Platón: Critias (libro completo, 35 minutos)
A la Atlántida no se llega sino por Platón, que no solo describe una guerra, una civilización y una cultura, sino que es el único en proveer datos exactos sobre ubicación y geografía.
Título del libro: Critias o La Atlántida.
Fecha de redacción: primera mitad del siglo 4 a. C.
Género literario: diálogo.
Idioma original: antiguo griego (Κριτίας o Ατλαντίδα).
Traducción: Franciso Lisi (1992, Editorial Gredos), directo del griego según la edición de John Burnet (1902, Oxford); revisada por Carlos García Gual (2002, Gredos).
Tiempo total de lectura: 36 minutos.
A la Atlántida no se llega sino por Platón, que no solo describe una guerra, una civilización y una cultura, sino que es el único que tira datos sobre ubicación y geografía.
A Platón le llega el relato de la Atlántida contada por Critias, quien se piensa que fue su tío o su abuelo. A Critias, en teoría, le llegó contada por su abuelo Solón y sus poemas. Solón escuchó la historia original a principios del siglo 6 a.C. en Sais, capital de Egipto durante el reinado de Dinastía XXVI, o Dinastía Saíta, que gobernó entre 664 y 525 a. C. Allí, el relato le es contado, en egipcio, por un sacerdote. (Nota aparte: el historiador Heródoto, poco más de un siglo después, también visitó Sais.) Solón fue el poeta, gobernante y reformador de Atenas que puso los fundamentos para la construcción de la democracia ateniense con sus famosas (para nerds) y transformadoras reformas constitucionales. Critias, por su parte, fue la cabeza de los Treinta Tiranos, nombre que recibió el gobierno oligárquico que sucedió a la democracia ateniense—gobierno títere de Esparta luego de la derrota de Atenas en la guerra del Peloponeso, gobierno derrocado al cabo de apenas un año.
“Tirano” viene del griego τύραννος týrannos, que quiere decir “rey soberano”, absoluto, que no necesariamente abusa de su poder pero que lo ha usurpado. Su derivado en latín, tyrannus, quiere decir “gobernante ilegítimo”, y se va acercando al significado actual que implica el gobierno de un déspota usurpador. Por detalles como este, junto con muchos otros, no hay que juzgar los ni los textos ni el comportamiento de los antiguos con los lentes contemporáneos con los cuales vemos e interpretamos el mundo. Por detalles como este es importante elegir bien los traductores y las traducciones, gente con rigor que se apegue a los idiomas originales y que provea contextos históricos. Solón tiene que hacer este trabajo al traducir la historia de la Atlántida del antiguo egipcio al antiguo griego, detalle no poco importante en el estudio de este libro, obra que empieza como termina: ex abrupto, de golpe. La expresión le pertenece a Patricio de Azcárate Corral en su introducción al Critias, publicada en 1871-1872, parte de su traducción de las Obras completas de Platón, puestas en lengua castellana por primera vez (Medina y Navarro Editores). Don Patricio, gran traductor al español de obras Platón y Aristóteles, traducía no del griego, sino del francés. La traducción más fidedigna que conocemos en español, fue hecha en 1992 por Franciso Lisi (Editorial Gredos), quien también tradujo el Timeo, ambos directamente desde el griego, desde la versión de John Burnet preparada en 1902 para Oxford. El trabajo de Lisi fue revisado por Carlos García Gual y publicado en 2002 en un compendio denominado Mitos de Platón (Gredos).
El Timeo está ligadísimo al Critias, y esto nos lo explican los dos traductores mencionados en sus introducciones.
Patricio de Azcárate: Argumento
El Critias comienza ex abrupto. Puede decirse que el Timeo continúa en él sin interrupción. El preámbulo, de que ningún diálogo de Platón carece, falta en éste. ¿Será porque el Critias apenas está comenzado y bosquejado? ¿Será, porque no es realmente otra cosa que la misma conversación continuada por los mismos interlocutores, sin intervalo y sin reposo?
Las pocas páginas escritas por Platón pueden resumirse en muy pocas palabras. Critias, que sucede en el uso de la palabra á Timeo, se excusa, como éste, haciendo notarla dificultad que ofrece la materia. Después de éste preliminar, comienza á referir la guerra que se suscitó en otro tiempo entre los pueblos situados más acá de las columnas de Hércules y los situados más allá de las mismas. Pero para despertar interés por este suceso, es preciso conocer los adversarios, es decir, los atenienses de aquellos tiempos y los habitantes de la Atlántida. Por lo pronto, describe los antiguos atenienses, su gobierno, su país, su ciudad. Enseguida, describe los habitantes de la Atlántida, su origen, que se remonta hasta Neptuno, su isla y sus productos, sus reyes y sus gigantescos trabajos, su estado político, su organización y su poder militar; cómo fueron intachables en sus principios y cómo degeneraron después, de tal manera, que Júpiter, irritado con sus crímenes, resolvió castigarlos, y para ello reunió los dioses en el santuario del cielo, en el centro del mundo, para darles á conocer sus irrevocables decretos. A este discurso está reducido el diálogo.
Este pequeño fragmento no bastarla para adivinar el objeto del Critias. Pero Platón lo ha indicado claramente en las primeras páginas del Timeo. En efecto, allí se dice:
«Los ciudadanos y la ciudad que nos has presentado ayer como una ficción, nosotros los trasportaremos á la realidad; colocaremos tu ciudad en esta antigua ciudad ateniense; y declararemos que esos ciudadanos, que tú has concebido, son verdaderamente nuestros antepasados, aquellos de que hablaba el sacerdote. Habrá un perfecto acuerdo entre los unos y los otros; y no nos separaremos de la verdad, si decimos que los ciudadanos de tu república son los atenienses de los antiguos tiempos.»
Estas palabras, sobre todo, si se tiene en cuenta el lugar en que se hallan, son perfectamente claras. Es evidente que Platón se proponía, al escribir el Critias, dar realidad al ideal de la República, y hacer así más sensibles con un ejemplo sus consideraciones teóricas, presentando á los antiguos atenienses como vencedores de los habitantes de la Atlántida.
Lo que Platón ha podido escribir de este diálogo en proyecto, ¿es muy interesante, al menos bajo el punto de vista filosófico? No nos atrevemos á decirlo. Pero bien que sea difícil darse cuenta de lo que hubiera debido seguir y de los desenvolvimientos de un diálogo, cuyo objeto y detalles son de todo punto imaginarios, se puede, sin embargo, afirmar, bajo la fe del genio de Platón, que él habría podido ejecutar una obra de gran valor, quizá una obra maestra.
