Marco Aurelio: Meditaciones, libro 4
El dueño de sí mismo adopta, frente a lo que sucede, una actitud tal que siempre puede adaptarse a las posibilidades que se le dan. Se lanza instintivamente ante lo que se presenta, con prevención, y convierte en materia propia incluso lo que era obstáculo. “Nada viene de la nada”. “Memento mori”.
Otro viernes, otro capítulo de las Meditaciones de Marco Aurelio, que vamos a leer semana a semana hasta que lo terminemos. Es un book-as-newsletter.
Esta semana nos toca el capítulo 4, que es larguito, así que no nos explayamos mucho en el contexto, como lo hemos hecho en los libros 1 al 3. Algunas notas:
Primero, lo básico, para quien agarra este texto suelto: usamos la traducción y las notas Ramón Bach Pellicer (trabajo publicado en 1977), pero la retocamos in-house para que el texto se adapte al voseo latinoamericano.
Segundo, cuando Marco Aurelio dice “vos”, se está hablando a él mismo — literalmente, reflexionando.
Tercero, en la primera sentencia se puede ver un esbozo del “the obstacle is the way” —más sobre esto en el siguiente capítulo— y del concepto de antifragilidad de Nassim Taleb, quien se “presta” en su libro la idea del emperador de que “el fuego se alimenta de obstáculos”, para hablar de la antifragilidad de la información. Esta prospera a medida que encuentra estresores y que se le quiere hacer daño; Taleb pone de ejemplo que, mientras más se la quiere prohibir, la información más se esparce.
Cuarto, en convergencia con nuestro trip actual sobre el ocio y el descanso, y cuánto tiene que ver con el cuidado de uno mismo, Marco Aurelio, como Séneca, como estoico, se reitera a sí mismo que siempre que quiera viajar y huir y retirarse, que se acuerde que puede refugiarse en sí mismo en cualquier momento. “En ninguna parte uno se retira con mayor tranquilidad y más calma que en su propia alma”, dice en un lugar. En varios lugares da pautas para cuidar mejor nuestro tiempo, e incluso para ganar tiempo, si nos damos cuenta de que “la mayor parte de las cosas que decimos y hacemos, al no ser necesarias, si se eliminaran reportarían bastante más ocio y tranquilidad”.
Podemos explayarnos en más puntos, hablar del “nada viene de la nada” y del recurrente memento mori en el texto, pero te vamos a quitar tiempo de ocio y tiempo necesario para leer una de las mejores cadenas de meditación que se pueden encontrar.
Autor: Marco Aurelio
Libro: Meditaciones (años 170-180)
Libro 4
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El dueño interior, cuando está de acuerdo con la naturaleza, adopta, respecto a los acontecimientos, una actitud tal que siempre, y con facilidad, puede adaptarse a las posibilidades que se le dan. No tiene predilección por ninguna materia determinada, sino que se lanza instintivamente ante lo que se le presenta, con prevención, y convierte en materia para sí incluso lo que le era obstáculo; como el fuego, cuando se apropia de los objetos que caen sobre él, bajo los que una pequeña llama se habría apagado. Pero un fuego resplandeciente con gran rapidez se familiariza con lo que se le arroja encima y lo consume totalmente levantándose a mayor altura con estos nuevos escombros.
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Ninguna acción debe emprenderse al azar ni de modo divergente a la norma consagrada por el arte.
