Montaigne sobre la guerra civil y su postura
Continuamos con el inicio del 2023 unidos al 2022; lógicamente, esto es una cuestión inevitable. Como el dios Ianus, Jano, el dios de las dos caras que mira al pasado y al futuro, el dios de los comienzos y los finales, el dios de las puertas (y sus bisagras), miramos nosotros en este mes de enero a ambos lados. (Ianus > Ianuarius > Janeiro > Janero > Enero.)
Por un lado, miramos a la paz, que durante décadas hemos dado por sentada. Nos creemos, o nos decimos, “civilizados”, pero la guerra de Ucrania (el “tema del año” del 2022) trajo a muchos de vuelta a la realidad. La amenaza de una guerra mundial vuelve a hacer sombra en un mundo que creía que ya la había perdido (como si uno pudiera esconderse de su sombra), y el amago de guerras civiles en varios países del globo empieza a hacerse más latente, así como en otros entra en reposo. Things happen slowly, then all at once. La historia juega el juego de la repetición, porque nuestra naturaleza, la humana, y la Naturaleza, arquitecta de lo que sucede, sigue siendo la misma. Hasta hace poco se especuló con el fin de la historia, pero la vida y la historia funcionan en ciclos.
Donde una cosa acaba, empieza otra, pasando por las puertas de Jano, que mira hacia los dos lados. El 2022, el artículo más leído en Conectorium perteneció a Montaigne: repitamos su presencia en este inicio de 2023. En esa lectura, el francés hablaba sobre la importancia de cómo todo está conectado y del saber que brinda la experiencia. Me permito remontarme a su época, a la segunda mitad del siglo 16. Extraigo este textito de la introducción a sus Ensayos, escrita por el traductor Constantino Román y Salamero, en 1898:
“En medio de la calma de su retiro sorprendieron a Montaigne los sangrientos espectáculos de la guerra civil. Su casa estaba situada precisamente, en las inmediaciones del lugar donde los horrores no se daban tregua ni reposo. Guyena y Gascuña [provincias del sur de Francia] fueron el principal escenario de estas luchas, de las cuales nuestro autor dice «que llenaron de odios parricidas los esfuerzos fraternales». Para un hombre en cuyos actos todos presidía siempre la moderación más extremada era ésta una situación difícil, imposible de sostener, y la indiferencia y apartamiento del combate más imposibles todavía. La interpretación torcida de algunos pasajes en que Montaigne habla directamente o alude a estas luchas entre hermanos, hizo creer a algunos que quien tan de cerca las veía hubiere preferido permanecer a ellas indiferente. Otros hubieran querido ver en Montaigne un héroe, o que como tal se hubiera mostrado, sin considerar que el heroísmo guerrero y la filosofía se avinieron bien rara vez”.
Don Constantino (a quien pertenecen también las traducciones entre corchetes en el texto que leemos) continúa citando uno de los Essais en los que Montaigne usa como estrategia, para evitar que su castillo sea asaltado, el eliminar toda defensa, porque “la defensa atrae el ataque, y la desconfianza la ofensa”. El traductor añade: “se engañó en sus predicciones”, como todos los que se engañaron con esa idea antes. Pero no vamos a leer esto ahora, sino aquel pasaje de los “odios parricidas en los esfuerzos fraternales”. Un rato después de lo que leemos, Montaigne confiesa: “cuán vil precio del reposo y tranquilidad de mi vida pasé más de la mitad en la ruina de mi país”. Más de la mitad, por culpa de las guerras.
Las guerras a las que se refiere son las guerras de religión que duraron entre 1562 y 1598 (36 años), y que enfrentaron a católicos y protestantes. Montaigne hizo de mediador en el conflicto varias veces.
Lo que leemos, lo escribe en el capítulo doce del tercer libro de los Ensayos, capítulo que trata De la fisonomía. Cosas de la vida, en la que todo está conectado, es el capítulo inmediatamente anterior a ese Sobre la experiencia, que sólo se obtiene con el paso del tiempo. “Que la infancia mire adelante y la vejez detrás, tal era la significación de los dos semblantes de Jano”, escribió nuestro autor. Miremos ahora al pasado, para observar cómo se repetirá en el futuro.
