Octave Uzanne: Los retratos de George Sand
¿Fue alguna vez bella George Sand? Esta es una pregunta que no podemos decidir. Los retratos suelen ser infieles... En resumen, es la personificación de la blue-stocking del genio, del ideal andrógino y Romántico, la mujer fuerte en su fina armonía moral: tierna, desinteresada y corajuda.
Aprovechando el texto de ayer de Stefan Zweig sobre Rilke y, sobre todo, el escultor Rodin, en París, ¿te parece si trippeamos un ratito con alabanzas de un artista a otro, de otro arte, y nos quedamos por un momento en París? Bauticemos esta mini-serie, a falta de una descripción más sencilla: en París, de un artista a otro. 🤷🏽♂️.
Mantengámonos en los primeros años del siglo 20, concretamente, en 1902, cuando en Nueva York se publica una nueva edición de la novela de George Sand Mauprat, originalmente publicada en 1837, traducida por John Oliver Hobbes. Al final de la obra se publica un artículo titulado Los retratos de George Sand, escrito por Octave Uzanne, periodista, ilustrador y escritor francés. No sé si esta versión existió primero en francés, que me imagino que sí. Lo máximo que puedo encontrar en francés es una edición especial de la novela, ilustrada por Jullien Le Blant, publicada en 1886, que tuvo apenas 100 ejemplares y a Uzanne por dueño de uno de ellos, pero no como colaborador (aunque parece que sí lo fue de una edición ilustrada de otra novela de Sand, El Charco del Diablo). Está claro que a este bibliófilo, colector de libros, le gustaba, y mucho, el trabajo de George Sand, que en realidad se llamaba Amantine Aurore Lucile Dupin de Dudevant—nacida en París, en 1804.
The Portraits of George Sand no llegó nunca al español, así que lo traducimos para esta entrega. Dejamos a Octave Uzanne el contexto sobre una de las mejores escritoras que haya dado a luz Francia.
Autor: Octave Uzanne
Artículo: Los Retratos de George Sand (1902?)
Madame Sand, que nació en París en los primeros años del siglo XIX, que emprendió la carrera literaria con extremo ardor desde una edad muy temprana, que fue una Romántica tan ferviente como cualquier joven dandi en 1830, una lionne en 1840, idílica y pastoral en 1850, y una patriarcal Lady Bountiful hacia el final de su vida, proporcionó una enorme cantidad de material a los artistas de su tiempo bajo estos diversos aspectos. En las pocas páginas de que disponemos no podemos soñar con enumerar una serie de retratos que casi podríamos calificar de innumerables, retratos que, como los de Victor Hugo, darían para un volumen de las más disímiles imágenes. Sus aventuras sentimentales, que eran notorias, sus excentricidades de vestuario y sus caprichos de coiffure, su tipo facial, a veces masculino, a veces el de una belleza en un Keepsake, a veces el de una intelectual [Blue-stocking] socialista y a veces el de una campesina digna de Berry, no podían dejar de interesar a los pintores, litógrafos, grabadores y escultores de su época. Además, contaba con muchos artistas entre sus parientes por matrimonio, y como era muy accesible a dibujantes, sketchers y fotógrafos, sus íconos se multiplicaron indefinidamente durante un periodo de más de cincuenta años. No pretendemos tratarlos de forma exhaustiva, pero sin duda superan los trescientos, a juzgar por los que todavía están en manos de los grabadores o los que han encontrado un lugar en las colecciones nacionales. Los de la época Romántica, los más interesantes, por el aspecto andrógino que la joven baronesa Dudevant se complacía en adoptar, forman en sí mismos una serie de litografías relativamente importantes. En ellas vemos a la autora de Lélia, bien bajo la apariencia de un paje medieval, con el pelo cortado cayendo en rizos sobre su cuello, un pañuelo de seda atado negligentemente sobre un corpiño cortado como un spencer, o en traje masculino, con un abrigo de montar a la moda, que en vano intenta darle el aire de un Brummell. Los retratos en traje masculino de la amante romántica de Alfred de Musset, de Mérimée, de Pierre Leroux, de Chopin, y de otros muchos, que dejaron huellas tan evidentes de su influencia en las obras de la autora de Valentine y de Consuelo, esos curiosos retratos en los que la mujer, a la que sus íntimos llamaban habitualmente Georges, aparece representada a veces incluso con una blusa de obrero y un cigarrillo entre los dientes, son quizá los más numerosos y los más divertidos para el coleccionista. Además de los de Calamatta y Jullien, que reproducimos, hay muchos otros, en frac, en traje de montar, en bata, por no hablar de los bocetos realizados por sus amigos y compañeros de viaje. Alfred de Musset, aficionado a hacer retratos a pluma que rozaban ligeramente la caricatura, ilustró sus álbumes italianos con numerosos esbozos de aquella que le estrujaba el corazón hasta el punto de sacar de su lira las lastimeras melodías de Les Nuits. Mérimée, aunque no hemos podido encontrar ninguna prueba que apoye esta hipótesis, debió de divertirse a veces con representaciones satíricas de los rasgos de Madame Sand, con todo el humorismo que caracteriza sus caricaturas a pluma y tinta.
