Michel Foucault: la importancia del cuidado de uno mismo
El hombre en cambio debe velar por sí mismo, tomarse a sí mismo como a todo lo demás por objeto de estudio, y para ese fin está dotado de razón. No hay, pues, edad para ocuparse de uno mismo. «No es nunca ni demasiado pronto ni demasiado tarde para ocuparse de la propia alma», decía ya Epicuro.
Michel Foucault nació en 1926 en Poitiers, Francia. De su activismo, su zurdismo, sus polémicas, su nietzscheanismo, y el sida, no tenemos tiempo para hablar hoy. Solo notemos que fue uno de los filósofos más influyentes del siglo pasado, y que sorprendió a propios y extraños con sus esquemas.
En 1976 publica lo que pretendía que sea el primero de seis volúmenes de su Historia de la Sexualidad: La voluntad de saber. El segundo y el tercer volumen no aparecerían hasta el año de su muerte: 1984. Éstos eran: El uso de los placeres y La inquietud de sí. Sorprendieron porque Foucault era revolucionario, y estos libros ahondaban en los textos clásicos de las antiguas Roma y Grecia, y tienen un estilo tradicional.
Hoy vamos a leer la primera sección del segundo capítulo del tercer volumen, el último que publicó en vida. El cuarto lo consideraba inconcluso porque le faltaba ajustar el lenguaje a las ediciones anteriores, así que no dio permiso para su publicación. Pero cuando uno muere ya no es dueño de nada y ya no tiene voluntad, y su familia autorizó la salida a la luz de Las confesiones de la carne el año 2018.
Pero centrémonos ahora en el cultivo de uno mismo, que es lo que nos interesa en esta serie sobre el ocio, el tiempo libre y el verdadero “desarrollo personal”. Sin tocar una nota de sexualidad, Foucault profundiza en esta sección en la importancia que tiene el cuidado de sí mismo, de la mente, del órgano intelectual, para encontrar felicidad y plenitud (eudaimonia). Lo hace apoyándose muchísimo en el estoicismo.
Arranquemos; añadiremos más notas conforme vayamos avanzando en el texto, que leemos en la traducción del premiadísimo escritor español-mexicano Tomás Segovia (Editorial Siglo XXI).
Libro: Historia de la Sexualidad 3: La Inquietud de sí
> Capítulo 2: El cultivo de sí
>> Sección 1
Publicado en 1984
Traducción de Tomás Segovia
Epimeleia heautou es la transliteración latinizada del griego ἐπίμέλεία ἑαυτοῦ. ¿Qué significa? Sacamos la explicación de la página de Yolanda Blanch (Barcelona): “hace referencia a ocuparse, cuidarse, estudiarse a uno mismo. Pero no desde una aproximación egoísta de centrarse en el pequeño yo para obtener lo mejor del mundo, sino desde una perspectiva de aprendizaje continuo con la felicidad plena, eudaimonia (εὐδαιμονία), como objetivo. Para poder ofrecerse al mundo.”
Cura Sui, es latín, y significa “cuidado de uno mismo”, “cuidados personales”. Andiamo.
La epimeleia heautou, la cura sui es una conminación que volvemos a encontrar en muchas doctrinas filosóficas. La encontramos entre los platónicos: Albino quiere que se aborde el estudio de la filosofía por la lectura del Alcibíades “con vistas a voltearse y volverse hacia uno mismo”, y de tal manera que se sepa “que hay que hacer objeto de los propios cuidados”. Apuleyo, al final de Del dios de Sócrates, expresa su asombro ante la negligencia de sus contemporáneos respecto de sí mismos: “Los hombres tienen todos el deseo de llevar la mejor vida, saben todos que no hay otro órgano de la vida sino el alma...; sin embargo no la cultivan (animum suum non colunt). Y no obstante quien quiera tener una vista penetrante debe cuidar los ojos que sirven para ver; si se quiere ser ágil en la carrera, hay que cuidar los pies que sirven para la carrera... Lo mismo sucede con todas las partes del cuerpo de las que cada uno debe cuidar según sus preferencias. Eso todos los hombres lo ven claramente y sin dificultad; de modo que no me canso de preguntar con un asombro legítimo por qué no perfeccionan tambien su alma con la ayuda de la razón (cur non etiam animum suum ratione excolant).”
En cuanto a los epicúreos, la Carta a Meneceo se abría al principio de que la filosofía debía considerarse como ejercicio permanente del cuidado de uno mismo. “Que nadie, siendo joven, tarde en filosofar, ni siendo viejo se canse de la filosofía. Pues no es para nadie ni demasiado pronto ni demasiado tarde para asegurar la salud del alma.” Es ese tema epicúreo de que hay que cuidar de uno mismo el que transmite Séneca en una de sus cartas: “Así como un cielo sereno no es susceptible de una claridad más viva aún cuando, a fuerza de ser barrido, reviste un esplendor que nada empaña, así el hombre que vela por su cuerpo y por su alma (hominis corpus animumque curantis), para construir por medio del uno y la otra la trama de su felicidad, se encuentra en un estado perfecto y en el colmo de sus deseos, desde el momento en que su alma esta sin agitación y su cuerpo sin sufrimiento.”
