Sami Hadawi y la cuestión palestina en la ONU (1968)
El corpus literario de un autor no es más que un muestrario de sus obsesiones. Aunque haya otros escritos, la preocupación principal es clarísima. Lo mismo sucede con el corpus literario de un pueblo, un grupo y hasta un género. Durante mucho tiempo, la literatura femenina se vio restringida por la búsqueda de liberación, por la causa feminista, y esa era su concentración. Lo mismo sucedió con la literatura judía, y lo mismo sucede todavía con la palestina, que apenas puede escapar de hablar sobre sus reivindicaciones. En épocas de lucha, la producción del grupo enfrascado en ella no puede escapar de la cuestión que los consume; otra cosa no tiene mucho eco y hasta parece falta de tino. Lo vemos también en los noticieros, que no pueden mostrar otra cosa que el tema de moda. Se escribe sobre lo que interesa, ya sea al público o al autor.
En el campo de la información y la propaganda, la diferencia entre la literatura judía y la palestina es abismal. La judía es fácil de encontrar, está en todos los idiomas, sabe copar los medios y es fácil de reproducir. La palestina, en cambio, es más difícil de conseguir fuera del mundo árabe; en inglés goza de menos espacios y en español es casi inexistente.
Lo que leemos a continuación es la traducción de un texto que apenas existe en inglés. Me hubiera gustado traducir un ensayo de Isidor Feinstein Stone titulado Holy War, publicado en The New York Review en agosto de 1967, porque revisa el dossier especial de la revista Les Temps Modernes de julio de 1967 titulado Le conflit israélo-arabe, publicado con motivo de la Guerra de los Seis Días del mes anterior. El editor de la revista era Jean Paul Sartre, y en la edición se publicaron 12 ensayos árabes y 12 judíos, así como una cronología del conflicto y las recientes resoluciones de la ONU. Pero este ensayo —que se sirve de la crítica literaria para revisar el irremediable conflicto y sus posiciones intransigentes— sería otro más escrito por un judío, cuando lo que queremos es escuchar ambos discursos. Es, también, quizás muy largo para traerlo aquí (40 minutos de lectura), sobre todo para quienes llegaron a este espacio por escritos cortos con filosofía para la vida personal y ahora se encuentran bombardeados con filosofía e historia política (¿qué puede hacer uno contra sus obsesiones?). Me hubiera gustado también traducir alguno de los ensayos originales del dossier, pero se me hizo imposible encontrarlo (todavía) incluso en su original francés.
Uno de los expositores del lado «árabe» fue Sami Hadawi, con un ensayo llamado Las reivindicaciones «bíblicas» e «históricas» de los sionistas sobre Palestina. Hadawi, escritor y académico palestino, hijo de padres cristianos, nació en 1904 en Jerusalén cuando ésta era parte del Imperio Otomano. Murió en 2004, a los 100 años, en Toronto. Historió y documentó el conflicto de 1947-48. Conocía las estadísticas de la población de las aldeas palestinas antes de la Nakba, habiendo sido censor de Palestina durante el Mandato Británico. Supo, entonces, como nadie más, cuánta gente fue expulsada de su tierra, en la que él era una eminencia. Sufrió con su familia y su gente la expulsión y el exilio, y luego trató el tema de los refugiados como lo hicieron pocos. Desde 1952, en Nueva York, trabajó como “especialista en tierras para la Comisión de Conciliación para Palestina de las Naciones Unidas”. Durante toda su vida, su literatura y su trabajo se vieron marcados inevitablemente por este tema. Fundó institutos y oficinas para estudiarlo y contrarrestar la fuerza judía en el campo de la información.
En 1968, cuando las acciones del gobierno israelí fueron, una vez más, sujetas al escrutinio de la ONU, Hadawi documentó y presentó el debate hecho sobre el tema en el panfleto El Caso de Palestina ante la 23ª sesión de las Naciones Unidas (de octubre a diciembre de 1968). De este libreto leemos un par de extractos, primero de la introducción, luego de algunas declaraciones.
No se puede dejar de notar que, después de cada ronda de enfrentamientos, pasa siempre lo mismo: la ONU saca una resolución favorable a Palestina, la opinión pública aumenta su simpatía por la causa palestina, pero Israel hace caso omiso de las resoluciones y termina ejerciendo poder real sobre cada vez más territorio. Lo que pasó en 1968 comparado con lo que pasa ahora, incluyendo la postura de los Estados Unidos y la de la prensa, parece seguir el mismo guión inicial. ¿Será la guerra actual una vuelta más de este círculo? ¿Se romperá el ciclo algún día?