La autora de Indiana se aferró durante mucho tiempo a ese traje masculino que le permitía dejar a un lado la reserva y los prejuicios inseparables de la personalidad femenina en aquellos días. Fue con hábito de muchacho como George Sand penetró en la Grande Chartreuse, solemnemente “purificada” tras su paso por los claustros, tan rigurosamente prohibidos a las mujeres. Vestida con la chaqueta ceñida y los pantalones sueltos de 1830, una gorra o un sombrero de fieltro sobre sus mechones a lo Juana de Arco, su bastón en la mano, con su aire, mitad de estudiante, mitad de rapin, George Sand frecuentaba todas las reuniones masculinas más renombradas de su época. No fue hasta los cuarenta años cuando, al volverse corpulenta y demasiado femenina para intentar disimular su sexo sin parecer ridícula, tuvo que renunciar a la absoluta independencia que le aseguraba el atuendo masculino. En esta época, Madame Sand rindió su homenaje al gusto y a la elegancia de su tiempo con sus trajes femeninos. Los retratos de ella realizados entre 1838 y 1840, de los que damos dos muestras, tienen la gracia algo consciente, el lánguido óvalo del rostro, la sonrisa exquisita y los ojos grandes y profundos de las planchas de acero grabadas para los Keepsakes tan de moda en la época. Su cabello cae sobre sus mejillas en grandes tirabuzones ondulados y rizados en la forma entonces conocida como repentirs. Con algunas flores sujetas a los lados, una cruz colgada al cuello, que emerge de un drapeado de tul y encaje, Madame Sand es decididamente una mujer bonita. En los mezzo-tintos que la retratan en esta época (hacia 1838), aparece bajo una luz fuerte, con una expresión dulce pero orgullosa, los ojos brillantes, la figura flexible, la falda plisada en las caderas a la moda española, toda su persona llena de ese encanto vigoroso y felino, amoroso, pero un poco feroz, que tanto se admiraba en las que se describían en la época. Reproducimos uno de estos grabados como el frontispicio de Les Lionnes. Diez años más tarde, la Lionne se había vuelto hogareña y pechugona; ningún corsé podía dar gracia y flexibilidad a aquel busto. En el retrato pintado por Thomas Couture, antes de 1850, Madame Sand, como se verá en nuestra ilustración, ya se había vuelto robusta de figura y masculina de rostro, mostrando, en ciertos rasgos y en el estilo de su cabello, un parecido considerable con la famosa novelista inglesa George Eliot. A partir de ese momento, la autora del Marqués de Villemer y de Mauprat parece haber considerado que las modas contemporáneas no se adaptaban a su tipo y que debía individualizar su vestuario. En 1851, David d'Angers modeló el medallón que reproducimos aquí. El perfil sigue siendo refinado, aunque la frente retrocede y la nariz es prominente y obstinada. Después de esto, George Sand aparece casi exclusivamente como “La buena señora de Nohant”, como la llamaban en ese distrito de Berry en el que vivió casi por completo el resto de su vida. Esta fue la última encarnación del extraordinario “Hombre de Letras”, que fue a la vez tan ardientemente mujer y tan verdaderamente “buena persona”, desde el día en que, retirándose al campo como una Rosa Bonheur literaria, renunció a toda vanidad, y a toda pretensión de agradar de otro modo que no fuera con esas obras posteriores tan llenas de ternura, y a menudo de sólidos argumentos contra la injusticia social.
Madame Sand, con el pelo vestido simplemente con bandeaux ondulantes, vestida con una gandoura africana—una especie de blusa con amplias facetas de terciopelo—, no hizo más variaciones en su atuendo; así la vemos en la litografía de Lafosse de 1866; así la encontramos en sus numerosas fotografías de Nadar, con el rostro plácido y los ojos bondadosos, toda su persona expresando la verdad del encantador axioma de resignación de Joubert: “El atardecer de la vida trae consigo su lámpara”.
¿Fue alguna vez bella George Sand? Esta es una pregunta que no podemos decidir. Los retratos suelen ser infieles, pero probablemente sus rasgos fueron siempre demasiado viriles y sus ojos demasiado grandes, recordando el epíteto que los antiguos daban a Minerva. En resumen, parece haber carecido por completo de esas cualidades que dan tanto encanto a la belleza femenina: suavidad, debilidad, morbidezza, como dicen los italianos. Es la personificación de la blue-stocking del genio, del ideal andrógino y Romántico, la mujer fuerte en su fina armonía moral: tierna, desinteresada y corajuda. Su bondad suprema se respira en todos sus retratos. Reconocemos a la creadora de La petite Fadette y de François le Champi.
OCTAVE UZANNE.
Nombra a:
Cf. de Conectorium:
#solo en conectorium
#francés
#en París, de un artista a otro
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