Oliva Sabuco sobre el enojo y el pesar
Francis Bacon escribe, en el segundo de sus Ensayos, el que habla sobre la muerte, que “incluso leemos que después de que el emperador Otón se suicidó, la piedad, que es la más tierna de las afecciones, provocó muchas muertes entre sus seguidores más fieles, por mera compasión con su soberano”. Esto se publicó en 1597 en el Reino Unido. Diez años antes, en el Reino de España, doña Oliva Sabuco de Nantes Barrera hubiera dicho que los seguidores más fieles de Otón murieron “de pesar”. Para ella, “el enojo y el pesar son el principal enemigo de la naturaleza humana”, porque le acarrea “muertes y enfermedades a los hombres”. Te enojás mucho, o una noticia te afecta tanto que te pone apesadumbrado, y es tanta la ira o la aflicción que te pueden matar. “Cuando el enojo o pesar es grande—dice Sabuco—es bastante en un momento como para matar”. Esto lo escribe hace más de 400 años; hoy decimos: “le dio un infarto”.
Por si no le creés, doña Oliva se deshace en ejemplos de gente que se muere de golpe por una pena, un dolor o un disgusto. Hace lo mismo que Bacon, que para explicar mejor su punto pone de ejemplos las últimas palabras de varios gobernantes romanos. El primer ejemplo de Sabuco también se remonta a la ciudad eterna:
“En Roma, estando el gran Pompeyo en unos comicios, le cayeron unas gotas de sangre de un hombre herido en la ropa, y luego mandó a un paje llevarla y traer otra. Llegó el paje a dar la ropa a Julia, su mujer, y antes que dijese a qué venía, cuando vio Julia las gotas de sangre en la ropa de su marido, luego se cayó amortecida y mal parió, y murió.”
Hay que tener cuidado con cómo se dan las noticias, y esto lo hace notar muy bien Oliva Sabuco en el tercero de los cinco diálogos de su libro titulado en su totalidad Nueva filosofía de la naturaleza del hombre no conocida ni alcanzada de los grandes filósofos antiguos: la cual mejora la vida y salud humana. Querer mejorar la vida y la salud humana es el único fin de la filosofía de verdad; lo demás es filosofería.
En este capítulo, nuestra autora explica muy bien cómo el humano “por el entendimiento entiende y siente los males y daños presentes, y por la memoria se acuerda de los daños y males pasados, y por la razón y prudencia teme y espera los daños y males futuros.” La depresión y la ansiedad, enfermedades modernas y de sociedades acomodadas, echan aquí raíces. También explica muy bien el papel de la esperanza en el humano, y cómo cuando se la pierde, literalmente se hace como muchos animales: lo que llamamos ahora “echarse al muere”.
Esta obra, cuya autoría se debate entre doña Oliva y su padre Miguel, no deja de ser una joya poco más de cuatro siglos después de haber sido publicada, aclamada, y considerada para su época una obra muy de avanzada. Te dejo con los inicios de la necesidad del anger management, la terapia y los tranquilizantes, ansiolíticos y antidepresivos (Xanax, Rivotril, y el resto de los benzos y los pam y demás psicotrópicos). Desde siempre y para siempre: no te enojés mucho, no te preocupés demás, no paniqueés, no histeriqueés, porque te puede terminar matando.
Autora: Oliva Sabuco
Libro: Nueva Filosofía de la Naturaleza del Hombre (1587)
Título 3: Del Enojo y el Pesar. Declara que este afecto del alma, enojo y pesar, es el principal enemigo de la naturaleza humana, y éste acarréales muertes y enfermedades a los hombres
RONDONIO. Pues estamos en esta materia, declárame primero de raíz por qué le acontece esto más al hombre de morir por estos afectos y pasiones del alma. Y también por qué tiene tantas diferencias de enfermedades que esos otros animales no tienen, para que vengamos al conocimiento de las causas porque muere el hombre o enferma.
ANTONIO. Como el hombre tiene el ánima racional (que los animales no tienen) de ella resultan las potencias: reminiscencia, memoria, entendimiento, razón y voluntad, situadas en la cabeza, miembro divino, que llamó Platón silla y morada del ánima racional. Y por el entendimiento entiende y siente los males y daños presentes, y por la memoria se acuerda de los daños y males pasados, y por la razón y prudencia teme y espera los daños y males futuros. Y por la voluntad aborrece estos tres géneros de males: presentes, pasados y futuros. Y ama y desea; teme y aborrece; tiene esperanza y desesperanza; gozo y placer; enojo y pesar; temor, cuidado y congoja. De manera que sólo el hombre tiene dolor entendido espiritual de lo presente, pesar de lo pasado, temor, congoja y cuidado de lo por venir. Por todo lo cual les vienen tantos géneros de enfermedades y tantas muertes repentinas, cuando el enojo o pesar es grande, que es bastante en un momento como para matarlos. Y cuando es menor, los pone gafos y los mata en pocos días o más a la larga (según la fuerza del enojo), y si es menor, que no mata, deja por las mismas causas humor para enfermedad en el cuerpo, y así son causa de las enfermedades. Las causas y el por qué y cómo esto pasa en el hombre, yo lo diré adelante, porque ahora no nos divertamos de esta materia de ver cuánto obran los afectos en el hombre, así para muertes presentáneas como para otras muertes de allí a algunos días, y enfermedades.
