Marco Aurelio: Meditaciones, libro 8
“Los hombres han nacido los unos para los otros. Instruilos o soportalos.” Libro 9 de las Meditaciones y el emperador-filósofo se sigue recordando aguantar a los demás, aunque le parezcan tontos, malos, insoportables. Se sigue recordando tener empatía con ellos y entender por qué es que actúan así (y al comprenderlos, no enojarse).
Si estás agarrando la lectura de este compendio de Marco Aurelio en este libro, podés ver los contextos de los libros anteriores para ver cosas que repite en este, y que repite en casi todos, porque estos eran ejercicios para el carácter o para el espíritu. Así como vas al gimnasio, así como leés para ejercitar la mente, así también ejercitaba Marco Aurelio su carácter.
Repite aquí cosas que ya hemos visto bastante: ser bueno, la importancia del bien común y cómo esto es lo que “quiere” la Naturaleza para nosotros; a nadie le ocurre nada que naturaleza no pueda aguantar; todo es efímero y no hay que tener apego, ni buscar la fama, ni buscar el placer, ni buscar la alabanza del vulgo, como todo se acaba, también nosotros: recordá que cualquier rato te podés morir; y es más, podés elegir morirte cualquier rato, sin quejarte, si la vida no es lo que esperabas o no podés darle a la vida lo que espera de vos; una vez muerto, básicamente dice que “polvo eres y en polvo te convertirás”: como en todos los libros podemos ver la influencia estoica en el cristianismo; y así como somos polvo y materia, la Naturaleza nos va a reciclar como lo hace con todo, que sigue el ciclo del cambio y la transformación; entonces todo lo que tenemos es el momento presente, nada más, y lo que sucede hoy hay que aceptarlo, porque ocurre de acuerdo a la naturaleza de las cosas, hay que aceptar el destino y a los demás; y para aceptar, lo mejor es observar, entender el por qué de las cosas; ¿la mejor receta para lograr esto, y para lograr calma en momentos de angustia? refugiarte en vos mismo. Ya hemos indagado sobre estos temas.
Ahora, si el anterior libro de las Reflexiones, el octavo, estaba inundado de citas, en este sucede todo lo contrario: es en el que menos citas hace el emperador. En algún momento escribe: “no te es posible leer”, y parece que no podía hacerlo, pero sí podía “contener su arrogancia”. ¡Un emperador! Hemos repetido esto porque nos parece increíble que el rey del mundo se recuerde constantemente a sí mismo ser virtuoso, ser bueno con los demás, no buscar la fama, y saber que no es inmortal, sino todo lo contrario.
Pero hay un tema que empieza a surgir en alguno de los anteriores libros, que también hemos tocado, pero que se ve profundizado aquí: ¡cómo hubiera querido Marco Aurelio no ser emperador sino filósofo! Sigue aquí con ese debate, y empieza a trippear con la idea del arrepentimiento. Aunque no quiere renegar de lo tejido por el Destino, compara a Alejandro y Julio César con Heráclito y Sócrates: “Éstos vieron cosas, sus causas, sus materias y sus principios guías eran autosuficientes; pero aquellos, ¡cuántas cosas ignoraban, de cuántas cosas eran esclavos!” Al final, the things you own, own you.
Muestra arrepentimiento el emperador, como todo mortal, de haber hecho varias cosas en el pasado (un tiempo que ya no tenemos), y de no haberse ganado la reputación de filósofo, de sensato. Tanto pelea contra buscar la fama, y aquí lo vemos preocupado por su reputación. Que lo recuerden como inteligente, como pensador, como sabedor, como amante de la sabiduría... el único lugar en el que su naturaleza encontró la felicidad.
