Oscar Wilde: el pasado es la clave del futuro, y la forma de estudiarlo también (ft. Lourdes Pascual y Tucídides)
Esta vez, el contexto viene de la mano de la traductora de este ensayo, Lourdes Pascual Gargallo, quien escribiera esta introducción hace 18 años, en agosto de 2006, para la publicación hecha por Ellago Ediciones desde un municipio de España llamado Castellón, un poquito al norte de Valencia. No tendría sentido hacer un contexto nuevo. Por el tamaño del extracto, parecerá un contrasentido leer un contexto más largo, pero no lo es.
Líneas abajo no leemos, lamentablemente, la traducción de Pascual, porque no la encuentro en línea y porque no tengo, por el momento, cómo conseguir uno de sus ejemplares físicos. Leemos apenas el último 20% del tercer capítulo de este ensayo. El otro 80% del capítulo recopila distintas versiones sobre el origen de la sociedad según los antiguos griegos, y bien serviría para otra lectura en la que podríamos conectarnos con esa famosa cita, en los tiempos que corren convertida en meme: «Los buenos tiempos crean hombres débiles, los hombres débiles crean tiempos difíciles, los tiempos difíciles crean hombres fuertes, y los hombres fuertes crean buenos tiempos».
Prólogo de Lourdes Pascual Gargallo
It is to criticism that the future belongs
(Oscar Wilde, The critic as an artist, Intentions, 1891)
Algunos autores han afirmado que las obras de Oscar Wilde no necesitan ninguna introducción porque se explican a sí mismas. Por este motivo, dicen, siempre suponen un reto para la ingenuidad de editores y comentaristas y, en mi opinión, este reto se ve acrecentado cuando la introducción se escribe desde el punto de vista de la traductora, como es el caso. Ítalo Calvino asevera que «traducir es la manera de leer de verdad un texto», y, por ello, a pesar de las recomendaciones sobre lo contrario, me atreveré a aportar algunos apuntes y notas marginales que fui realizando durante la lectura y la traducción de este ensayo. Estas anotaciones personales, que empezaron como un intento de estudiar el contexto, la estructura y el estilo, se convirtieron para mí en un testimonio de la brillantez de esta obra tan breve como densa y compleja. En cada una de ellas, me descubro cautivada ante la elegancia y la sutileza del texto, ante la habilidad y la profesionalidad del autor, ante la profundidad y el conocimiento de causa con que se trata la materia. Así pues, considero imprescindible rendir el debido tributo de honor a un escritor que se caracterizó por su búsqueda constante de la verdad y por poseer la misma iluminación intelectual que él atribuye a los antiguos habitantes de Grecia.
Oscar Wilde nació el 16 de octubre de 1854 en Dublín. Entre 1871 y 1874 asistió al Trinity College, donde fue un destacado estudiante y ganó diversos premios, incluyendo la Berkeley Gold Medal for Greek. Esta condecoración era el reconocimiento más elevado que se podía conceder a los estudiantes de griego y latín del Trinity College. Posteriormente, se le concedió una beca para estudiar en el Magdalen College de Oxford. The Rise of Historical Criticism vio la luz en 1879. Wilde presentó el texto al premio de ensayo Chancellor’s English Essay Prize de Oxford bajo el título Historical Criticism amongst the Ancients («El Criticismo Histórico entre los antiguos»), pero el jurado no lo consideró merecedor de tal distinción. Como el espíritu griego, el ensayo permaneció olvidado durante años, hasta después del fallecimiento del autor.
Tras la muerte de Wilde en 1900, su gran amigo Robert Ross, cuyas cenizas descansan junto a las del escritor en su tumba de Père Lachaise, se convirtió en su albacea literario y en editor de sus obras. Esta tarea no fue fácil porque significó localizar y adquirir los derechos de todos los textos de Wilde, que se habían vendido junto con todas sus pertenencias cuando el autor se declaró en bancarrota. Ross tuvo que luchar también contra la proliferación de obras de Wilde en el mercado negro que se produjo tras su arresto, y especialmente contra la publicación de libros, normalmente de temática erótica, que el autor no había escrito pero que se publicaron ilegalmente bajo su nombre.