Panfleto: El Caso de Palestina ante la 23ª sesión de las Naciones Unidas
Publicado en 1969.
>Prefacio
El problema de Palestina ha estado en la agenda de las Naciones Unidas desde que surgió por primera vez en 1947. Ningún tema sobre el que se haya discutido, debatido y escrito ha dado lugar a tantas resoluciones como el problema de Palestina. La guerra de junio de 1967 trajo consigo más sufrimientos y tragedias humanas y más resoluciones, las que, como las anteriores, siguen sin aplicarse.
El objetivo de este folleto es presentar a la opinión pública mundial el caso de los árabes de Palestina tal como fue expuesto en el vigésimo tercer período de sesiones de la Asamblea General y ante la Comisión Política Especial en sus debates de 1968.
El problema también se presentó ante el Consejo de Seguridad en tres ocasiones en 1968: dos veces cuando los israelíes atacaron el campo de refugiados de El-Karameh y la ciudad de Es-Salt en la orilla oriental de Jordania, y una vez cuando fuerzas comando israelíes, en cuatro helicópteros, atacaron el aeropuerto civil de Beirut, Líbano, destruyendo trece aviones de pasajeros. Israel fue condenado por las tres acciones.
El desprecio israelí por las resoluciones de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad “para garantizar la seguridad, el bienestar y la protección de los habitantes de las zonas donde se han llevado a cabo operaciones militares y para facilitar el regreso de esos habitantes a sus hogares” también fue examinado por la Comisión de Derechos Humanos y la Conferencia de Teherán* sobre Derechos Humanos. Ambos órganos respaldaron las resoluciones de la Asamblea General y del Consejo de Seguridad y pidieron a las autoridades israelíes que cumplieran las disposiciones de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
Las resoluciones adoptadas por estos órganos de las Naciones Unidas se tratan en el capítulo 1.
>Extracto de la Introducción
Si el Problema Palestino se ha vuelto más complicado y la situación en Oriente Medio más crítica, ello se debe principalmente a dos factores:
- La incoherencia en la política de los Estados Unidos a la hora de aplicar por igual a amigos y enemigos los principios de la Carta de las Naciones Unidas relativos a la comisión de agresiones de un Estado Miembro contra el territorio de otro;
- La actitud tendenciosa de gran parte de la prensa occidental al informar sobre el problema palestino, ya sea ocultando o distorsionando los hechos con el fin de engañar a la opinión pública.
En cuanto a la primera, la Carta de las Naciones Unidas prohíbe claramente la agresión por parte de un Estado miembro contra la integridad territorial de otro y, en caso de producirse, establece las medidas que deben adoptarse. Las acciones de Estados Unidos en Corea, en nombre de las Naciones Unidas, y su subsecuente envolvimiento en Vietnam son un ejemplo.
Pero si comparamos la postura del Gobierno de Estados Unidos ante la situación checoslovaca que se produjo en 1968 con su posición ante la agresión israelí en 1967 contra tres Estados árabes miembros, encontramos que se han aplicado códigos de conducta diferentes. En el primer caso, Estados Unidos exigió la pronta convocatoria del Consejo de Seguridad y presentó un proyecto de resolución condenando la acción soviética como invasión y ordenando la retirada inmediata. En el segundo caso, Estados Unidos se opuso a que las Naciones Unidas condenaran la agresión y ordenaran la retirada. Y cuando, en relación con Jerusalén, la Asamblea General y el Consejo de Seguridad pidieron a las autoridades israelíes “que rescindan todas las medidas ya adoptadas y desistan inmediatamente de emprender cualquier acción que pueda alterar el estatus de Jerusalén”, el Gobierno de Estados Unidos se abstuvo en la votación. De este modo, se permitió a las autoridades israelíes aferrarse a los territorios ocupados, utilizando la cuestión de la retirada para negociar un acuerdo en sus propios términos.
