Rousseau: el abuso del gobierno y su degeneración (featuring Maquiavelo)

Contexto Condensado

Otro lunes de menjunje maquiavélico, hoy de la mano de Jean Jacques Rousseau (1712 - 1778).

Juan Jacobo es otro de los grandes de la Ilustración que tenía al francés como lingua franca. Nacido en Ginebra, su filosofía influyó desde la Revolución Francesa hasta la pedagogía; desde la constitución de los Estados Unidos hasta el naturalismo; porque fue botánico también, y también fue músico. Pensaba que “el hombre es bueno por naturaleza”, al contrario de lo que pensaba Maquiavelo; y como Maquiavelo, influyó con mucha fuerza en la teoría política. Su obra estrella en este campo es El Contrato Social, publicado en 1762, en la que juega con la relación entre el Estado y el individuo, y propone lo que dice el título, un contrato, uno mucho más respetuoso con la libertad individual de lo que existía en su época, por lo que se convierte en uno de los pilares fundacionales del liberalismo, y también de la igualdad.

Tanto era de igualdad, que como muchos igualitarios se enemistó con la naturaleza de la raza humana, lo que le provocó un enfrentamiento de por vida con la Iglesia Católica y, con muchas letras de por medio, con Voltaire; ahora los dos están enterrados a pocos metros de distancia, el uno frente al otro, en las dos tumbas más importantes del Panteón de París, lugar que nació para ser iglesia. Se enemistó también con otros ilustrados y liberales; e incluso siendo dramaturgo, escritor, compositor y coreógrafo, escribió que “las ciencias, las letras y las artes extienden guirnaldas de flores sobre las cadenas que los atan, anulan en los hombres el sentimiento de libertad original, para el que parecían haber nacido, y les hacen amar su esclavitud y les convierten en lo que se suele llamar pueblos civilizados”. Para él, las ciencias y las artes fomentaban el lujo y la esclavitud, y aumentaban el poder despótico.

Jean Jacques odiaba el despotismo y por eso fue perseguido por la ley a los meses de publicar, el mismo año, El Contrato Social, o los principios del derecho político (título completo de la obra) y Emilio, o de la educación. Ambos libros fueron quemados y prohibidos, y el autor tuvo que huir de Francia y de algunos cantones en Suiza para no acabar preso. Hoy sus ideas se ven reivindicadas: la libertad y la voluntad general son parte fundamental de las constituciones democráticas y republicanas. (Incluyendo la Constitución Federal de Suiza de 1849, que hemos visto citada en la serie paralela, donde también tocaremos su relación con el nacionalismo.) Como nota extra, en su trabajo: la suma de las voluntades particulares = voluntad general, o voluntad popular del pueblo soberano (aquí nace el famoso “el Soberano”).

Pero—te preguntarás—, ¿qué tiene que ver todo esto con Maquiavelo? Empecemos por el título del capítulo que leemos a continuación: Del abuso del gobierno y su propensión a degenerar, y dejemos que sea el mismo autor quien nos haga la conexión en una nota al pie (edición en español usando de base la de la Librería de B. Cormon y Blanc, de Lyon, de 1819).

Autor: Jean-Jacques Rousseau

Libro: El Contrato Social (1762)

Libro 3, Capítulo 10: Del Abuso del Gobierno y su Propensión a Degenerar

Así como la voluntad particular obra sin cesar contra la voluntad general, así también el Gobierno hace un esfuerzo continuo contra la Soberanía [del pueblo]. Cuanto más se aumenta este esfuerzo, más se altera la constitución, y como no hay otra voluntad de cuerpo que, resistiendo a la voluntad del Príncipe, haga con ella el equilibrio, debe suceder finalmente que el Príncipe tarde o temprano haya de oprimir al [pueblo] Soberano y romper el vínculo social. Éste es el vicio inherente e inevitable que desde el nacimiento del cuerpo político camina sin cesar a destruirle, así como la vejez y la muerte destruyen finalmente el cuerpo del hombre.

Hay dos casos generales en los que un Estado degenera, a saber, cuando se estrecha [cuando se limita el grupo que ejerce el poder], o cuando se disuelve.

