Marco Aurelio: Meditaciones, libro 11
Otro viernes, otro capítulo de nuestro book-as-newsletter actual: penúltimo boletín con las Reflexiones de Marco Aurelio.
El que nos toca hoy es uno de los libros más cortos de la colección (junto con el final), y contiene tanto la meditación más larga de todas, como la más corta, que es una cita de Epicteto. El libro está claramente partido en dos; recurro a Pierre Hadot: “por una parte, los veintiún primeros capítulos; por otra, los dieciocho últimos, que son una compilación de citas, de notas de lectura”. Por lo menos ocho veces cita los Discursos de Epicteto, sobre todo su libro tercero, repitiendo al menos cuatro citas ya escritas en el capítulo séptimo de sus Meditaciones. Tres veces cita a Eurípides. Recurre por lo menos una vez a Epicuro. El libro es único porque (otra vez Hadot) “varios de los largos desarrollos no tienen paralelismos en el resto de la obra”.
Al final del libro, a través de Sócrates, un guiño a los “tiempos de paz” que vivimos en medio de la mini-serie sobre las guerras. Con la entrega de hoy, vamos cerrando el recital de Marco Aurelio, nos queda sólo el encore.
Autor: Marco Aurelio
Libro: Meditaciones (años 170-180)
Libro 11
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Las propiedades del alma racional: se ve a sí misma, se analiza a sí misma, se desarrolla como quiere, recoge ella misma el fruto que produce (porque los frutos de las plantas y los productos de los animales otros los recogen), alcanza su propio fin, en cualquier momento que se presente el término de su vida. No queda incompleta la acción entera, caso de que se corte algún elemento, como en la danza, en la representación teatral y en cosas semejantes, sino que en todas partes y dondequiera que se la sorprenda, colma y cumple sin deficiencias su propósito, de modo que puede afirmar: «Recojo lo mío». Más aún, recorre el mundo entero, el vacío que lo circunda y su forma; se extiende en la infinidad del tiempo, acoge en torno suyo el renacimiento periódico del conjunto universal, calcula y se da cuenta de que nada nuevo verán nuestros descendientes, al igual que tampoco vieron nuestros antepasados nada más extraordinario, sino que, en cierto modo, el cuarentón, por poca inteligencia que tenga, ha visto todo el pasado y el futuro según la uniformidad de las cosas. Propio también del alma racional es amar al prójimo, como también la verdad y el pudor, y no sobrestimar nada por encima de sí misma, característica también propia de la ley. Por tanto, como es natural, en nada difieren la recta razón y la razón de la justicia.
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Despreciarás un canto delicioso, una danza, el pancracio [combate tipo la lucha libre actual], si dividís la tonada melodiosa en cada uno de sus sones y respecto a cada uno te preguntás si éste te cautiva; porque antes te sentirás irritado. Respecto a la danza, procedé de modo análogo en cada movimiento o figura. Y de igual modo respecto al pancracio. En suma, exceptuando la virtud y lo que de ella deriva, acordate de correr en busca de las cosas detalladamente y, con su análisis, inclinate a su desprecio; transferí también esto mismo a tu vida entera.
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¡Cómo es el alma que se halla dispuesta, tanto si es preciso ya separarse del cuerpo, o extinguirse, o dispersarse, o permanecer unida! Pero esta disposición, que proceda de una decisión personal, no de una simple oposición, como los Cristianos, sino fruto de una reflexión, de un modo serio y, para que pueda convencer a otro, exenta de teatralidad.
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¿He realizado algo útil a la comunidad? En consecuencia, me he beneficiado. Tené a mano siempre esta máxima, que salga siempre a tu encuentro y nunca la abandonés.
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¿Cuál es tu oficio? Ser bueno. Y ¿cómo se consigue serlo, sino mediante
las reflexiones, unas sobre la naturaleza del conjunto universal, y otras, sobre la constitución peculiar del hombre? -
En primer lugar, fueron escenificadas las tragedias como recuerdo de los acontecimientos humanos, y de que es natural que éstos sucedan así, y también para que no se apesadumbren en la escena mayor con los dramas que los han divertido en la escena. Porque se ve la necesidad de que esto acabe así, y que lo soportan quienes gritan: «¡Oh Citerón!».[1] Y dicen los autores de dramas algunas máximas útiles. Por ejemplo, sobre todo, aquella de: «Si mis hijos y yo hemos sido abandonados por los dioses, también eso tiene su justificación».[2] Y esta otra: «No irritarse con los hechos».[3] Y: «Cosechen la vida como una espiga granada»,[4] y otras tantas máximas semejantes. Y después de la tragedia, se representó la comedia antigua, que contiene una libertad de expresión aleccionadora y nos sugiere, por su propia franqueza, no sin utilidad, evitar la arrogancia. Con vistas a algo parecido, en cierto modo, también Diógenes tomaba esta franqueza. Y después de ésta, considerá por qué fue acogida la Comedia Media, y más tarde, la Nueva, que, en poco tiempo, acabó siendo artificiosa imitación. Que han dicho también estos poetas algunas cosas provechosas, no se ignora. Pero, ¿a qué objetivo apuntó el proyecto total de esta poesía y arte dramático?