Tenés que vivir como “tu naturaleza quiere”, se dice. No te negués a vos mismo, en otras palabras. Y si ya no se pudo vivir así antes, bueno, ni modo, ya no importa, olvidalo. Por lo menos tenés la chance, gracias a Dios, de transformarte, de recalcular, de vivir así “el resto de tu vida, dure lo que dure”. Y lo que vayás a hacer de ahora en adelante, pensar: ¿me voy a arrepentir? Así se habla el emperador, que parece haber alcanzado aquí total madurez, porque aunque todo lo que tenemos es el presente, se preocupa por las consecuencias del mañana.
Otras cosas que dice, que vale la pena recuperar: despertarse de mal humor es normal, y ponerse de acuerdo con otros es difícil, y eso también es normal. Porque, imaginate vos, “uno ni siquiera se pone de acuerdo consigo mismo”, ¿cómo no con los demás?
Otra más: aquí, un par de veces, se recuerda hablar claro, sin rodeos. Sin demagogias. Esto también me parece muy top. Como lo es que se recuerde a sí mismo: nada te ocurre que tu naturaleza no pueda soportar. Cierro este contexto con una cita para recordarnos que, si bien hemos nacido “los unos para los otros”, somos también individualidades, y no porque otro piense o haga mal eso me tiene que afectar. Uno tiene que seguir haciendo lo que tenga que hacer para vivir como su naturaleza quiere:
“Te matan, despedazan, persiguen con maldiciones. ¿Qué importa esto para que tu pensamiento permanezca puro, prudente, sensato, justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y dulce, la insultara; no por ello deja de brotar agua potable.”
Autor: Marco Aurelio
Libro: Meditaciones (años 170-180)
Libro 8
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También eso te lleva a desdeñar la vanagloria, el hecho de que ya no podés haber vivido tu vida entera, o al menos la que transcurrió desde tu juventud, como un filósofo; por el contrario, has dejado en claro para otras muchas personas, e incluso para vos mismo, que estás alejado de la filosofía. Estás, pues, confundido, de manera que ya no te va a resultar fácil conseguir la reputación de filósofo. A ello se oponen incluso los presupuestos de tu vida. Si en efecto has visto de verdad dónde radica el fondo de la cuestión, olvidate de la impresión que causarás. Y sea suficiente para vos vivir el resto de tu vida, dure lo que dure, como tu naturaleza quiere. Por consiguiente, pensá en cuál es su deseo, y que nada más te inquiete. Has comprobado en cuántas cosas anduviste sin rumbo, y en ninguna parte hallaste la vida feliz, ni en las argumentaciones lógicas, ni en la riqueza, ni en la gloria, ni en el goce, en ninguna parte. ¿Dónde radica, entonces? En hacer lo que quiere la naturaleza humana. ¿Cómo conseguirlo? Con la posesión de los principios de los cuales
dependen los instintos y las acciones. ¿Qué principios? Los concernientes al bien y al mal, en la convicción de que nada es bueno para el hombre, si no le hace justo, sensato, valiente, libre; como tampoco nada es malo, si no le produce los efectos contrarios a lo dicho. -
En cada acción, preguntate: ¿Cómo es ésta respecto a mí? ¿No me arrepentiré después de hacerla? Dentro de poco habré muerto y todo habrá desaparecido. ¿Qué más voy a buscar, si mi presente acción es propia de un ser inteligente, sociable y sujeto a la misma ley de Dios?
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Alejandro, César y Pompeyo ¿qué fueron en comparación con Diógenes, Heráclito y Sócrates? Éstos vieron cosas, sus causas, sus materias, y sus principios guías eran autosuficientes; pero aquéllos, ¡cuántas cosas ignoraban, de cuántas cosas eran esclavos!
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Que no menos harán las mismas cosas, aunque vos reventés.
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En primer lugar, no te confundás; pues todo acontece de acuerdo con la naturaleza del conjunto universal, y dentro de poco tiempo no serás nadie en ninguna parte, como tampoco son nadie Adriano ni Augusto. Luego, con los ojos fijos en tu tarea, indagala bien y teniendo presente que tu deber es ser hombre de bien, y lo que exige la naturaleza del hombre, cumplilo sin desviarte y del modo que te parezca más justo: sólo con benevolencia, modestia y sin hipocresía.