The Rise of Historical Criticism apareció por primera vez, incompleto, en 1905, en un volumen denominado Miscellanies. En concreto, el fragmento que se publicó corresponde a la cuarta parte de la versión que ahora presenta Ellago Ediciones. Robert Ross explica en la introducción que, al parecer, cuando Miscellanies ya estaba en prensa, descubrió las partes restantes del ensayo escritas del puño y letra del autor. Además de este hecho, como prueba añadida de la autenticidad del manuscrito Ross aporta la referencia a un pasaje concreto de la obra, que identifica como característico de Wilde:
For, it was in vain that the middle ages strove to guard the buried spirit of progress. When the dawn of the Greek spirit arose, the sepulchre was empty, the grave clothes laid aside. Humanity had risen from the dead.
El texto íntegro de The Rise of Historical Criticism apareció por primera vez en 1908, en la primera edición de las obras completas de Oscar Wilde en 14 volúmenes editada por Ross y publicada por Methuen. En la edición de 1966 de Collins, cuyo prólogo fue escrito por Vyvyen Holland, hijo del autor, Ross afirma acerca de este ensayo que es una obra muy temprana, aunque singularmente avanzada y madura, y que posiblemente fue escrita cuando Wilde se hallaba o bien en Dublín o bien en Oxford. Además, insiste en que la obra tiene un carácter singular que la diferencia del resto de la producción del autor como dramaturgo y pone de manifiesto que en ocasiones su interpretación es oscura. Según explica, tuvo que recurrir a especialistas para que establecieran la autenticidad del texto y corrigieran las pruebas, porque parece ser que una persona o personas desconocidas habían publicado el ensayo de forma ilegal.
El valor de este texto que ahora presentamos radica en que es una de las obras más desconocidas del autor y que apenas ha tenido difusión en nuestro país. Además, por tratarse de una obra de juventud, es un compendio de todos los motivos que aparecerán de manera recurrente en su obra posterior, entre los cuales destacan la búsqueda de la verdad, la firme apuesta por los postulados de la antigüedad griega como forma de vida y, sobre todo, su faceta como crítico.
En concreto, el ensayo se centra en la crítica de la Historia. La Historiografía alcanzó su perfección científica durante el siglo XIX, que ha sido denominado «el siglo de la Historia». Sin embargo, el interés del ser humano por conocer sus raíces ya proviene de la antigüedad, y Oscar Wilde se dedicó a recoger una tradición cultural que formaba parte de la civilización de Occidente. The Rise of Historical Criticism refleja el nacimiento de uno de los métodos que se utiliza para la investigación histórica, el Criticismo Histórico, y su evolución posterior, y focaliza nuestra atención muy especialmente en las épocas griega y romana, de las cuales, como ya hemos visto, Wilde era un gran conocedor.
El autor aborda en esta obra dos de los puntos que más interés han suscitado en Historiografía y que han sido fuente de acalorados debates a lo largo del tiempo: los métodos de investigación histórica y la pregunta sobre el sentido total que tiene la Historia, a la cual intentó dar respuesta la Filosofía de la Historia. La finalidad principal de la Historia, como exigencia científica, es la búsqueda de la verdad en la reconstrucción del pasado, y la metodología de la investigación histórica dicta precisamente las reglas para la búsqueda de esta verdad. Por su parte, la Filosofía de la Historia se cuestiona cuál es la unidad más adecuada para estudiar el pasado del ser humano (el individuo, la ciudad, la civilización, la especie...) y qué patrones podemos distinguir en el estudio de nuestro pasado (progreso, ciclos...).
