Nicomedes Antelo: aunque el tigre se vista de seda, tigre se queda
Esos mismos que hoy son tiranos, ayer fueron demagogos; fundaron ayer y sostuvieron el derecho de insurrección para subir al poder y, hoy dictadores, no solo degüellan al insurrecto, sino que declaran que no hay más derecho legítimo que el de los que mandan

Borges escribió que “Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre”. Aunque el tigre se vista de seda, no puede dejar de ser tigre, y de eso habló Nicomedes Antelo Bazán cuando escribió su ensayo Un nuevo Tigrón y con frac, en 1860. Esto sucede durante la presidencia en Bolivia de José María Linares, el primer civil en dar un golpe de Estado y declararse dictador. En Argentina se iniciaba otra etapa de su guerra civil, mientras se terminaba la presidencia de Justo José de Urquiza, vencedor de una de las etapas —aquella contra Juan Manuel de Rosas— y primer presidente de una confederación en papeles federal, en la práctica centralista y unitaria. La nueva guerra civil, dicen, sería por mayor autonomía: juzgue el destino y el lector curioso si aquello se cumplió.
El ensayo de Antelo no se volvió a imprimir hasta siglo y medio después, el año 2017, en una edición de la editorial Plural y del historiador argentino Hernán Pruden, quien dice de Antelo que había nacido en Santa Cruz de la Sierra, Bolivia, pero “publicó Un nuevo Tigrón y con fraque en Salta, Argentina, al salir de Bolivia —en un exilio voluntario— el año 1860. Tenía 31 años y, según sostiene [Gabriel René] Moreno, fue su primera publicación”. Sobre Nicomedes Antelo ya ha escrito una sonada biografía René Moreno, «el príncipe de las letras bolivianas». “No logró pasar de maestro de escuela en Buenos Aires”, escribe. “Antelo vivió largos años y murió fuera de su patria”, dice Moreno, quien imitó las circunstancias. Antelo murió en Buenos Aires en 1883; Moreno escribió su biografía en 1885 en Santiago de Chile, y murió en Valparaíso en 1908 — mismo pueblo en el que, 47 años antes, había muerto un Linares exiliado. No tenemos tiempo para más detalles.
Nicomedes Antelo Bazán era nieto del primer Antelo en lo que ahora es Bolivia, Antonio Antelo de la Vega, quien llegó a la región como funcionario de Hacienda de la corona española. El padre de Nicomedes, Juan Bautista Antelo, y su tío, Pedro José Antelo, lucharon durante la Guerra de Independencia primero para el bando realista... y luego se cruzaron al bando patriota. En defensa de ambos, la guerra civil que derivó en guerra de independencia tenía fronteras difusas, y no era raro verse del otro lado según cambiaban las circunstancias.
Pero otro descendiente de Antonio Antelo, Sergio Antelo Gutiérrez (1941-2018), escribe sobre su tatarabuelo que “en Vallegrande, la guarnición a cargo de Pedro José Antelo se amotina, apresando al Brigadier [Francisco Xavier] Aguilera”, quien fuera gobernador de la Intendencia de Santa Cruz y hasta entonces jefe de Pedro José, que sublevó a sus tropas y las entregó a la causa patriota. No fue un cruce de bando cualquiera, y en ese instante los perseguidos se convirtieron en perseguidores. Creo que Juan Bautista y Pedro José fueron después gobernadores de provincias cruceñas.
Sergio Antelo abre otro libro, Los cruceños y su derecho de libre determinación, diciendo que, en el nacimiento de Bolivia, “los monarquistas se encapucharon de republicanos para fundar su propio negocio”. Este hecho de la naturaleza humana es el que nos reúne hoy.
En ese mismo ensayo cita a dos investigadores hablando del hecho susodicho. Uno de ellos, Hernando Sanabria, “desconoce a Antelo”. Sanabria, historiador cruceño, era también —cabe esperar— divulgador. Hizo una tercera edición del Paquito de las Salves, un poema pastoril de Santa Cruz escrito por Marceliano Montero. En la introducción cuenta que mi bisabuelo, Julio Antelo Rojas, había editado la segunda edición del poema cinco décadas antes, pero «desconoce» y deja fuera de la reimpresión el prólogo de este mi antepasado. Este Julio Antelo era sobrino nieto de Nicomedes, bisnieto de Pedro José, y tío de Sergio. Eso no es importante, lo importante es lo que escribe Sanabria en su propio prefacio: “A poco de ello una rebelión a mano armada, la «gloriosa del año 20», arroja del poder al viejo Partido Liberal, reemplazándole por el Republicano de formación reciente. Como es habitual, el nuevo régimen se desquita de pasadas aflicciones haciendo sufrir otras del mismo género a sus desplazados contrincantes”.