Francisco Lisi: Introducción
El tema del Critias es la guerra entre la Atenas primordial y un imperio occidental, Atlántida, situado más allá de las columnas de Heracles. El diálogo ha llegado inconcluso y lo que queda de él se limita a describir la geografía y la organización política de las fuerzas enfrentadas. Si bien no hay dudas acerca de Atenas, las correspondencias de Atlántida en la realidad están lejos de ser evidentes. No parece que los conocimientos geográficos existentes en la época permitan formular hipótesis muy aventuradas, aunque éstas no han faltado. La intención de Platón es clara: lo que cuenta es el valor paradigmático de la historia y basta con considerar cada uno de los contendientes desde la perspectiva de la política ontologizante característica del pensador ateniense para dar cuenta de ciertos detalles o comprender que en un caso proyecta los rasgos esenciales de la constitución ateniense en el pasado y en el otro los de las constituciones lacedemónicas o incluso las de la Persia contemporánea.
La autenticidad del Critias no ha sido puesta prácticamente en duda y se encuentra confirmada por la estrecha relación con el Timeo. Tanto desde el punto de vista del momento en que fue compuesto como de la cronología dramática, es posterior se ha supuesto que la interrupción abrupta del diálogo se debía a que lo había abandonado para escribir las Leyes. Sin embargo, el final podría ser también intencional: en el panegírico de la Atenas primordial difícilmente encajaría la descripción de su degradación y castigo. Un indicio en esa dirección podría ser el estilo acabado de lo que ha llegado hasta nosotros. De todas maneras, la forma en que culmina ha contribuido no poco a la recepción que ha tenido, sobre todo en la literatura utópica posterior.
El Critias y la concepción platónica de la historia
La similitud del orden político descrito al comienzo del Timeo y en el Critias con el estado ideal de la República ya ha sido puesta de manifiesto en la introducción al primer diálogo. De mayor importancia aún es el hecho de que, tal como han mostrado H. Herter y K. Gaiser, la historia de la Atenas originaria sigue los principios filosófico-históricos esbozados en el mito del Político (269c-274e). No obstante, la relación de la Atenas originaria con el cuadro pintado en dicho diálogo no es la que pretenden ambos estudiosos. El extranjero de Elea describe la vida del género humano bajo la guía directa de los dioses en un período anterior que la mitología identificaba con la época de Cronos. En el Critias, Platón ubica expresamente la Atenas originaria en el período de Zeus (Crit. 121b). Además, el estado ateniense realiza el gobierno de los filósofos y no son los dioses los que rigen directamente los hombres. El cataclismo que provoca la desaparición de la Atlántida y la Atenas originaria no es universal, como lo muestra la continuidad histórica de Egipto (Tim. 22c-e), en tanto que el descrito en el Político abarca todo el universo y modifica la naturaleza del cosmos (269e-271c). Es esta diversidad de períodos lo que hace necesaria una técnica política—arte no existente bajo el dominio de los dioses—con la consiguiente aparición de la organización estatal y el abandono del comunismo absoluto predicado como la mejor forma de relación social en las Leyes (5, 739a-e). No hay dudas de que Platón diferencia intencionalmente y de manera consistente el momento histórico descrito en el presente diálogo del mito. Hay un avance progresivo de la disolución en el mundo y un alejamiento cada vez mayor del orden y la unidad. El Político adjudica ese momento al período actual y sostiene que la decadencia progresiva sólo será interrumpida por la acción del demiurgo que ha de volver a tomar la conducción del universo cuando éste amenace con disolverse en el mar de la diferencia (Pol. 273d-e).
La filosofía de la historia platónica reconoce, por tanto, dos ciclos bien diferenciados. En uno no hay historia en sentido estricto, porque bajo la conducción directa del demiurgo el cosmos y el hombre no conocen el devenir desordenado, sino que son la imitación más perfecta de la estabilidad y permanencia del mundo ideal. En el otro, se instaura el devenir histórico que presupone una decadencia y una disgregación paulatina del cosmos y del orden político y humano. En este segundo período pueden distinguirse diversos segmentos históricos introducidos por cataclismos parciales que indican el progresivo alejamiento del mundo del orden ideal. La historia de Atlántida y la Atenas primitiva se ubica, por tanto, al comienzo de dicho período.
En la elaboración de la historia, Platón se ha valido de los relatos mitológicos existentes y de la proyección de sus principios histórico-político-filosóficos en la historia originaria. Es evidente que el estado ateniense es la concreción en el nivel histórico de la formación política descrita en la República, con lo cual el así llamado estado ideal no es sino una de las formas que pueden adquirir las formaciones políticas perfectas, la aristocrática. La monárquica corresponde a la adversaria de la Atenas primitiva, Atlántida. P. Friedlander señaló que ambas partes representaban una idealización de la Atenas y la Persia contemporánea y mostró la relación de la historia de Critias con el tercer libro de las Leyes. Efectivamente, mientras la Atenas primitiva era la concreción de la helenidad y los atenienses son los jefes de los otros griegos (Crit. 112d-e), los atlántidas son bárbaros y llevan un tipo de vida que acuerda con la naturaleza de los bárbaros, tendente a la organización monárquica (cf. Crit. 113a, 116c-d). Esto muestra que cada período histórico es una imitación del anterior y de la misma manera reflejo cada vez más imperfecto de la inmutabilidad del mundo ideal.
La traducción manuscrita
El Parisinus Graecus 1807 [A] conserva el texto del Critias y es, como en el caso del Timeo el manuscrito principal. Los manuscritos vieneses Vindobonensis 21 [Y] y Vindobonensis 54 [W], que eran importantes para la constitución del primer diálogo de la trilogía, no lo contienen. Otro manuscrito vienés (Vindobonesis 55 [F]) tiene, como ha señalado A. Rivaud lecciones interesantes. Algunas variantes de relevancia pueden encontrarse en el Vaticanus 228 y el Venetus 184. La presente traducción sigue, como en el caso del Timeo, la edición de Burnet.
[Parte 1: Introducción (106a-109a)]
TIMEO—. Contento, Sócrates, como si descansara de un gran camino, me despido ahora con alegría de la travesía del discurso. Al dios que en la realidad nació hace mucho tiempo, mas acaba de hacerlo en nuestro relato[1], le pido que preserve lo expuesto de manera correcta y que, si respecto de algo, sin quererlo, desafinamos, nos dé el castigo adecuado. Un castigo justo es ordenar al desordenado[2]. Entonces, para que, en lo que resta, nuestros discursos acerca de los dioses sean correctos, le pedimos que nos dé la ciencia como el mas perfecto y el mejor de los remedios. Después de estos ruegos, dejamos a Critias, según lo acordado, el discurso siguiente.