Cuidar del alma propia era un precepto que Zenón había dado desde los orígenes a sus discípulos y que Musonio, en el siglo I, repetirá en una sentencia citada por Plutarco: “Aquellos que quieran salvarse deben vivir cuidandose sin cesar.”[1] Es sabida la amplitud que toma en Séneca el tema de la aplicación a uno mismo: es para consagrarse a ella para lo que es preciso, según él, renunciar a las otras ocupaciones: así podría uno quedar vacante para si mismo (sibi vacare).[2] Pero esta “vacancia” toma la forma de una actividad multiple que exige que se pierda tiempo y que no se escatime esfuerzo para “hacerse a uno mismo”. Se formare,[3] sibi vindicare,[4] se facere,[5] se ad studia revocare,[6] sibi applicare,[7] suum fieri,[8] in se recedere,[9] ad se recurrere,[10] secum morari,[11] Séneca dispone de todo un vocabulario para designar las formas diferentes que deben tomar la inquietud de sí y la prisa con que trata uno de alcanzarse a sí mismo (ad se properare).[12] También Marco Aurelio experimenta la misma prisa por ocuparse de sí mismo: ni la lectura ni la escritura deben demorar más el cuidado directo que debe uno tomar de su propio ser: “No vagabundees más. No estás ya destinado a releer tus notas, ni las historias antiguas de los romanos y de los griegos, ni los extractos que reservabas para tu vejez. Apresurate pues hacia la meta; di adiós a las vanas esperanzas, acude en tu ayuda si te acuerdas de ti mismo (sautõi boēthei ei ti soi meleî sautou), mientras todavia es posible.”[13]
Musonio Rufo, Fragmentos, 36 (ed. Hense); citado por Plutarco, De ira, 453d ↩︎
Cartas a Lucilio, 17, 5; De la brevedad de la vida, 7, 5. ↩︎
De la brevedad de la vida, 24, 1. ↩︎
Cartas a Lucilio, 1. ↩︎
Cartas a Lucilio, 13; De la vida bienaventurada, 24, 4. ↩︎
De la tranquilidad del alma, 3, 6. ↩︎
De la tranquilidad del alma, 24, 2. ↩︎
Cartas a Lucilio, 75. ↩︎
De la tranquilidad del alma, 17, 3; Cartas a Lucilio, 74 ↩︎
De la brevedad de la vida, 18, 1. ↩︎
Cartas a Lucilio, 2. ↩︎
Cartas a Lucilio, 35. ↩︎
Marco Aurelio, Pensamientos, III, 14. ↩︎
Ahora, unas notas técnicas. Vemos que Foucault cita las Meditaciones como Pensamientos, título que lleva la compilación en francés (Pensées), y que ha llevado en otras ediciones en español. Lo importante no es el nombre, sino el contenido: de ahí saca el sautõi boēthei ei ti soi meleî sautou, que es, en realidad, una transliteración a nuestro alfabeto del original en griego: σαυτῷ βοήθει, εἴ τί σοι μέλει σαυτοῦ.
Vamos ahora a Séneca, que escribía en latín. Los lugares de las citas de las Cartas a Lucilio coinciden, pero no lo hacen, por ejemplo, todas las sacadas de Sobre la brevedad de la vida. No sé (todavía) qué edición de De Brevitate Vitae usó el francés, del que en español podemos encontrar ediciones con 20 o 21 capítulos; Foucault nombra incluso un capítulo 24. En inglés lo encuentro con 19 y 20 capítulos; y en latín se me aparece con 20, así que vamos a la edición en latín.
En primera instancia, Foucault habla de un sibi vacare (“dedicarle tiempo al cuidado de uno mismo”) en el capítulo 7, párrafo 5 (7, 5); esto coincide: totum ipsi vacavit (“se dedicó por completo a sí mismo”). Otra mención que tenemos es ad se recurrere (“recurrir a sí mismo”, “retornar a sí mismo”, “volver corriendo a sí mismo” 😍), en 18,1; pero en realidad encontramos Numquam illis recurrere ad se licet (“Nunca se les permite recurrir a sí mismos”) en el capítulo 2, párrafo 3. Finalmente, leemos una referencia a se formare (“formarse a uno mismo”) en 24, 1; pero ni encuentro el capítulo 24 del libro, ni se me aparece nada parecido en la obra; con más tiempo seguro podemos encontrar la versión en francés que usó Foucault y saber si estaba citando en realidad otra obra, o si hubo algún problema en las traducciones al inglés y español (que mantienen los mismos lugares para las citas), o si existe otra versión de la obra de Séneca.