Mi bisabuelo, según leí en un ensayo de otro historiador argentino, estuvo en los inicios del bando de los que se rebelaron contra ese nuevo partido republicano que gobernó Bolivia desde 1920 hasta 1934. El último de esta «dinastía» renunció —forzado por los militares— y dejó el mando a su vicepresidente que era liberal; esto por una alianza entre antiguos enemigos. O antiguos amigos, porque los republicanos nacieron como una separación del Partido Liberal. Los liberales habían arrancado el poder de los conservadores en 1899 usando la bandera del federalismo. Trasladaron la capital boliviana de Sucre a La Paz y allá instalaron, no un país descentralizado, sino otro centralismo autocrático. Cambiaron una élite por otra y ¿de federalismo?, nada. En Santa Cruz se repiten hoy, por algunos lares, los cantos federales; si sus élites tomaran el poder, ¿qué dice la historia? ¿Que harán cambios o repetirán el teatro? A Borges se le atribuye un refrán erróneamente, pero igual vale: «hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos».
Pasó en Bolivia y Argentina lo que pasa en todos lados, lo que escribió Herbert Spencer al otro lado del Atlántico: “La mayor parte de los que ahora se consideran liberales son una nueva clase de conservadores” (Nicomedes Antelo, según René Moreno, leía a Spencer, pero esto se escribió después de la muerte de Antelo). Sucedió lo que contaba Simone Weil en plena Segunda Guerra Mundial: en toda sociedad, las facciones, “gobernadas por el pensamiento tan bien formulado por Trotsky: «Un partido en el poder y todos los demás en la cárcel»”, hacen del “totalitarismo el pecado original de los partidos” políticos, fábricas de fanatismo y pasiones, industrias para eliminar la autonomía de pensamiento.
En el pensamiento partidario sólo existe la lucha de poder: tomar el poder para imponer la doctrina propia y aplastar al que no esté de acuerdo, al «otro». Y en el camino se justifica lo injustificable, se repite lo que se tenga que repetir, y se contradice lo que se tenga que contradecir, porque hacer lo contrario es contraproducente para «la causa», es traición. Se ha hecho normal escuchar, como decía Weil: “«como conservador...» o «como socialista, pienso que...» «Como monarquista, pienso que...»” Como diría Orwell, nos volvemos «nacionalistas» de causas ideológicas. Y es que es más fácil marcarse con la etiqueta de la tribu que indagar uno mismo. Es más seguro, es más cómodo. Y eso provoca, inexorablemente, otrorización y polarización.
Lo vemos hoy en tantas, tantas partes del mundo. Sucede desde hace décadas en la política de los Estados Unidos, y en la argentina, y en la boliviana. Una vez toman el poder, los perseguidos se convierten en perseguidores, los abusados se tornan abusadores, las víctimas se vuelven verdugos. Podemos llenar esto de repeticiones, citas y ejemplos; e incluso ejemplos más graves como los de las revoluciones francesa, rusa, cubana, china; o los de pueblos como el judío y el serbio, pero no terminamos nunca.
Bástenos un caso más para ilustrar este arquetipo. Nicomedes Antelo escribió, en la introducción a su ensayo, que el tigrón, disfrazado con frac, “no es otra cosa que un tirano astuto”; quiere perseverar en su ser, no importa si se viste con traje. En el capítulo 7 leemos: “esos mismos que hoy son tiranos, ayer fueron demagogos, fundaron ayer y sostuvieron el derecho de insurrección para subir al poder y, hoy dictadores, no solo degüellan al insurrecto, sino que declaran que no hay más derecho legítimo que el de los que mandan”. A continuación, un extracto de este librito, en la edición de Plural y Pruden.