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Se buscan retiros en el campo, en la costa y en el monte. Vos también solés anhelar tales retiros. Pero todo eso es de lo más vulgar, porque podés, en el momento que te apetezca, retirarte en vos mismo. En ninguna parte un hombre se retira con mayor tranquilidad y más calma que en su propia alma; sobre todo aquel que posee en su interior tales bienes, que si se inclina hacia ellos, de inmediato consigue una tranquilidad total. Y denomino tranquilidad única y exclusivamente al buen orden. Concedete, entonces, sin pausa, este retiro y recuperate. Sean breves y elementales los principios que, tan pronto los hayás localizado, te bastarán para recluirte en toda tu alma y para enviarte de nuevo, sin enojo, a aquellas cosas de la vida ante las que te retirás. Porque, ¿contra quién te enojás? ¿Contra la ruindad de los hombres? Reconsiderá este juicio: los seres racionales han nacido el uno para el otro, la tolerancia es parte de la justicia, sus errores son involuntarios. Reconsiderá también cuántos, declarados ya enemigos, sospechosos u odiosos, atravesados por la lanza, están tendidos, reducidos a ceniza. Moderate de una vez. Pero, ¿estás molesto por el lote que se te asignó? Rememorá la disyuntiva «o una providencia o átomos», y gracias a cuántas pruebas se ha demostrado que el mundo es como una ciudad. Pero, ¿te apresarán todavía las cosas corporales? Date cuenta de que el pensamiento no se mezcla con el hálito vital que se mueve suave o violentamente, una vez que se ha recuperado y ha comprendido su peculiar poder, y finalmente tené presente todo lo que has oído y aceptado respecto al pesar y al placer. ¿Acaso te arrastrará la vanagloria? Dirigí tu mirada a la prontitud con que se olvida todo y al abismo del tiempo infinito por ambos lados, a la vaciedad del eco, a la versatilidad e irreflexión de los que dan la impresión de elogiarte, a la angostura del lugar en que se circunscribe la gloria. Porque la tierra entera es un punto y de ella, ¿cuánto ocupa el rinconcito que habitamos? Y ahí, ¿cuántos y qué clase de hombres te elogiarán? Te resta, pues, tenelo presente, el refugio que se halla en este diminuto campo de vos mismo. Y por encima de todo, no te atormentés ni te esforcés en demasía; antes bien, sé hombre libre y mirá las cosas como varón, como hombre, como ciudadano, como ser mortal. Y entre las máximas que tendrás a mano y hacia las que te inclinarás, figuren estas dos: una, que las cosas no alcanzan al alma, sino que se encuentran fuera, desprovistas de temblor, y las turbaciones surgen de la única opinión interior. Y la segunda, que todas esas cosas que estás viendo, pronto se transformarán y ya no existirán. Pensá también constantemente de cuántas transformaciones has sido ya por casualidad testigo. «El mundo, alteración; la vida, opinión»[1].
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Si la inteligencia nos es común, también la razón, según la cual somos racionales, nos es común. Admitido eso, la razón que ordena lo que debe hacerse o evitarse, también es común. Concedido eso, también la ley es común. Convenido eso, somos ciudadanos. Aceptado eso, participamos de una ciudadanía. Si eso es así, el mundo es como una ciudad. Porque, ¿de qué otra común ciudadanía se podrá afirmar que participa todo el género humano? De allí, de esta común ciudad, proceden tanto la inteligencia misma como la razón y la ley. O ¿de dónde? Porque al igual que la parte de tierra que hay en mí ha sido desgajada de cierta tierra, la parte húmeda, de otro elemento, la parte que infunde vida, de cierta fuente, y la parte cálida e ígnea de una fuente particular (pues nada viene de la nada, como tampoco nada desemboca en lo que no es), del mismo modo también la inteligencia procede de alguna parte.
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La muerte, como el nacimiento, es un misterio de la naturaleza, combinación de ciertos elementos (y disolución) en ellos mismos. Y en suma, nada se da en ella por lo que uno podría sentir vergüenza, pues no es la muerte contraria a la condición de un ser inteligente ni tampoco a la lógica de su constitución.
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Es natural que estas cosas se produzcan necesariamente así a partir de tales hombres. Y el que así no lo acepta, pretende que la higuera no produzca su zumo. En suma, recordá que dentro de brevísimo tiempo, vos y ése habrán muerto, y poco después, ni siquiera el nombre de ninguno perdurará.
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Destruí la sospecha y queda destruido lo de «se me ha dañado»; destruí la queja de «se me ha dañado» y queda destruido el daño.