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¡Cómo se pone de manifiesto el hecho de que no existe otra situación tan adecuada para filosofar como esa en la que te encontrás ahora!
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Una rama cortada de la rama contigua es imposible que no haya sido cortada también del árbol entero. De igual modo, un hombre, al quedar separado de un hombre, ha quedado excluido de la comunidad entera. En efecto, corta otro la rama: sin embargo, el hombre se separa él mismo de su vecino cuando lo odia y siente aversión. E ignora que se ha cercenado al mismo tiempo de la sociedad entera. Pero al menos existe aquel don de Zeus, que constituyó la comunidad, puesto que nos es posible unirnos de nuevo con el vecino y ser nuevamente una de las partes que ayudan a completar el conjunto universal. Sin embargo, si muchas veces se da tal separación, resulta difícil unir y restablecer la parte separada. En suma, no es igual la rama que, desde el principio, ha germinado y ha seguido respirando con el árbol, que la nuevamente injertada después de haber sido cortada, digan lo que digan los arboricultores. Crecer con el mismo tronco, pero no tener el mismo criterio.
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Los que se oponen a tu andadura según la recta razón, al igual que no podrán desviarte de la práctica saludable, así tampoco te desvíen bruscamente de la benevolencia para con ellos. Por el contrario, mantenete en guardia respecto a ambas cosas por igual: no sólo respecto a un juicio y una ejecutoria equilibrada, sino también respecto a la mansedumbre con los que intentan ponerte dificultades, o de otra manera te molestan. Porque es también signo de debilidad el enojarse con ellos, al igual que el renunciar a actuar y ceder por miedo, pues ambos son igualmente desertores, el que tiembla, y el que se hace extraño a su pariente y amigo por naturaleza.
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Ninguna naturaleza es inferior al arte, porque las artes imitan las naturalezas.[5] Y si así es, la naturaleza más perfecta de todas y la que abarca más estaría a una altura superior a la ingeniosidad artística. Y ciertamente todas las artes hacen lo inferior con vistas a lo superior. Por tanto, también procede así la naturaleza universal, y precisamente aquí nace la justicia y de ésta proceden las demás virtudes. Porque no se conservará la justicia, caso de que discutamos sobre cosas indiferentes, o nos dejemos engañar fácilmente y seamos temerarios o veleidosos.
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Si no vienen a tu encuentro las cosas cuya persecución y huida te turba, sino que, en cierto modo, vos mismo vas en busca de ellas, serénese al menos el juicio que sobre ellas tenés; porque ellas permanecerán tranquilas y no se te verá ni perseguirlas ni evitarlas.
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La esfera del alma es semejante a sí misma, siempre que, ni se extienda en busca de algo exterior, ni se repliegue hacia dentro, ni se disemine, ni se condense, sino que brille con una luz gracias a la cual vea la verdad de todas las cosas y la suya interior.
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¿Me despreciará alguien? Él verá. Yo, por mi parte, estaré a la expectativa para no ser sorprendido haciendo o diciendo algo merecedor de desprecio. ¿Me odiará? Él verá. Pero yo seré benévolo y afable con todo el mundo, e incluso con ese mismo estaré dispuesto a demostrarle lo que menosprecia, sin insolencia, sin tampoco hacer alarde de mi tolerancia, sino sincera y amigablemente como el ilustre Foción,[6] si es que él no lo hacía por alarde. Pues tales sentimientos deben ser profundos y los dioses deben ver a un hombre que no se indigna por nada y que nada lleva a mal. Porque, ¿qué mal te sobrevendrá si hacés ahora lo que es propio de tu naturaleza, y aceptás lo que es oportuno ahora a la naturaleza del conjunto universal, vos, un hombre que aspirás a conseguir por el medio que sea lo que conviene a la comunidad?
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Despreciándose mutuamente, se adulan unos a otros, y queriendo alcanzar la supremacía mutuamente, se ceden el paso unos a otros.
