Orígenes de la banca moderna, con Jorge Pérez Ramírez

Contexto Condensado

Empezamos ahora una Corta Historia de la Banca, sirva esta lectura como capítulo primero. Pero de la banca moderna, porque sino de corta no tiene nada. De los bancos de la antigua Babilonia, de los principios bancarios en el Código de Hammurabi (1700 a.C.) y de la banca antes de la invención de la moneda metálica, no vamos a hablar. Tampoco vamos a mencionar los bancos de la antigua Grecia, y, muy a mi pesar, me voy a saltar Roma—porque ya hemos hablado de ella lo suficiente recientemente—y la sección que sigue inmediatamente a lo que leemos, que trata sobre Leonardo Fibonacci. Me traslado directamente a la era medieval, llevado y guiado por Jorge Pérez Ramírez, quien sí tuvo el tiempo y el tino de introducirse en esas épocas sin desvíos, yendo al grano, y con un lenguaje que no deja dudas. El viaje que escribe se llama Vidas Paralelas: la banca y el riesgo a través de la historia (disponible en PDF al final), publicado el 2011 por la editorial Marcial Pons. Pérez Ramírez, nacido en 1957 y profesor de la Complutense de Madrid y de la UNED de España; banquero, economista y financista; tiene más 20 títulos publicados sobre contabilidad, finanzas y la banca, y su intersección con la historia (sobre todo los últimos, como es natural). Este, del que leemos un extracto, no puedo dejar de recomendarlo. Comencemos.

Autor: Jorge Pérez Ramírez

Libro: Vidas Paralelas: la banca y el riesgo a través de la historia (2011)

Capítulo 1: De los orígenes a la caída de Constantinopla

Sección: El Medioevo[1]

La escisión del mundo romano (451-1082 d.C.)

Tras la deposición de Rómulo Augusto, la autoridad imperial sólo se imponía en la parte oriental, sin embargo la moneda será lo que mantendrá la unidad económica del imperio. Los reyes bárbaros, instalados en las diversas provincias de Occidente, conservarán como patrón monetario el besante, o sueldo de oro bizantino. Los bancos públicos administrados por los collectarii y los banqueros privados siguieron desarrollando un relevante papel en la actividad financiera entre Bizancio y Occidente. Los artículos exóticos (v. gr. sedas, perfumes, etc.), las especias (v. gr. pimienta, clavo, canela, etc.), indispensables para la conservación de los alimentos, así como el papiro, indispensable para los monjes y los escribas reales para la elaboración de libros y edictos, eran producidos en China, India y Persia. Estos productos atravesaban la parte oriental del imperio en caravanas, o por vía marítima, lo que convirtió a Bizancio en la ciudad más importante de aquella época, junto con los puertos de Marsella y Londres. En cambio, la parte occidental del imperio no tenía mucho que ofrecer a Oriente, lo que provocaba un déficit comercial permanente y, en consecuencia, una pérdida continua de metales preciosos.

La unidad económica del imperio quedó definitivamente destruida con la prodigiosa expansión del islam; siete años después de la muerte de Mahoma (632 d.C.) los musulmanes controlaban ya toda la península arábiga. La aparición de la dinastía de los omeya en Damasco (662 a 745 d.C.) significó, de un lado, el bloqueo de la parte oriental del imperio (Siria y Persia) y, de otro lado, la conquista de España en el 711, lo que supuso la ruptura definitiva y la pérdida del control sobre el Mediterráneo. En esta época, los besantes de oro empiezan a desaparecer de la circulación en Occidente. Desde el punto de vista económico, la expansión musulmana significó el final del comercio entre Oriente y Occidente y la involución europea hacia una economía cerrada. Las viejas provincias romanas van desfigurándose, los caminos entre ellas se hacen cada vez menos seguros y las ciudades trabajan encerradas entre sus murallas sin apenas intercambios comerciales. En este contexto, obviamente, se produjo una importante reducción de la actividad bancaria.