Autor: Montaigne
Libro: Ensayos (1580)
Libro 3, capítulo 12: De la fisonomía
(extracto)
...Escribía yo esto hacia la época en que una recia carga de nuestros trastornos se desencadenó con todo su peso derecho sobre mí, teniendo de una parte los enemigos a mis puertas, y de otra los partidarios, enemigos peores aun, non armis, sed vittiis certatur [No con armas, sino con vicios se combate (Séneca, Cartas Morales, 95)]; y experimentaba toda suerte de injurias militares a la vez:
Hostis adest dextra laevaque a parte timendus,
vicinoque malo terret utrumque latus.
[El enemigo es temible por una y otra parte; uno y otro lado amenazan con un mal cercano. (Ovidio, de Ponto, I, 3.)]
¡Guerra monstruosa! Las otras ocasionan lejos sus efectos; ésta contra sí misma se roe y despedaza, mediante su propio veneno. Es de naturaleza tan maligna y ruinosa que se destruye a sí misma, juntamente con todo lo demás y de rabia se desgarra y despedaza. Con mayor frecuencia la vemos disolverse por sí misma que por carencia de alguna cosa necesaria o por la fuerza enemiga. Toda disciplina le es ajena: viene a curar la sedición, y de sedición está repleta; quiere castigar la desobediencia, y de ella muestra el ejemplo; dedicada a la defensa de las leyes, se rebela contra las suyas propias. ¿Dónde, nos encontramos? ¡Nuestra medicina encierra la infección!
Nostre mal s’empoisonne du secours qu’on luy donne.
Exsuperat magis, aegrescitque medendo.
[Nuestro mal se envenena con el remedio que se le procura. Aumenta y se hace más agudo con la medicación. (Virgilio, Eneida, XII, 46)]
Omnia fanda, nefanda, malo permissa furore,
justificam nobis mentem avertere deorum.
[Mezcladas por nuestro criminal furor todas las cosas justas e injustas, desviaron de nosotros la mente justiciera de los dioses. (Catulo, de Nuptiis Pelei et Thetitidos, v. 403)]
En estas enfermedades populares pueden distinguirse en los comienzos los sanos de los enfermos; mas cuando llegan a persistir, como ocurre con la nuestra, todo el cuerpo social se resiente, la cabeza lo mismo que los talones: ninguna pauta está exenta de corrupción, pues no hay aire que se aspire tan vorazmente ni que tanto se extienda y penetre como la licencia. Nuestros ejércitos no se ligan ni sostienen sino por extraño concurso: con los franceses no puede ya constituirse un cuerpo de armas ordenado y resistente. ¡Vergüenza enorme! no hay más disciplina que la que nos muestran los soldados mercenarios. En cuanto a nosotros, conducímonos a nuestra discreción y no a la del jefe, cada cual según la suya; cuesta desvelos mayores hacer obedecer a los soldados que derrotar a los enemigos: al que manda corresponde seguir, acariciar y condescender, a él sólo obedecer; todos los demás son libres y disolutos. Me place ver cuanta cobardía y pusilanimidad hay en la ambición, por en medio de cuanta abyección y servidumbre, le precisa llegar a su fin; pero me desconsuela el considerar a las naturalezas honradas y capaces de justicia, corrompiéndose a diario en el manejo y mando de esta confusión. El dilatado sufrimiento engendra la costumbre, y ésta el consentimiento e imitación. Tenemos sobradas almas malvadas sin que inutilicemos las buenas y generosas, y si por este camino continuamos, difícilmente quedará nadie a quien confiar la salud de este Estado, en el caso en que la fortuna nos la procure algún día:
Hunc saltem everso juvenem succurrere seclo ne prohibete!