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¡Cuán grosero y falso es el que dice: «He preferido comportarme honradamente con vos»! ¿Qué hacés, hombre? No debe decirse de antemano eso. Ya se pondrá en evidencia. En tu rostro debe quedar grabado. Al punto tu voz emite tal sonido, al instante se refleja en tus ojos, al igual que en la mirada de sus amantes de inmediato todo lo descubre el enamorado. En suma, así debe ser el hombre sencillo y bueno; como el hombre que huele a macho cabrío, a fin de que el que lo encuentra, a la vez que se acerca, lo perciba, tanto si quiere como si no quiere. Pero la afectación de la simplicidad es un arma de doble filo. Nada es más abominable que la amistad del lobo. Por encima de todo evitá eso. El hombre bueno, sencillo y benévolo tiene estas cualidades en los ojos y no se le ocultan.
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Vivir de la manera más hermosa. Esa facultad radica en el alma, caso de que sea indiferente a las cosas indiferentes. Y permanecerá indiferente, siempre que observe cada una de ellas por separado. Y en conjunto, teniendo presente que ninguna nos imprime una opinión acerca de ella, ni tampoco nos sale al encuentro, sino que estas cosas permanecen quietas, y nosotros somos quienes producimos los juicios sobre ellas mismas y, por así decirlo, las grabamos en nosotros mismos, siéndonos posible no grabarlas y también, si lo hicimos inadvertidamente, siéndonos posible borrarlas de inmediato. Porque será poco duradera semejante atención, y a partir de ese momento habrá terminado la vida. Mas, ¿qué tiene de malo que esas cosas sean así? Si, pues, es acorde con la naturaleza, alegrate con ello y sea fácil para vos. Y si es contrario a la naturaleza, indagá qué te corresponde de acuerdo con tu naturaleza y afanate en buscarlo, aunque carezca de fama. Pues toda persona que busca su bien particular tiene disculpa.
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De dónde ha venido cada cosa y de qué elementos está formada, y en qué se transforma, y cómo será, una vez transformada, y cómo ningún mal sufrirá.
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Y en primer lugar, qué relación me vincula a ellos, que hemos nacido los unos para los otros, y yo personalmente he nacido, por otra razón, para ponerme al frente de ellos, como el camero está al frente del rebaño y el toro al frente de la vacada. Y remontate más arriba partiendo de esta consideración: «Si no son los átomos, es la naturaleza la que gobierna el conjunto universal». Si es así, los seres inferiores por causa de los superiores, y éstos, los unos para los otros. Y en segundo lugar, cómo se comportan en la mesa, en la cama y en lo demás. Y sobre todo, qué necesidades tienen procedentes de sus principios, y eso mismo, ¡con qué arrogancia lo cumplen! En tercer lugar, que, si con rectitud hacen esto, no hay que molestarse, pero si no es así, evidentemente lo hacen contra su voluntad y por ignorancia. Porque toda alma se priva contra su voluntad tanto de la verdad[7] como también de comportarse en cada cosa según su valor. Por consiguiente, les pesa oírse llamados injustos, insensatos, ambiciosos y, en una palabra, capaces de faltar al prójimo. En cuarto lugar, que también vos cometés numerosos fallos y sos otro de su estilo. Y, si bien es verdad que te abstenés de ciertas faltas, tenés, sin embargo, una disposición que te induce a cometerlas, aunque por cobardía, orgullo o algún defecto te abstengás de las mismas. En quinto lugar, que tampoco has comprendido enteramente si cometen fallos, porque se producen muchos, incluso por defecto de administración. Y, en suma, es preciso aprender de antemano muchas cosas, para poderse manifestar cabalmente sobre una acción ajena. En sexto lugar, pensá que la vida del hombre es muy corta y dentro de poco todos estaremos enterrados. En séptimo lugar, que no nos molestan sus acciones, porque aquéllas se encuentran en los guías interiores de aquellos, sino nuestras opiniones. Eliminá, pues, y sea tu propósito desprenderte del juicio, como si se tratara de algo terrible, y se acabó el cólera. ¿Cómo conseguirás eliminarlo? Pensando que no es un oprobio. Porque si no fuera el oprobio el único mal, forzoso sería que cometieras numerosos fallos, te convirtieras en bandido y hombre capaz de todo. En octavo lugar, cuántas mayores dificultades nos procuran los actos de cólera y las aflicciones que dependen de tales gentes que aquellas mismas cosas por las que nos encolerizamos y afligimos. En noveno lugar, que la benevolencia sería invencible si fuera noble y no burlona ni hipócrita. Porque, ¿qué te haría el hombre más insolente, si fueras