Pierre Hadot: el presente y la conciencia cósmica en el estoicismo

Contexto Condensado

Todo está conectado. Ese es, quizá, el tema principal del capítulo que leemos a continuación. Para los estoicos, para Marco Aurelio, todo tiene que ver con todo y hay un entrelazamiento, una “conexión sagrada” en el devenir de las cosas. No aceptar lo que sucede es renegar de la voluntad del Destino (la voluntad de las Parcas, las Moirai, de donde viene el nombre Moira). En cambio “querer el acontecimiento que ocurre en este momento, en el instante presente, es querer todo el universo que lo produce”.

La última frase, bellísima y para enmarcar, le pertenece a Pierre Hadot, el autor de La Ciudadela Interior, una de las mejores guías —sino la mejor— para leer y entender las Meditaciones de Marco Aurelio. El libro fue publicado por primera vez en 1992, en París. El año '98 llegó a las librerías en inglés. A nosotros, en español, nos llega en la traducción de María Cucurella Miquel publicada en 2013.

Pierre Hadot, francés, enseñó en el Collège de France a instancias de Michel Foucault. De no haber sido filósofo e historiador de filosofía, especializado en filosofía antigua —afición que compartió con su esposa, la alemana Ilsetraut Hadot—, bien pudo haber sido poeta; y muestra clara es que a lo largo del libro, muchas veces, re-cita hermosas poesías. Pero las tres Moirai del Destino le tenían preparada otra labor, y él nos explicará quiénes eran éstas, qué se llamaban, y cuál era su rol. También nos explicará la importancia de ellas en el estoicismo. Y aquí veremos un atisbo de los dichos modernos de: “por algo pasan las cosas”, “así lo quiso Dios”, “hágase Tu Voluntad”, “los tiempos de Dios son perfectos”, “todo llega en su debido momento”. También vamos a ver la idea de la omnipresencia de esta “Razón universal”, de este Todo involucrado en todo.

Confiar en que hay una “Razón universal” en todo lo que ocurre, en que todo lo que sucede pasa porque así lo dispone la “Razón divina”, y que todo el cosmos está involucrado en cada acción, confiar en que existe esta conciencia cósmica... esto, desde siempre, nos ha servido de consuelo y nos ha traído calma. Por eso aceptar lo que está fuera de nuestro alcance era necesario y urgente en el estoicismo, como lo sigue siendo ahora.

Todo está conectado y entrelazado. Así como en la anterior lectura de Hannah Arendt, el Destino quiso que Hadot también traiga como invitado un científico, en este caso, el multifacético Ernst Mach. Y así como Arendt nos traía a colación las ideas de Epicteto sobre la libertad —a lo que nos preguntamos: si existe el destino, ¿existe la libertad? quizá sólo sería compatible con la libertad interior que predicaba Epicteto—, así también hoy Hadot nos trae a este filósofo grecorromano para recordarnos que “debíamos limitarnos a desear lo que depende de nosotros, el bien moral, y a huir de lo que depende de nosotros, el mal moral. Lo que no depende de nosotros, es decir, lo que es indiferente, no debía desearse, pero también era necesario no huir de ello, porque entonces se corría el riesgo de «caer en lo que intentamos evitar». Epicteto vinculaba esta actitud al consentimiento en el Destino.”

Amar al destino, para los estoicos, eso sí, no significa lo que podríamos entender por “amor” a primera vista, sino “tener por costumbre”, “aceptar”. Y si todo esto te hace recuerdo al amor fati nietzscheano, don Pierre Hadot se encarga de analizar, comparar y diferenciar esta idea con la estoica; pero eso lo hace en la sección siguiente a la que leemos a continuación.

Y, finalmente, para cerrar el linkeamiento de las cosas, antes de leer mañana el libro 6 de las Meditaciones de Marco Aurelio, Hadot nos pone ahora en contexto total con varias de las reflexiones escritas en los libros 3, 4 y 5. Y nos deja claro —como decía Luis Enrique, DT de la selección española de fútbol en una de sus recientes transmisiones en Twitch— que la indiferencia con lo que no depende de mí no significa, para nada, frialdad. “Al contrario; puesto que este acontecimiento es la expresión del amor que el Todo tiene por sí mismo, puesto que es útil al Todo, el Todo lo quiere, y hay que quererlo, hay que amarlo. Mi voluntad se identificará así con la voluntad divina que ha querido este acontecimiento.”