[No impidáis ahora que este joven ponga orden en esta honda perturbación que por doquiera reina. (Virgilio, Geórgicas, I, 500)]
¿Qué se hizo de aquel antiguo precepto, según el cual, los soldados más han de temer a su jefe que al enemigo? ¿y aquel maravilloso ejemplo de que las historias nos hablan? Habiéndose encontrado un manzano encerrado en el recinto del campo del ejército de Roma, las tropas abandonaron el lugar, dejando al poseedor el número cabal de sus manzanas, maduras y deliciosas. Bien quisiera yo que nuestra juventud en lugar del tiempo que emplea en peregrinaciones menos útiles y en aprendizajes menos honrosos, invirtiera la mitad en ver la guerra por mar bajo las órdenes de algún buen capitán, comendador de Rodas, y la otra mitad en reconocer la disciplina de los soldados turcos, pues ésta ofrece muchas diferencias y posee muchas ventajas sobre la nuestra: nuestros soldados, se convierten en más licenciosos en las expediciones, allí en más retenidos y temerosos, pues las ofensas y latrocinios ocasionados al pueblo menudo, que se castigan a palos en la paz, se enmiendan en la guerra con la pena capital; por el hurto de un huevo se suministran a cuenta fija cincuenta estacazos, y por cualquiera otra cosa, por ligera que sea, innecesaria para la manutención, se los empala o decapita en el acto. Me admiró en la historia de Selim, el conquistador más cruel que haya jamás existido, ver que cuando subyugó el Egipto, los hermosos jardines que circundan la ciudad de Damas, abiertos como estaban de par en par y en tierra conquistada, puesto que su ejército campaba en el lugar mismo, salieran vírgenes de entre las manos de los soldados, porque no habían recibido orden de saquearlos.
¿Pero hay algo en nación alguna que valga ser combatido con una droga tan mortal? [i.e. una guerra civil] No, decía Favonio, ni siquiera la usurpación de la posesión tiránica de una república. Platón, de la propia suerte, no consiente que se violente el reposo de su país para curarlo, ni acepta la enmienda que todo lo trastorna y pone en riesgo, y que cuesta la sangre la ruina de los ciudadanos. El oficio de todo hombre de bien en estos casos, ordena dejarlo todo como está; solamente hay que rogar a Dios para que concurra con su mano poderosa. Este filósofo parece condenar a Dión, su grande amigo, por haberse algo apartado de tales vías. Y si Platón debe ser puramente rechazado de nuestro cristiano consorcio, él, que por la sinceridad de su conciencia mereció para con el favor divino penetrar tan adentro en la cristiana luz, al través de las tinieblas públicas del mundo de su tiempo (no creo que procedamos bien dejándonos instruir por un pagano), cuánta impiedad no supondrá el no aguardar de Dios ningún socorro simplemente suyo y sin nuestra cooperación. Con frecuencia dudo si entre tantas gentes como se mezclan en el tumulto, se encontró ninguno de entendimiento tan débil a quien a sabiendas se le haya persuadido de que caminaba a la reforma por la última de las deformaciones; que tiraba hacia su salvación por las más expresas causas que poseamos de condenación infalible; que derribando el gobierno, el magistrado y las leyes, bajo cuya tutela Dios le colocó, desmembrando a su madre y arrojando los pedazos para que los roan a sus antiguos enemigos, llenando de odios parricidas los esfuerzos fraternales, llamando en su ayuda a los demonios y a las furias, pudiera procurar socorro a la sacrosanta dulzura y justicia de la ley divina. La ambición, la avaricia, la crueldad, la venganza, carecen de impetuosidad tan propia y natural; cebámoslas y atizámoslas con el glorioso dictado de justicia y devoción. Ningún estado de cosas más detestable puede imaginarse que aquel en que la maldad viene a ser legítima, y a adoptar con el consentimiento del magistrado el aspecto de la virtud: nihil in speciem fallacius, quam prava religio, ubi deorum numen praetenditur sceleribus [Nada hay de apariencia tan falaz como la falsa religión, en la cual se justifican los crímenes con el respeto a la divinidad. (Tito Livio, XXXIX, 15)]: el extremo género de injusticia, según Platón, es el que lo injusto sea como justo considerado.