benévolo con él y si, dada la ocasión, lo exhortaras con dulzura y lo aleccionaras apaciblemente en el preciso momento en que trata de hacerte daño? «No, hijo; hemos nacido para otra cosa. No temo que me dañés, sos vos quien te perjudicás, hijo». Y demostrale con delicadeza y enteramente que esto es así, que ni siquiera lo hacen las abejas, ni tampoco ninguno de los animales que ha nacido para vivir en manada. Y debés hacerlo sin ironías ni reproches, sino con cariño y sin exacerbación de ánimo, y no como en la escuela, ni tampoco para que otro que se encuentra a tu lado, te admire. Antes bien, dirigite a él exclusivamente, incluso en el caso de que otros te rodeen. Acordate de estos nueve preceptos capitales como dones recibidos de las musas, y empezá algún día a ser hombre, en tanto vivás. Debés guardarte por igual de encolerizarte con ellos y de adularlos, porque ambos vicios son contrarios a la sociabilidad y comportan daño. Recordá en los momentos de cólera que no es viril irritarse, pero sí lo es la apacibilidad y la serenidad que, al mismo tiempo que es más propia del hombre, es también más viril; y participa éste de vigor, nervios y valentía, no el que se indigna y está descontento. Porque cuanto más familiarizado esté con la impasibilidad, tanto mayor es su fuerza. Y al igual que la aflicción es síntoma de debilidad, así también la ira. Porque en ambos casos están heridos y ceden. Y si querés, tomá también un décimo bien del Musageta:[8] que es propio de locos no admitir que los malvados cometan faltas, porque es una pretensión imposible. Sin embargo, convenir que se comporten así con otras personas y pretender que no falten con vos, es algo absurdo y propio de tirano.
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Principalmente debemos guardamos sin cesar de cuatro desviaciones del guía interior; y cuando las descubrás, debés apartarlas hablando con cada una de ellas en estos términos: «Esta idea no es necesaria, esta es disgregadora de la sociedad, esta otra que vas a manifestar no surge de vos mismo». Porque manifestar lo que no proviene de vos mismo, consideralo entre las cosas más absurdas. Y la cuarta desviación, por la que te reprocharás a vos mismo, consiste en que la parte más divina que se halla en vos, esté sometida e inclinada a la parte menos valiosa y mortal, la de tu cuerpo y sus rudos placeres.
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Tu hálito y todo lo ígneo, en tanto que forman parte de la mezcla, si bien por naturaleza tienden a elevarse, están, sin embargo, sumisos al orden del conjunto universal, reunidos aquí en la mezcla. Y todo lo terrestre y acuoso que se encuentra en vos, a pesar de que tiende hacia abajo, sin embargo, se levanta y mantiene en pie en su posición no natural. Así, pues, también los elementos están sometidos al conjunto universal, una vez se les ha asignado un puesto en algún lugar, y allí permanecen hasta que desde aquel lugar sea indicada de nuevo la señal de disolución. ¿No es terrible, pues, que sólo tu parte intelectiva sea desobediente y se indigne con la posición que se le ha asignado? Y en verdad nada violento se le asigna, sino exclusivamente todo aquello que es para esa parte intelectiva conforme a la naturaleza. Pero no sólo no lo tolera, sino que se encamina a lo contrario. Porque el movimiento que la incita a los actos de injusticia, al desenfreno, a la ira, a la aflicción, no es otra cosa que defección de la naturaleza. También cuando el guía interior está molesto con alguno de los acontecimientos, abandona su puesto, porque ha sido constituido no menos para la piedad y el respeto a los dioses que para la justicia. Porque estas virtudes constituyen y forman la sociabilidad y son más venerables que las acciones justas.
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Quien no tiene un solo e idéntico objetivo en la vida, es imposible que persista durante toda ella único e idéntico. No basta lo dicho, si no añadís eso: ¿Cuál debe ser ese objetivo? Porque, del mismo modo que no es igual la opinión relativa a todas las cosas que parecen, en cierto modo, buenas al vulgo, sino únicamente acerca de algunas, como, por ejemplo, las referentes a la comunidad, así también hay que proponerse como objetivo el bien común y ciudadano. Porque quien encauza todos sus impulsos particulares a ese objetivo, corresponderá con acciones semejantes, y según eso, siempre será el mismo.
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El ratón del monte y el doméstico; su temor y su turbación.[9]
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Sócrates llamaba a las creencias del vulgo «Lamias»,[10] espantajos de niños.