Pero, ¿es esto realmente importante? En palabras de Marco Aurelio, “¿es esto necesario?” No. Lo importante es que “Séneca dispone de todo un vocabulario para designar las formas diferentes que deben tomar la inquietud de sí y la prisa con que trata uno de alcanzarse a sí mismo”. Que hay que volver corriendo a uno mismo, que hay que formarse a uno mismo, que hay que dedicarle tiempo al cuidado de uno mismo. Y que no hay que perder tiempo en empezar a hacerlo (“No vagabundeés más”).
Sigamos con la lectura, el cuidado del espíritu personal y su presencia fundamental en el estoicismo.
En Epicteto es donde se señala, sin duda, la mas alta elaboración filosófica de este tema. El ser humano es definido, en las Conversaciones [en español: Disertaciones], como el ser que ha sido confiado a la inquietud de sí. Ahí reside su diferencia fundamental con los otros seres vivos; los animales encuentran “perfectamente listo” lo que les es necesario para vivir, pues la naturaleza ha dispuesto que puedan estar a nuestra disposición sin que tengan que ocuparse de sí mismos, y sin que nosotros tengamos que ocuparnos de ellos.[1] El hombre en cambio debe velar por sí mismo; no sin embargo a consecuencia de algún defecto que lo pusiera en una situación de carencia y lo hiciese desde ese punto de vista inferior a los animales, sino porque el dios ha querido deliberadamente que pueda usar libremente de sí mismo, y para ese fin lo ha dotado de razón; ésta no ha de comprenderse como sustituto de las facultades naturales ausentes; es por el contrario la facultad que permite valerse, cuando es preciso y como es preciso, de las otras facultades; es incluso esa facultad absolutamente singular que es capaz de valerse de sí misma: pues es capaz de “tomarse a sí mismo como a todo lo demás por objeto de estudio”.[2] Al coronar con esa razón todo lo que nos es ya dado por la naturaleza, Zeus nos ha dado a la vez la posibilidad y el deber de ocuparnos de nosotros mismos. La medida en que es libre y razonable —y libre de ser razonable— es la medida en que el hombre es en la naturaleza el ser que ha sido encomendado a la inquietud de sí. El dios no nos ha configurado como Fidias a su Atenea de mármol, que tiende para siempre la mano en la que se ha posado la victoria inmóvil de alas desplegadas. Zeus “no solo te ha creado, sino que además te ha confiado y entregado a ti solo”,[3] La inquietud de sí, para Epicteto, es un privilegio-deber, un don-obligación que nos asegura la libertad obligandonos a tomarnos a nosotros mismos como objeto de toda nuestra aplicación.[4]
Pero que los filósofos recomienden preocuparse de uno mismo no quiere decir que ese celo esté reservado a aquellos que escogen una vida semejante a la de ellos, o que semejante actitud no sea indispensable sino durante el tiempo que se pasa junto a ellos. Es un principio válido para todos, todo el tiempo y durante toda la vida. Apuleyo lo hace observar: se puede sin vergüenza ni deshonra ignorar las reglas que permiten pintar y tocar la cítara; pero saber “perfeccionar la propia alma con ayuda de la razón” es una regla “igualmente necesaria para todos los hombres”. El caso de Plinio puede servir de ejemplo concreto: alejado de toda pertenencia doctrinal estricta, recorriendo la carrera regular de los honores, preocupado de sus actividades de abogado y de sus trabajos literarios, no se encuentra en absoluto en instancia de ruptura con el mundo. Y sin embargo no cesa de manifestar a todo lo largo de su vida el cuidado que se propone tomar de sí mismo como del objeto mas importante, quizá, de que haya de ocuparse. Muy joven aún, cuando es enviado a Siria con funciones militares, su primer cuidado es presentarse ante Eufrates no sólo para seguir su enseñanza, sino para entrar poco a poco en su intimidad, “hacerse amar de él” y beneficiarse con las amonestaciones de un maestro que sabe combatir los defectos sin atacar a los individuos.[5] Y cuando más tarde, en Roma, le toca ir a descansar en su villa de Laurentes, es para poder ocuparse de sí mismo; “entregandose a la lectura, a la composición, al cuidado de la salud”, y entrando en conversación “consigo mismo y con sus propios escritos”.[6]