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Lo que no deteriora al hombre, tampoco deteriora su vida y no le daña ni externa ni internamente.
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La naturaleza de lo útil está obligada a producir eso.
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«Que todo lo que acontece, acontece justamente.» Lo constatarás, si prestás la debida atención. No digo sólo que acontece consecuentemente, sino también según lo justo e incluso como si alguien asignara la parte correspondiente según el mérito. Seguí, pues, observando como al principio, y lo que hagás, hacelo con el deseo de ser un hombre cabal, de acuerdo con el concepto estricto del hombre cabal. Conservá esta norma en toda actuación.
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No considerés las cosas tal como las juzga el hombre insolente o como quiere que las juzgués; antes bien, examinalas tal como son en realidad.
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Hay que tener siempre a punto estas dos disposiciones: una, la de ejecutar exclusivamente aquello que la razón de tu potestad real y legislativa te sugiera para favorecer a los hombres; otra, la de cambiar de actitud, caso de que alguien se presente a corregirte y disuadirte de alguna de tus opiniones. Sin embargo, preciso es que esta nueva orientación tenga siempre su origen en cierta convicción de justicia o de interés a la comunidad y los motivos inductores deben tener exclusivamente tales características, no lo que parezca agradable o popular.
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«¿Tenés razón?» «Tengo.» «¿Por qué, pues, no la utilizás?» «Pues si esto ya lo demuestra por sí solo, ¿qué más querés?»
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Subsistís como parte. Te desvanecerás en lo que te engendró; o mejor dicho, serás reasumido, mediante un proceso de transformación, dentro de tu razón generatriz.
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Muchos pequeños granos de incienso se encuentran sobre el mismo altar; uno se consumió antes, el otro más tarde; y nada importa la diferencia.
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Dentro de diez días les parecerás un dios, a quienes das la impresión ahora de ser una bestia y un mono, si volvés de nuevo a los principios y a la veneración de la razón.
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No actués en la idea de que vas a vivir diez mil años. La necesidad ineludible pende sobre ti. Mientras vivís, mientras es posible, sé virtuoso.
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Cuánto tiempo libre gana el que no mira qué dijo, hizo o pensó el vecino, sino exclusivamente qué hace él mismo, a fin de que su acción sea justa, santa o enteramente buena. No dirijás la mirada a negros caracteres, sino corré directo hacia la línea de meta, sin desviarte.
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El hombre que se desvive por la gloria póstuma no se imagina que cada uno de los que se han acordado de él morirá también muy pronto; luego, a su vez, morirá el que le ha sucedido, hasta extinguirse todo su recuerdo en un avance progresivo a través de objetos que se encienden y se apagan. Pero suponete que son incluso inmortales los que se acordarán de vos, e inmortal también es tu recuerdo. ¿En qué te afecta esto? Y no quiero decir que nada en absoluto le afecta al muerto, sino que al vivo, ¿qué le importa el elogio? A no ser en algún caso, por cierta ventaja para la administración. Abandonás, pues, ahora, inoportunamente el don de la naturaleza que depende de una razón distinta...[2]
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Por lo demás, todo lo que es bello en cierto modo, bello es por sí mismo, y termina en sí mismo sin considerar el elogio como parte de sí mismo. En consecuencia, ni se empeora ni se mejora el objeto que se alaba. Afirmo esto incluso tratándose de cosas que bastante comúnmente se denominan bellas, como, por ejemplo, los objetos materiales y los objetos fabricados. Lo que en verdad es realmente bello, ¿de qué tiene necesidad? No más que la ley, la verdad, la benevolencia o el pudor. ¿Cuál de estas cosas es bella por el hecho de ser alabada o se destruye por ser criticada? ¿Se deteriora la esmeralda porque no se la elogie? ¿Y qué decir del oro, del marfil, de la púrpura, de la lira, del puñal, de la florecilla, del arbusto?