CRITIAS—. Bien, Timeo, lo acepto, pero también haré como tú al principio, cuando pediste excusas porque ibas a hablar de temas importantes. Solicitaré lo mismo ahora y creo que merezco obtener una indulgencia aún mayor en los temas que he de tratar[3]. Aunque estoy prácticamente seguro de que voy a hacer una petición pretenciosa y más descortés de lo debido, es preciso que la haga. Pues ¿quién se atrevería a afirmar con cordura que tu exposición no ha sido acertada? Sin embargo, yo, de alguna manera, debo intentar demostrar que, por ser más difícil, lo que voy a tratar requiere una benevolencia mayor. Ciertamente, Timeo, cuando se dice a los hombres algo acerca de los dioses es más fácil dar la impresión de hablar con suficiencia que cuando se nos habla sobre los mortales. En los temas ignorados por el auditorio, su inexperiencia y su completa ignorancia en ese campo facilita enormemente la tarea al que va a exponer algo acerca de ellos. Sabemos que tal es nuestra disposición respecto de los dioses. Acompañadme en el siguiente razonamiento para que os muestre con mayor evidencia lo que quiero decir. Todo lo que decimos es, necesariamente, pienso, una imitación y representación. Consideremos la representación pictórica de cuerpos divinos y humanos desde la perspectiva de su facilidad o dificultad para dar a los espectadores la impresión de una imitación correcta y veremos que en el caso de la tierra, las montañas, los ríos, el bosque, todo el cielo y todo lo que se encuentra y se mueve en él, en primer lugar, nos agrada si alguien es capaz de imitar algo con un poco de exactitud. Además, como no sabemos nada preciso acerca de ellos, ni investigamos ni ponemos a prueba lo pintado, nos valemos de un esbozo impreciso y engañoso. Contrariamente, cuando alguien intenta retratar nuestros cuerpos, como percibimos claramente lo deficiente a causa de la continua familiaridad de nuestra percepción, nos volvemos duros jueces del que no ha logrado una semejanza total. Es necesario comprender que lo mismo sucede con los discursos: que nos agradan los temas celestes y divinos, incluso cuando son expuestos con escasa verosimilitud, pero que analizamos minuciosamente los mortales y humanos. Respecto de lo que vamos a exponer ahora sin preparación alguna, hay que perdonarnos si no podemos reproducir exactamente lo apropiado, pues debemos pensar que no es fácil, sino difícil, representar a los mortales de manera adecuada a la opinión de los otros. Digo todo esto, Sócrates, porque quiero advertíroslo y pediros no menos indulgencia, sino más en lo que expondré a continuación. Si os parece que solicito el presente con justicia, dádmelo de buen grado.
SOCRATES—. ¿Por qué no íbamos a dártelo, Critias? También al tercero, Hermócrates, otorguémosle lo mismo, pues evidentemente, dentro de poco, cuando le toque hablar, lo solicitará como vosotros. Para que comience de otra manera y no se vea obligado a repetir, hable en ese momento convencido de que ya dispone de nuestra indulgencia. Mas a ti, querido Critias, te haré conocer antes el pensamiento del público: el poeta anterior ha logrado ante él muy alta consideración, de manera que necesitarás mucha indulgencia si quieres tomar el relevo.
HERMÓCRATES.— Me prometes lo mismo que a éste, Sócrates. Mas hombres sin valor nunca alcanzaron una victoria, Critias. Por tanto debes abordar la exposición con valentía y, después de invocar al Peán[4] y a las Musas, mostrar y celebrar a los antiguos ciudadanos en su bondad.
CRITIAS.— Como estás en las filas posteriores, querido Hermócrates, y tienes a otro por delante, eres aún valiente. Dentro de poco se te hará evidente cómo es esto. Pero debo obedecerte cuando me consuelas y das ánimo e invocar, junto a los dioses que mencionaste, a los restantes y, especialmente, a Mnemósine[5] porque casi todo lo esencial de nuestro discurso se encuentra en el dominio de esta diosa; pues si recordamos suficientemente y proclamamos lo que dijeron una vez los sacerdotes y Solón trajo aquí, casi tengo la certeza de que este público será de la opinión de que hemos cumplido adecuadamente lo que es debido. Debo hacerlo ya y no dudar más aún.
Ante todo recordemos que el total de años transcurridos desde que se dice que estalló la guerra entre los que habitaban más allá de las columnas de Heracles y todos los que poblaban las zonas interiores, es de nueve mil[6]; ahora debemos narrarla en detalle. Se decía que esta ciudad mandaba a estos últimos y que luchó toda la guerra. A la cabeza de los otros estaban los reyes de la isla de Atlántida, de la que dijimos que era en un tiempo mayor que Libia [norte de África] y Asia, pero que ahora, hundida por terremotos, impide el paso, como una ciénaga intransitable, a los que navegan de allí al océano, de modo que ya no la pueden atravesar[7]. En su desarrollo, la exposición del relato mostrará singularmente en cada caso lo que corresponde a los muchos pueblos bárbaros y a las razas helenas de entonces. Pero es necesario exponer al principio, en primer lugar, lo concerniente a los atenienses de aquel entonces y a los enemigos con los que lucharon, las fuerzas de guerra de cada uno y sus formas de organización política. De éstas, hay que preferir hablar antes de las de esta ciudad.
Nota del Traductor: Cf. Timeo 92c [fin del Timeo]. ↩︎
Nota el Traductor: El párrafo es una alusión a Timeo 28d, pasaje en el que Sócrates, aludiendo al significado musical de nómos compara el discurso de Timeo con un aire musical. En la última oración hay un juego de palabras intraducible al castellano entre plemmeleīn («dar una falsa nota en música» y, en sentido metafórico, «ofender», «errar») y emmelēs («en tono», «armonioso» y, en sentido metafórico, de una persona «armoniosa», «ordenada»). ↩︎
Nota del Traductor: Cf. Timeo 29c. ↩︎
Nota del Traductor: Sobrenombre del dios Apolo. ↩︎
Nota del Traductor: Personificación divinizada del recuerdo y la memoria, pertenece a la generación de dioses más antigua, hija de Urano y Gea; según Hesíodo (Teogonía 135) es la madre de las Musas. ↩︎
Nota de Conectorium: “Sobre este detalle muchos historiadores y autores como el propio Plutarco nos advierten que la forma de contar que tienen los egipcios no era con años solares, sino de ciclos lunares, que son meses. De esta manera, cuando se hace la transformación de los 9.000 años, llegamos a que la guerra descrita y el hundimiento de la Atlántida, habría ocurrido 728 años antes que Solón visite Egipto, es decir, aproximadamente en el año 1.289 a.C.” —David Antelo, Atlántida - Los Paraísos Perdidos, capítulo 6. ↩︎
Nota de Conectorium: Citado por David Antelo en el capítulo 3 de Atlántida – Los Paraísos Perdidos. ↩︎
[Parte 2: El Imperio Atlántida (109b-112e):
Descripción de Atenas, orden político y geografía durante la época del Imperio Atlante.]
