry Wives of Windsor) y usa su filosofía en algunos de sus príncipes y en sus tramas. En esta escena repite alto y claro lo que vimos que escribió el toscano: en una conjuración, buscar amigos a los que no les tiemble el pulso. Se entenderá también por qué no había escapatoria de esta lectura, en la que Julio César ni siquiera es el personaje principal de la obra: muere a principios del tercer—y famoso—acto, que leemos a continuación. Bruto y Casio, otros dos personajes repetitivos y principales de este trip sobre conjuraciones, sobre amistad, se hacen con el centro del escenario, anunciando que serán tomados, como lo han sido algunas veces, por libertadores de su patria.
(Traducción en verso por Guillermo Macpherson, 1885—se respeta el español original de la época.)
Autor: Wiliam Shakespeare
Drama: Julio César (c. 1599)
Acto 3
Escena 1
Entran CÉSAR, BRUTO, CASIO, CASCA, DECIO, METELO, TREBONIO, CINA, ANTONIO, LÉPIDO, POPILIO, PUBLIO y otros.
CÉSAR. Ya los idus de marzo aparecieron.
ADIVINO. Verdad es, César, pero no pasaron.
ARTEMID. ¡César, salud! Estos renglones lee.
DECIO. Trebonio te suplica que repases,
En cuanto puedas, esta humilde instancia.
ARTEMID. ¡Oh César! preferencia da á la mía,
Que atañe más á César. Lee, gran César.
CÉSAR. La última será, pues que me atañe.
ARTEMID. César, no te detengas.—Presto lee.
CÉSAR. ¿Pero está loco?
PUBLIO. Deja el paso franco.
CASIO. Hasta en la calle pretender te ocurre. Al Capitolio vé.
(César entra en el Capitolio. Los demás le siguen. Todos los Senadores se levantan.)
POPILIO. Ojalá que prospere nuestra empresa.
CASIO. ¿Qué empresa, dí, Popilio?
POPILIO. Buenos días.
(Adelántase hacia César.)
BRUTO. ¿Qué te dijo Popilio?
CASIO. Que ojalá nuestra empresa prosperara.
Me temo que conozcan nuestros planes.
BRUTO. Ve, va en busca de César. Mira.
CASIO. Casca,
Prontitud, que se teme que lo eviten.
¿Qué hacemos, Bruto? Si esto se descubre,
O Casio ó César ya tornar no pueden;
Que muerte me daré.
BRUTO. Firmeza, Casio.
Popilio Lena á nuestro plan no alude.
Impávido está César y él sonríe.
CASCA. Trebonio alerta está. Míralo, Bruto.
De aquí alejar á Marco Antonio intenta.
(Se van Antonio y Trebonio. César y los Senadores ocupan sus asientos.)
DECIO. ¿Dónde Metelo está? Dirija luégo
Su pretensión á César.
BRUTO. Ya principia. Acércate y secúndalo.
CINA. Tu mano, Casca, será la que primero hiera.
CASCA. ¿Estamos listos todos?
CÉSAR. ¿Y qué pueden
César hoy remediar y su Senado?
METELO. Excelso, insigne, prepotente César.
Su humilde corazón Metelo Címber
A tus pies pone. (Arrodillándose.)
CÉSAR. Címber, te lo vedo.
Santa abyección, tan torpes cortesías.
Del vulgo, acaso, encenderán la sangre,
Transformando las leyes y sentencias
En infantiles juegos. No imagines
Que es de César la sangre tan rebelde
Que disolver es dado su carácter
Con lo que puede derretir al necio.
Es decir, con melífluas palabras,
Con bajas y serviles reverencias,
Y con halagos propios de lebreles.
Una sentencia desterró á tu hermano;
Si, humillado, por él pides y halagas,
Te aparto de mi senda como a un perro.
Que César no es injusto ten sabido,
Y que sólo razones le convencen.
METELO. ¿Y no habrá voz más apta que la mía
Que pueda penetrar con más dulzura
En los oídos del insigne César
Porque el destino de mi hermano anule?
BRUTO. Sin adularte, yo beso tu mano,
Suplicándote, César, que retorne
Al punto Publio Címber.
CESAR. ¡Cómo! ¡Bruto!
CASIO. ¡Perdón, César, perdón! Casio se postra
Humilde hasta tus plantas, y te ruega
El destierro anular de Publio Címber.