A Nicomedes, por sus ideas polemistas y reformistas, independientes, lo apodaban «loco». A Sergio también. Con esto, una curiosidad más sobre mi apellido. Cuando era niño me enojaba muchísimo que me dijeran: «no es Antelo, es Átenlo»; o que me preguntaran si era «Antelo de los opas o de los locos». Con el tiempo comprendí que sólo los opas se enojan cuando los molestan, y entonces decidí cambiar de bando. Ahora, como un loco, persigo la falta de sentido común — pero la falta de sentido común también me persigue. Y a veces me alcanza, como a todos, porque el ser humano eternamente quiere ser humano, y en su esencia habitan el tribalismo, los sesgos, y su consecuente contradicción.
Ensayo: Un nuevo tigrón y con frac
> Capítulos 7-9
Publicado en 1860
Capítulo 7. Única solución
Los tiranos dicen al pueblo: «Sois revoltosos, no dejáis gobernar, no dejáis hacer el bien de la patria. Os degüello en nombre del orden y de la paz». Los pueblos o los partidos dicen al tirano: «Sois un caudillo usurpador del mando, sois un explotador de la patria: tenemos derecho de bajaros a balazos en nombre de la Libertad».
En semejante situación que se reproduce instantáneamente en Sud-América (y particularmente en Bolivia), sin que jamás pueda despejarse la justicia en un teatro oscurecido por las pasiones, velado por el negro manto del egoísmo, regado con la sangre del pueblo y definido casi siempre por la dialéctica perversa y un solapado patriotismo; en semejante foco tenebroso en que se mezclan y confunden los hijos de Dios con los servidores del Demonio, los adoradores de la patria con sus verdugos, la virtud fecunda del bien con el vicio pervertidor de la sociedad; en esa situación tremenda de la guerra civil, en que se conculca impunemente la justicia social, se erigen coronas al crimen y sucumbe las más veces el sentimiento noble de la humanidad: ¿No hay una regla, una enseña, una bandera que sea el verdadero pendón intergiversable de la patria, de sus derechos y de la Libertad?…[1]
Ah! que si la hay, la hubo, y la habrá. Es la Ley, regla luminosa que, cual la aurora boreal que disipando las tinieblas del Norte descubre al fatigado navegante el rumbo salvador, servirá también para indicar al patriota sincero el término de sus esperanzas, iluminando el cuadro de tempestad deshecha y fijando el blanco de los sacrificios de aquellos que aún pueden decir: «He ahí la patria que se hunde, salvémosla».
Sí... se hunde la patria porque está suspensa la Ley, que mantiene la armonía de la vida, porque se pisotea el Derecho, única antorcha que esclarece los límites de la justicia, porque se abren las puertas de la licencia que disputa su imperio al sacro deber…
Se hunde la patria porque esa Ley, ese Derecho, esa forma tutelar de los intereses sociales, no solo se conculca para suplantar en su lugar la ley del yo, de la voluntad atrabiliaria de un tirano! Sí... que también se pretende en el siglo 19 en el centro de la América, cuando recién acaba de caer Rosas, el escándalo antisocial de erigir en doctrina política, la ausencia de la Ley, el imperio de una sola voluntad, el sistema, en fin de la horda salvaje... ¡Impávidos! y no bajan la mirada cuando en medio de los gemidos de la patria alzan el grito para abogar a la faz del mundo, por el tirano que la destroza, que la befa y escarnece, que la hace retroceder a la época de la Conquista, del oscurantismo!…
Es importante nota: que esos mismos que hoy son tiranos, ayer fueron demagogos; fundaron ayer y sostuvieron el derecho de insurrección para subir al poder y, hoy dictadores, no solo degüellan al insurrecto, sino que declaran que no hay más derecho legítimo que el de los que mandan. Esto prueba que la perversión de ideas, erigida en doctrina por una literatura infame, es el honesto manto con que la maldita cabeza del egoísmo encumbre sus criminales miras. Esto prueba que esa honda desmoralización, que corroe el corazón de los republicanos de América, ha sabido explotar en su favor la sutileza de ese saber vano con que los pretendidos ilustradores tratan de oscurecer las nociones más claras da la ciencia social.
