Marco Aurelio: Meditaciones, libro 3
Habite en vos la serenidad, la ausencia de necesidad de ayuda externa y tranquilidad que procuran otros. Conviene mantenerse recto, no enderezado. No debe tenerse en cuenta la opinión de todos, sólo la de los que viven conforme a la naturaleza. Venerá la facultad intelectiva. No vagabundeés más.
Otro viernes, otro capítulo de las Meditaciones, que estamos leyendo como newsletter semana a semana.
Propicio cerrar esta semana con este texto de Marco Aurelio, el último de los que Maquiavelo describió como los “cinco emperadores buenos”. De haber nacido tiempo después, quizá hubiera sido un príncipe político cristiano, como quería que fuesen don Diego de Saavedra Fajardo; y con seguridad fue un político de Dios, como los quería don Francisco de Quevedo. Para muestra sobra este tercer libro de las Meditaciones y todas las alusiones a vivir conforme a la naturaleza, sumiso a lo que procede de Dios.
Don Diego y don Francisco eran contemporáneos y coterráneos durante el Siglo de Oro español, y promovían el comportamiento cristiano de los príncipes como contra-propuesta al modelo maquiavélico. Exigían del príncipe, no que se adaptara a la cruda realidad de la naturaleza humana, sino que se convierta en el ejemplo total de comportamiento moral, siguiendo los preceptos de Cristo. Le exigían también que no descanse, porque no hay reposo para el guardián de la gente, que no tiene dónde apoyar la cabeza. Y en esto Marco Aurelio los seguía—o los precedía—, trabajando duro, y recordándose a sí mismo en sus diarios ejercicios espirituales: “No vagabundeés más”. A lo largo de este tercer libro podemos ver, mucho antes que los escritores de textos para príncipes, y escrito por un rey de verdad, ataques contra la falta de ética, contra la flaqueza de espíritu y, entre líneas, contra el ocio. “Conviene mantenerse recto, no enderezado”, escribe el filósofo emperador.
Se recuerda también a él mismo no buscar ni valerse de la opinión ajena, sobre todo de las masas; “que habite en vos mismo la serenidad”. Añadamos, también, la seguridad. Se recuerda: “venerá la facultad intelectiva”. Sopesá cada cosa en su conjunto, para qué sirve, cómo encaja, observá; y no perdás tiempo en lo que no sirve, incluyendo chismes. Como a lo largo de todas sus reflexiones, no deja de hacer hincapié en que todo está conectado, y en que sólo tenemos el momento presente; y somos fugaces, lo podemos perder en cualquier momento.
Como a lo largo de todo este book-as-newsletter, seguimos la traducción y las notas de Ramón Bach Pellicer (1977), y las retocamos para que encajen en el voseo (sacándolas del tuteo español). El texto a continuación es uno de los que menos referencias y citas hace de otros pensadores, y lleva cierto hilo de reflexión en reflexión. Pierre Hadot nos da una explicación:
“En ninguno de estos libros descubrimos un plan preciso, salvo, quizá, en el libro III que, como veremos, se presenta, en cierto sentido, como una serie de ensayos sobre el tema del hombre de bien”.
Autor: Marco Aurelio
Libro: Meditaciones (años 170-180)
Libro 3
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No sólo esto debe tomarse en cuenta, que día a día se va gastando la vida y nos queda una parte menor de ella, sino que se debe reflexionar también que, si una persona prolonga su existencia, no está claro si su inteligencia será igualmente capaz en adelante para la comprensión de las cosas y de la teoría que tiende al conocimiento de las cosas divinas y humanas. Porque, en el caso de que dicha persona empiece a desvariar, la respiración, la nutrición, la imaginación, los instintos y todas las demás funciones semejantes no le faltarán; pero la facultad de disponer de sí mismo, de calibrar con exactitud el número de los deberes, de analizar las apariencias, de detenerse a reflexionar sobre si ya ha llegado el momento de abandonar esta vida y cuantas necesidades de características semejantes precisan un ejercicio exhaustivo de la razón, se extingue antes. Conviene, pues, apresurarse no sólo porque a cada instante estamos más cerca de la muerte, sino también porque cesa con anterioridad la comprensión de las cosas y la capacidad de acomodarnos a ellas.