El Gobierno se estrecha cuando pasa de un número grande a uno pequeño, es decir de la Democracia a la Aristocracia, y de esta a la Monarquía. Esta es su inclinación natural [nota 1]; si retrocediera del número pequeño al grande, se podría decir que se relaja [o que se libera], pero este progreso inverso es imposible.

De hecho, jamás el Gobierno cambia de forma sino cuando su propio resorte lo deja muy débil para conservar la suya. Así es que, si se relaja extendiéndose, su fuerza vendrá a ser ninguna, y por lo mismo no podrá subsistir. Es necesario pues subir o bajar el resorte a medida que él cede, porque de otro modo el Estado al que sostiene, se arruinará sin remedio.

La disolución del Estado puede suceder de dos maneras.

Primero, cuando el Príncipe no administra el Estado según las leyes, y usurpa el poder Soberano: entonces sucede un trastorno notable, y es que no es el Gobierno sino el Estado se constriñe; quiero decir, que el grande Estado se disuelve, y se forma otro por esta disolución, compuesto solamente por miembros del Gobierno que vienen a ser para el Pueblo unos Árbitros y Tiranos. De modo que al instante que el Gobierno usurpa la Soberanía, se rompe el pacto social, y todos los simples Ciudadanos, devueltos de derecho a su libertad natural, y aunque están forzados, no tienen obligación a obedecer.

El mismo caso sucede también cuando los miembros del Gobierno usurpan separadamente el poder que no deben ejercer sino en cuerpo, porque entonces hay una infracción grande de las leyes que produce un mayor desorden: entonces hay, por decirlo así, otros tantos Príncipes cuantos Magistrados, y el Estado no menos dividido que el Gobierno muere o cambia de forma.

Cuando el Estado se disuelve, el abuso del Gobierno toma el nombre común de Anarquía. Pero si se quiere hablar con más distinción, la Democracia degenera en Oclocracia, la Aristocracia en Oligarquía, y yo diré que la Monarquía degenera en Tiranía, pero siendo equívoca esta palabra, es forzoso que pasemos a explicarla.

En sentido vulgar, un Tirano es un Rey que gobierna con violencia y sin respeto a la justicia ni a las leyes; pero tomándolo rigurosamente, un Tirano es un individuo particular que se arroga la autoridad real sin tener derecho a ella: así entendían los Griegos la palabra tiranos, y la atribuían indiferentemente a los buenos y a los malos Príncipes cuya autoridad no era legítima [nota 2], en cuyo supuesto Tirano y Usurpador son dos palabras sinónimas. Para dar diferentes nombres a cosas diferentes, yo llamaría tirano al usurpador de la autoridad real, y Déspota al usurpador del poder Soberano. El tirano es el que se mete contra las leyes a gobernar según ellas, y el Déspota es el que se hace superior a las mismas leyes. Así el tirano puede dejar de ser Déspota, pero el Déspota es siempre Tirano.


[1] La lenta formación y progreso de la República de Venecia en sus lagunas ofrece un ejemplo notable de esta sucesión, y es muy sorprendente que durante más de 1200 años los venecianos parecen estar todavía en el segundo término, que comenzó en el Serrar di Consiglio en 1198. En cuanto a sus antiguos duces que tanto se les reprocha, diga lo que diga el Squitinio della liberta Veneta, está averiguado que jamás fueron sus Soberanos.

No faltará quien me objete que la República Romana siguió, según dicen, un progreso enteramente opuesto, pasando de la Monarquía a la Aristocracia, y de esta a la Democracia, pero yo estoy muy lejos de pensar así.

El primer establecimiento de Rómulo fue un Gobierno mixto que bien pronto degeneró en Despotismo, y por varias causas particulares pereció el Estado antes de tiempo, así como un recién nacido muere antes de llegar a ser hombre. La expulsión de los Tarquinos fue la verdadera época del nacimiento de la República, pero no tomó una forma constante al principio, porque no se hizo más que la mitad de la obra, dejando sin abolir el Patriciado, y quedando de este modo en conflicto la Aristocracia hereditaria, que es el peor de todos los Gobiernos legítimos, con la Democracia; la forma de Gobierno siempre incierta y vacilante no se fijó, como prueba Maquiavelo, hasta la creación de los Tribunos: entonces fue cuando hubo un verdadero Gobierno y una verdadera Democracia. En efecto; entonces el Pueblo era no solamente Soberano sino también Magistrado y Juez. El Senado no era más que un Tribunal subordinado para templar y concertar el Gobierno, y los mismos Cónsules aunque Patricios, primeros Magistrados y Generales absolutos en la guerra, en Roma no eran más que los Presidentes del Pueblo.