¡He ahí también el origen del cinismo de la tiranía de Bolivia que cree cubrir su deformidad con la capa de un principio! Por lo tanto... ¡Echemos, sudamericanos, sobre la ribera el ancla que debe salvar la inexperta nave de nuestras repúblicas en tan deshecha y oscura tempestad moral! Erijamos por fin, bolivianos, un trono a la Ley, al reinado de las instituciones. Y que ese principio único claro y fecundo sea el escollo en que vaya a estrellarse frente de los tiranos y de los demagogos!! Sea la antorcha que ilumine nuestra mente, que fortifique nuestro corazón en la virtud y para el sacrificio... Sea el Dios inexorable de la tierra, que pise el cuello al Luzbel de las ambiciones desorganizadoras.
Levantemos el grito: ¡Abajo caudillos! y el eco repetido desde las riberas del Plata hasta las cumbres de los Andes haga temblar a esos bandidos de la sociedad, sobre sus cimientos deleznables!…
8. La insurrección en Sud-América. Nuestros principios
Salvando el caso de una tiranía como la de Rosas en la República Argentina, del Dr. Francia en el Paraguay y del Dr. Linares en Bolivia —tiranías injustificables ante la civilización del siglo porque hollan los fueros de la humanidad, degradándola por una complacencia feroz—, abrigamos el convencimiento de que las revueltas políticas en Sud-América han sido más perjudiciales que favorables a su progreso, al desenvolvimiento de sus verdaderos intereses. Para nosotros es un crimen la insurrección, en tanto que las puertas de la Ley están abiertas al patriotismo, que las instituciones ofrecen al opositor del gobierno, al partido, a la Nación entera, un medio legal de reivindicación de sus derechos.
Más claro: cuando en una Nación el pueblo, la opinión pública tienen a su disposición la libertad de imprenta, que es medio poderoso de contener las demasías del poder, y cuando por la organización política existe el cuerpo soberano destinado a residenciar al Ejecutivo, es entonces que el recurso de la violencia insurreccional se nos presenta come un crimen visto al través del prisma de la historia de Sud-América.
Esas vías legales por cuyo medio el poder de la opinión puede reprimir, contener y castigar las demasías del poder, se entiende solo pueden existir en una forma cualquiera de gobierno. Si no hubiese una Constitución Política o el Ejecutivo llegase a atacar la independencia del poder soberano, o a suprimirlo, es claro que el gobernante se convierte en caudillo, legitimando el recurso de la insurrección como único y extremo medio de salvarla!
De aquí se deduce también que todo gobernante que no emana de un origen constitucional o legal, o de la insurrección en solo el caso dicho, es usurpador del poder público y de hecho queda puesto fuera de la Ley de las Naciones.
Si estos principios no debieran regir nuestras sociedades, estarían ellas libradas a la ambición de esos caudillos que apoyados en tantos elementos de desorden y rodeados del combustible de la demagogia mantienen nuestras repúblicas en un estado de perpetua zozobra; y el ejercicio de ese poder con que sacrifican la paz, los intereses y la ventura de su patria ¡sería legítimo!
Sí... es preciso que nuestras sociedades, por desmoralizadas que sean, tengan una Ley, una Constitución Política o una forma de gobierno definida. Que esa constitución y forma de gobierno otorguen una dosis más o menos amplia de libertad política o civil, etc., eso dependerá de las circunstancias especiales de cada país. Y aun suponiendo que ninguna de esas Constituciones que sabe confeccionar nuestra melindrosidad republicana fuera adaptable a nuestras costumbres abyectas, no por eso dejaría de ser imperiosa la necesidad de tener instituciones a las que el pueblo vaya asimilando poco a poco su vida real, o dirigiendo sus vacilantes pasos, como el náufrago se arrastra en medio de las tinieblas así a la luz salvadora de un fanal.
El señor [Juan Bautista] Alberdi ha dicho: Nuestro destino es marchar de la República Posible hacia la República Verdadera y nosotros agregamos: En algo ha de diferir una Nación semicivilizada de una horda salvaje en materia de gobierno.
Descendamos a nuestro propósito.