CÉSAR. Si fuese cual vosotros, cedería;
Si, por ventura, yo rogar supiese,
Cediera á ruegos. Pero soy tan firme
Cual la estrella polar, que, fija, inmóvil,
Par del cielo en la bóveda no tiene.
Chispas sin fin el firmamento ostenta;
De fuego todas son, todas brillantes;
Mas su puesto ocupar sabe una sola.
En el mundo es igual. Hombres lo pueblan.
De carne y hueso son, é inteligentes;
Mas existe, entre tantos, solo uno
Que mantenga su puesto invulnerable
Sin cejar una vez,—y yo soy ese.
Por tanto, que aun en esto se conozca.
Firmeza tuve al desterrar á Címber,
Y firmeza igualmente disponiendo
Que quede desterrado.
CINA. ¡César!
CÉSAR. ¡Fuera!
¿Acaso á conmover vais el Olimpo?
DECIO. ¡Gran César!
CÉSAR. ¿No está Bruto inútilmente
De rodillas?
CASCA. ¡Por mí las manos hablen!
(Casca hiere á César en el cuello. César le coge el brazo. Hiérenle luégo varios conspiradores; el último Marco Bruto.)
CÉSAR. ¿Tú también, Bruto?—Muere, entonces, César.
(Muere.—El Senado y el pueblo se retiran en tropel.)
CINA. Independencia y libertad. Ha muerto
La tiranía.—¡Presto! por las calles
Volando id y proclamadlo á gritos.
CASIO. A la tribuna algunos, y que griten:
¡Independencia, libertad y fueros!
BRUTO. No hay que asustarse, pueblo y Senadores.
Quedaos aquí. Permaneced tranquilos.
Ha satisfecho la ambición su deuda.
CASCA. Ocupa, Bruto, la tribuna.
DECIO. Casio, Ocúpala también.
BRUTO. ¿Dónde está Publio?
CINA. Aquí, por los sucesos aturdido.
METELO. Defendámonos juntos, que no vaya
Algún parcial de César...
BRUTO. De defensa no habléis. Animo, Publio,
Que ni á tí ni á ningún otro Romano
Se pretende ofender. Publio, así dílo.
CASIO. Déjanos, Publio; que pudiera el pueblo
Maltratar tu vejez, si nos ataca.
BRUTO. Hazlo. Del acto responsables sean
Nadie más que nosotros los autores.
(Vuelve á entrar TREBONIO.)
CASIO. ¿En dónde Antonio está?
TREBONIO. Fuese á su casa
Lleno de horror. Hombres, mujeres, niños.
Cual si el juicio final llegado hubiera,
Huyen sobrecogidos dando voces.
BRUTO. Hado, tu voluntad conoceremos;
Sabemos que morir es necesario.
Sólo el instante en que ha de ser, los días
Que le restan aún, preocupa al hombre.
CASIO. Quien de su vida merma veinte años,
Esos al miedo de la muerte merma.
BRUTO. Es ventura el morir si eso se admite;
Y de César así somos amigos,
De su miedo á morir mermando días.
Inclinaos, Romanos; hasta el codo
En la sangre de César que hoy se bañen
Vuestras manos; y tintas vuestras armas,
Al Foro aproximémonos, llevando
Enhiesto el rojo hierro, dando el grito
De paz, de libertad é independencia.
CASIO. Inclinaos, bañaos. ¡Cuántas veces
Verá lo porvenir representada
Por nuevas gentes tan gloriosa escena,
Y con acentos hoy desconocidos!
BRUTO. ¡Cuántas veces en mero simulacro
Sangrará César, que cual polvo yace
A los pies de la estatua de Pompeyo!
CASIO. Y dirán de nosotros, si eso ocurre,
Que libertad á nuestra patria dimos.
DECIO. Decid, ¿nos vamos?
CASIO. Todos. Bruto guíe,
Y su huella honrarán los más valientes,
Los más honrados hombres que hay en Roma.
Entra un SIERVO
BRUTO. ¡Callad! ¿Quién es? Satélite de Antonio.
SIERVO. Que me arrodille así manda mi amo;
Que así me humille Marco Antonio manda,
Y postrado decir: «Ilustre es Bruto,
Hábil, valiente, honrado. César era
Grande, atrevido, regio y bondadoso.
Que estimo á Bruto dí, que lo venero;
Dí que estimaba y veneraba á César.