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La misión de la naturaleza del conjunto universal consiste en transportar lo que está aquí allí, en transformarlo, en levantarlo de aquí y llevarlo allá. Todo es mutación, de modo que no se puede temer nada insólito; todo es igual, pero también son equivalentes las asignaciones.
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Toda naturaleza está satisfecha consigo misma cuando sigue el buen camino. Y sigue el buen camino la naturaleza racional cuando en sus imaginaciones no da su asentimiento ni a lo falso ni a lo incierto y, en cambio, encauza sus instintos sólo a acciones útiles a la comunidad, cuando se dedica a desear y detestar aquellas cosas que dependen exclusivamente de nosotros, y abraza todo lo que le asigna la naturaleza común. Pues es una parte de ella, al igual que la naturaleza de la hoja es parte de la naturaleza de la planta, con la excepción de que, en este caso, la naturaleza de la hoja es parte de una naturaleza insensible, desprovista de razón y capaz de ser obstaculizada, mientras que la naturaleza del hombre es parte de una naturaleza libre de obstáculos, inteligente y justa, si es que naturalmente distribuye a todos con equidad y según el mérito, su parte de tiempo, sustancia, causa, energía, accidente. Advertí, sin embargo, que no encontrarás equivalencia en todo, si ponés en relación una sola cosa con otra sola, pero sí la encontrarás, si comparás globalmente la totalidad de una cosa con el conjunto de otra.
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No te es posible leer. Pero sí podés contener tu arrogancia; podés estar por encima del placer y del dolor; podés menospreciar la vanagloria; podés no irritarte con insensatos y desagradecidos, incluso más, podés preocuparte de ellos.
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Nadie te oiga ya censurar la vida palaciega, ni siquiera vos mismo.
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El arrepentimiento es cierta censura personal por haber dejado de hacer algo útil. Y el bien debe ser algo útil y debe preocuparse de él el hombre íntegro. Pues ningún hombre íntegro se arrepentiría por haber desdeñado un placer; por consiguiente, el placer ni es útil ni es bueno.
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¿Qué es eso en sí mismo según su peculiar constitución?, ¿cuál es su sustancia y materia?, ¿y cuál su causa?, ¿y qué hace en el mundo?, ¿y cuánto tiempo lleva subsistiendo?
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Siempre que de mal talante despertés de tu sueño, recordá que está de acuerdo con tu constitución y con tu naturaleza humana corresponder con acciones útiles a la comunidad, y que dormir es también común a los seres irracionales. Además, lo que está de acuerdo con la naturaleza de cada uno le resulta más familiar, más connatural, y ciertamente también más agradable.
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Continuamente y, si te es posible, en toda imaginación, explicala partiendo de los principios de la naturaleza, de las pasiones, de la dialéctica.
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Con quien te encontrés, inmediatamente hacete estas reflexiones: Éste ¿qué principios tiene respecto al bien y al mal? Porque si acerca del placer y del pesar y de las cosas que producen ambos y acerca de la fama, de la infamia, de la muerte, de la vida, tiene tales principios, no me parecerá en absoluto sorprendente o extraño que proceda así; y recordaré que se ve forzado a obrar de este modo.
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Tené presente que, del mismo modo que es absurdo extrañarse de que la higuera produzca higos, también lo es sorprenderse de que el mundo produzca determinados frutos de los que es portador. E igualmente sería vergonzoso para un médico y para un piloto sorprenderse de que ése haya tenido fiebre o de que haya soplado un viento contrario.
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Tené presente que cambiar de criterio y obedecer a quien te corrige es igualmente acción libre. Porque tu actividad se lleva a término de acuerdo con tu instinto y juicio y, particularmente además, de acuerdo con tu propia inteligencia.