9. Ligero juicio sobre el origen de los gobiernos en Bolivia. La revolución del 47 que derrocó a la administración Ballivián es origen del partido que después elevó a Linares
Dijimos que la generalidad de nuestra clase ilustrada piensan en Europa y vive en América, o, lo que es lo mismo, que nuestra gente culta es muy propensa a desear para su patria instituciones que aún no le son adaptables, mejoras que le son físicamente imposibles y una dosis de libertad para el pueblo que tampoco le conviene. Este espíritu de utopía reside principalmente en la juventud porque, simpatizando naturalmente con las doctrinas brillantes y generosas que preconizan los libros, tiende con un ahínco poderoso a traducirlas a la práctica. Este hecho más manifiesto en Bolivia que en ninguna otra parte, será la clave con que expliquemos la Revolución de Setiembre de 1857, la que, derrocando el único y el primer gobierno que en Bolivia tuvo un origen constitucional, ha producido una tiranía que sobrepujó a la de Rosas en el alto menosprecio que hizo hasta de esas apariencias engañosas de fórmulas legales con que los déspotas más impudentes procuraron dorar siempre la fealdad de sus crímenes; en una palabra, el cinismo.
Generalmente es conocida esa cadena de gobiernos de caudillaje que desde el general Sucre hasta el general Belzu se sucedieron en Bolivia. Aunque esos gobiernos se elevaron por las vías de hecho, convocaron después asambleas que aprobaron sus actos dándoles esa apariencia de legitimidad, y congresos ordinarios que ejercieron el poder legislativo. Bien sé que esos gobiernos intrusos no están sujetos a otra regla de criterio histórico que la justicia en sus actos, el mayor o menor bien, o mal, que hicieron a la patria.
En la vida política de Bolivia, desde su erección en República independiente hasta el último presidente que hemos citado (año 1855), hay que notar un hecho. No solo fue el motín el medio de elevación de los presidentes, sino que el Ejecutivo nunca fue acusado de abusos del poder en las Cámaras, exceptuando una débil tentativa en la administración del general Velasco, año de 1839.
Y sin embargo, esos presidentes eran destronados por la violencia del motín o de la insurrección, que buscaba sus fundamentos en el despotismo de los gobiernos.
Hombres sin fe política ni lealtad personal, fundadores de esa escuela de bribonería política y destachatada, que cada día contamina más el cuerpo social; hombres de esos que desde el asiento de los representantes del pueblo halagaban los excesos del poder, que muy luego execrarán y combatirán en el oscuro rol de conspiradores, precipitaron la Revolución del 47 que derrocó la administración del general Ballivián, haciendo reaparecer la del general Velasco. Esos republicanos bastardos que hipócritamente daban el nombre de filosófico a aquel cambiamiento, avezados en el arte de embaucar al crédulo pueblo, hicieron concebir grandes esperanzas de reformas, halagüeñas ilusiones de mejoramiento social. El plan de reformas tontas e inverificables que preconizaban los apóstoles de ese evangelio político es la más alta expresión de ese espíritu de insensato optimismo político que tan bien saben explotar los promovedores de revueltas en aquel país.
Mas, apenas empezaban aquellos sectarios del engaño a dar pábulo a la pasión de sustituir palabras con palabras, cuando surgió de su seno un nuevo caudillo que poco después se sentó en la silla presidencial mediante una sangrienta batalla. Este fue el general Belzu. En el partido derrotado figuraba el Dr. Linares, actual Dictador de Bolivia, a quien en sus apuros había encargado momentáneamente la Presidencia el general Velasco para mandar los ejércitos; aquí arrancan, pues, los títulos y la tentación frenética de gobernar que han devorado a este caudillo, el conspirador más tenaz que ha tenido Bolivia contra su sosiego.
El gobierno de Belzu fue una constante lucha contra las conspiraciones y resistencias que le opusieran los partidos; pero al fin, como los demás, reunió Congresos que legitimasen sus actos, dio una Constitución y, gracias a su genio audaz, tuvo la felicidad de terminar su periodo legal y convocar elecciones para un sucesor!
[1] En Bolivia los politicones de inspiración de ultramar, esos mismos que ayer sublevaban las iras populares, apostrofando a la chusma sobre sus imprescriptibles e inalienables derechos; los que en fin, a nombre de su Señor ofrecían al pueblo el pan y el alivio de sus miserias, a manera de los alborotadores de París, han resuelto esta cuestión social de una manera tan sencilla que encanta. Bien se dice que en la sencillez está la elegancia. Han dicho, pues, y sostienen frenéticos, que la verdadera incógnita está en la dictadura, es decir en el imperio de una sola voluntad, y qué voluntad!!! Se puede decir que estos caballeros han conseguido al fin cuadrar el círculo.
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