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Si las almas perduran, ¿cómo, desde la eternidad, consigue el aire darles cabida? ¿Y cómo la tierra es capaz de contener los cuerpos de los que vienen enterrándose desde tantísimo tiempo? Pues al igual que aquí, después de cierta permanencia, la transformación y disolución de estos cuerpos cede el sitio a otros cadáveres, así también las almas trasladadas a los aires, después de un período de residencia allí, se transforman, se dispersan y se inflaman reasumidas en la razón generatriz del conjunto, y, de esta manera, dejan sitio a las almas que viven en otro lugar. Esto podría responderse en la hipótesis de la supervivencia de las almas. Y conviene considerar no sólo la multitud de cuerpos que así se entierran, sino también la de los animales que cotidianamente comemos e incluso el resto de seres vivos. Pues, ¡cuán gran número es consumido y, en cierto modo, es sepultado en los cuerpos de los que con ellos se alimentan! Y, sin embargo, tienen cabida porque se convierten en sangre, se transforman en aire y fuego. ¿Cómo investigar la verdad sobre este punto? Mediante la distinción entre la causa material y la formal.[3]
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No te dejés zarandear; por el contrario, en todo impulso, correspondé con lo justo, y en toda fantasía, conservá la facultad de comprender.[4]
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Armoniza conmigo todo lo que para vos es armonioso, ¡oh, mundo! Ningún tiempo oportuno para vos es prematuro ni tardío para mí. Es fruto para mí todo lo que producen tus estaciones, oh naturaleza. De vos procede todo, en vos reside todo, todo vuelve a vos. Aquél[5] dice: «¡Querida ciudad de Cécrope!» ¿Y vos no dirás: « ¡Ah, querida ciudad de Zeus!»?
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«Abarcá pocas actividades, dice[6], si querés mantener el buen humor.» ¿No sería mejor hacer lo necesario y todo cuanto prescribe, y de la manera que lo prescribe, la razón del ser sociable por naturaleza?[7] Porque este procedimiento no sólo procura buena disposición de ánimo para obrar bien, sino también el optimismo que proviene de estar poco ocupado. Porque la mayor parte de las cosas que decimos y hacemos, al no ser necesarias, si se eliminaran reportarían bastante más ocio y tranquilidad. En consecuencia, es preciso recapacitar personalmente en cada cosa: ¿No estará esto entre lo que no es necesario? Y no sólo es preciso eliminar las actividades innecesarias, sino incluso las imaginaciones. De esta manera, dejarán de acompañarlas actividades superfluas.
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Comprobá cómo te sienta la vida del hombre de bien que se contenta con la parte del conjunto que le ha sido asignada, y que tiene suficiente con su propia actividad justa y con su benévola disposición.
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¿Hasta visto aquello? Ve también eso. No te aturdás. Mostrate sencillo. ¿Yerra alguien? Yerra consigo mismo. ¿Te ha acontecido algo? Está bien. Todo lo que te sucede estaba determinado por el conjunto desde el principio y estaba tramado. En suma, breve es la vida. Debemos aprovechar el presente con buen juicio y justicia. Sé sobrio en relajarte.
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O un mundo ordenado, o una mezcla confusa muy revuelta, pero sin orden. ¿Es posible que exista en vos cierto orden y, en cambio, en el todo desorden, precisamente cuando todo está tan combinado, ensamblado y solidario?
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Carácter sombrío, carácter mujeril, carácter terco, feroz, brutal, pueril, indolente, falso, bufón, traficante, tiránico.
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Si es extraño para el mundo quien no conoce lo que hay en él, no menos extraño es también quien no conoce lo que acontece en él. Desterrado es el que huye de la razón social; ciego el que tiene cerrados los ojos de la inteligencia; mendigo el que tiene necesidad de otro y no tiene junto a sí todo lo que es necesario para vivir. Absceso del mundo el que renuncia y se aparta de la razón de la común naturaleza por el hecho de que está contrariado con lo que le acontece; pues produce eso aquella naturaleza que también a vos te produjo. Es un fragmento de la ciudad, el que separa su alma particular de la de los seres racionales, pues una sola es el alma.