RONDONIO. Pues contadme, por vuestra vida, que holgaré mucho de oír estas muertes.
ANTONIO. En Roma, estando el gran Pompeyo en unos comicios, acaso le cayeron unas gotas de sangre de un hombre herido en la ropa, y luego mandó a un paje llevarla y traer otra. Llegó el paje a dar la ropa a Julia, su mujer, y antes que dijese a qué venía, así como vio Julia las gotas de sangre en la ropa de su marido, luego se cayó amortecida y mal parió, y murió.
RODONIO. Por cierto ella fue muy apresurada, que aun no quiso esperar a oír el mensaje y entendiera que la sangre no era de su marido.
ANTONIO. Ahí veréis vos, señor Rodonio, cuánto obra en los mortales el afecto del amor cuando se pierde lo que se ama, pues sola la imaginación falsa y sombra del mal, que fue la sospecha de lo que podía ser, sin estar cierta la mató en un momento.
RODONIO. Pasa adelante en estos cuentos, señor Antonio, por hacernos merced, que nos deleitan y alegran en extremo, pues el lugar y el tiempo nos convidan a ello y me parece que montará mucho verlos para que yo (escarmentado en cabeza ajena) me sepa guardar y no me acaezca otro tanto, entendiendo bien la fuerza y operación de estos afectos.
ANTONIO. En el tiempo del Rey don Alonso onceno [años 1311-1350], siendo gobernadores del reino dos Infantes, don Pedro y don Juan, tíos del Rey, que era niño, habiendo hecho muchas guerras y batallas en la tierra de Granada como esforzados y valientes caballeros, volviéndose para tierra de cristianos venía don Pedro en la vanguardia, y don Juan en la retaguardia cargó gran multitud de moros, que venían haciendo tan grande daño en la retaguardia, que tuvo necesidad de enviar a decir a don Pedro que se detuviese y le viniese a socorrer. Lo cual, queriendo él hacer con grande ánimo y voluntad, halló su gente tan acobardada, que no quería volver contra los moros ni pudo hacerles por ninguna vía volver a socorrer a su tío y amigo. Tomó de esto tanto enojo y pesar, que sacó la espada para herirlos y sin poderla menear perdió luego el habla y sentido, y cayó muerto del caballo sin más menearse ni quejarse, ni otra señal de vivo. Algunos de los suyos viendo esto, volvieron a dar noticia de ello al Infante don Juan, y sabido por él tan doloroso y triste caso, tomó tanto enojo y pesar, que luego perdió el sentido y habla, y se puso gafo y tullido de todos sus miembros, que no pudo menearse y luego a la tarde murió.
RODONIO. Por cierto, señor, extraño caso fue en caballeros tan animosos y magnánimos.
ANTONIO. Pues sabed que en tiempo del cristianísimo Emperador don Carlos V [del Sacro Imperio Romano Germánico, Carlos I de España, 1516-1558], en las guerras de Hungría, en el cerco de Buda [hoy Budapest], era capitán Raisciao Suevo, el cual, como cuenta Paulo Jovio, tenía aun los campos. Estando los grandes del ejército con el capitán mirando la batalla de los dos, hacíalo maravillosamente él de su parte, que no sabían quien era, y alabábanlo. Pero al fin fue vencido, y muerto. Queriendo saber el capitán y los demás quien era tan buen caballero, fueron allá y lo mandaron desarmar, y quitándole la visera, y conociendo el capitán por la cara, y cierta joya que traía al cuello, que aquel era su hijo, en el mismo instante cayó muerto y lo enterraron con su hijo, y claro está que no era pusilánimo pues buen cargo tenía. Ginebra, mujer de Juan Ventivolo, murió de repentino dolor, que le dijeron de súbito que sus hijos habían sido vencidos en una batalla. Son tantos y tan innúmeros los ejemplos que en esto se podrían traer, que era hacer un gran volumen y estorbar nuestro propósito y materia, y por evitar prolijidad los dejo. Mariana porque vio su hijo caer en un charco, zabulléndose en el agua que lo perdió de vista, se cayó muerta, y a poco rato el hijo sano y bueno lloraba la madre muerta. En nuestros tiempos hemos visto a muchos, por sólo caer en desgracia del Rey, nuestro señor, o por oír de su boca algunas palabras retándoles lo mal hecho, irse a su casa y echarse en la cama y a pocos días morir, como tendrán buena experiencia los que en ello han mirado, que son muchos y de notar, a los cuales no es razón que los nombremos aquí. Y murieron también de pesar de perder el favor de Rey, como cosa de gran pérdida, y que ellos tanto amaban y estimaban, y con razón se debe estimar. De manera que, una gran pérdida (como causa y fuente de pesar y enojo), luego tiene de mano la muerte perdiendo la esperanza de remedio. En nuestros días también vimos al Arzobispo de Toledo, fray Bartolomé de Miranda, preso y despojado de su silla y llevado a Roma, y en mucho tiempo que su pleito se trató, vivía con la esperanza mientras estuvo en duda el fin. Pero cuando llegó la sentencia definitiva del Papa, luego se echó en una cama, y a muy poquitos días murió. Porque entretanto que está en duda el daño o pérdida, no obra este afecto del todo su potencia. Por lo cual usa de este aviso, que será gran caridad y buena obra meritoria: cuando se ha de dar una mala nueva, disminuirla y ponerla en duda. Y más con las preñadas, enfermos y viejos. Y aun cuando sea de gran placer, no se ha de decir de golpe, sino poco a poco y poniéndola en duda, porque también el gran placer repentino mata, como adelante se dirá.