Si el Todo tiene una Voluntad, no lo podemos saber, no tenemos capacidad de comprenderlo. Si nuestra voluntad es una expresión de esa Voluntad Mayor, tampoco podemos tener certeza. Pero aceptar lo que no depende de nosotros, y lograr que lo que sucede no nos desmoralice ni haga decaer nuestro espíritu, es sabiduría pura. Sin ser religioso, mi rezo favorito siempre ha sido: “concedeme serenidad para aceptar todo lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que soy capaz de cambiar, y sabiduría para entender la diferencia”. Con total certeza, esta oración se llama “plegaria de la Serenidad”.

Autor: Pierre Hadot

Libro: La Ciudadela Interior (1992)

Capítulo 7: El estoicismo de las «Meditaciones». La disciplina del deseo o el «amor fati»

Sección: El presente, el acontecimiento y la conciencia cósmica

El fin de la disciplina del deseo, según Epicteto[1], era no frustrarnos en nuestros deseos y no caer en lo que intentamos evitar. Para ello debíamos limitarnos a desear lo que depende de nosotros, el bien moral, y a huir de lo que depende de nosotros, el mal moral. Lo que no depende de nosotros, es decir, lo que es indiferente, no debía desearse, pero también era necesario no huir de ello, porque entonces se corría el riesgo de «caer en lo que intentamos evitar». Epicteto vinculaba esta actitud al consentimiento en el Destino.

Marco Aurelio retoma esta misma doctrina, pero sus implicaciones y consecuencias aparecen en sus textos de manera más explícita y clara: la disciplina del deseo se referirá ante todo a cómo debemos acoger los acontecimientos que resultan del movimiento general de la Naturaleza universal y que produce la «causa exterior», como lo llama Marco Aurelio (VIII, 7):

“La naturaleza razonable [es decir, la naturaleza propia del hombre] sigue bien la vía que le es propia... si sólo siente deseo y aversión, por lo que depende de nosotros y acoge con alegría todo lo que en partición da la Naturaleza universal.”

Y lo que da en partición son los acontecimientos que le advienen (III, 16, 3):

“Lo propio del hombre de bien es amar y acoger con alegría todos los acometimientos que vienen a su encuentro (sumbainonta [συμβαίνοντα]) y que están unidos a él por el Destino.”

Habíamos visto que, para los estoicos, lo que me era presente era lo que me advenía actualmente, es decir, no sólo mi acción actual, sino también el acontecimiento presente al que estaba confrontado. Una vez más, como en el caso del presente en general, mi atención, mi pensamiento, recorta en el flujo de las cosas lo que tiene un sentido para mí. Mi discurso interior dirá que tal acontecimiento me adviene. Por otro lado, tome conciencia o no, el movimiento general del universo, puesto en movimiento por voluntad de la Razón divina, me destina, desde toda la eternidad, a encontrarme con uno u otro acontecimiento. Por eso he traducido la palabra sumbainon (etimológicamente «lo que camina junto»), que Marco Aurelio suele emplear para designar lo que acontece, por el giro «el acontecimiento que viene a nuestro encuentro», Más exactamente aún, habría que traducir «el acontecimiento que se ajusta a nosotros», pero esta expresión no siempre es utilizable. En todo caso, éste es el sentido exacto que Marco Aurelio da a la palabra sumbainon (V, 8, 3):

“Decíamos que los acontecimientos se ajustan a nosotros (sumbainein) como los ladrillos lo dicen de las piedras cuadradas, en los muros o en las pirámides, cuando se adaptan bien entre sí en una combinación determinada.”

A la imagen de la construcción del edificio del universo viene a mezclarse la del tejido, la del entrelazamiento de la trama y de la cadena, imagen tradicional y arcaica, vinculada a la figura de las Moirai, quienes, ya en Homero,[2] hilan el destino de cada hombre. En el papiro órfico de Derveni,[3] luego en Platón,[4] y en los estoicos, las Parcas, llamadas Lachesis, Clothô y Átropos, aparecen como las figuras míticas de la ley cósmica que emana de la Razón divina. Citemos este testimonio sobre la doctrina estoica:

“Las Moirai (las Parcas) se llaman, a causa de la partición (diamerismos) que operan, Clothô (la hilandera), Lachesis (la que distribuye las suertes) y Átropos (la inflexible): Lachesis porque reparte la suerte que reciben los individuos según la justicia; Átropos, porque la división de las partes, en todos sus detalles, no puede cambiarse y es inmutable desde los tiempos eternos; Clothô, porque la partición se hace según el Destino y lo que se produce llega a su término conforme a lo que ha hilado.”[5]