En una ocasión, los dioses distribuyeron entre sí las regiones de toda la tierra por medio de la suerte —sin disputa; pues no sería correcto afirmar que ignoraban lo que convenía a cada uno ni, tampoco, que, a pesar de saberlo, intentaban apropiarse unos y otros de lo más conveniente a los restantes por medio de rencillas. Una vez que cada uno obtuvo lo que le agradaba a través de las suertes de la justicia, poblaron las regiones y, después de poblarlas, nos criaban como sus rebaños y animales, como los pastores hacen con el ganado, sólo que no violentaban cuerpos con cuerpos, como los pastores apacientan las manadas a golpes, sino como es más fácil de manejar un animal: dirigían desde la proa. Actuaban sobre el alma por medio de la convicción como si fuera un timón, según su propia intención, y así conducían y gobernaban todo ser mortal. Mientras los otros dioses recibieron en suerte las restantes regiones y las ordenaron, Hefesto y Atenea, por su naturaleza común —su hermana por provenir del mismo padre y porque por amor a la sabiduría y a la ciencia se dedicaban a lo mismo—, recibieron ambos esta región como única parcela, apropiada y útil a la virtud y a la inteligencia por naturaleza, implantaron hombres buenos, aborígenes, e introdujeron el orden constitucional en su raciocinio[1]. De éstos se conservan los nombres, pero sus obras y hazañas desaparecieron a causa de las destrucciones que sufrieron los que las heredaron y por la gran cantidad de tiempo transcurrido desde entonces. En efecto, los que en cada ocasión sobrevivían, como ya fue dicho anteriormente, eran cerriles y analfabetos[2] , de modo que sólo se habían enterado de los nombres de los gobernantes del país y, además de éstos, de muy pocas hazañas. A sus hijos les pusieron los nombres porque les agradaban, aunque no conocían las excelencias y las leyes de los anteriores, con excepción de algunos oscuros relatos sobre individuos particulares. Al carecer de lo necesario durante muchas generaciones, ellos y sus hijos se fueron despreocupando de lo acontecido una vez en el pasado porque prestaban atención y hablaban sólo de aquello de lo que carecían. En efecto, la mitología y la investigación de las antigüedades llegan a las ciudades al mismo tiempo que el ocio, cuando ambas observan que algunos ya están provistos de lo necesario para la vida, no antes. De esta manera, pues, se conservaron los nombres de los antiguos sin sus hechos. Afirmo esto sobre la base del testimonio de Solón, que decía que los sacerdotes al relatar la guerra de entonces mencionaban los nombres de Cécrope[3], Erecteo[4], Erictonio[5], Erisictón[6] y la mayoría de los restantes anteriores a Teseo de los que hay recuerdo. Lo mismo sucedía en el caso de las mujeres. Además, el aspecto de la estatua de la diosa: que los de entonces la representaran con una imagen armada según aquella costumbre que hacía cumplir las mismas funciones en la guerra a las mujeres y a los hombres es una demostración de que todos los miembros de un rebaño, hembras y machos, están en condiciones, por naturaleza, de practicar en común la virtud correspondiente a cada clase.
En aquel tiempo, los restantes ciudadanos habitaban en esta región dedicados a la artesanía y al cultivo de la tierra, y los guerreros, a los que desde el comienzo habían separado hombres divinos[7], vivían aparte, con todo lo necesario para la alimentación y la educación, sin que ninguno poseyera nada propio, ya que consideraban que todo era común a todos y no pretendían que debieran recibir de los otros ciudadanos más que la alimentación necesaria, dedicados a la práctica de todas las costumbres e instituciones que ayer mencionamos con relación a los guardianes que habíamos supuesto teóricamente[8]. También se contaba de manera fidedigna y verdadera lo relativo a nuestra región: en primer lugar, que entonces tenía unas fronteras que se extendían hasta el Istmo y, en el resto de la tierra firme, hasta las cimas del Citerón y el Parnes y que el límite bajaba con la Oropía a la derecha y a la izquierda bordeando el Asopo desde el mar y que esta región superaba en calidad a toda la tierra. Por ello entonces era también capaz de alimentar a un gran ejército exento de las actividades agrícolas. Una prueba contundente de su calidad: lo que ahora queda de ella puede competir con cualquier otra región por la variedad y bondad de su producción agrícola y por poseer buenos pastos para todo tipo de animales. Entonces, además de la calidad, también producía todo esto en abundancia. ¿Cómo puede ser esto plausible y en qué sentido podría afirmarse con razón que es un resto el suelo de entonces? Toda la región que se interna profundamente en el mar a partir de la tierra firme es como un cabo. El mar que la rodea es profundo cerca de la costa en todas partes. Como se produjeron muchas y grandes inundaciones en los nueve mil años[9]—pues todos esos años transcurrieron desde esa época hasta hoy— lo que se desliza desde las alturas en los procesos que tienen lugar en estos tiempos no se apila, como en otros lugares, en un montículo digno de mención, sino que fluye siempre en círculo y desaparece en la profundidad. En comparación con lo que había entonces, lo de ahora ha quedado —tal como sucede en las pequeñas islas— semejante a los huesos de un cuerpo enfermo, ya que se ha erosionado la parte gorda y débil de la tierra y ha quedado sólo el cuerpo pelado de la región. Entonces, cuando aún no se había desgastado, tenía montañas coronadas de tierra y las llanuras que ahora se dicen de suelo rocoso estaban cubiertas de tierra fértil. En sus montañas había grandes bosques de los que persisten signos visibles, pues en las montañas que ahora sólo tienen alimento para las abejas se talaban árboles no hace mucho tiempo para techar las construcciones más importantes cuyos techos todavía se conservan. Había otros muchos altos árboles útiles y la zona producía muchísimo pienso para el ganado. Además, gozaba anualmente del agua de Zeus, sin perderla, como sucede en el presente que fluye del suelo desnudo al mar; sino que, al tener mucha tierra y albergar el agua en ella, almacenándola en diversos lugares con la tierra arcillosa que servía de retén y enviando el agua absorbida de las alturas a las cavidades, proporcionaba abundantes fuentes de manantiales y ríos, de las que los lugares sagrados que perduran hoy en las fuentes de antaño son signos de que nuestras afirmaciones actuales son verdaderas.