RODONIO. ¡Oh alto Dios, y de cuánta eficacia son estos afectos en los hombres! De esta manera, señor, paréceme que es mejor no tener grandes cosas ni riquezas donde pueda haber grandes pérdidas, para evitar estos peligros.
ANTONIO. Sí, como adelante diremos, y aun también en pequeñas pérdidas y daños acontece esto cada día. ¿Quien podrá contar las muertes que de pequeños daños y pequeños pesares han venido? Uno porque se le murió el ganado; otro porque se hundió la mercadería; el otro porque le hurtaron los dineros; el otro porque jugó y perdió; la otra porque perdió a su marido; la otra porque vio llevar a su hijo preso por deuda de seis reales se cayó muerta, como hace pocos días vimos a Ludovico; el otro porque le engañaron; el otro por una fianza; el otro por enojo de palabras, no pudiéndose vengar; el otro porque le echaron en la cárcel; el otro porque le condenaron en la sentencia o le ejecutaron; el otro porque fue vencido en la batalla; el otro porque hizo mala venta; el otro por su necedad erró el negocio; el otro porque se le fue el hijo o hizo algún desatino; el otro porque fue afrentado; la otra por el descontento que se juzga mal casada; la otra por una mala nueva; el otro porque perdió el favor. Y por otras muchas causas menores y de poco momento, como el Rey que murió por enojo de cinco higos; el otro por un vaso; el otro por no acertar el enigma de los pescadores, todos se echaron en la cama. Y por el pesar, que es la discordia entre alma y cuerpo que llamó Platón, cesa la vegetativa y hace deflujo, y les da una calentura, y pónenle nombre de enfermedad según a donde va, y mueren en algunos días, a la larga otros se vuelven locos. Son tantos los que he visto después que esto entiendo, que si hubiera de contarlos por menudo, primero nos anochecería. Porque he visto morir de esta manera gran número, como podréis mirar en ello de aquí adelante. Este afecto de enojo y pesar obra más en las mujeres, y más en las preñadas, y así mueren infinitas de pequeños enojos y pesares, que les basta poco, pues sólo el olor del candil o pavesa cuando se apaga es bastante para que la mujer malpara, como dice Plinio. Cuanto más una cosa que tanto obra y de tanta eficacia, como es el pesar y enojo, hace de tener gran recato con ellas y aun ponerse ley. Finalmente, le acontece al hombre lo mismo que cuando niño, y guarda aquella misma propiedad y naturaleza. Porque si a un niño que tiene una haldada de higos, le quitan uno por fuerza, luego los arroja todos, y llorando y echando lágrimas se echa a estragar. Así hace lo mismo después de hombre, por una pequeña pérdida contra su voluntad arroja todos los demás bienes que tenía, y los pierde, y se echa sepultura, o le causa una enfermedad aquel pesar y enojo, el cual si por entonces no mata, deja a su hija la tristeza de aquel daño en la persona, para que más a la larga y en más tiempo, la mate. Finalmente os digo, señor Rodonio, que de cien hombres que mueren, o cien mujeres, mueren los ochenta de enojo y pesar. Y los niños que mueren cuando les dan sus madres leche, también es de pequeños enojos y pesares de las madres. Finalmente, enojo y pesar no habrían de tener este nombre sino la mala bestia del género humano, o pernicioso enemigo suyo, o el hacha y armas de la muerte.