Hubo incluso incoherencia en las posturas de los presidentes Eisenhower y Johnson. En 1956, cuando los israelíes atacaron y ocuparon la península del Sinaí y la franja de Gaza, el presidente Eisenhower insistió en la retirada completa y declaró: “Israel insiste en garantías firmes como condición para retirar sus fuerzas de invasión... Si estamos de acuerdo en que el ataque armado puede lograr adecuadamente los propósitos del agresor, entonces me temo que habremos hecho retroceder el reloj del orden internacional. Habremos tolerado el uso de la fuerza como medio para resolver diferencias internacionales y obtener ventajas nacionales... Si las Naciones Unidas admiten una vez que las disputas internacionales pueden resolverse mediante el uso de la fuerza, habremos destruido los cimientos mismos de la organización y nuestra mejor esperanza de establecer un verdadero orden mundial... No puede haber paz sin ley, y no puede haber ley, si invocamos un código de conducta internacional para los que se nos oponen y otro para nuestros amigos”.
Al defender los principios de la Carta de las Naciones Unidas y garantizar con valentía su pronta adhesión y cumplimiento, el presidente Eisenhower evitó que se produjera una grave situación en Oriente Próximo, se ganó el respeto de los árabes y dio a las Naciones Unidas una fuerza muy necesaria. Además, las naciones pequeñas empezaron a sentirse seguras de que su independencia política y su integridad territorial serían respetadas y salvaguardadas frente a cualquier ataque exterior.
A los israelíes no les gustó ver frustrados sus planes de expansión. Decidieron esperar otra oportunidad, y ésta se presentó en 1967. Cuando se hizo evidente que un ataque israelí era inminente, el presidente Johnson emitió una advertencia a “los líderes de todas las naciones de Oriente Próximo” el 23 de mayo de 1967, en la que afirmaba la postura de anteriores presidentes de Estados Unidos sobre la situación en Oriente Próximo y decía que “Estados Unidos está firmemente comprometido con el apoyo a la independencia política y la integridad territorial de todas las naciones de esa zona”. “Estados Unidos”, dijo, “se opone firmemente a la agresión por parte de cualquiera en la zona, en cualquiera de sus formas, abierta o clandestina....”. Y añadió: “Siempre nos hemos opuesto —y nos oponemos en otras partes del mundo en este mismo momento— a los esfuerzos de otras naciones por resolver sus problemas con sus vecinos por la vía de la agresión. Seguiremos haciéndolo....” En esta última declaración, el Presidente se refería sin duda a la guerra de Vietnam.
Los árabes de entonces no tenían motivos para dudar de la palabra del presidente estadounidense. Pero cuando se produjo la agresión de Israel, Johnson dio marcha atrás inmediatamente, para desconcierto de muchos árabes amigos, y los compromisos asumidos voluntariamente nunca se cumplieron. Así pues, si la situación en Oriente Próximo se deteriora hoy en día, es únicamente por el aliento y el apoyo que los israelíes tienen, y siguen recibiendo, de Estados Unidos. En su actitud hacia el problema, el presidente Johnson invocó “un código de conducta internacional” que no se ajusta a las disposiciones de la Carta de las Naciones Unidas, ni a la política aplicada por el presidente Eisenhower en la crisis de Suez en 1956, que él declaró que mantendría. La decisión de suministrar a Israel aviones de combate Phantom en un momento en que los israelíes bombardeaban ciudades y pueblos jordanos, y de no retirar la decisión cuando comandos israelíes atacaron el aeropuerto civil de Beirut, indica con toda claridad que el Gobierno de Estados Unidos estaba totalmente del lado de Israel contra los árabes.
En cuanto al segundo punto —la actitud tendenciosa de la prensa—, se ha hecho creer a la opinión pública que la supuesta intransigencia y beligerancia árabes son responsables de la actual crisis en Oriente Medio. Sin embargo, si se expusieran todos los hechos a la opinión pública, pronto se comprendería que los israelíes, y no los estados árabes, son los culpables del actual punto muerto. He aquí un vívido ejemplo...
“La declaración fue totalmente ignorada por la prensa y la opinión pública ignoró la situación real. La prensa de los Estados Unidos, al arrogarse el derecho de informar sobre lo que dijo el Ministro de Asuntos Exteriores de Israel en defensa de la agresión y en desafío a la Carta y las resoluciones de las Naciones Unidas, y al ignorar la declaración objetiva e imparcial del Secretario General, que representa a 126 naciones, así como lo que los representantes de los dos estados árabes miembros habían declarado que era su política y su contribución a un arreglo y a la paz en Oriente Medio, ha hecho un gran daño a la causa del entendimiento y la paz...”