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Conviene también estar a la expectativa de hechos como éstos, que incluso las modificaciones accesorias de las cosas naturales tienen algún encanto y atractivo. Así, por ejemplo, un trozo de pan al cocerse se agrieta en ciertas partes; esas grietas que así se forman y que, en cierto modo, son contrarias a la promesa del arte del panadero, son, en cierto modo, adecuadas, y excitan singularmente el apetito. Asimismo, los higos, cuando están muy maduros, se entreabren. Y en las aceitunas que quedan maduras en los árboles, su misma proximidad a la podredumbre añade al fruto una belleza singular. Igualmente las espigas que se inclinan hacia abajo, la melena del león y la espuma que brota de la boca de los jabalíes y muchas otras cosas, examinadas en particular, están lejos de ser bellas; y, sin embargo, al ser consecuencia de ciertos procesos naturales, cobran un aspecto bello y son atractivas. De manera que, si una persona tiene sensibilidad e inteligencia suficientemente profunda para captar lo que sucede en el conjunto, casi nada le parecerá, incluso entre las cosas que acontecen por efectos secundarios, no comportar algún encanto singular. Y esa persona verá las fauces reales de las fieras con no menor agrado que todas sus reproducciones realizadas por pintores y escultores; incluso podrá ver con sus sagaces ojos cierta plenitud y madurez en la anciana y el anciano y también, en los niños, su amable encanto. Muchas cosas semejantes se encontrarán no al alcance de cualquiera, sino, exclusivamente, para el que de verdad esté familiarizado con la naturaleza y sus obras.
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Hipócrates,[1] después de haber curado muchas enfermedades, enfermó él también y murió. Los caldeos predijeron la muerte de muchos, y también a ellos les alcanzó el destino. Alejandro, Pompeyo y Cayo César, después de haber arrasado hasta los cimientos tantas veces ciudades enteras y destrozado en orden de combate numerosas miríadas de jinetes e infantes, también ellos acabaron por perder la vida. Heráclito,[2] después de haber hecho tantas investigaciones sobre la conflagración del mundo, aquejado de hidropesía y recubierto de estiércol, murió. A Demócrito,[3] los gusanos; gusanos también, pero distintos, acabaron con Sócrates. ¿Qué significa esto? Te embarcaste, surcaste mares, atracaste: ¡desembarcá! Si es para entrar en otra vida, tampoco ahí está nada vacío de dioses; pero si es para encontrarte en la insensibilidad, cesarás de soportar fatigas y placeres y de estar al servicio de una envoltura tanto más ruin cuanto más superior es la parte subordinada: ésta es inteligencia y divinidad; aquélla, tierra y sangre mezclada con polvo.
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No consumás la parte de la vida que te resta en hacer conjeturas sobre otras personas, de no ser que tu objetivo apunte a un bien común; porque ciertamente te privás de otra tarea; a saber, al imaginar qué hace fulano y por qué, y qué piensa y qué trama y tantas cosas semejantes que provocan tu aturdimiento, te apartás de la observación de tu guía interior. Conviene, por consiguiente, que en el encadenamiento de tus ideas, evités admitir lo que es fruto del azar y superfluo, pero mucho más lo inútil y pernicioso. Debés también acostumbrarte a formarte únicamente aquellas ideas acerca de las cuales, si se te preguntara de súbito: «¿en qué pensás ahora?», con franqueza pudieras contestar al instante: «en esto y en aquello», de manera que al instante se pusiera de manifiesto que todo en vos es sencillo, benévolo y propio de un ser sociable al que no importan placeres o, en una palabra, imágenes que procuran goces; un ser exento de toda codicia, envidia, recelo o cualquier otra pasión, de la que pudieras ruborizarte reconociendo que la poseés en tu pensamiento. Porque el hombre de estas características que ya no demora el situarse