Raúl Otero Reiche: Canto del hombre de la selva

Contexto Condensado

Raúl Otero Reiche nace en 1906, en Santa Cruz de la Sierra, y a los 19 años se estrena como poeta. Pocos años después se instala un tiempo en La Paz, donde entraba amistad con varios poetas de su generación. Regresa a Santa Cruz y funda un círculo de jóvenes literatos. Y poco después de cumplir 26 años llega la Guerra del Chaco, en la que combate. Vuelve con el alma deshecha en poesía con sus Poemas de Sangre y Lejanía. El resto de su vida se lo dedicará a escribir, enseñar, hacer gestión social y cultural. Hará radio, dará cátedra en el colegio y la universidad, será diputado por Santa Cruz, prefecto del departamento, y director de cultura de su ciudad, en la que la Casa de la Cultura lleva su nombre. Su poesía logrará destacarse de entre los de “su tandada” por original, por dar voz firme a su tierra y al hombre de su tierra, el de la selva; por ser “el arquetipo de esta raza salvaje, hombre de la llanura sin fin, encendido de relámpagos”, que no se deja gobernar sino que marca su lugar con la fuerza de “un río de pie”.

Autor: Raúl Otero Reiche

Poesía: Canto Del Hombre de la Selva (c. 1964)

Yo soy la selva indómita,
la tempestad de aromas de la tierra
insurgiendo en galopes de torrentes.
Por mis venas sonoras
fluye el perfume líquido del sol,
padre del fuego.

Mi pensamiento fulge en llamaradas de estrellas.
Nací del parto de oro
de la tormenta verde.
No me falta ni el látigo del rayo,
ni las riendas del viento,
para ser el jinete de la aurora
con mi poncho de nubes
y la guitarra de cristal del río
sobre los hombros anchos del infinito.

Yo soy el que esperaban
los jaguares manchados de luceros,
los toros ígneos de crepúsculos,
los caimanes de hierro,
las palomas de seda,
para la transfusión de sangres bárbaras.

Yo soy el arquetipo de esta raza salvaje
que quiso limitar el horizonte,
pisar el borde mismo del planeta
y con el cigarro entre los labios
dejarse caer,
dejarse arrebatar súbitamente
por la inmensa cachuela del espacio.

Hombre de la llanura sin fin,
más larga que la vista,
más amplia que mis brazos extendidos
en una imploración de pueblos.

La extensión se me escapa de las manos,
rojas de palmear en el vacío
para que nos escuchen los silencios.
Tengo en los ojos
los diamantes de nuestras minas de chiquitos,
la Cólquide oriental,
la que da chonta para el arco
y guayacán para la hoguera.

Mi corazón es la colmena
y mi cerebro el hormiguero.
Vibran mis músculos de boa,
se abren cantando mis arterias.
Mis labios sangran en el grito de luz
y aroma del clavel.

Yo soy el hombre de la selva,
perfume, cántico y amor,
pero encendido de relámpagos,
pero rugiendo de huracanes.
Yo soy un río de pie.


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