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Si depende de vos, ¿por qué lo hacés? Pero si depende de otro, ¿a quién censurás? ¿A los átomos o a los dioses? En ambos casos es locura. A nadie debés reprender. Porque, si podés, corregilo, si no podés, corregí al menos su acción. Y si tampoco esto te es posible, ¿de qué te sirve irritarte? Porque nada debe hacerse al azar.
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Fuera del mundo no cae lo que muere. Si permanece aquí, aquí se transforma y se disuelve en sus elementos propios, elementos que son del mundo y tuyos. Y estos elementos se transforman y no murmuran.
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Cada cosa nació con una misión, así el caballo, la vid. ¿Por qué te asombrás? También el Sol, dirá: «he nacido para una función, al igual que los demás dioses». Y vos, ¿para qué? ¿Para el placer? Mirá si es tolerable la idea.
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No menos ha apuntado la naturaleza al fin de cada cosa que a su principio y transcurso, como el que lanza la pelota. ¿Qué bien, entonces, obtiene la diminuta pelota al elevarse o qué mal al descender o incluso al haber caído? ¿Y qué bien obtiene la burbuja formada o qué mal, disuelta? Y lo mismo puede decirse respecto a la lámpara.
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Giralo y contemplá cómo es, y cómo llega a ser después de envejecer, enfermar y expirar. Corta es la vida del que elogia y del que es elogiado, del que recuerda y del que es recordado. Además, sucede en un rincón de esta región y tampoco aquí se ponen de acuerdo todos, y ni siquiera uno mismo se pone de acuerdo consigo; y la tierra entera es un punto.
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Presta atención a lo que tenés entre manos, sea actividad, principio o significado. Justamente tenés este sufrimiento, pues preferís ser bueno mañana a serlo hoy.
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¿Hago algo? Lo hago teniendo en cuenta el beneficiar a los hombres. ¿Me acontece algo? Lo acepto ofreciéndolo a los dioses y a la fuente de todo, de la que dimanan todos los sucesos.
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Cual se te presenta el baño: aceite, sudor, suciedad, agua viscosa, todo lo que provoca repugnancia, tal se presenta toda parte de la vida y todo objeto que se nos ofrece.
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Lucila sepultó a Vero;[1] a continuación, Lucila; Secunda, a Máximo; seguidamente, Secunda; Epitincano, a Diátimo; luego, Epitincano; Antonino, a Faustina; luego, Antonino. Y así, todo. Céler, a Adriano; a continuación, Céler. ¿Y dónde están aquellos hombres agudos y perspicaces, ya conocedores del futuro, ya engreídos? (Así, por ejemplo, agudos, Cárax, Demetrio el Platónico, Eudemón y sus semejantes). Todo es efímero, muerto tiempo ha. Algunos no han perdurado en el recuerdo siquiera un instante; otros han pasado a la leyenda, y otros incluso han desaparecido de las leyendas. Tené presente, pues, esto: será preciso que tu composición se disemine, que tu hálito vital se extinga o que cambie de lugar y se establezca en otra parte.
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La dicha del hombre consiste en hacer lo que es propio del hombre. Y es propio del hombre el trato benevolente con sus semejantes, el menosprecio de los movimientos de los sentidos, el discernir las ideas que inspiran crédito, la contemplación de la naturaleza del conjunto universal y de las cosas que se producen de acuerdo con ella.
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Tres son las relaciones: una con [la causa] que nos rodea, otra con la causa divina, de donde todo nos acontece a todos, y la tercera con los que viven con nosotros.
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El pesar, o es un mal para el cuerpo, y en consecuencia que lo manifieste, o para el alma. Pero a ella le es posible conservar su propia serenidad y calma, y no opinar que el pesar sea un mal. Porque todo juicio, instinto, deseo y aversión está dentro, y nada se remonta hasta aquí.