como entre los mejores, se convierte en sacerdote y servidor de los dioses, puesto al servicio también de la divinidad que se asienta en su interior, todo lo cual le inmuniza contra los placeres, le hace invulnerable a todo dolor, intocable respecto a todo exceso, insensible a toda maldad, atleta de la más excelsa lucha, lucha que se entabla para no ser abatido por ninguna pasión, impregnado a fondo de justicia, apegado, con toda su alma, a los acontecimientos y a todo lo que se le ha asignado; y raramente, a no ser por una gran necesidad y en vista al bien común, cavila lo que dice, hace o proyecta otra persona. Pondrá únicamente en práctica aquellas cosas que le corresponden, y piensa sin cesar en lo que le pertenece, que ha sido hilado del conjunto; y mientras en lo uno cumple con su deber, en lo otro está convencido de que es bueno. Porque el destino asignado a cada uno está involucrado en el conjunto y al mismo tiempo lo involucra. Tiene también presente que todos los seres racionales están emparentados y que preocuparse de todos los hombres está de acuerdo con la naturaleza humana; pero no debe tenerse en cuenta la opinión de todos, sino sólo la de aquellos que viven conforme a la naturaleza. Y respecto a los que no viven así, prosigue recordando hasta el fin cómo son en casa y fuera de ella, por la noche y durante el día, y qué clase de gente frecuentan. En consecuencia, no toma en consideración el elogio de tales hombres que ni consigo mismo están satisfechos.
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Ni actués contra tu voluntad, ni de manera insociable, ni sin reflexión, ni arrastrado en sentidos opuestos. Con la afectación del léxico no tratés de decorar tu pensamiento. Ni seás extremadamente locuaz, ni polifacético. Más aún, sea el dios que reside en vos protector y guía de un hombre venerable, ciudadano, romano y jefe que a sí mismo se ha asignado su puesto, cual sería un hombre que aguarda la llamada para dejar la vida, bien desprovisto de ataduras, sin tener necesidad de juramento ni tampoco de persona alguna en calidad de testigo. Habite en vos la serenidad, la ausencia de necesidad de ayuda externa y de la tranquilidad que procuran otros. Conviene, por consiguiente, mantenerse recto, no enderezado.
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Si en el transcurso de la vida humana encontrás un bien superior a la justicia, a la verdad, a la moderación, a la valentía y, en suma, a tu inteligencia que se basta a sí misma, en aquellas cosas en las que te facilita actuar de acuerdo con la recta razón, y de acuerdo con el destino en las cosas repartidas sin elección previa; si percibís, digo, un bien de más valía que ese, volcate hacia él con toda el alma y disfrutá del bien supremo que descubrás. Pero si nada mejor aparece que la propia divinidad que habita en vos, que ha sometido a su dominio los instintos particulares, que vigila las ideas y que, como decía Sócrates, se ha desprendido de las pasiones sensuales, que se ha sometido a la autoridad de los dioses y que preferentemente se preocupa de los hombres; si encontrás todo lo demás más pequeño y vil, no cedás terreno a ninguna otra cosa, porque una vez arrastrado e inclinado hacia ella, ya no serás capaz de estimar preferentemente y de continuo aquel bien que te es propio y te pertenece. Porque no es lícito oponer al bien de la razón y de la convivencia otro bien de distinto género, como, por ejemplo, el elogio de la muchedumbre, cargos públicos, riqueza o disfrute de placeres. Todas esas cosas, aunque parezcan momentáneamente armonizar con nuestra naturaleza, de pronto se imponen y nos desvían. Por tanto, reitero, elegí sencilla y libremente lo mejor y perseverá en ello. «Pero lo mejor es lo conveniente.» Si lo es para vos, en tanto que ser racional, observalo. Pero si lo es para la parte animal, manifestalo y conservá tu juicio sin orgullo. Tratá sólo de hacer tu examen de un modo seguro.