Si Bruto da seguridad á Antonio
Para venir á verlo, y le convence
De que César la muerte merecía,
No ha de estimar en menos Marco Antonio
Al vivo Bruto que al difunto César;
Y con fe la fortuna y el partido
Del digno Bruto seguirá, los riesgos
De situación tan crítica afrontando.»
Esto decir me ordena mi amo Antonio.
BRUTO. Romano discretísimo y valiente
Siempre he juzgado á tu señor. Responde
Que ha de quedar, si viene, satisfecho;
Y sin ofensa partirá, lo juro.
SIERVO. Vendrá inmediatamente. (Se va.)
BRUTO. Por amigo
Lo tendremos sin duda.
CASIO. Así sea;
Mas algo en mí despierta mis recelos,
Y mis presagios acertaron siempre.
(Vuelve á entrar ANTONIO.)
BRUTO. Antonio llega. Bien venido, Antonio.
ANTONIO. ¡Oh excelso César, tan postrado yaces?
¡Conquistas, glorias, triunfos y trofeos
Se han reducido á tan pequeño espacio?
Quédate en paz.—Patricios, desconozco
Lo que pensáis hacer; quiénes más deben
Su sangre derramar en este día;
Quién trasciende cual él: si por acaso
Fuese yo, no habrá hora cual la hora
En que ha espirado César; ni arma alguna
Que valga la mitad de lo que valen
Los hierros que ostentáis, enrojecidos
Con la sangre más noble de este mundo.
Si os fuese odioso yo, lo que os parezca
Ahora podéis hacer, mientras humeen,
Mientras chorreen vuestras manos rojas.
Aunque viva mil años, tan dispuesto
Cual hoy nunca estaré; ni sitio alguno
Tanto me agradará cual junto á César;
Ni otra muerte que muerto por vosotros,
Los genios de esta edad, los escogidos.
BRUTO. ¡Oh Antonio! Por tu muerte no supliques,
Aunque cruel y sanguinario aspecto
Nuestras manos nos dan y nuestra empresa,
Nuestras manos contemplas solamente
Y la sangrienta acción que ejecutaron,
No nuestros corazones compasivos.
La compasión de Roma por los males.
La compasión. Cual mata al fuego el fuego,
Mató á la compasión con esta hazaña.
En cuanto á tí, de plomo son las puntas
De las espadas nuestras, Marco Antonio,
Sin rencor nuestras almas, y con temple
Fraternal, corazones te reciben
Llenos de amor, de estima y de respeto.
CASCA. Cual la que más tu voz será escuchada
Al repartir futuras dignidades.
BRUTO. Ten calma por ahora, que precisa
Apaciguar el miedo de las gentes.
Después te contaré por qué motivos
Herí, no obstante mi amistad, á César.
ANTONIO. No pongo en duda vuestro recto juicio.—
Déme uno á uno su sangrienta mano.
Marco Bruto, la tuya la primera;
Después la tuya, Cayo Casio. Ahora
La tuya, Decio Bruto; tú, Metelo;
Tú, Cina; tú también, valiente Casca;
Tú, el último nombrado, buen Trebonio,
Mas no por eso en mi amistad postrero.
¿Qué decir? Todos sois á cual más nobles.
Va mi opinión por suelo que resbala.
Mal de mí juzgaréis de todos modos,
Adulador creyéndome ó cobarde.
Profunda era mi amistad, ¡oh César!
Si tu espíritu, pues, ahora me mira,
Dí, ¿no te dolerá más que la muerte
Contemplar á tu Antonio hacer las paces
Con los que fueron enemigos tuyos,—
Dignísimos—delante de tu cuerpo,
Sus manos estrechando ensangrentadas?
Si ojos tuvieras cual heridas tienes,
Si lloraran cual vierten ellas sangre
Me cuadrara mejor que pacto alguno
De amistad proponer á tus contrarios.
Julio, perdón.—Aquí, ciervo valiente,
Te cazaron. Aquí por fin caíste.
Allí tus cazadores, señalados
Con tus despojos y en tu muerte tintos.
¡Oh mundo! bosque de este ciervo fuiste
Mientras el fué tu corazón, ¡oh mundo!
A derribado ciervo te asemejas...
Por príncipes herido.
CASIO. ¡Marco Antonio!
ANTONIO. Cayo Casio, perdón. Esto de César
Dirán sus enemigos. En su amigo
Es ensalzarlo con frialdad.
CASIO. No culpo
Que á César glorifiques; mas ¿qué intentas?
