Montesquieu: elecciones en Francia (y la fuerza relativa de los Estados)
Montesquieu, de haber estado vivo ahora, estaría sentado en un café de París escribiendo sobre las elecciones presidenciales de su república, redactando las mismas líneas que plasmó hace casi 280 años, porque son eternas: “Toda grandeza, toda fuerza, todo poder es relativo”.
Primer anexo a nuestra serie sobre Ucrania.
Ayer, 10 de abril de 2022, fue día de elecciones en Francia. Transcurrió como cualquier domingo soleado de abril, con gente tomando el día en los parques, en las orillas del río, en las calles del centro, en los cafés, en los museos—esa multiplicidad de escenarios que, aunados a su arquitectura, inundan de energía y placer estético al transeúnte.
No se necesitan ni 13 horas para tener los resultados: Emmanuel Macron, actual presidente, apenas aventaja a Marine Le Pen; la distancia no llega a 5 puntos y en dos semanas irán a segunda vuelta. Le Pen quiere sacar a Francia de la esfera de influencia occidental, de la OTAN, del visado Schengen, del control americano que tiene “subyugada” a Ucrania y construir lazos fuertes con Rusia, país del que ha recibido financiamiento. Vinculada a la extrema derecha, sobre todo por las acciones políticas de su padre—a quien expulsó de su partido—, se encarga constantemente de desmarcarse, explicarse y justificarse. El crecimiento del gusto popular por sus afiliaciones políticas explican, creo, el hecho de que Macron haya optado por mantener público contacto con Putin durante la guerra con Ucrania, no solo para mediar en el conflicto, sino también para no perder más votos.
Paseando por París estos días, no pude evitar pensar en Montesquieu. Si tenemos el privilegio de elegir a nuestros representantes—o de sentir la ilusión de que elegimos—, de defender la libertad de expresión en Occidente, y de mantener la justicia apartada de las manos de una sola persona, mucho se debe a las ideas Charles Louis de Secondat, señor de la Brède y barón de Montesquieu, que no por nada es considerado uno de los precursores del liberalismo. En 1748 publica, en Ginebra, El Espíritu de las Leyes, y revoluciona la política mundial proponiendo la separación e independencia de poderes, profundizando la idea inicial de Locke, 6 décadas antes, de hablar de su división. Su razonamiento se vio plasmado poco tiempo después en la constitución de los Estados Unidos, madre de la democracia moderna, y en las que le siguieron. Sus ideas—que no eran suyas sino de su tiempo, y que si no hubiera sido él hubiera sido otro quien las proponga con éxito y fama—fueron ondeadas en la Revolución Francesa y sus libros se traficaban escondidos bajo mantos, pero sin miedo, durante las guerras de independencia en América, junto con los de otros pensadores y otros franceses de la Ilustración. Las independencias en todo el continente americano son, que no quede duda, los cimientos de la democracia y la libertad actual.
Pero las ideas de Montesquieu no fueron bienvenidas en sus principios, eran muy revolucionarias: sus libros fueron censurados por las coronas y por la Iglesia Católica, de la que él era devoto. Aún así, o quizá por eso, este tratado sobre política, derecho e historia (y filosofía y economía) se abrió paso en la mente popular, justo cuando el humano decidió hacer una inflexión y cambiar su modelo de organización política.
En 1906, Siro García del Mazo, gran traductor de franceses y liberales, presentaba su traducción de L'espirit des loix. En ella leemos a Montesquieu decir que en pleno siglo 17, mientras Francia co-gobernaba Europa a través del Rey Sol (o Luis el Grande), del zarato ruso apenas se conocía Crimea. La fama de esta península pasó siempre por su importancia como zona agrícola y puerto comercial, motivos de las constantes peleas por ella, de sus múltiples anexiones. Antes de la muerte de Luis el Grande, Pedro el Grande ya habría dejado claro el poder que desde entonces tendría Moscú.