El ensayo se divide en cuatro partes. En la primera, el autor comienza destacando el gran valor del Criticismo Histórico como factor de progreso en la Historia de la humanidad y subraya por encima de todo la importancia de la metodología que lo sustenta. Adscribe su origen a la civilización griega, y para estudiar su evolución distingue entre la Historia sagrada y la Historia profana. En cada caso, proporciona una relación de los autores cuyas aportaciones contribuyeron al progreso del Criticismo Histórico. Esta estructura (presentación de una idea y aportación de los autores que la abordaron) se mantiene a lo largo de todo el texto.
La segunda parte del ensayo se centra en el tratamiento que el Criticismo Histórico proporcionó al mito y la leyenda en la esfera de la Historia sagrada y subraya la evolución desde la fe hasta la ciencia que experimentó la sociedad griega. Seguidamente, pasa a tratar la presencia en la Historia profana del Criticismo Histórico y reflexiona sobre su espíritu racionalista.
En la tercera parte se abordan el origen de la sociedad y la Filosofía de la Historia. Wilde pondera aquí la cientificidad de diferentes métodos de investigación, compara diversas teorías sobre la génesis de la humanidad y resalta la importancia de los conceptos de ley y orden y de causa y efecto.
En la cuarta y última parte, el autor establece cuáles son las premisas que debe seguir el estudio científico de la Historia. A modo de conclusión, Wilde avanza desde Grecia hasta la civilización romana, de la cual destaca la ausencia total de método en su investigación histórica y su nula contribución al progreso intelectual, que se extendió a la Edad Media. Tras ella, el Renacimiento supuso un retornar a las formas de pensar griegas, y en su progresión temporal llega hasta la sociedad de su época («nosotros, ‘los modernos’»), a la cual censura que apenas haya aportado ningún método nuevo a la ciencia del Criticismo Histórico. En último lugar, propone honrar a los pioneros, la civilización griega, cuyo legado más importante, fundamental para nuestros días, fue el espíritu crítico.
Cerraré esta introducción con algunos apuntes acerca de la traducción de The Rise of Historical Criticism, que he titulado La aparición del Criticismo Histórico. El original en que nos basamos para realizarla es el publicado en 1999 dentro del volumen Collins Complete Works of Oscar Wilde. Centenary Edition, de la editorial Harper Collins.
El principal escollo que planteó la traducción provenía del nivel de erudición del ensayo, de los vastísimos conocimientos clásicos que el autor plasma sobre el papel. Una buena muestra de ello son las abundantes referencias en griego, y también en francés y alemán, que contiene el original, las cuales se han mantenido en la traducción junto con las notas del autor. Para hacer frente a estas y otras cuestiones, fue necesario recurrir a una no menos amplia documentación.
Los textos literarios se caracterizan porque se recrean en el uso estético de la lengua, particularidad que Wilde domina con una maestría más que evidente, y por el hecho de que son capaces de generar emociones en la persona que los lee. Aunque en nuestro caso nos hallemos ante un ensayo, básicamente expositivo, podemos descubrir en él una riqueza de matices que espero que no pase inadvertida. Estas dos premisas fueron las que adopté como punto de partida a la hora de enfrentarme al encargo de la traducción de este texto que muy acertadamente seleccionó Ellago Ediciones para su publicación.
Ahora sí: dejemos que la obra se explique a sí misma y recojamos el testigo de esa llama sagrada, que nos alumbra en esta búsqueda incesante de la verdad que es la Historia, que los griegos fueron los primeros en prender y que Oscar Wilde se encargó de mantener encendida, al tiempo que avivó la potencia transformadora de su luz como instrumento de cambio social.
Libro: La aparición del Criticismo Histórico
> Capítulo 3
>> Extracto
Escrito probablemente en 1879
... Dejando, pues, la cuestión del origen de la sociedad tal como la trataron los antiguos, pasaré ahora a la otra y más importante cuestión de hasta qué punto puede decirse que llegaron a lo que llamamos filosofía de la historia.