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Borrá las imaginaciones diciéndote a vos mismo de continuo: «Ahora de mí depende que no se ubique en esta alma ninguna perversidad, ni deseo, ni, en suma, ninguna turbación; sin embargo, contemplando todas las cosas tal como son, me sirvo de cada una de ellas de acuerdo con su mérito». Tené presente esta posibilidad acorde con tu naturaleza.
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Hablá, sea en el Senado, sea ante cualquiera, con elegancia y certeramente. Utiliza una terminología sana.
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La corte de Augusto, su mujer, su hija, sus descendientes, sus ascendientes, su hermana, Agripa,[2] sus parientes, sus familiares, Ario, Mecenas, sus médicos, sus encargados de los sacrificios; muerte de toda la corte. A continuación pasate a las demás...,[3] no a la muerte de un solo hombre, por ejemplo, la de los Pompeyos. Tomá en consideración eso que suele grabarse en las tumbas: «el último de su linaje». Cuántas convulsiones sufrieron sus antecesores, con el fin de dejar un sucesor, luego fue inevitable que existiera un último; de nuevo aquí la muerte de todo un linaje.
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Es preciso compaginar la vida de acuerdo con cada una de las acciones y, si cada una consigue su fin, dentro de sus posibilidades, contentarse. Y que baste a su fin, nadie puede impedirtelo. «Pero alguna acción externa se opondrá». Nada, al menos en lo referente a obrar con justicia, con moderación y reflexivamente. Pero tal vez alguna otra actividad se verá obstaculizada. Sin embargo, gracias a la acogida favorable del mismo obstáculo y al cambio inteligente en lo que se te ofrece, al punto se sustituye otra acción que armoniza con la composición de la cual hablaba.
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Recibir sin orgullo, desprenderse sin apego.
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Alguna vez viste una mano amputada, un pie o una cabeza seccionada yacente en alguna parte lejos del resto del cuerpo. Algo parecido hace consigo, en la medida que de él depende, el que no se conforma con lo que acaece y se separa, o el que hace algo contrario al bien común. Vos de alguna manera te has excluido de la unión con la naturaleza, pues de ella formabas parte por naturaleza. Pero ahora vos mismo te cercenaste. Sin embargo, tan admirable es aquélla, que te es posible unirte de nuevo a ella. A ningún otro miembro permitió Dios separarse y desgajarse, para reunirse de nuevo. Pero examiná la bondad con la que Dios ha honrado al hombre. Porque en sus manos dejó la posibilidad de no separarse absolutamente del conjunto universal y, una vez separado, la de reunirse, combinarse en un todo y recobrar la posición de miembro.
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Al igual que la naturaleza de los seres racionales ha distribuido a cada uno a su manera las demás facultades, así también nosotros hemos recibido de ella esta facultad.[4] Pues de la misma manera que aquélla convierte todo lo que se le opone y resiste, lo sitúa en el orden de su destino y lo hace parte de sí misma, así también el ser racional puede hacer todo obstáculo material de sí mismo y servirse de él, fuera el que fuera el objeto al que hubiese tendido.
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No te confunda la imaginación de la vida entera. No abarqués en tu pensamiento qué tipo de fatigas y cuántas es verosímil que te sobrevengan; por el contrario, en cada una de las fatigas presentes, preguntate: ¿Qué es lo intolerable y lo insoportable de esta acción? Sentirás vergüenza de confesarlo. Luego recordá que ni el futuro ni el pasado te son gravosos, sino siempre el presente. Y éste se minimiza, en el caso de que lo delimités exclusivamente a sí mismo y refutés a tu inteligencia, si no es capaz de hacer frente a esta nimiedad.