No dudo que Montesquieu, de haber estado vivo ahora, estaría sentado en un estudio o café de París, admirando su movimiento y movida, escribiendo sobre las elecciones presidenciales de su república, redactando las mismas líneas que plasmó hace casi 280 años, porque son eternas: “Toda grandeza, toda fuerza, todo poder es relativo”—y, parafraseando, toda división interna en el estado lo debilita. Gane Le Pen o Macron, Francia ahondará su brecha social y seguirá sumida en una crisis migratoria y “el Estado, débil por causa del mal que persiste, se verá debilitado aún más con el remedio”. Pero por poco tiempo: país tan bello, fuerte y geográficamente importante como este siempre encontrará el retorno y la salida de sus problemas.
Autor: Montesquieu
Libro: Espíritu de las Leyes (1748)
Tomo 1, Libro 9
Capítulo 7: Reflexiones
Los enemigos de un gran príncipe que ha reinado largo tiempo, le han acusado mil veces, más bien creo por temor que con razones, de haber concebido o intentado realizar el proyecto de la monarquía universal. De haberlo logrado, nada hubiera sido más funesto para Europa, para sus antiguos súbditos, para él, para su familia. El cielo, que conoce lo que conviene a cada uno, le sirvió mejor con las derrotas que concediéndole la victoria. En lugar de hacerle el único rey de Europa, le favoreció más haciéndole el más poderoso de todos.
Su pueblo, que en los países extraños no se conmueve sino con lo que ha dejado; que al salir de su territorio mira la gloria como el sumo bien y, en las comarcas lejanas, como un obstáculo para su vuelta; que importuna por sus mismas buenas cualidades, porque parece unir para ellas el desprecio; que puede sobrellevar las heridas, los peligros y las penalidades, pero no la pérdida de los placeres; que no ama nada tanto como su alegría y se consuela de una derrota haciendo canciones contra su general; su pueblo, repito, no hubiera llegado nunca al cabo de una empresa que no puede frustrarse en un país sin frustrarse en los demás, ni desgraciarse un momento sin desgraciarse para siempre.
Capítulo 8: Caso en que la fuerza defensiva de un país es inferior a su fuerza ofensiva
Repetía el señor de Coucy a Carlos V «que los ingleses no son en ninguna parte tan débiles ni fáciles de vencer como en su casa». Es lo mismo que se decía de los romanos; es lo que experimentaron los cartagineses; es lo que sucederá a cualquier potencia que haya enviado lejos sus ejércitos para reunir con la fuerza de la disciplina y del poder militar a los que estaban divididos por razón de intereses políticos o civiles. El Estado, débil por causa del mal que persiste, se ha debilitado aún más con el remedio.
La máxima del señor de Coucy es una excepción de la regla general que aconseja no acometer guerras lejanas, excepción que confirma la regla, puesto que no se aplica sino a aquellos que han empezado por quebrantar esta última.
Capítulo 9: De la fuerza relativa de los Estados
Toda grandeza, toda fuerza, todo poder es relativo; y es preciso tener mucho cuidado en no disminuir la grandeza relativa tratando de aumentar la real.
Hacia la mitad del reinado de Luis XIV, Francia alcanzó el grado más alto de su grandeza relativa. Alemania no tenía aún los grandes monarcas que después ha tenido. Italia se hallaba en el mismo caso. Escocia e Inglaterra no formaban un cuerpo de monarquía. Tampoco lo formaba Aragón con Castilla; las partes separadas de España estaban debilitadas y la debilitaban. La Moscovia no era más conocida en Europa que la Crimea.
Capítulo 10: De la debilidad de los Estados vecinos
Cuando se tiene por vecino un Estado que se halla en su decadencia, es menester cuidarse de no acelerar su ruina, dado que se está entonces en la situación más feliz que puede imaginarse, pues no hay nada tan cómodo para un príncipe como el hallarse cerca de otro que recibe por él los golpes y ultrajes de la fortuna. Es raro que conquistando tal Estado se aumente en poder real tanto como se pierde en el relativo.
Fin del Libro 9
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