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El uno, sin túnica, vive como filósofo; el otro, sin libro; aquel otro, semidesnudo. «No tengo pan», dice, «pero persevero en la razón». Y yo tengo los recursos que proporcionan los estudios y no persevero.
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Amá, admití el pequeño oficio que aprendiste; y pasá el resto de tu vida como persona que has confiado, con toda tu alma, todas tus cosas a los dioses, sin convertirte en tirano ni en esclavo de ningún hombre.
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Pensá, por ejemplo, en los tiempos de Vespasiano. Vas a ver siempre las mismas cosas: personas que se casan, crían hijos, enferman, mueren, hacen la guerra, celebran fiestas, comercian, cultivan la tierra, adulan, son orgullosos, recelan, conspiran, desean que algunos mueran, murmuran contra la situación presente, aman, atesoran, ambicionan los consulados, los poderes reales. Pues bien, la vida de aquéllos ya no existe en ninguna parte. Pasá de nuevo ahora a los tiempos de Trajano: nos encontraremos con idéntica situación; también aquel vivir ha fenecido. De igual modo contemplá también y dirigí la mirada al resto de documentos de los tiempos y de todas las naciones; cuántos, tras denodados esfuerzos, cayeron poco después y se desintegraron en sus elementos. Y especialmente debés reflexionar sobre aquellas personas que vos mismo viste esforzarse en vano, y olvidaban hacer lo acorde con su particular constitución: perseverar sin descanso en esto y contentarse con esto. De tal modo es necesario tener presente que la atención adecuada a cada acción tiene su propio valor y proporción. Pues así no te desanimarás, a no ser que ocupés más tiempo del apropiado en tareas bastante nimias.
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Las palabras, antaño familiares, son ahora locuciones caducas. Lo mismo ocurre con los nombres de personas, que muy celebrados en otros tiempos, son ahora, en cierto modo, locuciones caducas: Camilo, Cesón, Voleso, Leonato; y, poco después, también Escipión y Catón; luego, también Augusto; después, Adriano y Antonino. Todo se extingue y poco después se convierte en legendario. Y bien pronto ha caído en un olvido total. Y me refiero a los que, en cierto modo, alcanzaron sorprendente relieve; porque los demás, desde que expiraron, son desconocidos, no mentados.[8] Pero, ¿qué es, en suma, el recuerdo sempiterno? Vaciedad total. ¿Qué es, entonces, lo que debe impulsar nuestro afán? Tan sólo eso: un pensamiento justo, unas actividades consagradas al bien común, un lenguaje incapaz de engañar, una disposición para abrazar todo lo que acontece, como necesario, como familiar, como fluyente del mismo principio y de la misma fuente.
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Confiate gustosamente a Cloto[9] y dejala tejer la trama con los sucesos que quiera.
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Todo es efímero: el recuerdo y el objeto recordado.
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Contemplá de continuo que todo nace por transformación, y habituate a pensar que nada ama tanto la naturaleza del conjunto como cambiar las cosas existentes y crear nuevos seres semejantes. Todo ser, en cierto modo, es semilla del que de él surgirá. Pero vos sólo te imaginás las semillas que se echan en tierra o en una matriz. Y eso es ignorancia excesiva.
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Estarás muerto en seguida, y aún no sos ni sencillo, ni imperturbable, ni andás sin recelo de que puedan dañarte desde el exterior, ni tampoco sos benévolo con todos, ni cifrás la sensatez en la práctica exclusiva de la justicia.
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Examiná con atención sus guías interiores e indagá qué evitan los sabios y qué persiguen.