Otro testimonio expone más o menos las mismas representaciones:

“Las Moirai deben su nombre a que distribuyen y reparten algo a cada uno de nosotros. Crisipo sugiere que el número de las Moirai corresponde a los tres tiempos en los que todas las cosas se mueven circularmente y por medio de los cuales todas las cosas encuentran su final. Lachesis se llama así porque atribuye a cada uno su destino; Átropos se llama así a causa del carácter inmutable e incambiable de la repartición; Clothô se llama así a causa del hecho de que todas las cosas están hiladas y encadenadas conjuntamente y que no pueden recorrer más que una única vía, que está ordenada a la perfección.”[6]

Los «acontecimientos que vienen a mi encuentro», «que se ajustan a mí», los entretejió conmigo Clothô, figura del Destino, es decir, de la Razón universal (IV, 34):

“Abandónate voluntariamente a Clothô, déjala entretejerte con cualquier elemento que quiera.”

A Marco Aurelio le gusta evocar este entrelazamiento:

“Este acontecimiento que viene a tu encuentro... te ha ocurrido, te ha sido coordenado, se ha puesto en relación contigo, habiéndose hilvanado contigo, desde el comienzo, a partir de las causas más antiguas” (V, 8, 12).

“¿Te ocurre algo? — Bien: todo acontecimiento que viene a tu encuentro lo ha vinculado a ti el Destino y se ha hilado contigo a partir del Todo desde el comienzo” (IV, 26).

“Te ocurra lo que te ocurra, ya estaba preparado para ti por adelantado desde toda la eternidad, y el entrelazamiento de las causas ha tejido, desde siempre, tu sustancia y el encuentro de este acontecimiento” (X, 5).

Este motivo fuertemente orquestado por Marco Aurelio carece, de hecho, de los propósitos de Epicteto a los que se refiere Arriano (1, 12, 25):

“¿Vas a irritarte, estar descontento con lo que Dios ha ordenado, estos acontecimientos que él mismo ha definido y dispuesto, asistido por las Moirai que estaban presentes en tu nacimiento y que han hilado tu destino?”

Esto significa que si un acontecimiento —es decir, para los estoicos, un predicado (el «pasearse» que tengo presente cuando «me paseo»)—, si un acontecimiento me adviene, lo produce la totalidad universal de las causas que constituyen el cosmos. La relación entre este acontecimiento y yo mismo supone el universo entero y la voluntad de la Razón universal. Tendremos que examinar más adelante[7] si esta voluntad define todos los detalles de los acontecimientos o si se contenta con un impulso inicial. Pero, por el momento, nos bastará con retener que, si estoy enfermo, si pierdo a mi hijo, si soy víctima de un accidente, todo el cosmos está implicado en este acontecimiento.

Esta conexión, este entrelazamiento, esta implicación de todas las cosas en todas las cosas es uno de los temas más apreciados por Marco Aurelio. El cosmos, para él, como para los estoicos, es un único ser vivo, dotado de una conciencia y de una voluntad únicas (IV, 40): «Como todo concurre a producir todo lo que se produce, como todo está entrelazado y envuelto junto» para formar una «conexión sagrada» (IV, 40; VI, 38; VII, 9).

Cada momento presente, cada acontecimiento que encuentro en él y cada uno de mis encuentros con el acontecimiento implican así y contienen virtualmente todo el movimiento del universo. Una representación de este tipo está acorde con la concepción estoica de la realidad como mezcla absoluta, como interpenetración de todas las cosas en todas las cosas.[8] Crisipo hablaba de la gota de vino que se mezcla con el mar entero y se extiende al mundo entero.[9] Semejantes visiones del mundo no están, de hecho, anticuadas. Hubert Reeves habla en alguna parte de la intuición de Ernst Mach según la cual «todo el universo está misteriosamente presente en cada lugar y en cada instante del mundo».[10] No digo que tales representaciones se cimenten en la ciencia, sino que lo hacen en una experiencia original, fundamental, existencial, que se expresa, por ejemplo, en forma de poesía como en los versos de Francis Thompson:

“Todas las cosas
Próximas o lejanas
De una manera oculta
Están ligadas unas a otras
Por una potencia inmortal
De modo que no podéis coger una flor
Sin perturbar una estrella.”
[11]

En todo caso encontramos también aquí aquella intuición fundamental: la cohesión, la coherencia de la realidad consigo misma, que conducía a los estoicos a percibir, tanto en cada movimiento del ser vivo como en el movimiento de todo el cosmos, o en la perfección del sabio, el acuerdo consigo mismo, el amor de sí, como da a entender Marco Aurelio (X, 21):

“¡Ama, la Tierra! ¡Ama, la lluvia! ¡Y también él, ama, el venerable Éter! ¡Y el Mundo también ama producir lo que debe advenir. Le digo al Mundo: Amo, también yo, contigo. No decimos también: ¿esto ama ocurrir?”