Tal era entonces por naturaleza el resto del país, al que cultivaban, como es probable, verdaderos agricultores, que hacían sólo eso, amantes de lo bello y de buena naturaleza y que disponían del mejor suelo, de agua en abundancia y, de estaciones templadas de la mejor manera sobre la tierra[10]. En esta época, la ciudad estaba establecida de la siguiente manera. En primer lugar, la acrópolis no era entonces como es ahora, pues ahora una noche de lluvia torrencial erosionó toda la tierra que la rodeaba y la dejó desnuda, pues hubo terremotos unidos a un gran diluvio, el tercero[11] antes de la destrucción en época de Deucalión[12]. En cuanto a su tamaño anterior en la otra época, alcanzaba hasta el Erídano y el Iliso e incluía en su interior el Pnix con Licabeto como límite del lado opuesto del Pnix. Estaba toda cubierta de tierra y era llana en su parte superior, salvo en unos pocos lugares. Los artesanos y los campesinos que labraban los campos de las cercanías habitaban en el exterior a los pies de sus laderas. El estamento de los guerreros ocupaba independiente y aislado el sitio superior alrededor del templo de Atenea y Hefesto, circundado una valla como el jardín de una casa. Habitaban la parte norte de la acrópolis, donde habían construido habitaciones comunes y comedores para el invierno y todas las construcciones de ellos y los templos de los dioses que convenía que tuviera la república común, sin oro ni plata —pues no los usaban nunca para nada, sino que buscaban el término medio entre la prepotencia y la pusilanimidad y habitaban en casas ordenadas, en las que ellos y los hijos de sus hijos envejecían y traspasaban siempre en el mismo estado a otros semejantes. Usaban la parte sur, que habían dejado como instalaciones de verano para jardines, gimnasios y lugares de comida en común, con esa finalidad. En el lugar que ocupa en el presente la acrópolis, había una fuente de la que quedaron los pequeños manantiales actuales en círculo cuando los terremotos la cerraron. A todos los de entonces les proporcionaba una corriente abundante, templada en invierno y en verano. Con esta configuración habitaban el lugar, guardianes de sus conciudadanos y caudillos de los otros griegos por la voluntad de éstos, y cuidaban que el número de hombres y mujeres, el de los que ya eran capaces de luchar y el de los que todavía lo eran, permaneciera siempre constante, alrededor de veinte mil.
Puesto que éstos eran así y de una manera semejante gobernaban siempre con justicia su ciudad y el resto de Grecia, en toda Europa y Asia eran famosos por la belleza de los cuerpos y la completa excelencia de las almas y los más renombrados de todos los de aquel tiempo. Ahora, si no quedamos despojados del recuerdo de lo que escuchamos cuando aún éramos niños, os expondremos cuáles eran las cualidades de los que lucharon contra ellos y cómo nacieron en un principio, para que estos mismos relatos os sean comunes a los amigos.
Nota del Traductor: Tal como lo muestra todo el relato del Critias no se trata de un cuidado directo de los dioses, sino a través del correcto orden implantado en la sociedad y en el alma de los hombres. ↩︎
Nota de Conectorium: Cf. Timeo: “…un torrente celestial que deja sólo a los iletrados e incultos, de modo que nacéis de nuevo, como niños…” ↩︎
Nota del Traductor: Cécrope era una divinidad protectora del antiguo palacio real en la acrópolis ateniense que la leyenda convirtió en el fundador y primer rey de Atenas. Según esta versión realizó el primer censo, dio las primeras leyes, introdujo la monogamia, el primer alfabeto y la sepultura de los muertos, en vez de su cremación. Durante su reinado se decidió la disputa entre Poseidón y Atenea por la posesión de Ática en favor de la segunda. ↩︎
Nota del Traductor: Según la leyenda, padre de Cécrope. ↩︎
Nota del Traductor: Originariamente coincidía con Erecteo. Luego se separaron, sin que esta separación fuera mantenida de manera consecuente. En las genealogías aparece como abuelo de Erecteo, hijo de Hefesto y Atenea o de Hefesto y una hija de Cránao. ↩︎
Nota del Traductor: Hijo de Cécrope y Aglauro que murió antes que su padre en el viaje de regreso de Delos, de donde traía la estatua de madera más antigua de la diosa Ilitía. ↩︎
Nota del Traductor: Cf. Timeo 18c. ↩︎
Nota del Traductor: Cf. Timeo 17c-19b. ↩︎
Nota del Traductor: Como se ve Critias supone otras inundaciones luego del hundimiento de la Atenas primitiva mencionado en Timeo 25c-d.
Nota de Conectorium: David Antelo Justiniano, en el capítulo 7 de su libro Atlántida — Los Paraísos Perdidos, hace y explica un extenso análisis sobre estos "9000 años", que corresponderían, en realidad, no a "años solares" sino "lunares", casi que cada año sería un mes, con algunos días de variación. Este detalle se convertirá en una de las claves de su investigación. ↩︎Nota del Traductor: Cf. Timeo 24c-d. ↩︎
Nota del Traductor: La enumeración de Critias parecería indicar que Platón sostenía la existencia de al menos dos diluvios importantes, después de la destrucción de la Atenas primitiva: el de Deucalión y otro anterior. ↩︎
Nota del Traductor: Héroe del diluvio griego, hijo de Prometeo y Clímene. Cuando Zeus decidió destruir el género humano por su corrupción e inundar la mayor parte de Grecia, Deucalión construyó un arca con la que navegó durante nueve días junto a Pirra, su mujer. Cuando se retiran las aguas desembarca en Otris en la región de la Ftiótide, el Parnaso. Calcidia, el monte Atos o incluso el Etna según las diversas versiones de la leyenda. ↩︎
[Parte 3: El Imperio Atlántida (113a-115c):
Nombres griegos de los Atlantes: ¿por qué? + Poseidón: ¿por qué? + Descripción geográfica y riquezas]
Antes de la narración todavía es necesario llamar la atención sobre un detalle, para que no os maravilléis si escucháis nombres griegos de hombres bárbaros. Conoceréis la razón de dichos nombres. Puesto que Solón quería utilizar el relato para su poesía, investigó el significado de los nombres y descubrió que aquellos primeros egipcios los tradujeron a su propia lengua al escribirlos, y él, a su vez, tras captar el sentido de cada uno, los vertió a la nuestra cuando los escribió. Esos documentos se encontraban en casa de mi abuelo, y, actualmente, están todavía en mi poder y me ocupé diligentemente de ellos cuando era niño[1]. Por tanto, no os admire si escucháis nombres como los de aquí, pues ya conocéis la razón. El siguiente era entonces el comienzo de un largo relato.
Tal como dije antes acerca del sorteo de los dioses—que se distribuyeron toda la tierra, aquí en parcelas mayores, allí en menores e instauraron templos y sacrificios para sí—, cuando a Poseidón le tocó en suerte la isla de Atlántida la pobló con sus descendientes, nacidos de una mujer mortal en un lugar de las siguientes características. El centro de la isla estaba ocupado por una llanura en dirección al mar, de la que se dice que era la más bella de todas, y de buena calidad, y en cuyo centro a su vez[2], había una montaña baja por todas partes, que distaba a unos cincuenta estadios del mar[3]. En dicha montaña habitaba uno de los hombres que en esa región habían nacido de la tierra, Evenor de nombre, que convivía con su mujer Leucipe. Tuvieron una única hija, Clito. Cuando la muchacha alcanza la edad de tener un marido, mueren su madre y su padre. Poseidón la desea y se une a ella, y, para defender bien la colina en la que habitaba, la aísla por medio de anillos alternos de tierra y de mar de mayor y menor dimensión: dos de tierra y tres de mar en total, cavados a partir del centro de la isla, todos a la misma distancia por todas partes, de modo que la colina fuera inaccesible a los hombres.