Con ello el pueblo sufre profundamente, y no sólo los males presentes,
Undique totis usque adeo turbatur agris
[Hasta tal punto reina el trastorno en todos nuestros campos (Virgilio, Bucólicas, I, 11)],
sino también los venideros: los vivos con ello padecieron, y también los que aún no eran nacidos; se le saqueó, y a mí por consiguiente, hasta la esperanza, arrebatándole cuanto poseía para aprestarse a la vida por dilatados años:
Quae nequeunt secum ferre aut abducere, perdunt;
et cremat insontes turba scelesta casas.
Muris nulla fides, squalent populatibus agri.
[Aniquilan lo que consigo no pueden conducir, y la turba criminal incendia hasta las cabañas más humildes. (Ovidio, Tristias, III, 10) —Dentro de los muros no hay una seguridad, y en los campos, las gentes perecen de hambre. (Claudiano, in Eutropium, I, 244)]
A más de esta sacudida, estos desastres ocasionaron en mí otros: corrí los peligros que la moderación acarrea en enfermedades tales: fui despojado por todas las manos; para el gibelino era yo güelfo, y para el güelfo gibelino: alguno de entre nuestros poetas explica bien este fenómeno, pero no recuerdo dónde. La situación de mi casa y el contacto con los hombres de mi vecindad, mostrábanme de un partido; mi vida y mis acciones de otro. No se me presentaban acusaciones concretas, porque no había dónde morder. Nunca esquivo yo las leyes, y quien hubiera intentado el examen de mi conducta, me habría debido el resto: todo eran sospechas mudas, que corrían bajo cuerda, a las cuales nunca falta apariencia en medio de un tan confuso baturrillo; como tampoco se echan de menos espíritus ineptos o envidiosos. Ordinariamente ayudo yo a las presunciones injuriosas que la fortuna siembra contra mí, por la costumbre, que de antiguo practico siempre, de huir el justificarme, excusarme o explicar mis actos. Considerando que es comprometer mi conciencia defenderla; perspicuitas enim argumentatione elevatur [La claridad o lucidez se dificultan con la disputa. (Cicerón, de Natura deorum, III, 4)], y cual si todos vieran en mí tan claro como yo veo, en lugar de lanzarme fuera de la acusación, me meto dentro, haciéndola más subir de punto por una acusación irónica y burlona, si no callo redondamente, como de cosa indigna de respuesta. Mas los que interpretan mi conducta considerándola como sobrado altiva, apenas me quieren menos mal que los que la toman por debilidad de una causa indefendible; principalmente los grandes, para quienes la falta de sumisión figura entre las extremas, opuestos a toda justicia conocida, que se sienta, no sometida, humilde y suplicante; frecuentemente choqué con este pilar. De tal suerte procedí como digo, que por lo que entonces me aconteció, cualquier ambicioso se hubiera ahorcado y lo mismo cualquier avaricioso. Yo no me cuido para nada de adquirir;
Sit mihi, quod nunc est, etiam minus; et mihi vivam
quod superest aevi, si quid superesse volent di
[Tenga yo lo que ahora tengo o menos aún; y viva para mí lo que me resta de vida, si los dioses quieren otorgármelo. (Horacio, Epístolas, I, 18)]:
mas las pérdidas que me sobrevienen por ajena injuria, ya consistan en latrocinio o violencia, me ocasionan casi igual duelo que a un hombre enfermo y atormentado por la avaricia. La ofensa, sin ponderación, es más amarga que la pérdida. Mil diversas suertes de desdichas se desencadenaron sobre mí, unas tras otras: yo las hubiera más gallardamente soportado en torbellino...
Leé aquí un extracto del capítulo siguiente:
Cita a:
Cf.:
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