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¿Están ahora sentados junto al túmulo de Vero, Pantea[5] o Pérgamo? ¿Y qué?, ¿junto a la tumba de Adriano, Cabrias o Diótimo? Ridículo. ¿Y qué? Si estuvieran sentados, ¿es que iban a enterarse los muertos? ¿Y qué? Si se dieran cuenta, ¿iban a complacerse? ¿Y qué? Si se complacieran, ¿iban ellos a ser inmortales? ¿No estaba así decretado que primero llegarían a ser viejos y viejas, para a continuación morir? Entonces, ¿qué debían hacer posteriormente aquéllos, muertos ya éstos? Todo esto es hedor y sangre mezclada con polvo en un pellejo.
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«Si sos capaz de mirar con perspicacia, mirá y juzgá, afirma...[6], con la máxima habilidad.»
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En la constitución de un ser racional no veo virtud rebelde a la justicia, pero sí veo la templanza contra el placer.
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Si eliminás tu opinión acerca de lo que creés que te aflige, vos mismo te afirmás en la mayor seguridad. «¿Quién es vos mismo?» La razón. «Pero yo no soy razón». Sea. Por consiguiente, no se aflija la razón. Y si alguna otra parte de vos se siente mal, opine ella en lo que le atañe.
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Un obstáculo a la sensación es un mal para la naturaleza animal; un obstáculo al instinto es igualmente un mal para la naturaleza animal. Existe además igualmente otro obstáculo y mal propio de la constitución vegetal. Así, pues, un obstáculo a la inteligencia es un mal para la naturaleza inteligente. Todas estas consideraciones aplicatelas a vos mismo. ¿Te embarga un pesar, un placer? La sensación lo verá. ¿Tuviste alguna dificultad cuando emprendiste instintivamente algo? Si lo emprendés sin una reserva mental, ya es un mal para vos, en tanto que ser racional. Pero si recobrás la inteligencia, todavía no has sido dañado ni obstaculizado. Lo que es propio de la inteligencia sólo ella acostumbra a obstaculizarlo. Porque ni el fuego, ni el hierro, ni el tirano, ni la infamia, ni ninguna otra cosa la alcanzan. Cuando logra convertirse en «esfera redondeada»,[7] permanece.
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No merezco causarme aflicción, porque nunca a otro voluntariamente afligí.
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Uno se alegra de una manera, otro de otra. En cuanto a mí, si tengo sano mi guía interior, me alegro de no rechazar a ningún hombre ni nada de lo que a los hombres acontece; antes bien, de mirar todas las cosas con ojos benévolos y aceptando y usando cada cosa de acuerdo con su mérito.
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Procurá acoger con agrado para vos mismo el tiempo presente. Los que más persiguen la fama póstuma no calculan que ellos van a ser iguales que estos a los que importunan. También ellos serán mortales. ¿Y qué significa para vos, en suma, que aquéllos repitan tu nombre con tales voces o que tengan de vos tal opinión?
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¡Levantame y arrojame donde querrás! Porque ahí tendré mi divinidad propicia, esto es, satisfecha, si se comporta y actúa consecuentemente con su propia constitución. ¿Acaso merece la pena que mi alma esté mal por ello y sea de peor condición, envilecida, apasionada, agitada? ¿Y qué encontrarás merecedor de eso?
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A ningún hombre puede acontecer algo que no sea accidente humano, ni a un buey algo que no sea propio del buey, ni a una viña algo que no sea propio de la viña, ni a una piedra lo que no sea propio de la piedra. Luego si a cada uno le acontece lo que es habitual y natural, ¿por qué vas a molestarte? Porque nada insoportable te aportó la naturaleza común.
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Si te afligís por alguna causa externa, no es ella lo que te importuna, sino el juicio que vos hacés de ella. Y borrar este juicio, de vos depende. Pero si te aflige algo que radica en tu disposición, ¿quién te impide rectificar tu criterio? Y de igual modo, si te afligís por no ejecutar esta acción que te parece sana, ¿por qué no la pones en práctica en vez de afligirte? «Me lo dificulta un obstáculo superior». No te aflijás, pues, dado que no es tuya la culpa de que no lo ejecutés. «Mas no merezco vivir si no lo ejecuto». Andate, pues, de la vida apaciblemente, de la manera que muere el que cumple su cometido, indulgente con los que te ponen obstáculos.