Entonces todavía no había barcos ni navegación. Él mismo, puesto que era un dios, ordenó fácilmente la isla que se encontraba en el centro: hizo subir dos fuentes de aguas subterráneas a la superficie—una fluía caliente del manantial y la otra fría—e hizo surgir de la tierra alimentación variada y suficiente. Engendró y crió cinco generaciones de gemelos varones, y dividió toda la isla de Atlántida en diez partes, y entregó la casa materna y la parte que estaba alrededor, la mayor y mejor, al primogénito de los mayores y lo nombró rey de los otros. A los otros los hizo gobernantes y encargó a cada uno el gobierno de muchos hombres y una región de grandes dimensiones. A todos les dio nombre: al mayor y rey, aquel del cual la isla y todo el océano llamado Atlántico tienen un nombre derivado; porque el primero que reinaba entonces llevaba el nombre de Atlante[4]. Al gemelo que nació después de él, al que tocó en suerte la parte extrema de la isla, desde las columnas de Heracles hasta la zona denominada ahora en aquel lugar Gadirica, le dio en griego el nombre de Eumelo, pero en la lengua de la región, Gadiro. Su nombre fue probablemente el origen del de esa región. A uno de los que nacieron en segundo lugar lo llamó Anferes, al otro, Evemo. Al que nació primero de los terceros le puso el nombre de Mneseo y al segundo, Autóctono. Al primero del cuarto par le dio el nombre de Elasipo, y el de Méstor, al posterior. Al mayor del quinto par de gemelos le puso el nombre de Azaes y al segundo, el de Diáprepes. Todos éstos y sus descendientes vivieron allí durante muchas generaciones y gobernaron muchas otras islas en el océano y también dominaron las regiones interiores hacia aquí, como ya se dijo antes, hasta Egipto y Etruria [5].
La estirpe de Atlas llega a ser numerosa y distinguida. El rey más anciano transmitía siempre al mayor de sus descendientes la monarquía, y la conservaron a lo largo de muchas generaciones. Poseían tan gran cantidad de riquezas como no tuvo nunca antes una dinastía de reyes ni es fácil que llegue a tener en el futuro y estaban provistos de todo de lo que era necesario proveerse en la ciudad y en el resto del país. En efecto, aunque importaban mucho del exterior a causa de su imperio, la mayoría de las cosas necesarias para vivir las proporcionaba la isla; en primer lugar, todo lo que, extraído por la minería, era sólido o fusible, y lo que ahora sólo nombramos—entonces era más que un nombre la especie del oricalco que se extraía de la tierra en muchos lugares de la isla, el más valioso de todos los metales entre los de entonces, con la excepción del oro—y todo lo que proporciona el bosque para los trabajos de los carpinteros, ya que todo lo producía de manera abundante y alimentaba, además, suficientes animales domésticos y salvajes. En especial, la raza de los elefantes era muy numerosa en ella. También tenía comida el resto de los animales que se alimenta en los pantanos, lagunas y ríos y los que pacen en las montañas y en las llanuras, para todos había en abundancia y así también para este animal que es por naturaleza el más grande y el que más come. Además, producía y criaba bien todo lo fragante que hoy da la tierra en cualquier lugar, raíces, follaje, madera, y jugos, destilados, sea de flores o frutos. Pero también el fruto cultivado, el seco, que utilizamos para alimentarnos y cuanto usamos para comida—denominamos legumbres a todas sus clases—y todo lo que es de árboles y nos da bebidas, comidas y aceites, y el que usamos por solaz y placer y llega a ser difícil de almacenar, el fruto de los árboles frutales, y cuantos presentamos como postres agradables al enfermo para estímulo de su apetito, la isla divina, que estaba entonces bajo el sol, producía todas estas cosas bellas y admirables y en una cantidad ilimitada. Como recibían todas estas cosas de la tierra, construyeron los templos, los palacios reales, los puertos, los astilleros y todo el resto de la región, disponiéndolo de la manera siguiente.
Nota de Conectorium: Citado por David Antelo en el capítulo 3 de Atlántida – Los Paraísos Perdidos ↩︎
Nota del Traductor: Tal como señala Kl. Widdra (Platon. Tomaios. Kritias. Philebos. Bearbeitet von KI. W. Griechischer Text von A. Rivaud und A. Dies. Deutsche Übersetzung von H. Müller und F. Schleiermacher, Darmstadt, 1972, pág. 233 nota), prós debe tener aquí el sentido de en (cf. Kuhner-Gerth, I, 518) y kata méson tiene que estar referido al medio de la llanura. La interpretación de A. Rivaud (Platon. Oeuvres complètes. X: Timée. Critias. Texte établi ei traduit par A . R., París, 1925, 1970, 263) no parece posible porque para depender de aphestós méson debería estar simplemente en genitivo sin katá. Esta interpretación se ve confirmada por la longitud que del canal que une la isla central con el mar (115d). ↩︎
Nota del Traductor: Un estadio=600 pies.
Nota de Conectorium: Solón recibe el relato en Sais durante el período de la vigésimo sexta Dinastía de Egipto, también llamada Saíta por su capital: un estadio egipcio de esa dinastía equivale a 157,5 metros, y no a los 182,88 metros (600 pies) que propone el traductor del texto, basado, probablemente, en la medida del estadio olímpico griego. ↩︎Nota del Traductor: El hijo del titán Jápeto, hermano de Prometeo que tiene la misión de sostener el cielo aparece aquí como el primogénito de Poseidón y el rey mis importante de Atlántida. ↩︎
Nota del traductor: Cf. Tim. 25a-b ↩︎
[Parte 3: El Imperio Atlántida—continuación (115c-120d):
La Acrópolis + Resto del país + Organización militar + Gobierno y leyes]
En primer lugar, levantaron puentes en los anillos de mar que rodeaban la antigua metrópoli para abrir una vía hacia el exterior y hacia el palacio real. Instalaron directamente desde el principio el palacio real en el edificio del dios y de sus progenitores y, como cada uno, al recibirlo del otro, mejoraba lo que ya estaba bien, superaba en lo posible al anterior, hasta que lo hicieron asombroso por la grandeza y la belleza de las obras. A partir del mar, cavaron un canal de trescientos pies de ancho, cien de profundidad y una extensión de cincuenta estadios hasta el anillo exterior y allí hicieron el acceso del mar al canal como a un puerto, abriendo una desembocadura como para que pudieran entrar las naves más grandes. También abrieron, siguiendo la dirección de los puentes, los círculos de tierra que separaba los de mar, lo necesario para que los atravesara un trirreme[1], y cubrieron la parte superior de modo que el pasaje estuviera debajo, pues los bordes de los anillos de tierra tenían una altura que superaba suficientemente al mar. El anillo mayor, en el que habían vertido el mar por medio de un canal, tenía tres estadios de ancho. El siguiente de tierra era igual a aquél. De los segundos, el líquido tenía un ancho de dos estadios y el seco era, otra vez, igual al líquido anterior. De un estadio era el que corría alrededor de la isla que se encontraba en el centro. La isla, en la que estaba el palacio real, tenía un diámetro de cinco estadios. Rodearon ésta, las zonas circulares y el puente, que tenía una anchura de cien pies, con una muralla de piedras y colocaron sobre los puentes, en los pasajes del mar, torres y puertas a cada lado. Extrajeron la piedra de debajo de la isla central y de debajo de cada una de las zonas circulares exteriores e interiores; las piedras eran de color blanco, negro y rojo. Cuando las extrajeron, construyeron dársenas huecas dobles en el interior, techadas con la misma piedra. Unas casas eran simples, otras mezclaban las piedras y las combinaban de manera variada para su solaz, haciéndolas naturalmente placenteras. Recubrieron de hierro, al que usaban como si fuera pintura, todo el recorrido de la muralla que circundaba el anillo exterior, fundieron casiterita sobre la muralla de la zona interior, y oricalco, que poseía unos resplandores de fuego, sobre la que se encontraba alrededor de la acrópolis.