La pandemia del covid-19 ya confirmó que—de nuevo, para el ciudadano promedio—no es verdad ese dicho común que dice: “si tuviera más tiempo haría esto y esto”. Si tuvieras más tiempo harías durante más tiempo lo que hacés hoy día, porque uno se da tiempo para hacer lo que de verdad quiere hacer. La otra locura de idea que propagamos es que hay que trabajar muchísimo para tener tiempo en viejo, como si la vida estuviera comprada, como si lo que queremos ahora lo fuésemos a querer después, como si fuésemos a tener la energía; como si de verdad fuésemos a tener el tiempo libre en otro momento. Como respuesta a esto, quizá no hay mejor frase y filosofía que la que sigue:
No hay, pues, edad para ocuparse de uno mismo. “No es nunca ni demasiado pronto ni demasiado tarde para ocuparse de la propia alma”, decía ya Epicuro: “Aquel que dice que el tiempo de filosofar no ha llegado todavía o que ha pasado ya, es semejante a aquel que dice que el tiempo de la felicidad no ha llegado todavía o que ya no existe. De tal suerte que deben filosofar el joven y el viejo, éste para que al envejecer sea joven en bienes por la gratitud de las cosas que fueron, aquel para que, siendo joven, sea al mismo tiempo un anciano por su ausencia de temor al porvenir.”[1] Aprender a vivir toda la vida propia era un aforismo que cita Séneca y que invita a transformar la existencia en una especie de ejercicio permanente, y aún cuando es bueno empezar pronto, es importante no relajarse nunca.[2] Aquéllos a quienes Séneca o Plutarco proponen sus consejos no son ya en efecto los adolescentes ávidos o tímidos a quienes el Sócrates de Platón o el de Jenofonte incitaba a ocuparse de sí mismos. Son hombres. Sereno, a quien va dirigida la consulta del De tranquillitate (además del De constantia y tal vez el De otio), es un joven pariente protegido de Séneca: pero nada parecido a un muchacho en curso de estudios; es, en la época del De tranquillitate, un provinciano que acaba de llegar a Roma, y que vacila todavía sabre su carrera a la vez que sobre su modo de vida, pero tiene ya tras sí cierto itinerario filosófico: su azoro se refiere esencialmente a la manera de llevarla a término. En cuanto a Lucilio, solo tenía al parecer unos años menos que Séneca. Es procurador en Sicilia cuando intercambian, a partir del año 62, la correspondencia apretada en la que Séneca le expone los principios y las prácticas de su sabiduría, le cuenta sus propias debilidades y sus combates todavía inacabados, y le pide incluso a veces ayuda. Por lo demás, no se ruboriza de decirle que a los sesenta años pasados ha ido él mismo a seguir la enseñanza de Metrónax.[3][4] Los corresponsales a quienes Plutarco dirige unos tratados que no son simplemente consideraciones generales sobre las virtudes y los defectos, sobre la felicidad del alma o los infortunios de la vida, sino consejos de conducta y a menudo en función de situaciones bien determinadas, son también hombres maduros.
Este empeño de los adultos en ocuparse de su alma, su celo de escolares envejecidos al ir a buscar a los filósofos para que les enseñen el camino de la felicidad, irritaba a Luciano, y a muchos otros con él. Se burla de Hermótimo, al que se ve por las calles farfullando las lecciones que no debe olvidar; es sin embargo bastante mayor: desde hace ya veinte años, ha decidido no confundir más su vida con la de los desdichados humanos, y estima todavía en diez años largos el tiempo que necesita para llegar a la felicidad. Pero (lo indica él mismo un poco más lejos) ha empezado a filosofar a los cuarenta años. Son pues los cuarenta últimos años de su vida los que habrá dedicado a velar por sí mismo, bajo la dirección de un maestro. Y su interlocutor Licino, para divertirse, finge descubrir que también para él ha llegado el momento de aprender la filosofía, puesto que acaba justamente de cumplir cuarenta años: “Sírveme de báculo”, dice a Hermótimo, y “llévame de la mano”.[5] Como dice Ilsetraut Hadot a propsito de Séneca, toda esa actividad de dirección de conciencia es del orden de la educación de los adultos—de la Erwachsenerziehung.[6][7]
Epicuro, Carta a Meneceo, 122. ↩︎
Sobre este tema, véase por ejemplo Séneca, Cartas a Lucilio, 82 y 90; De constantia, IX, 13. ↩︎
Cartas a Lucilio, 76. Cf. A. Grilli, ll problema della vita contemplativa nello mondo greco-romano, pp. 217-280. ↩︎
Nota de Conectorium: Metrónax o Metronacte, que decía, ya en viejo: “Hay que aprender el arte de vivir tanto como dure la vida”. ↩︎
Luciano, Hermótimo, 1-2. ↩︎
I. Hadot, Seneca und die griechisch-romische Tradition der Seelenleitung, 1969, p. 160 ↩︎
Nota de Conectorium: erwachsenen-erziehung es, en alemán, literalmente “educación de los adultos”. ↩︎
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