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Tené presente que el guía interior llega a ser inexpugnable, siempre que, concentrado en sí mismo, se conforme absteniéndose de hacer lo que no quiere, aunque se oponga sin razón. ¿Qué, pues, ocurrirá, cuando reflexiva y atentamente formule algún juicio? Por esta razón, la inteligencia libre de pasiones es una ciudadela. Porque el hombre no dispone de ningún reducto más fortificado en el que pueda refugiarse y ser en adelante imposible de expugnar. En consecuencia, el que no se ha dado cuenta de eso es un ignorante; pero quien se ha dado cuenta y no se refugia en ella es un desdichado.
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No te digás a vos mismo otra cosa que lo que te anuncian las primeras impresiones. Se te ha anunciado que un tal habla mal de vos. Esto se te ha anunciado. Pero no se te ha anunciado que has sufrido daño. Veo que mi hijito está enfermo. Lo veo. Pero que esté en peligro, no lo veo. Así pues, mantenete siempre en las primeras impresiones, y nada añadás a tu interior y nada te sucederá. O mejor, añadí como persona conocedora de cada una de las cosas que acontecen en el mundo.
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Amargo es el pepino. Tiralo. Hay zarzas en el camino. Desviate. ¿Basta eso? No añadás: «¿Por qué sucede eso en el mundo?». Porque serás ridiculizado por el hombre que estudia la naturaleza, como también lo serías por el carpintero y el zapatero si los condenaras por el hecho de que en sus talleres ves virutas y recortes de los materiales que trabajan. Y en verdad ellos al menos tienen dónde arrojarlos, pero la naturaleza universal nada tiene fuera; mas lo admirable de este arte estriba en que, habiéndose puesto límites a sí mismo, transforma en sí mismo todo lo que en su interior parece destruirse, envejecer y ser inútil, y que de nuevo hace brotar de esas mismas cosas otras nuevas, de manera que ni tiene necesidad de sustancias exteriores, ni precisa un lugar donde arrojar esos desperdicios podridos. Por consiguiente, se conforma con su propio lugar, con la materia que le pertenece y con su peculiar arte.
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Ni seás negligente en tus acciones, ni enredés en tus conversaciones, ni en tus imaginaciones andés sin rumbo, ni, en suma, constriñás tu alma o te dispersés, ni en el transcurso de la vida estés excesivamente ocupado. Te matan, despedazan, persiguen con maldiciones. ¿Qué importa esto para que tu pensamiento permanezca puro, prudente, sensato, justo? Como si alguien al pasar junto a una fuente cristalina y dulce, la insultara; no por ello deja de brotar potable. Aunque se arroje fango, estiércol, muy pronto lo dispersará, se liberará de ellos y de ningún modo quedará teñida. ¿Cómo, pues, conseguirás tener una fuente perenne [y no un simple pozo]? Progresá en todo momento hacia la libertad con benevolencia, sencillez y modestia.
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El que no sabe lo que es el mundo, no sabe dónde está. Y el que no sabe para qué ha nacido, tampoco sabe quién es él ni qué es el mundo. Y el que ha olvidado una sola cosa de esas, tampoco podría decir para qué ha nacido. ¿Quién, pues, te parece que es el que evita el elogio de los que aplauden..., los cuales ni conocen dónde están, ni quiénes son?
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¿Querés ser alabado por un hombre que se maldice a sí mismo tres veces por hora? ¿Querés complacer a un hombre que no se complace a sí mismo? ¿Se complace a sí mismo el hombre que se arrepiente de casi todo lo que hace?