El lenguaje corriente, que emplea «amar» con el significado de «tener por costumbre» reúne aquí la mitología que lleva a pensar, en forma de alegoría, que es propio del Todo amarse a sí mismo. En efecto, Marco Aurelio alude aquí a la grandiosa imagen de la hierogamia entre el cielo (el Éter) y la tierra descrita por Eurípides:

“¡Ama, la Tierra! Ama, la lluvia, cuando el campo sin agua, estéril de sequía, tiene necesidad de humedad, ¡Y también él, el Cielo venerable, ama! Ama, lleno de lluvia, caer sobre la tierra por el poder de Afrodita.”[12]

Este mito da a entender, de hecho, que este amor de sí no es un amor solitario y egoísta del Todo hacia sí mismo, sino, más bien, en el seno del Todo, el amor de las partes entre sí, de las partes por el Todo y del Todo por las partes. Hay entre las partes y el Todo una «armonía», una «co-respiración» que los une. Todo lo que le ocurre a la parte es útil al Todo, todo lo que es «ordenado» a cada parte es «ordenado» (V, 8) en cierto sentido médicamente, por la salud del Todo, y así de todas las otras partes.

La disciplina del deseo consistirá en volver a situar cada acontecimiento en la perspectiva del Todo. Por eso, como hemos dicho,[13] corresponde a la parte física de la filosofía. Situar cada acontecimiento en la perspectiva del Todo es a la vez comprender que me encuentro con él que me es presente porque me lo ha destinado el Todo, pero también que el Todo está presente en él. En sí, puesto que este acontecimiento no depende de mí, es indiferente y podría pensarse que el estoico lo acogerá con indiferencia. Sin embargo, indiferencia no significa frialdad. Al contrario; puesto que este acontecimiento es la expresión del amor que el Todo tiene por sí mismo, puesto que es útil al Todo, el Todo lo quiere, y hay que quererlo, hay que amarlo. Mi voluntad se identificará así con la voluntad divina que ha querido este acontecimiento. Ser indiferente a las cosas indiferentes, es decir, a los acontecimientos que no dependen de mí es, de hecho, no diferenciarlos, es amarlos igualmente, como el Todo, como la Naturaleza, los produce con un amor igual. Es el Todo que, en mí y por mí, se ama a sí mismo, y depende de mí no romper la cohesión del Todo rechazando aceptar uno u otro acontecimiento.

Marco Aurelio describe este sentimiento de consentimiento que ama la voluntad del Todo, esta identificación con el querer divino, diciendo, por ejemplo, que hay que «complacerse» en los acontecimientos que nos ocurren, que hay que «acogerlos con alegría», «aceptarlos con placer», «amarlos», «quererlos». El Manual de Epicteto que redactó Arriano también expresaba bien esta actitud en una fórmula impactante (capítulo 8) que contiene toda la disciplina del deseo:

“No intentes que lo que ocurre, ocurra como tu quieres, sino que quiere que lo que ocurre, ocurra como ocurre, y serás feliz.”

Todo esto se resume admirablemente en esta oración al Mundo que escribe Marco Aurelio (IV, 33):

“Todo lo que está de acuerdo contigo, está de acuerdo conmigo; ¡oh, Mundo! Nada de lo que, para ti, llega puntual, llega para mí demasiado pronto o demasiado tarde. Todo lo que producen tus estaciones; oh, Naturaleza, es fruto para mí. De ti vienen todas las cosas, en ti están todas las cosas, hacia ti vienen todas las cosas.”

Esto nos lleva al tema del presente. No sólo porque está de acuerdo con el mundo determinado acontecimiento es que me está predestinado y está de acuerdo conmigo, sino que se debe sobre todo a que llega en este momento, en este momento y no en otro, porque llega según el kairós, el buen momento, por lo que —los Griegos lo sabían desde siempre— es único. Lo que me ocurre en este momento, ocurre así en el buen momento, según el desarrollo necesario, metódico y armonioso de todos los acontecimientos, cada uno de los cuales llega a su hora, en su estación.