¿Entre nuestros amigos te contamos,
U obrar debemos sin contar contigo?
ANTONIO. Ya la diestra os tendí; mas, francamente,
Me aparté del asunto viendo á César.
Soy vuestro amigo, y os aprecio á todos;
Mas quiero que digáis por qué motivo
Habéis juzgado peligroso á César.
BRUTO. Espectáculo digno de salvajes
Este fuera, si no. Nuestras razones
Serán tan poderosas, que si fueses
De César hijo, Antonio, te bastaran.
ANTONIO. Pues eso busco, y además pretendo
Que su cadáver se conduzca al Foro,
Y desde la tribuna, cual amigo,
Dejadme celebrar sus funerales.
BRUTO. Lo harás, Antonio.
CASIO. (Aparte á Bruto.) Bruto, una palabra.
No sabes lo que haces. No consientas
Que hable en sus funerales Marco Antonio.
¿Sabes tú, por ventura, hasta qué punto
Conmoverá á las gentes lo que diga?
BRUTO. (Aparte á Casio.)
Perdóname.—Yo mismo la tribuna
Antes pienso ocupar; y, los motivos
De la muerte de César exponiendo,
Diré que todo lo que Antonio diga
Es con nuestra sanción y nuestra venia.
Que con César queremos que se cumplan
Los ritos todos que le son debidos.
Y esto provecho nos hará, no daño.
CASIO. (Aparte á Bruto).
No sé qué pasará, mas no me agrada.
BRUTO. Antonio, el cuerpo de tu César toma.
La fúnebre oración que pronunciares
No ha de inculparnos, aunque en pro de César
Puedes decir cuanto te ocurra, y venia
Que nuestra tienes para hacerlo anuncia;
Si no, tu intervención no consentimos
En este funeral. Hablar te toca
De la tribuna misma que yo ocupe,
Y cuando acabe mi discurso.
ANTONIO. Sea. Eso no más deseo.
BRUTO. El cadáver recoge, pues, y vente.
(Se van todos menos Antonio.)
ANTONIO. Perdón te pido, polvo ensangrentado,
Si humilde y débil soy con tus verdugos.
¡Oh despojos del hombre más insigne
Que navegó del tiempo en la corriente!
Maldecidas las manos que vertieron
Esta preciosa sangre. Profetizo
Ante estas tus heridas, mudas bocas
Cuyos rojizos labios entreabiertos
De mi lengua expresión y frases piden,
Que maldición fatal sobre las almas
De los hombres caerá. Civiles luchas,
Domésticos rencores implacables
Asolarán del Norte al Sur á Italia.
Dominará la destrucción, la sangre,
Y serán tan comunes los horrores,
Que las madres, al ver cuál descuartiza
Bélica furia á sus nacientes hijos,
Con sonrisas verán la horrible escena;
Ahogará á la piedad bárbaros usos;
Y de César la sombra vengadora
Con Ate en su compaña, que candente
Vendrá de los infiernos, á esta tierra
Con regio acento gritará: «matanza»,
Los perros de la guerra desatando;
Y el hálito de hazaña tan inicua
Del suelo ascenderá con los gemidos
De humanos cuerpos que sepulcros piden.
(Entra un SIERVO.)
¿Al servicio no estás de Octavio César?
SIERVO. Es verdad, Marco Antonio.
ANTONIO. César le ha escrito que viniera á Roma.
SIERVO. Llegó á sus manos esa carta, y viene.
Y me ordenó decirte de palabra...
¡Oh, César!... (Viendo el cadáver de César.)
ANTONIO. ¿Te has conmovido?—Lejos véte y llora.
Es contagiosa tu aflicción; mis ojos
Contemplando esas gotas en los tuyos,
Llanto vierten también.—¿Viene tu amo?
SIERVO. A siete leguas estará de Roma. Esta noche.
ANTONIO. Pues vuelve de seguida,
Y díle lo que ocurre. Roma es esta,
Llena de luto.—Roma peligrosa,
No Roma para Octavio todavía.—
Vé y dílo.—Pero espera, no te vayas
Hasta que lleve al Foro este cadáver.
Allí, al hablar, veré cómo las gentes
Juzgan el acto cruel de estos verdugos;
Y, según lo que ocurra, puedes luego
Llevar á Octavio más precisas nuevas.
Ven. Préstame tu ayuda.
(Se van con el cuerpo de César.)
Nombra a:
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Cf. de Conectorium:
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