Los únicos comerciantes que quedan en esta época son, de un lado, los sirios y los judíos y, de otro, los monasterios. Los banqueros sirios se habían ya instalado por la parte occidental del imperio antes de la caída de esta parte en manos de los bárbaros. Por otro lado, la actividad bancaria durante el Medievo debe encajarse dentro de la situación institucional y cultural de la época. La búsqueda de un modelo de comportamiento humano basado en una determinada interpretación de los textos bíblicos permitió a la Iglesia y a la sociedad medieval estimular una regulación contraria al préstamo, porque con frecuencia daba lugar a la usura. Los judíos, a los que les estaba prohibido dedicarse a actividades agrícolas, y en algunos casos a tener propiedades, salvo en lo tocante a ciertas profesiones, como la medicina, se dedicaban a la actividad crediticia. A los judíos se deben los préstamos con garantía mobilaria (la prenda, el empeño, etc.) y el establecimiento de los derechos que asistían al prestamista frente al objeto tomado en prenda cuando había sido o robado o perdido. Sus procedimientos bancarios serán adoptados más tarde por los lombardos y por los fundadores de los primeros montes de piedad.

Mientras los sirios y los judíos operaban en las ciudades, en el campo lo hacían los monasterios. Como en el caso de los templos en los tiempos primitivos, los monasterios disponían de un capital que les permitía actuar como bancos. Este capital lo integraban además de las vasijas, candelabros, etc., elaborados con metales preciosos procedentes de las ofrendas, por los depósitos de particulares. En una economía en la que el uso y la circulación monetaria era muy débil, lo que aún se acentuaba más en el campo, el problema de la usura era secundario. Los monasterios, sin caer en la prohibición canónica de los préstamos con interés, practicaban el crédito agrícola en beneficio de los señores o de los cultivadores de la tierra.

Los monasterios proporcionaban fondos mediante el procedimiento de hacer fundir algunas piezas de orfebrería cuyo metal era inmediatamente acuñado. Posteriormente se realizaban dos tipos de operaciones de crédito: la mort-gage y la vief-gage. La mort-gage (prenda muerta) era una especie de hipoteca mediante la que el préstamo se garantizaba con un inmueble que, además de servir como garantía del préstamo (cesión de la nuda propiedad), sus frutos (las rentas) iban a parar al monasterio por su condición de prestamista. La vief-gage (prenda viva) suponía prestar a largo plazo a cambio de recibir las rentas de un inmueble, es decir, a cuenta del préstamo el prestatario cedía el usufructo del inmueble.

Lombardos, templarios y ferias medievales (1082-1313 d.C.)

Durante todo el periodo de avance árabe, por los extremos del antiguo Imperio Romano, Europa continuó sufriendo nuevas invasiones. Los normandos invadieron primero Inglaterra, luego Francia y por último, a través del Mediterráneo, se establecieron en Sicilia haciendo de Palermo una de las ciudades más relevantes del siglo XI. Italia durante esta época no interrumpió sus vínculos con Oriente y, a pesar de las invasiones árabes, normandas y de los piratas, el comercio entre Venecia y Constantinopla se mantuvo durante siglos.

A partir del siglo XI Venecia, aprovechando las debilidades de la organización naval árabe, renovó sus vínculos mercantiles con Constantinopla, lo que permitió a la primera extender notablemente sus territorios a lo largo de la costa adriática. En 1082, el emperador Alejo Commeno concedió a los venecianos el derecho a instalar agencias en las ciudades del imperio eximiéndoles de todo impuesto. En Grecia, Atenas se convirtió en colonia veneciana, así como las islas de Chipre, Creta y Rodas. Es en esta época cuando comienza la era lombarda, palabra que aún hoy en día es sinónimo de prestamista (la calle Lombard en Londres debe a ellos su nombre y la tasa lombarda suele aún citarse para referirse al tipo de redescuento del Banco Central, o cuando la base de cálculo de intereses es el año comercial: 360 días). Los lombardos renovaron las tradiciones de los antiguos argentarii y los nummularii romanos,[2] estableciendo casas de banca en Brujas, París, Ámsterdam y Londres. Junto a los lombardos, los cahorsinos (oriundos de la ciudad de Cahors en el sur de Francia) contribuyeron a la actividad crediticia de las ciudades, beneficiándose además de la protección del Vaticano, de quienes eran sus agentes financieros.