El palacio dentro de la acrópolis estaba dispuesto de la siguientes manera. En el centro, habían consagrado un templo inaccesible a Clito y Poseidón, rodeado de una valla de oro: ése era el lugar en el que al principio concibieron y engendraron la estirpe de las diez familias reales. De las diez regiones enviaban cada año hacia allí frutos de la estación como ofrendas para cada uno de ellos. Había un templo de Poseidón de un estadio de longitud y trescientos pies de ancho. Su altura parecía proporcional a estas medidas, puesto que tenía una forma algo bárbara. Recubrieron todo el exterior del templo de plata, excepto las cúpulas, que revistieron de oro. En el interior, el techo de marfil, entremezclado con oro, plata y oricalco, tenía una apariencia multicolor. Revistieron las paredes, columnas y pavimento de oricalco. Dentro del templo colocaron imágenes de oro: el dios de pie sobre un carro llevaba las riendas de seis caballos alados y tocaba, a causa de su altura, el techo con la cabeza; lo rodeaban cien Nereidas [2] sobre delfines —pues los de aquel entonces creían que eran tantas. En el interior había muchas otras estatuas que eran exvotos de particulares. Afuera, alrededor del templo, había estatuas de oro de todos, de las mujeres y de los hombres que habían pertenecido a la familia de los diez reyes, así como muchos otros exvotos grandes de los reyes y de particulares de la ciudad y de todas las regiones exteriores que dominaban. Había un altar que concordaba en su grandeza y su manufactura con esta construcción. El palacio, igualmente, se adecuaba a la grandeza del imperio, así como al orden alrededor del templo. Para utilizar las fuentes de agua fría y caliente que por naturaleza tenían una abundante cantidad de agua en sabor y calidad excelente para el uso, construyeron alrededor edificios, hicieron plantaciones de árboles adecuadas a las aguas, levantaron cisternas al aire libre e invernales cubiertas para los baños calientes —aparte las reales, las públicas y las privadas, además de otras para mujeres y otras para caballos y el resto de los animales de tiro— y ordenaron convenientemente cada una de ellas. Dirigieron la corriente de agua hacia el bosque sagrado de Poseidón —múltiples y variados árboles de belleza y altura sobrenatural por la calidad de la tierra— y hacia los círculos exteriores por medio de canales que seguían la dirección de los puentes. Habían construido en aquel lugar muchos templos para muchos dioses, muchos jardines y muchos gimnasios, unos de hombres, otros, separados, de caballos, en las dos islas de los anillos. Además, en el centro de la isla mayor había un hipódromo de un estadio de ancho colocado aparte, cuya extensión permitía que los caballos compitiesen libremente todo el perímetro. Alrededor de éste había, aquí y allí, casas de guardia para la mayoría de guardianes. La guardia de los más fieles estaba dispuesta en el anillo más pequeño y más cercano a la acrópolis y a los que más se distinguían en su fidelidad les habían dado casas dentro de la acrópolis en torno a los reyes. Los astilleros estaban llenos de trirremes y de todos los artefactos correspondientes, todo adecuadamente preparado[3]. Los alrededores de la casa de los reyes estaban arreglados de la siguiente manera: cuando se atravesaban los puertos desde afuera —que eran tres— una muralla se extendía en círculo, a partir del mar —a cincuenta estadios por todas partes del anillo mayor y de su puerto— y se cerraba en la desembocadura del canal en el mar. Muchas casas poblaban densamente toda esta zona; la entrada del mar y el puerto mayor estaban llenos de barcos y comerciantes llegados de todas partes que, por su multitud, ocasionaban vocerío, ruido y bullicio variado de día y de noche.
Ahora ya tenemos casi recordados la ciudad y los alrededores de la antigua edificación, tal como se describieron entonces. Debemos intentar recordar el resto de la región, como era su naturaleza y la forma en que estaba ordenado. En primer lugar, se decía que todo el lugar era muy alto y escarpado desde el mar, pero que los alrededores de la ciudad eran llanos, suaves y planos, circundados a su vez de montañas que llegaban hasta el mar. Esta llanura era de forma oblonga y tenía por un lado tres mil estadios y dos mil en el centro desde el mar hacia arriba. Esta zona de la isla estaba de cara al viento sur, de espaldas a la constelación de la Osa y protegida del viento norte. Entonces se loaba que las montañas que la rodeaban superaban por su número, grandeza y belleza a todas las que hay ahora y que tenían en ellas muchas ricas aldeas de vecinos, ríos, lagos y prados que daban alimento suficiente a todos los animales, domésticos y salvajes, bosques variados en cantidad y especies que proveían abundantemente para todas y cada una de las obras. La naturaleza y muchos reyes, con su largo esfuerzo, habían conformado la llanura de la siguiente manera. En su mayor parte era un cuadrilátero rectangular, y lo que faltaba para formarlo lo había corregido por medio de una fosa cavada a su alrededor. Aunque la profundidad, ancho y longitud que les atribuyeron eran tan grandes, sin contar con las otras obras, que resulta increíble para algo hecho por las manos del hombre, debemos decir lo que escuchamos. Habían cavado una profundidad de cien pies; el ancho era en todos lados de un estadio y, como había sido cavada alrededor de toda la llanura, su longitud era de diez mil estadios. Tras recibir las corrientes que bajaban de las montañas y rodear la llanura, llegaba a la ciudad por ambos lados y allí dejaba fluir el agua al mar. Desde su parte superior habían abierto canales rectos de cien pies de ancho que corrían a lo largo de la llanura hasta desembocar nuevamente en la fosa que daba al mar y distaban entre sí cien estadios de distancia uno de otro. Así bajaban a la ciudad la madera de las montañas y proveían con barcos el resto de los productos estacionales, ya que habían abierto comunicaciones transversales de unos canales a otros y hacia la ciudad. Cosechaban la tierra dos veces por año, en invierno con las aguas provenientes de Zeus, y en verano conducían desde los canales las corrientes que produce la tierra.