Y querer el acontecimiento que ocurre en este momento, en el instante presente, es querer todo el universo que lo produce.


  1. El autor hace un Cf. a la página 168 del mismo libro, donde cita las Disertaciones, I, 12 y I, 20. ↩︎

  2. Homero, Ilíada, XX, 127; XXIV, 209; XXIV, 525; Odisea, VII, 197. ↩︎

  3. Cf. P. Boyancé, «Remarques sur le Papyrus de Derveni», Revue des Etudes Grecques, 1974. Vol. 87, p. 95. ↩︎

  4. Platón, República, 617b ss, ↩︎

  5. Von Arnim, Stoicorum Veterum Fragmenta, vol. II, sección 913. ↩︎

  6. SVF, vol. II, sección 914. ↩︎

  7. Cfr. más abajo en el mismo libro, pp. 259-376. ↩︎

  8. Buen resumen de la teoría en É. Bréhier, Crisipo, París, 1951, pp.114-1277 y S. Sambursky, Physics of the Stoics, Londres, 1959, pp. 11-177. Cfr. Stoïciens, pp. 167-169 (Plutarco, Sobre las nociones comunes.., 37. 1077-1078). ↩︎

  9. Stoïciens, p. 169. ↩︎

  10. H. Reeves, Patience dans l’azur, Paris, 1988, p. 259. ↩︎

  11. F. Thompson, The Mistress of Vision. ↩︎

  12. Eurípides, Tragoediae, vol. III, Nauck, Leipzig, 1912 , fr. 890, p. 249. ↩︎

  13. Cfr al mismo libro, capítulos anteriores en p. 174-182. ↩︎


Cita a:

Marco Aurelio: Meditaciones, libro 3
Habite en vos la serenidad, la ausencia de necesidad de ayuda externa y tranquilidad que procuran otros. Conviene mantenerse recto, no enderezado. No debe tenerse en cuenta la opinión de todos, sólo la de los que viven conforme a la naturaleza. Venerá la facultad intelectiva. No vagabundeés más.
Marco Aurelio: Meditaciones, libro 4
El dueño de sí mismo adopta, frente a lo que sucede, una actitud tal que siempre puede adaptarse a las posibilidades que se le dan. Se lanza instintivamente ante lo que se presenta, con prevención, y convierte en materia propia incluso lo que era obstáculo. “Nada viene de la nada”. “Memento mori”.
Marco Aurelio: Meditaciones, libro 5
Como formés tus imaginaciones en repetidas veces, así será tu inteligencia; el alma es teñida por sus imaginaciones. La inteligencia derriba y desplaza todo lo que obstaculiza su actividad hacia un objetivo, y convierte en acción lo que retenía la acción, y en camino lo que obstaculizaba el camino.
Marco Aurelio: Meditaciones, libro 6
«Lo que no beneficia al enjambre, tampoco beneficia a la abeja». «La mejor manera de defenderte es no asimilarte a ellos». «El orgullo es un terrible embaucador de la razón, y cuando pensás ocuparte mayormente de las cosas serias, entonces te embauca». «si algo es posible también está a tu alcance».
Marco Aurelio: Meditaciones, libro 7
“En muy poco radica la vida feliz”
. “La perfección moral consiste en esto: en pasar cada día como si fuera el último, sin convulsiones, sin entorpecimientos, sin hipocresías”. “No sintás vergüenza de ser socorrido.“ “ Te es posible revivir“. “Cavá en tu interior”. “Vana afición a la pompa”.
Epicteto - Conectorium
Epicteto, (en griego: Επίκτητος, ‘adquirido’); Hierápolis, 55 - Nicópolis, 135) fue un filósofo griego de la escuela estoica que vivió parte de su vida como esclavo en Roma. No dejó obra escrita, pero de sus enseñanzas se conservan en escritos hechos por su discípulo Flavio Arriano, así como algunos…
Platón - Conectorium
Πλάτων, Plátōn, su verdadero nombre era Aristocles (Atenas o Egina,​ c. 427-347 a. C.). Pupilo de Sócrates, maestro de Aristóteles, fundador de la Academia de Atenas, que perduraría más de 900 años: todo el mundo sabe quién es Platón. Lo que no saben es que significa “espalda ancha”: antes de ser fi…

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