>Capítulo 4: El debate
>>Sección: Posturas de otros delegados
>>>Sub-sección: La reivindicación sionista sobre Palestina
Los árabes rechazan la reivindicación sionista de un derecho judío exclusivo sobre Palestina. Considerar que Palestina es el hogar espiritual y temporal exclusivo de los judíos, como proclama el sionismo, es ignorar los derechos de los habitantes de Palestina que no profesan, o han dejado de profesar, la religión judía. Es cierto que existe una relación entre Palestina y la fe judía, pero esa relación es al menos igual de importante para el cristianismo y el islam, y no constituye una base válida para reivindicaciones políticas o territoriales. Los palestinos que fueron expulsados de su patria por la fuerza de las armas eran descendientes de los habitantes de Tierra Santa que, en un momento u otro de su historia, se habían convertido al cristianismo o al islam.
Debe entenderse que los hebreos entraron a Tierra Santa —entonces Canaán— como invasores y fueron sido resistidos, a menudo con éxito, por la población local. Además de las pruebas de la Biblia, existen pruebas arqueológicas irrefutables de las circunstancias que rodearon la invasión en forma de cartas contemporáneas de los reyes de Canaán —los antiguos reyes de Palestina— a los faraones egipcios pidiendo ayuda contra los invasores nómadas hebreos de Mesopotamia. Transcurrieron siglos antes de que la invasión culminara con éxito con la ocupación de Jerusalén por el rey David en el año 1000 a.C. Herodes, rey de Judea en tiempos de los romanos, era palestino, no hebreo; y después de su reinado, un gran número de hebreos y otros judíos se convirtieron al cristianismo. Los palestinos actuales, ya sean cristianos o musulmanes, bien podrían ser de origen hebreo, y el mero hecho de que sus antepasados hayan elegido el cristianismo como religión no es razón para que pierdan el derecho a vivir en su patria ancestral.
El Evangelio según San Juan describe cómo los judíos, o hebreos, se habían convertido al cristianismo en tiempos de Cristo, y cómo el pueblo de Jerusalén acogió a Cristo como Rey de Israel. Además, si la reivindicación sionista se basa en la promesa de Dios a Abraham, hay que recordar que los musulmanes también se consideran descendientes de Abraham, a quien se le prometió la tierra de Canaán, y que ellos también la llaman la Tierra Prometida. En cualquier caso, ¿quién podría demostrar hoy que los cristianos y musulmanes de Palestina no son descendientes de Abraham y sí lo son los polacos o los judíos de otros orígenes?
Nadie podría afirmar en los tiempos modernos que todos los judíos pertenecen al mismo grupo étnico y tienen el mismo origen. El antropólogo Harry Shapiro ha afirmado inequívocamente, en la página 74 de su obra El pueblo judío, que a la luz de su pasado, resulta extraño que se considere con frecuencia a los judíos como una raza distinta y que se hagan tantos esfuerzos para demostrarlo. El pueblo palestino fue privado de su derecho a vivir en su patria ancestral con un pretexto histórico que no tiene ningún valor moral ni jurídico y que carece de todo fundamento válido, como han admitido muchos historiadores judíos.
El sionismo debería disociarse completamente del judaísmo porque, como ya han señalado muchas autoridades judías, el sionismo es un concepto temporal, racista y belicoso que no podría ser aceptado por una religión universal y tolerante, como lo es el judaísmo. El rabino Benjamin de Israel es citado en el dossier de Les Temps Modernes diciendo, entre otras cosas, que los judíos no tienen derecho a crear un hogar nacional y a realizar su ideal a través de la propiedad ajena.
Otra autoridad judía, Joseph Reinach, escribió en el Journal of Debates que no existe ni una raza judía ni una nación judía, sino sólo una religión judía, y que el sionismo constituye un triple error: histórico, arqueológico y étnico. Un gran estadista extranjero de origen judío, André Philip, no dudó en referirse al sionismo como idolatría pagana.
La gente habla del derecho al «retorno». ¿Por qué los palestinos, descendientes de los pueblos que poblaban Palestina antes de la conquista hebrea, no tendrían derecho a regresar a sus hogares, mientras que los sionistas, llegados de todos los rincones del mundo, reclaman ese derecho basándose en una historia antigua incierta?