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Nunca estimés como útil para vos lo que un día te forzará a transgredir el pacto, a renunciar al pudor, a odiar a alguien, a mostrarte receloso, a maldecir, a fingir, a desear algo que precisa paredes y cortinas.[4] Porque la persona que prefiere, ante todo, su propia razón, su divinidad y los ritos del culto debido a la excelencia de ésta, no representa tragedias, no gime, no precisará soledad ni tampoco aglomeraciones de gente. Lo que es más importante: vivirá sin perseguir ni huir. Tanto si es mayor el intervalo de tiempo que va a vivir el cuerpo con el alma unido, como si es menor, no le importa en absoluto. Porque aun en el caso de precisar desprenderse de él, se irá tan resueltamente como si fuera a emprender cualquier otra de las tareas que pueden ejecutarse con discreción y decoro; tratando de evitar, en el curso de la vida entera, sólo eso, que su pensamiento se comporte de manera impropia de un ser dotado de inteligencia y sociable.
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En el pensamiento del hombre que se ha disciplinado y purificado a fondo, nada purulento ni manchado ni mal cicatrizado podrías encontrar. Y no arrebata el destino su vida incompleta, como se podría afirmar del actor que se retirara de escena antes de haber finalizado su papel y concluido la obra. Es más, nada esclavo hay en él, ninguna afectación, nada añadido, ni disociado, nada sometido a rendición de cuentas ni necesitado de escondrijo.
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Venerá la facultad intelectiva. En ella radica todo, para que no se halle jamás en tu guía interior una opinión inconsecuente con la naturaleza y con la disposición del ser racional. Esta, en efecto, garantiza la ausencia de precipitación, la familiaridad con los hombres y la conformidad con los dioses.
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Desechá, pues, todo lo demás y conserva sólo unos pocos preceptos. Y además recordá que cada uno vive exclusivamente el presente, el instante fugaz. Lo restante, o se ha vivido o es incierto; es insignificante, por tanto, la vida de cada uno, e insignificante también el rinconcito de la tierra donde vive. Pequeña es asimismo la fama póstuma, incluso la más prolongada, y ésta se da a través de una sucesión de hombrecitos que muy pronto morirán, que ni siquiera se conocen a sí mismos, ni tampoco al que murió hace tiempo.
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A los consejos mencionados añádase todavía uno: delimitar o describir siempre la imagen que sobreviene, de manera que se la pueda ver tal cual es en esencia, desnuda, totalmente entera a través de todos sus aspectos, y pueda designarse con su nombre preciso y con los nombres de aquellos elementos que la constituyeron y en los que se desintegrará. Porque nada es tan capaz de engrandecer el ánimo, como la posibilidad de comprobar con método y veracidad cada uno de los objetos que se presentan en la vida, y verlos siempre de tal modo que pueda entonces comprenderse en qué orden encaja, qué utilidad le proporciona este objeto, qué valor tiene con respecto a su conjunto, y cuál en relación al ciudadano de la ciudad más excelsa, de la que las demás ciudades son como casas. Qué es, y de qué elementos está compuesto y cuánto tiempo es natural que perdure este objeto que provoca ahora en mí esta imagen, y qué virtud preciso respecto a él: por ejemplo, mansedumbre, coraje, sinceridad, fidelidad, sencillez, autosuficiencia, etc. Por esta razón debe decirse respecto a cada una: esto procede de Dios; aquello se da según el encadenamiento de los hechos, según la trama compacta, según el encuentro casual y por azar. Esto procede de un ser de mi raza, de un pariente, de un colega que, no obstante, ignora lo que es para él acorde con la naturaleza. Pero yo no lo ignoro; por esta razón me relaciono con él, de acuerdo con la ley natural propia de la comunidad, con benevolencia y justicia. Con todo, respecto a las cosas indiferentes, me decido conjeturando su valor.
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Si ejecutás la tarea presente siguiendo la recta razón, diligentemente, con firmeza, con benevolencia y sin ninguna preocupación accesoria, antes bien, velás por la pureza de tu dios, como si fuera ya preciso restituirlo, si agregás esta condición de no esperar ni tampoco evitar nada, sino que te conformás con la actividad presente conforme a la naturaleza y con la verdad heroica en todo lo que digás y comentés, vivirás feliz. Y nadie será capaz de impedírtelo.
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Del mismo modo que los médicos siempre tienen a mano los instrumentos de hierro para las curas de urgencia, así también, conservá vos a punto los principios fundamentales para conocer las cosas divinas y las humanas, y así llevarlo a cabo todo, incluso lo más insignificante, recordando la trabazón íntima y mutua de unas cosas con otras. Porque no llevarás a feliz término ninguna cosa humana sin relacionarla al mismo tiempo con las divinas, ni tampoco al revés.