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Ya no te limités a respirar el aire que te rodea, sino pensá también, desde este momento, en conjunción con la inteligencia que todo lo rodea. Porque la facultad inteligente está dispersa por doquier y ha penetrado en el hombre capaz de atraerla no menos que el aire en el hombre capaz de respirarlo.
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En general, el vicio no daña en nada al mundo. Y, en particular, es nulo el daño que produce a otro; es únicamente pernicioso para aquel a quien le ha sido permitido renunciar a él, tan pronto como lo desee.
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Para mi facultad de decisión es tan indiferente la facultad decisoria del vecino como su hálito vital y su carne. Porque, a pesar de que especialmente hemos nacido los unos para los otros, con todo, nuestro individual guía interior tiene su propia soberanía. Pues, en otro caso, la maldad del vecino iba a ser ciertamente mal mío, cosa que no estimó oportuna Dios, a fin de que no dependiera de otro el hacerme desdichado.
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El sol parece estar difuso y, en verdad, lo está por doquier, pero no desborda. Pues esta difusión es extensión. Y así, sus destellos se llaman «aktines» (rayos), procedentes del término «ekteínesthai» (extenderse).[8] Y qué cosa es un rayo, podrías verlo, si contemplaras a través de una rendija la luz del sol introducida en una habitación oscura. Pues se extiende en línea recta y se apoya, en cierto modo, en el cuerpo sólido con el que tropiece, cuerpo que le separa del aire que viene a continuación. Allí se detiene sin deslizarse ni caer. Tal, en efecto, conviene que sea la difusión y dilatación de la inteligencia, sin desbordarse en ningún caso, pero sí extendiéndose; conviene también que, frente a los obstáculos con que tropiece, no choque violentamente, ni con ímpetu, ni tampoco caiga, sino que se detenga y dé brillo al objeto que la recibe. Porque se privará del resplandor el objeto que la desdeñe.
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El que teme la muerte, o teme la insensibilidad u otra sensación. Pero si ya no percibís la sensibilidad, tampoco percibirás ningún mal. Y si adquirís una sensibilidad distinta, serás un ser indiferente y no cesarás de vivir.
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Los hombres han nacido los unos para los otros. Instruilos o soportalos.
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La flecha sigue una trayectoria, la inteligencia otra distinta. Sin embargo, la inteligencia, siempre que toma precauciones y se dedica a indagar, avanza en línea recta y hacia su objetivo no menos que la flecha.
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Introducite en el guía interior de cada uno y permití también a otro cualquiera que penetre en tu guía interior.
Nota del Traductor: Domicia Lucila y Vero, padres de Marco Aurelio. Secunda, nombre de la esposa de Máximo. Máximo, filósofo estoico y maestro de Marco Aurelio. Epitincano, nombre poco conocido, probablemente relacionado con Adriano. Diótimo, liberto de Adriano. Céler, retórico griego y secretario de Adriano. Cárax, identificado por Müller con un filósofo de Pergamo. Demetrio era un filósofo cínico y no platónico como se cita en el texto. Eudemón, nombre desconocido. ↩︎
N.T.: Agripa, ministro de Augusto. Ario, filósofo de Augusto. Mecenas, descendiente de una noble familia etrusca, amigo de Augusto, protector y amigo de los poetas Virgilio y Horacio. ↩︎
N.T.: Hay una laguna en este lugar. Se sobrentiende algo así como: «a la muerte de una familia entera». Se trata de los hijos de Pompeyo. ↩︎
N.T.: El texto está corrupto y su significado es incierto. ↩︎
N.T.: Pantea de Esminia, concubina de Lucio Vero. Pérgamo, su liberto. Cabrias, liberto de Adriano. ↩︎
N.T.: Autor desconocido. ↩︎
N.T.: Cf. la cita de Empédocles en XII 3. ↩︎
N.T.: La etimología del término griego expuesta por Marco Aurelio no es verdadera. ↩︎
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