Ahora bien, primero debemos notar que, aunque las concepciones de la ley y el orden han sido universalmente recibidas como los principios rectores de los fenómenos de la naturaleza en la esfera de la ciencia física, sin embargo, su intrusión en el dominio de la historia y la vida del hombre siempre se ha encontrado con una fuerte oposición, sobre la base de la naturaleza incalculable de dos grandes fuerzas que actúan sobre la acción humana, una cierta espontaneidad sin causa que los hombres llaman libre albedrío, y la interferencia extra-natural que atribuyen como un atributo constante a Dios.
Ahora bien, que existe una ciencia de los fenómenos aparentemente variables de la historia es una concepción que tal vez sólo recientemente nosotros hemos comenzado a apreciar; sin embargo, como todos los demás grandes pensamientos, parece haber llegado a la mente griega espontáneamente, a través de un cierto esplendor de la imaginación, en la marea matutina de su civilización, antes de que la investigación inductiva los hubiera armado con los instrumentos de verificación. Porque creo que es posible discernir en algunas de las especulaciones místicas de los primeros pensadores griegos ese deseo de descubrir qué es esa “existencia invariable de la que hay estados variables”, e incorporarla en alguna fórmula de ley que pueda servir para explicar las diferentes manifestaciones de todos los cuerpos orgánicos, incluido el hombre, que es el germen de la filosofía de la historia; el germen, en efecto, de una idea —y esto no es exagerar— sobre la que debe descansar, en última instancia, cualquier tipo de crítica histórica digna de ese nombre.
Porque el primer requisito para cualquier concepción científica de la historia es la doctrina de la secuencia uniforme: en otras palabras, que habiendo sucedido ciertos acontecimientos, ciertos otros acontecimientos correspondientes a ellos también sucederán; que el pasado es la clave del futuro.
Ahora bien, en el nacimiento de esta gran concepción presidió la ciencia, es cierto, pero fue la religión la que al principio la revistió con su propio ropaje y familiarizó a los hombres con ella apelando primero a sus corazones y luego a sus intelectos; sabiendo que, al principio, es a través de la naturaleza moral, y no a través de lo intelectual, como se difunden las grandes verdades.
Así, en Heródoto, que puede tomarse como representante del tono ortodoxo del pensamiento, la idea de la secuencia uniforme de causa y efecto aparece bajo el aspecto teológico de Némesis y Providencia, que es en realidad la concepción científica de la ley, sólo que vista desde un punto de vista ético.
Ahora bien, en Tucídides la filosofía de la historia descansa en la probabilidad —ofrecida por la uniformidad de la naturaleza humana— de que el futuro, en el curso de las cosas humanas, se parecerá al pasado, si es que no lo reproduce. Él parece contemplar la recurrencia de los fenómenos de la historia como algo tan seguro como el retorno de la epidemia de la Gran Peste.
A pesar de lo que los críticos alemanes han escrito sobre el tema, debemos guardarnos de considerar esta concepción como una mera reproducción de esa teoría cíclica de los acontecimientos que no ve en el mundo más que la rotación regular de Estrofa y Antistrofa, en el eterno coro de la vida y la muerte. Pues, en sus observaciones sobre los excesos de la Revolución de Córcira, Tucídides apoya claramente su idea de la repetición de la historia en los argumentos psicológicos de la similitud general de la humanidad.
“Los sufrimientos —dice— que la revolución acarreó a las ciudades fueron muchos y terribles, como los que han ocurrido y ocurrirán siempre mientras la naturaleza humana siga siendo la misma, aunque de forma más grave o más leve, y variando en sus síntomas según la variedad de los casos particulares. En la paz y la prosperidad, los Estados y los individuos tienen mejores sentimientos, porque no se enfrentan a necesidades imperiosas; pero la guerra quita el fácil suministro de los deseos de los hombres, y por lo tanto resulta ser un duro capataz, que pone el carácter de la mayoría de los hombres a la altura de sus suertes”.
Fin del capítulo 3
Linaje literal
Cita a:
Tucídides, La guerra del Peloponeso, 3, 82.