Las cruzadas, por su parte, también contribuyeron al restablecimiento de la banca. En efecto, las cruzadas, que comenzaron en el siglo XI y terminaron en el XIII, fueron causa de importantes modificaciones económicas y financieras en Europa. Los cruzados tenían necesidad de fondos para equiparse y en el supuesto de caer prisioneros era importante poder transferir rápidamente el importe del rescate a Oriente Medio o a África. En sentido inverso, los cruzados tenían que hacer llegar a sus mujeres e hijos, que habían quedado en Europa, el producto de los botines de guerra o las rentas que se generaban en Oriente. Tras siglos de salida neta de metales preciosos de Europa, con las cruzadas comenzaron a aumentar las reservas. Los templarios, una orden religiosa y militar a la vez, creada en 1108 en Jerusalén, para proteger a los peregrinos, jugarán un papel relevante en este periodo, tanto desde la óptica bancaria como de desarrollo de los sistemas de contabilidad.[3]

Los templarios hallaron el medio de adquirir importantes riquezas a través de las donaciones. La gente lo hacía de buena gana; unos, interesados en ganarse el cielo; otros, por el hecho de quedar bien con la orden. De este modo, los templarios recibieron posesiones, bienes inmuebles, parcelas, tierras, títulos, derechos, porcentajes en rentas, e incluso pueblos y villas enteras con los derechos y aranceles que sobre ellas caían. Muchos nobles europeos confiaron en ellos como guardianes de sus riquezas, e incluso muchos templarios fueron usados como tesoreros reales, como en el caso del reino francés, que dispuso de tesoreros templarios que tenían la obligación de personarse en las reuniones de palacio en las que se debatiera el uso del tesoro. Alfonso el Batallador (1104-1134), rey de Navarra y Aragón, legó a los templarios en su testamento una parte de sus reinos. Los súbditos no aceptaron el legado, pero, en compensación, concedieron a la orden privilegios y señoríos. Rápidamente, Francia, Inglaterra, Alemania y España se llenaron de encomiendas, enclaves independientes de cualquier jurisdicción, civil o eclesiástica, que pertenecían al Temple.

Las encomiendas se esparcían por prácticamente toda la geografía francesa, buena parte de Inglaterra, y la España cristiana. Las encomiendas no distaban mucho unas de otras, no más que un día de viaje, con esta idea se aseguraban de que los comerciantes durmieran siempre a resguardo bajo techo y poder así garantizar siempre la seguridad de sus caminos. Los templarios, conocedores de la escasez monetaria europea, ofrecían préstamos menos usurarios que los ofrecidos por los judíos, y de esta forma se convirtieron en banqueros; los más importantes desde la caída de la parte occidental del Imperio Romano. Las casas del Temple recibían depósitos, fondos y metales preciosos. Los capitales se hallaban protegidos por su carácter religioso y por las sólidas fortificaciones de sus encomiendas. No hay que olvidar que, además de religiosos, los templarios eran militares, y cuando tenían que transportar oro o pedrería colocaban el tesoro bajo la protección de sus lanzas. Existen evidencias de alquiler de cajas fuertes a reyes y señores que, como hoy en día, servían para preservar joyas y documentos privados. Los templarios, para no dejar inactivos los recursos de que disponían, los empleaban en préstamos y adelantos. Reanudando los procedimientos de los monasterios, los templarios realizaban operaciones crediticias agrícolas y apoyaron los importantes avances técnicos de la época. La invención de los molinos de viento y de agua mejoraron el riego y la molienda de trigo en el siglo XIII, y la vela latina (de popa a proa), junto con la brújula, permitieron fabricar embarcaciones más grandes y de mayor alcance.

La práctica de la contabilidad por partida doble parece haber sido iniciada por los templarios. El diario de caja del Temple de París, correspondiente a los años 1295 y 1296, se conserva (Biblioteca Nacional de París), así como el balance de las cuentas del rey de Francia con el Temple de los años 1286 a 1295. En cada hoja del diario figuran el nombre del templario de servicio en la caja, la fecha, los tipos de ingresos y las salidas de caja del día. En cada ingreso quedan indicados la cantidad de imposición, el nombre del depositario, el origen del dinero depositado, el nombre de la persona a cuya cuenta debe pasarse el ingreso. Cuando el ingreso era de una operación de cambio, se indicaba además la naturaleza y el cambio de las monedas. El término «libro mayor» y su uso en contabilidad corresponde a los templarios, que lo denominaban «magno libro».