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No consiste tu mal en un guía interior ajeno ni tampoco en una variación y alteración de lo que te circunda. ¿En qué, pues? En aquello en vos que opina sobre los males. Por tanto, que no opine esa parte y todo va bien. Y aun en el caso de que su más cercano vecino, el cuerpo, sea cortado, quemado, alcanzado por el pus podrido, permanezca con todo tranquila la pequeña parte que sobre eso opina, es decir, no juzgue ni malo ni bueno lo que igualmente puede acontecer a un hombre malo y a uno bueno. Porque lo que acontece tanto al que vive conforme a la naturaleza como al que vive contra ella, eso ni es conforme a la naturaleza ni contrario a ella.
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Concibí sin cesar el mundo como un ser viviente único, que contiene una sola sustancia y un alma única, y cómo todo se refiere a una sola facultad de sentir, la suya, y cómo todo lo hace con un sólo impulso, y cómo todo es responsable solidariamente de todo lo que acontece, y cuál es la trama y contextura.
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«Sos una pequeña alma que sustenta un cadáver», como decía Epicteto.[10]
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Ningún mal acontece a lo que está en curso de transformación, como tampoco ningún bien a lo que nace a consecuencia de un cambio.
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El tiempo es un río y una corriente impetuosa de acontecimientos. Apenas se deja ver cada cosa, es arrastrada; se presenta otra, y ésta también va a ser arrastrada.
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Todo lo que acontece es tan habitual y bien conocido como la rosa en primavera y los frutos en verano; algo parecido ocurre con la enfermedad, la muerte, la difamación, la conspiración y todo cuanto alegra o aflige a los necios.
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Las consecuencias están siempre vinculadas con los antecedentes; pues no se trata de una simple enumeración aislada y que contiene tan sólo lo determinado por la necesidad, sino de una combinación racional. Y al igual que las cosas que existen tienen una coordinación armónica, así también los acontecimientos que se producen manifiestan no una simple sucesión, sino cierta admirable afinidad.
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Tener siempre presente la máxima de Heráclito: «La muerte de la tierra es convertirse en agua, la muerte del agua es convertirse en aire, la muerte del aire es convertirse en fuego, e inversamente». Y recordar también lo del que olvida adónde conduce el camino.[11] Y asimismo que «con aquello que más frecuente trato tienen, a saber, con la razón que gobierna el conjunto del universo, con esto disputan, y les parecen extrañas las cosas que a diario les suceden».[12] Y además: «No hay que actuar y hablar como durmiendo», pues también entonces nos parece que actuamos y hablamos.[13] Y que «no hay que ser como hijos de los padres»,[14] es decir, aceptar las cosas de forma simple, como las has heredado.
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Como si un dios te hubiese dicho: «Mañana morirás o, en todo caso, pasado mañana», no habrías puesto mayor empeño en morir pasado mañana que mañana, a menos que fueras extremadamente vil. (Porque, ¿cuánta es la diferencia?). De igual modo, no considerés de gran importancia morir al cabo de muchos años en vez de mañana.
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Considerá sin cesar cuántos médicos han muerto después de haber fruncido el ceño repetidas veces sobre sus enfermos; cuántos astrólogos, después de haber vaticinado, como hecho importante, la muerte de otros; cuántos filósofos, después de haber sostenido innumerables discusiones sobre la muerte o la inmortalidad; cuántos jefes, después de haber dado muerte a muchos; cuántos tiranos, tras haber abusado, como si fueran inmortales, con tremenda arrogancia, de su poder sobre vidas ajenas, y cuántas ciudades enteras, por así decirlo, han muerto: Hélice, Pompeya, Herculano y otras incontables. Remontate también, uno tras otro, a todos cuantos has conocido. Éste, después de haber tributado los honores fúnebres a aquél, fue sepultado seguidamente por otro; y así sucesivamente. Y todo en poco tiempo. En suma, examiná siempre las cosas humanas como efímeras y carentes de valor: ayer, una moquita; mañana, momia o ceniza. Por tanto, recorré este pequeñísimo lapso de tiempo obediente a la naturaleza y acabá tu vida alegremente, como la aceituna que, llegada a la sazón, caería elogiando a la tierra que la llevó a la vida y dando gracias al árbol que la produjo.