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Los lacedemonios, en sus fiestas, solían colocar los asientos para los extranjeros a la sombra, pero ellos se sentaban en cualquier sitio.
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Sócrates explica a Perdicas que el motivo de no ir a su casa era: «para no perecer de la muerte más desgraciada»,[11] es decir, por temor a no poder corresponder con los mismos favores que le habría dispensado.
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En los escritos de los efesios[12] se encontraba una máxima: «recordar constantemente a cualquiera de los antiguos que haya practicado la virtud».[13]
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Los pitagóricos aconsejaban levantar los ojos al cielo al amanecer, a fin de que recordáramos a los que cumplen siempre según las mismas normas y de igual modo su tarea, y también su orden, su pureza y su desnudez; pues nada envuelve a los astros.
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Cual Sócrates envuelto en una piel, cuando Jantipa tomó su manto y salió. Y lo que dijo Sócrates a sus compañeros ruborizados y que se apartaron, cuando le vieron así vestido.
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En la escritura y en la lectura no iniciarás a otro antes de ser vos iniciado. Esto mismo ocurre mucho más en la vida.
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«Esclavo has nacido, no te pertenece la razón».[14]
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«Mi querido corazón ha sonreído».[15]
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«Censurarán tu virtud profiriendo palabras insultantes».[16]
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«Pretender un higo en invierno es de locos. Tal es el que busca un niño, cuando, todavía, no se le ha dado».[17]
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Al besar a tu hijo, decía Epicteto,[18] debés decirte: «Mañana tal vez muera». «Eso es mal presagio». «Ningún mal presagio, contestó, sino la constatación de un hecho natural, o también es mal presagio haber segado las espigas».
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«Uva verde, uva madura, pasa, todo es cambio, no para el no ser, sino para lo que ahora no es».[19]
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«No se llega a ser bandido por libre designio». La máxima es de Epicteto.[20]
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«Es preciso, dijo,[21] encontrar el arte de asentir, y en el terreno de los instintos, velar por la facultad de la atención, a fin de que con reserva, útiles a la comunidad y acordes con su mérito, se controlen en sus impulsos y no sientan aversión por nada de lo que no depende de nosotros».
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«No trata, en efecto, el debate de un asunto de azar, dijo,[22] sino acerca de estar locos o no».
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Decía Sócrates:[23] «¿Qué quieren? ¿Tener almas de seres racionales o irracionales? De seres racionales. ¿De qué seres racionales? ¿Sanos o malos? Sanos. ¿Por qué, pues, no las buscan? Porque las tenemos. ¿Por qué entonces luchan y disputan?»
Nota del Traductor: Sófocles, Edipo Rey 1.391. ↩︎
N.T.: Eurípides, Antiope, fr. 208 N. ↩︎
N.T.: Fragmento de Eurípides, 287 Nauck. ↩︎
N.T.: Eurípides, Hipsipila, fr. 757 N. ↩︎
N.T.: Recuérdese que todos los preceptistas de poética de la Antigüedad, como Platón y Aristóteles, creyeron en la teoría poética del arte como mimesis de lo natural. ↩︎
N.T.: General y orador ateniense. ↩︎
Nota de Conectorium: Parafraseo de Platón en el Sofista hecha por Epicteto en I 28 y II 22. ↩︎
N.T.: «del conductor de las Musas» (Apolo). ↩︎
N.T.: Alude a la fábula del ratón del campo y el de la ciudad. Cf. Babrio, fáb. 108. ↩︎
N.T.: Monstruos fabulosos femeninos que pasaban por raptores y devoradores de niños. Algo así como «el coco», fantasma con que se mete miedo a los niños. Cf. Epicteto, II 1. ↩︎
N.T.: Se confunde Perdicas con Arquelao, su hijo. Cf. Aristóteles, Retórica II 23. ↩︎
N.T.: «Epicúreos», según conjetura de Gataker, aceptada por Farquharson. ↩︎
N.T.: Epicuro, fragmento 210 Usener. ↩︎
N.T.: Fragmento de un poeta trágico desconocido. ↩︎
N.T.: Homero, Odisea IX 413. ↩︎
N.T.: Verso de Hesíodo, Trabajos 185, remodelado por algún estoico. ↩︎
N.T.: Epicteto, III 24. ↩︎
N.T.: Epicteto, III 86. ↩︎
N.T.: Epicteto, III 87. ↩︎
N.T.: Epicteto, III 22. ↩︎
N.T.: Epicteto, fragmento 27. ↩︎
N.T.: Epicteto, fr. 28. ↩︎
N.T.: Posiblemente de Epicteto o de un diálogo socrático. ↩︎
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