Desde entonces se vio que el Gobierno tomaba su inclinación natural, y que ya declinaba a la Aristocracia. Aboliéndose como por sí mismo el Patriciado, la Aristocracia no residía ya en el cuerpo de los Patricios como sucede en Venecia y en Génova sino en el cuerpo del Senado compuesto de Patricios y Plebeyos, y también en el cuerpo de los Tribunos cuando comenzaron a usurpar un poder activo, porque las palabras no mudan las cosas, y cuando el Pueblo tiene Jefes que hacen sus veces en el Gobierno, cualquiera que sea el nombre que ellos tomen, siempre esto es una Aristocracia.

Del abuso de la Aristocracia nacieron las guerras civiles y el Triunvirato. Sila, Julio César y Augusto vinieron a ser en el hecho unos verdaderos Monarcas, y en fin bajo el Despotismo de Tiberio se disolvió el Estado. La Historia Romana no desmiente mi principio, antes bien lo confirma.


[2] «Omnes enim et habentur et dicuntur tyranni, qui potestate utuntur perpetua in ea Civitate quæ libertate usa est.» [Todos los que ostentan el poder perpetuo en un estado que solía ser libre, son considerados y llamados tiranos.] (Cornelio Nepote en Miltiad. n. 8.) Es cierto que Aristóteles (Et. Nicom, lib. VIII., Cap. X.) distingue al Tirano del Rey, en que el primero gobierna por su utilidad, y el segundo por la de sus vasallos; pero además de que todos los Autores Griegos toman la palabra tirano en otro sentido, como se ve por el Hierón de Jenofonte, de la distinción de Aristóteles se seguiría que desde el principio del Mundo no ha existido ni un solo Rey.

Comienza el capítulo Juan Jacobo diciendo que es inevitable que eventualmente se rompa el contrato entre el gobierno y el pueblo soberano, “así como la vejez y la muerte destruyen el cuerpo”; esta es la degeneración de cualquier constitución donde el poder resida en pocas manos.

Ahora volvamos un momento en el tiempo: a Maquiavelo (1513), Polibio (siglo 2 antes de Cristo) y Aristóteles (siglo 4 a.C.); y al primer capítulo del menjunje maquiavélico, donde ya vimos que Maquiavelo tomó de Polibio el refinamiento que hizo de los distintos tipos de gobierno que había descrito Aristóteles, y su ciclo: monarquía, que degenera en tiranía; aristocracia, que degenera en oligarquía; y luego democracia, que degenera en oclocracia, o gobierno de la muchedumbre. Rousseau sigue exactamente la misma línea, aunque añade una explicación a “tiranía” para diferenciarla de “usurpador”. Recordemos que El Príncipe es considerado un manual para un usurpador, pero ¿de qué tipo? ¿del que le quita el poder al príncipe o del que le quita el poder al pueblo soberano? “Todos los que ostentan el poder perpetuo en un estado que solía ser libre, son considerados y llamados tiranos” 👀, pero, ¿son también usurpadores? En una democracia, con seguridad que sí.

Rousseau también explica que, cuando un Estado se disuelve, el estado en el que se encuentra, que es de abuso, es la anarquía. Piense el lector en un momento en el que los que están en el poder lo están abusando, y se los quiere derrocar o cambiar o disolver su constitución. Piense en el momento de revolución y en quienes acceden al poder temporal (en rotondas, en barrios, en instituciones, en grupos organizados): también abusan, porque donde hay poder hay abuso; y donde no se sabe bien qué está pasando y qué se va a topar uno más allá o mañana, se siente cierto estado anárquico; se siente uno en un río revuelto para pescadores. Piense el lector, en estos momentos, ¿qué es lo que se escucha comúnmente que pide la gente?: “necesitamos un líder”, “que venga alguien a poner orden”. De la anarquía surge un monarca, un “salvador”, usualmente apoyado por una aristocracia.