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No vagabundeés más. Porque ni vas a leer tus memorias, ni tampoco las gestas de los romanos antiguos y griegos, ni las selecciones de escritos que reservabas para tu vejez. Apresurate, pues, al fin, y renunciá a las vanas esperanzas y acudí en tu propia ayuda, si es que algo de ti mismo te importa, mientras te queda esa posibilidad.
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Desconocen cuántas acepciones tienen los términos: robar, sembrar, comprar, vivir en paz, ver lo que se debe hacer, cosa que no se consigue con los ojos, sino con una visión distinta.
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Cuerpo, alma, inteligencia;[5] propias del cuerpo, las sensaciones; del alma, los instintos; de la inteligencia, los principios. Recibir impresiones por medio de la imagen es propio también de las bestias, ser movido como un títere por los instintos corresponde también a las fieras, a los andróginos,[6] a Fálaris[7] y a Nerón. Pero tener a la inteligencia como guía hacia los deberes aparentes pertenece también a los que no creen en los dioses, a los que abandonan su patria y a los que obran a su placer, una vez han cerrado las puertas. Por tanto, si lo restante es común a los seres mencionados, resta como peculiar del hombre excelente amar y abrazar lo que le sobreviene y se entrelaza con él. Y el no confundir ni perturbar jamás al Dios que tiene la morada dentro de su pecho con una multitud de imágenes, antes bien, velar para conservarse propicio, sumiso, disciplinadamente al Dios, sin mencionar una palabra contraria a la verdad, sin hacer nada contrario a la justicia. Y si todos los hombres desconfían de él, de que vive con sencillez, modestia y buen ánimo, no por ello se molesta con ninguno, ni se desvía del camino trazado que le lleva al fin de su vida, objetivo hacia el cual debe encaminarse, puro, tranquilo, liberado, sin violencias y en armonía con su propio destino.
Nota del Traductor: Hipócrates de Cos, fundador de la medicina científica. En sus escritos encontramos una concepción de la medicina basada en la atenta observación del cuerpo humano en estado de salud y enfermedad, en la experiencia y en el acopio de datos, además de una rigurosa etiología. ↩︎
N.T.: Heráclito de Éfeso, filósofo presocrático; los estoicos reelaboraron ciertos aspectos de su teoría. En cuanto a su muerte, la vieja anécdota de que murió hidrópico encierra una ironía: el agua habría destruido al filósofo que consideraba el fuego como el elemento primordial y que decía que «el alma más seca es la mejor». ↩︎
N.T.: Demócrito de Abdera, presocrático. Junto con Leucipo es el principal representante del atomismo. Buscó la solución al problema de la Naturaleza mediante la afirmación de la existencia de átomos, dotados de todos los atributos del Ser de Parménides, pero aceptando la posibilidad del vacío. Según Diógenes Laercio murió de vejez. Pero también aquí M. A. ironiza: el que afirmaba que los cuerpos se descomponen en mínimas partículas acabó descompuesto por unos seres mínimos: los gusanos. ↩︎
N.T.: Es decir, «que precisa» ser escondido. ↩︎
N.T.: La división tripartita de la persona es un tópico estoico, al que Marco Aurelio se refiere en varios lugares con pequeñas alteraciones de vocabulario. Aquí emplea sôma, psyché y nous, en II 2 ha usado sarkía, pneumátion y tó hégemonikón, en XII 2 usa sómátion, pneumátion y nous. Como se ve por el paralelismo y el contexto de este capítulo, psyché tiene el sentido de «espíritu vital», común a hombres y animales, equivalente al hálito de la vida, el pneumátion de otros pasajes. La traducción de «alma» con que vertemos, al modo tradicional, el término griego no debe confundir al lector. Ese sentido biológico de psyché es el más antiguo, ya homérico, en griego. ↩︎
N.T.: Es decir, «afeminados». ↩︎
N.T.: Fálaris, tirano célebre por su crueldad. ↩︎
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