En cuanto al número, estaba dispuesto que cada distrito de la llanura con hombres útiles para la guerra proveyera un jefe. La extensión del distrito era de diez veces diez estadios y los distritos eran sesenta mil[4]. Se decía que la cantidad de hombres de la montaña y del resto de la región era innumerable; todos estaban distribuidos en estos distritos y asignados a jefes según las zonas y las aldeas. Estaba reglamentado que cada jefe proveyera en caso de guerra la sexta parte de un carro de guerra hasta diez mil carros, dos caballos y jinetes, además de un par de caballos sin carro, un infante con escudo pequeño y el guerrero que lucha sobre el carro y conduce los dos caballos, dos hoplitas, arqueros y honderos, también dos cada uno, lanzadores de piedras y lanceros con armamento ligero, tres cada uno, y cuatro marineros para cubrir la tripulación de mil doscientas naves. Así estaba dispuesto lo concerniente a la guerra en la ciudad real, lo de las nueve restantes lo estaba de otra manera que llevaría mucho tiempo relatar.
Lo relativo a los puestos de gobierno y los honores estuvo ordenado desde el principio de la siguiente manera. Cada uno de los diez reyes imperaba sobre los hombres y sobre la mayoría de las leyes en su parte y en su ciudad, y castigaba y mataba a quien quería. El gobierno y la comunidad de los reyes se regían por las disposiciones de Poseidón tal como se las transmitían la constitución y las leyes escritas por los primeros reyes en una columna de oricalco que se encontraba en el centro de la isla en el templo de Poseidón, donde se reunían bien cada lustro, bien, de manera alternativa, cada seis años, para honrar igualmente lo par y lo impar. En las reuniones, deliberaban sobre los asuntos comunes e investigaban si alguno había infringido algo y lo sometían a juicio. Cuando iban a dar el veredicto se daban primero las siguientes garantías unos a otros. Rogaban a Poseidón que tomara la ofrenda sacrifica1 que le agradara de entre los toros sueltos en su templo y ellos, que eran sólo diez, lo cazaban sin hierro, con maderas y redes. Al que atrapaban lo conducían hacia la columna y lo degollaban encima de ella, haciendo votos por las leyes escritas. En la columna, junto a las leyes, había un juramento que proclamaba grandes maldiciones para los que las desobedecieran. Tras hacer el sacrificio según sus leyes y ofrecer todos los miembros del toro, llenaban una crátera y vertían en ella un coágulo de sangre por cada uno. El resto lo arrojaban al fuego una vez que habían limpiado la columna. Luego, mientras extraían sangre de la crátera con fuentes doradas y hacían una libación sobre el fuego, juraban juzgar según las leyes de la columna y castigar si alguien hubiera infringido algo antes, y, además, no infringir intencionalmente en el futuro, ninguna de las leyes escritas, ni gobernar ni obedecer a ningún gobernante, excepto a aquel que ordenara según las leyes del padre. Una vez que cada uno de ellos hubo prometido esto de sí y de su estirpe, bebido y dedicado la fuente como exvoto en el templo del dios y se hubo ocupado de la comida y de las otras necesidades, cuando llegaba la oscuridad y se había enfriado el fuego sacrificial, se vestían con un bellísimo vestido púrpura y se sentaban en el suelo junto a las ascuas del juramento sacrificial. Durante la noche, tras apagar el fuego que se encontraba alrededor del templo, eran juzgados y juzgaban si alguien acusaba a alguno de ellos de haber infringido alguna ley. Cuando terminaban de juzgar, al hacerse de día, escribían los juicios en una tablilla de oro y la ofrendaban como recuerdo junto con las vestimentas. Había muchas otras leyes especiales acerca de los honores de cada uno de los reyes; lo más importante: no atacarse nunca unos a otros y ayudarse todos en caso de que alguien intentara destruir la estirpe real en alguna de sus ciudades, y tomar en común, como antes, las determinaciones concernientes a la guerra y a otras actividades, bajo la conducción de la estirpe de Atlante. Ningún rey podía matar a ninguno de sus parientes, si no contaba con la aprobación de más de la mitad de los diez.
Nota de Conectorium: Citado por David Antelo en Atlántida – Paraísos Perdidos, capítulo 3. ↩︎
Nota del Traductor: Hijas de Nereo, dios del mar padre de Tetis, y de Dóride, hija de Océano y Tetis. Ninfas marinas asociadas generalmente al culto de Poseidón. Son cincuenta y aquí Critias menciona expresamente la divergencia de la tradición. ↩︎
Nota de Conectorium: Citado por David Antelo, ver nota 1. ↩︎
Nota del Traductor: La llanura tenía una extensión de 6.000.000 de estadios cuadrados y un sistema de canales la dividía en 600 cuadrados de 10.000 estadios cada uno, cada uno con 100 distritos de 100 estadios, lo que da 60.000 distritos (Kl. Widdra, Kritias, cit., 446). ↩︎
[Parte 4: Degeneración de Atlántida y castigo de Zeus (120d-121c)]
Según el relato, tan gran potencia y de tales características existente entonces en aquellas zonas ordenó y envió el dios contra nuestras tierras por la siguiente razón. Durante muchas generaciones, mientras la naturaleza del dios era suficientemente fuerte, obedecían las leyes y estaban bien dispuestas hacia lo divino emparentado con ellos. Poseían pensamientos verdaderos y grandes en todo sentido, ya que aplicaban la suavidad junto con la prudencia a los avatares que siempre ocurren y unos a otros, por lo que, excepto la virtud, despreciaban todo lo demás, tenían en poco las circunstancias presentes y soportaban con facilidad, como una molestia, el peso del oro y de las otras posesiones. No se equivocaban, embriagados por la vida licenciosa, ni perdían el dominio de sí a causa de la riqueza, sino que, sobrios, reconocían con claridad que todas estas cosas crecen de la amistad unida a la virtud común, pero que con la persecución y la honra de los bienes exteriores, éstos decaen y se destruye la virtud con ellos. Sobre la base de tal razonamiento y mientras permanecía la naturaleza divina, prosperaron todos sus bienes, que describimos antes. Mas cuando se agotó en ellos la parte divina porque se había mezclado muchas veces con muchos mortales y predominó el carácter humano, ya no pudieron soportar las circunstancias que los rodeaban y se pervirtieron; y al que los podía observar les parecían desvergonzados, ya que habían destruido lo más bello de entre lo más valioso, y los que no pudieron observar la vida verdadera respecto de la felicidad, creían entonces que eran los más perfectos y felices, porque estaban llenos de injusta soberbia y de poder. El dios de dioses Zeus, que reina por medio de leyes, puesto que puede ver tales cosas, se dio cuenta de que una estirpe buena estaba dispuesta de manera indigna y decidió aplicarles un castigo para que se hicieran más ordenados y alcanzaran la prudencia. Reunió a todos los dioses en su mansión más importante, la que, instalada en el centro del universo, tiene vista a todo lo que participa de la generación y, tras reunirlos, dijo…
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