El ginebrino habla igualmente de una degeneración cuando el poder pasa de ser ejercido por muchos a ser ostentado por pocos (de democracia a aristocracia, y de esta a monarquía); deja en este punto una mención a Maquiavelo, de quien dice que probó que con “la creación de los Tribunos, entonces fue cuando hubo un verdadero Gobierno y una verdadera Democracia” en Roma. (“Del abuso de la Aristocracia nacieron las guerras civiles”, dice también nuestro autor—añadamos otro motivo más a nuestra lista.)

Ahora bien, ¿dónde dice esto Maquiavelo? El toscano le dedica gran parte del primer libro de sus Discursos sobre la primera década de Tito Livio a hablar de ello. En esta obra se muestra, para extrañeza de muchos, como republicano; pero hay que recordar que redactó El Príncipe en medio de una Italia y una Florencia sometidas; en cambio, en este libro, dice: “Nada quiero decir aquí de las ciudades sometidas desde su origen a poder extranjero. Hablaré de las que se vieron siempre libres de toda exterior servidumbre y se gobernaron a su arbitrio o como repúblicas o como monarquías”. Son dos contextos muy diferentes, describir una solución para dejar de vivir en servidumbre (como la que vivía la Italia de su tiempo), y describir lo que hicieron los que pudieron hacer lo que les dio la gana.

Los Discursos son su trabajo más ambicioso, por encima de El Príncipe, que consideró un opúsculo (“tratadito”) que escribió mientras hacía una pausa en la construcción de esta obra, quizá en uno de esos arrebatos creativos incontrolables que tiene un escritor (como en el que Rousseau publica el Emilo y el Contrato Social en poco tiempo, como el annus mirabilis de Einstein). En el segundo capítulo de los Discursos, escribe Maquiavelo lo mismo que escribe Rousseau siglos después sobre las constituciones y sus inevitables degeneraciones, cosa que había escrito milenios antes Polibio, a quien Maquiavelo repite textualmente, como deja saber en una nota el traductor Luis Navarro: “Desde este punto, Maquiavelo seguirá fielmente el relato de Polibio del ciclo de constituciones”. Al final del mismo capítulo explica lo citado sobre la democracia en Roma y los tribunos Y lo que cita de Polibio lo leemos en el capítulo siguiente de este menjunje. Todo está conectado.

Autor: Nicolás Maquiavelo

Libro: Discursos Sobre la Primera Década de Tito Livio (1517)

Libro 1, capítulo 2: De cuántas clases son las repúblicas y a cuál de ellas corresponde la romana (extracto)

...Viniendo, pues, a tratar de la organización que tuvo la república romana y de los sucesos que la perfeccionaron, diré que algunos de los que han escrito de las repúblicas distinguen tres clases de gobierno que llaman monárquico, aristocrático y democrático, y sostienen que los legisladores de un Estado deben preferir el que juzguen más a propósito.

Otros autores, que en opinión de muchos son más sabios, clasifican las formas de gobierno en seis, tres de ellas pésimas y otras tres buenas en sí mismas; pero tan expuestas a corrupción, que llegan a ser perniciosas. Las tres buenas son las antes citadas; las tres malas son degradaciones de ellas, y cada cual es de tal modo semejante a aquella de que procede que fácilmente se pasa de una a otra, porque la monarquía con facilidad se convierte en tiranía; el régimen aristocrático en oligarquía, y el democrático en licencia. De manera que un legislador que organiza en el Estado una de estas tres formas de gobierno, la establece por poco tiempo, porque no hay precaución bastante en impedir que degenere en la que es consecuencia de ella. ¡Tal es la semejanza del bien y el mal en tales casos!

Estas diferentes formas de gobierno nacieron por acaso en la humanidad, porque al principio del mundo, siendo pocos los habitantes, vivieron largo tiempo dispersos, a semejanza de los animales; después, multiplicándose las generaciones, se concentraron, y para su mejor defensa escogían al que era más robusto y valeroso, nombrándolo jefe y obedeciéndole.

Entonces se conoció la diferencia entre lo bueno y honrado, y lo malo y vicioso, viendo que, cuando uno dañaba a su bienhechor, producíanse en los hombres dos sentimientos, el odio y la compasión, censurando al ingrato y honrando al bueno. Como estas ofensas podían repetirse, a fin de evitar dicho mal, acudieron a hacer leyes y ordenar castigos para quienes las infringieran, naciendo el conocimiento de la justicia, y con él que en la elección de jefe no se escogiera ya al más fuerte, sino al más justo y sensato.