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Ser igual que el promontorio contra el que sin interrupción se estrellan las olas. Éste se mantiene firme, y en torno a él se adormece la espuma del oleaje. «¡Desdichado de mí, porque me aconteció eso!» Pero no, al contrario: «Soy afortunado, porque, a causa de lo que me ha ocurrido, persisto hasta el fin sin aflicción, ni abrumado por el presente ni asustado por el futuro.» Porque algo semejante pudo acontecer a todo el mundo, pero no todo el mundo hubiera podido seguir hasta el fin, sin aflicción, después de eso. ¿Y por qué, entonces, va a ser eso un infortunio más que esto buena fortuna? ¿Acaso denominás, en suma, desgracia de un hombre a lo que no es desgracia de la naturaleza del hombre? ¿Y te parece aberración de la naturaleza humana lo que no va contra el designio de su propia naturaleza? ¿Por qué, pues? ¿Has aprendido tal designo? ¿Te impide este suceso ser justo, magnánimo, sensato, prudente, reflexivo, sincero, discreto, libre, etc., conjunto de virtudes con las cuales la naturaleza humana contiene lo que le es peculiar? Acordate, a partir de ahora, en todo suceso que te induzca a la aflicción, de utilizar este principio: No es eso un infortunio, sino una dicha soportarlo con dignidad.
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Remedio sencillo, pero con todo eficaz, para menospreciar la muerte, es recordar a los que se han apegado con tenacidad a la vida. ¿Qué más tienen que los que han muerto prematuramente? En cualquier caso yacen en alguna parte Cadiciano, Fabio, Juliano, Lépido y otros como ellos, que a muchos llevaron a la tumba, para ser también ellos llevados después. En suma, pequeño es el intervalo de tiempo; y ese, ¡a través de cuántas fatigas, en compañía de qué tipo de hombres y en qué cuerpo se agota! Luego no lo tengás por negocio. Mirá detrás de vos el abismo de la eternidad y delante de vos otro infinito. A la vista de eso, ¿en qué se diferencian el niño que ha vivido tres días y el que ha vivido tres veces más que Gereneo?[15]
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Corré siempre por el camino más corto, y el más corto es el que discurre de acuerdo con la naturaleza. En consecuencia, hablá y obrá en todo de la manera más sana, pues tal propósito libera de las aflicciones, de la disciplina militar, de toda preocupación administrativa y afectación.
Nota del Traductor: Demócrito, fragmento 115 D. ↩︎
N.T.: Probablemente hay una laguna en el texto, un tanto confuso. ↩︎
N.T.: Distinción propia de la doctrina estoica. ↩︎
Cf. de Conectorium: Confucio en Analectas, 14, 34: “Más vale responder a la ofensa con justicia, y a la bondad con bondad”. ↩︎
N.T.: Aristófanes, fragmento 110. ↩︎
N.T.: Pensamiento de Demócrito; cf. fragmento 3 D. Cf. Plutarco, De Tranquilitate 465 es, y Estobeo, III 651 y IV 907. ↩︎
N.T.: Aristóteles, Política, 1253 ↩︎
N.T.: Homero, Odisea I 241 y siguientes. ↩︎
N.T.: Una de las tres Parcas del destino ↩︎
N.T.: Fragmento 26. Cf. libro 10, 24 de las Meditaciones. La idea es ya platónica; cf. Platón, Crátilo, 402 A. ↩︎
N.T.: Heráclito, fragmento 76 D, 71 D y también 117 D; y Meditaciones libro 6, 22. ↩︎
N.T.: Heráclito fr. 72 D. ↩︎
N.T.: Heráclito fr. 73 D. ↩︎
N.T.: Heráclito fr. 74 D. ↩︎
N.T.: Néstor, famoso por su larga vida. En la Iliada se jacta de haber conocido a tres generaciones de guerreros. Cf. Homero, Iliada I 262. ↩︎
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