Se ha demostrado que la mayoría de los sionistas son descendientes de pueblos que nunca vivieron en Palestina y que la mayoría de los invasores sionistas son judíos asquenazíes que, según la Enciclopedia Judía Universal, constituyen el 85% de los judíos del mundo. Según la misma fuente, los sionistas en su mayoría son descendientes de los jázaros, un pueblo que habitaba el Cáucaso meridional en Rusia y que se había convertido al judaísmo alrededor del año 740 d.C. principalmente por razones políticas.
Siendo así, ¿cómo podrían los descendientes de las tribus jázaras, que nunca conocieron Palestina, reclamar el derecho de «retorno» a un país que nunca han visto? Por otra parte, ¿no debería permitirse a los habitantes autóctonos de Palestina regresar a los hogares y campos a los que tienen todo el derecho, ya sea por ascendencia o por propiedad?
Por lo tanto, el sionismo no es un movimiento nacionalista legítimo. Le ha faltado un elemento esencial: un país que pueda llamar legítimamente suyo.
>>>Sub-sección: El derecho árabe sobre palestina
Tras dos décadas de debates en las Naciones Unidas, la cuestión palestina no ha perdido ni su urgencia ni su importancia. Pocos problemas han tenido una relevancia tan duradera, o han planteado cuestiones morales y políticas más fundamentales. La causa fundamental fue la negativa de la comunidad árabe de Palestina, a pesar de su sufrimiento y largo exilio, a renunciar a su reivindicación de su patria ancestral. Si hubiera aceptado ser absorbida por otros países árabes, no habría existido el problema de los refugiados y ni siquiera una crisis en Oriente Medio. Los que instan a los palestinos a abandonar su lucha por la supervivencia les están pidiendo que renuncien a su derecho a una patria que ha sido suya desde los albores de la historia, y que dejen de existir como comunidad simplemente porque una fuerza extranjera ha conquistado su país y los ha expulsado de sus hogares. Tal rendición a la fuerza bruta significaría un retorno a los días más oscuros de la historia, cuando la fuerza era el único árbitro en los asuntos humanos. El destino del pueblo de Palestina tiene implicaciones que afectan al futuro de los pueblos de todo el mundo, en particular de aquellos amenazados de forma similar por una fuerza superior en el sur de África y en otros lugares.
Una vez acordado que los árabes de Palestina tienen derecho a su patria y que se les debe permitir ejercer en libertad su derecho a la autodeterminación, la cuestión se simplifica. Quienes afirman que el pleno restablecimiento de los derechos árabes en Palestina tendría consecuencias desastrosas para el Estado de Israel y su pueblo parecen olvidar que la creación de ese Estado ya ha tenido consecuencias desastrosas para los árabes de Palestina. Los sionistas y sus partidarios han justificado las demandas de seguridad de Israel, que en realidad han significado libertad para consolidar sus conquistas, con el argumento de que los judíos tienen un derecho moral y un derecho legal superiores sobre la tierra de Palestina. Es sorprendente cómo hombres racionales y responsables pueden aceptar tales mitos. Balfour, el autor de la Declaración que lleva su nombre, dijo en 1922 que las cuatro grandes potencias estaban comprometidas con el sionismo, el cual, correcto o incorrecto, bueno o malo, tenía una importancia más profunda que los deseos y prejuicios de los 700.000 árabes que habitaban esa antigua tierra. La reivindicación legal y política de Israel sobre Palestina se basó en la Declaración Balfour y en la resolución 181(II) de la Asamblea General sobre la partición, ninguna de las cuales era válida: la primera era una promesa que el Reino Unido no tenía ni el derecho moral ni legal de hacer; la segunda violaba un principio básico de la Carta.
“De todas las fórmulas con las que se consoló el sionismo, ninguna fue más falsa y duradera que la frase de Israel Zangwill sobre «una tierra sin pueblo para un pueblo sin tierra». Martin Buber relató que Max Nordau, al enterarse por primera vez de que había una población árabe en Palestina, corrió hacia Herzl gritando: «No lo sabía — entonces, estamos cometiendo una injusticia». R. J. Zwi Werblowsky, decano de la facultad de Letras de la Universidad Hebrea, en el primer artículo de la sección israelí de esta antología [en Les Temps Modernes], escribe con admirable objetividad: «No cabe duda de que si la reacción de Nordau hubiera sido más general, habría paralizado gravemente el ímpetu del movimiento sionista». Éste se refugió, escribe, en «una miopía moral»”.