Cuando, después, la monarquía de electiva se convirtió en hereditaria, inmediatamente comenzaron los herederos a degenerar de sus antepasados y, prescindiendo de las obras virtuosas, creían que los príncipes solo estaban obligados a superar a los demás en lujo, lascivia y toda clase de placeres. Comenzó, pues, el odio contra los monarcas, empezaron estos a temerlo y, pasando pronto del temor a la ofensa, surgió la tiranía.

Esta dio origen a los desórdenes, conspiraciones y atentados contra los soberanos, tramados no por los humildes y débiles, sino por los que sobrepujaban a los demás en riqueza, generosidad, nobleza y ánimo valeroso, que no podían sufrir la desarreglada vida de los monarcas.

La multitud, alentada por la autoridad de los poderosos, se armaba contra el tirano, y muerto este, obedecía a aquellos como a sus libertadores. Aborreciendo los jefes de la sublevación el nombre de rey o la autoridad suprema en una sola persona, constituían por sí mismos un gobierno, y al principio, por tener vivo el recuerdo de la pasada tiranía, ateníanse a las leyes por ellos establecidas, posponiendo su utilidad personal al bien común, y administrando con suma diligencia y rectitud los asuntos públicos y privados.

Cuando la gobernación llegó a manos de sus descendientes, que ni habían conocido las variaciones de la fortuna ni experimentado los males de la tiranía, no satisfaciéndoles la igualdad civil, se entregaron a la avaricia, a la ambición, a los atentados contra el honor de las mujeres, convirtiendo el gobierno aristocrático en oligarquía, sin respeto alguno a la dignidad ajena.

Esta nueva tiranía tuvo al poco tiempo la misma suerte que la monárquica, porque el pueblo, disgustado de tal gobierno, se hizo instrumento de los que de algún modo intentaban derribar a los gobernantes, y pronto hubo quien se valió de esta ayuda para acabar con ellos.

Pero fresca aún la memoria de la tiranía monárquica y de las ofensas recibidas de la tiranía oligárquica, derribada esta, no quisieron restablecer aquella, y organizaron el régimen popular o democrático para que la autoridad suprema no estuviera en manos de un príncipe o de unos cuantos nobles.

Como a todo régimen nuevo se le presta al principio obediencia, duró algún tiempo el democrático, pero no mucho, sobre todo cuando desapareció la generación que lo había instituido, porque inmediatamente se llegó a la licencia y a la anarquía, desapareciendo todo respeto, lo mismo entre autoridades que entre ciudadanos, viviendo cada cual como le acomodaba y causándose mil injurias; de suerte que, obligados por la necesidad, o por sugerencias de algún hombre honrado, o por el deseo de terminar tanto desorden, volvióse de nuevo a la monarquía, y de esta, de grado en grado y por las causas ya dichas, se llegó otra vez a la anarquía.

Tal es el círculo en que giran todas las naciones, ya sean gobernadas, ya se gobiernen por sí; pero rara vez restablecen la misma organización gubernativa, porque casi ningún Estado tiene tan larga vida que sufra muchas de estas mutaciones sin arruinarse, siendo frecuente que por tantos trabajos y por la falta de consejo y de fuerza quede sometido a otro Estado vecino, cuya organización sea mejor. Si esto no sucede, girará infinitamente por estas formas de gobierno.

Digo, pues, que todas estas formas de gobierno son perjudiciales; las tres que calificamos de buenas, por su escasa duración, y las otras tres, por la malignidad de su índole. Un legislador prudente que conozca estos defectos, huirá de ellas, estableciendo un régimen mixto que de todas participe, el cual será más firme y estable; porque en una constitución donde coexistan la monarquía, la aristocracia y la democracia, cada uno de estos poderes vigila y contrarresta los abusos de los otros. Entre los legisladores más célebres por haber hecho constituciones de esta índole descuella Licurgo, quien organizó de tal suerte la de Esparta, que, distribuyendo la autoridad entre el rey, los grandes y el pueblo, fundó un régimen de más de ochocientos años de duración, con gran gloria suya y perfecta tranquilidad del Estado.