A partir de 1250 se produce un declive importante del Temple. Los factores que provocaron este declive fueron, además de la competencia de otras órdenes religiosas, los reveses sufridos en Tierra Santa, pero especialmente la situación financiera de la corona francesa. El 13 de octubre de 1307 les fue iniciado un proceso por el rey francés Felipe IV, que obtuvo en 1313 del papa Clemente V la supresión de la orden en toda la cristiandad.

A partir de esta época, Europa comenzó a experimentar un cambio fundamental en su estructura económica y financiera, ahora con la aparición de las grandes ferias, todas ellas protegidas por el monarca correspondiente. El comercio local se desarrollaba en los mercados y el comercio internacional en ferias. A las primeras ferias de Génova en Italia y Champagne en Francia les siguieron las de Brujas en Bélgica y Medina del Campo en España. Considerando el mapa de Europa occidental las ferias iban en una especie de línea imaginaria de sureste a noreste (Génova/Brujas) y de noreste a suroeste (Ámsterdam/Medina del Campo).

Las ferias estaban altamente organizadas, celebrándose regularmente, dos o cuatro veces al año, en lugares estables, con procedimientos estrictos para negociar y con días fijos para las liquidaciones. La liquidación implicaba una especie de compensación. Cada mercader llevaba su libro en el que anotaba lo que debía (vostro) y lo que se le debía a él (nostro). Cuando llegaba la fecha de liquidación, un funcionario validaba los derechos y deudas en los libros del mercader y calculaba el saldo no cancelado. Obviamente la presencia de los bancos hacía más fácil las transacciones. Fueron los banqueros italianos los que a finales del siglo XII inventaron la lettera di pagamento. Esta poderosa innovación financiera economizó la necesidad de compensación entre los libros de los mercaderes, o la necesidad de realizar pagos importantes en dinero, o con otros objetos de valor, que eran muy vulnerables al robo. La negociación con lettera di pagamento implicaba crédito, incluso cuando la demanda de pago fuese a la vista. Sin embargo, la lettera di pagamento difiere de la letra de cambio que nosotros conocemos hoy en día. Aquel documento era sólo cedible o vendible, pero no endosable, ya que el portador no tenía derecho a recurrir contra los anteriores poseedores. Será en el siglo XVII cuando aparecerá el endoso cambiario.

De esta manera, del siglo XI al XIV Europa sufrió un cambio fundamental en su estructura económica y financiera, haciendo que la contabilidad llevada a la usanza romana, por monjes y banqueros, fuese poco a poco sustituida por unas mejores prácticas, surgidas de la necesidad del creciente intercambio comercial y crediticio. Las ciudades italianas de Venecia, Génova y Florencia se distinguieron de las demás como centros industriales y bancarios. A partir del siglo XIII, los testimonios de contabilidades de bancos y comerciantes son de gran importancia. Se conservan antecedentes de cuentas de comerciantes y banqueros en Florencia, Venecia, Piacenza, Pistoia y Siena. Es en esta ciudad donde se encontraron los primeros registros con una incipiente contabilidad por partida doble, como los de los bancos Bonsignore (1209) y Piccolomini (1193) que incluyen libros de caja, las cuentas corrientes de los clientes, así como los libros de cuentas de banqueros florentinos como los Perruzi (1286) y los Bardi, estos últimos con evidencias de negocio bancario desde el siglo XI y agencias abiertas en las más importantes ciudades europeas (Florencia, Roma, Londres, etc.) hasta su quiebra en 1336, y en cuya sucursal de Nápoles trabajó Giovanni Boccaccio, donde se había trasladado desde su natal Florencia para estudiar comercio.


  1. Nota del Autor: P. Spufford, Dinero y moneda en la Europa medieval, Barcelona, Crítica, 1991. ↩︎

  2. Nota de Conectorium sacada de otra sección del autor: “argentarii: administraban depósitos y concedían préstamos y anticipos y servían de avalistas; nummularii: cambistas y comprobadores de moneda”. ↩︎

  3. Nota del Autor: I. de la torre Muñoz de Morales, Los templarios y el origen de la banca, Madrid, Dilema, 2004. ↩︎



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