Lo contrario sucedió a Solón, legislador de Atenas, cuya constitución puramente democrática duró tan poco, que, antes de morir su autor, vio nacer la tiranía de Pisístrato, y si bien a los cuarenta años fueron expulsados los herederos del tirano, recobrando Atenas su libertad y el poder la democracia, no lo tuvo esta conforme a las leyes de Solón más de cien años; aunque para sostenerse hizo contra la insolencia de los grandes y la licencia del pueblo multitud de leyes que Solón no había previsto. Por no templar el poder del pueblo con el de los nobles y el de aquel y de estos con el de un príncipe, el Estado de Atenas, comparado con el de Esparta, vivió brevísimo tiempo.

Pero vengamos a Roma. No tuvo un Licurgo que la organizara al principio de tal modo que pudiera vivir libre largo tiempo; pero fueron, sin embargo, tantos los sucesos ocurridos en ella por la desunión entre la plebe y el Senado, que lo no hecho por un legislador lo hizo el azar. Porque si Roma careció de la primera fortuna, gozó de una segunda fortuna: porque, aunque sus primeros ordenamientos fueron defectuosos, no se desviaron del derecho camino que podría llevarla a la perfección.

Rómulo y todos los demás reyes hicieron muchas y buenas leyes apropiadas a la libertad; pero como su propósito era fundar un reino y no una república, cuando se estableció esta, faltaban bastantes instituciones liberales que eran precisas y no habían dado los reyes.

Sucedió, pues, que al caer la monarquía por los motivos y sucesos sabidos, los que la derribaron establecieron inmediatamente dos cónsules, quienes ocupaban el puesto del rey, de suerte que desapareció de Roma el nombre de este, pero no la regia potestad. Los cónsules y el Senado hacían la constitución romana mixta de dos de los tres elementos que hemos referido, el monárquico y el aristocrático. Faltaba, pues, dar entrada al popular.

Llegó la nobleza romana a hacerse insolente, por causas que después diremos, y el pueblo se sublevó contra ella. A fin de no perder todo su poder, tuvo que conceder parte al pueblo; pero el Senado y los cónsules conservaron la necesaria autoridad para mantener su rango en el Estado. Así nació la institución de los tribunos de la plebe, que hizo más estable la constitución de aquella república por tener los tres elementos la autoridad que les correspondía.

Tan favorable le fue la fortuna, que aun cuando la autoridad pasó de los reyes y de los grandes al pueblo por los mismos grados y por las mismas causas antes referidas, sin embargo, no abolieron por completo el poder real para aumentar el de los nobles, ni se privó a estos de toda su autoridad para darla al pueblo, sino que, haciendo un poder mixto, se organizó una república perfecta, contribuyendo a ello la lucha entre el Senado y el pueblo, según demostraremos en los dos siguientes capítulos.


Continúa en:

Polibio y el ciclo político de las cosas (featuring Maquiavelo)
Describir lo que ya se sabe no ofrece dificultades, y predecir el futuro no es nada difícil si nos guiamos por lo que ya ha sucedido. Casi todos sostienen la existencia de 3 tipos de constituciones: realeza, aristocracia y democracia; pero hay 3 que les son afines: tiranía, oligarquía y oclocracia.

Cf.:

Maquiavelo y Aristóteles: ¿qué se hace en tiempos de paz? (featuring Polibio)
Un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda, pues la razón principal de la pérdida de un Estado se halla siempre en el olvido de este arte.

Cita a:

Aristóteles - Conectorium
Aristóteles (Ἀριστοτέλης; Estagira, 384 a. C. - Calcis, 322 a. C.). Filósofo, polímata y científico que todo el mundo conoce, considerado, con Platón—de quien fue discípulo—, padre de la filosofía occidental. Estuvo 20 años en la Academia. A la muerte de Platón, se fue al Reino de Macedonia a ser ma…

Nombra a:

Julio César - Conectorium
Cayo o Gayo Julio César (12 o 13 de julio de 100 a.C. – 15 de marzo de 44 a.C.) fue un político y militar romano, miembro de los patricios Julios Césares que alcanzó las más altas magistraturas del Estado romano y dominó la política de la República tras vencer en la guerra civil que le enfrentó al s…

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