Marco Aurelio: Meditaciones, libro 1
Antes de leer a Marco Aurelio es importante tener en cuenta lo siguiente: el tipo escribió esto mientras era emperador del Imperio Romano (años 161 al 180), y lo escribió para sí mismo. Nunca escribió con la intención de publicar, ni para que otros lo leyeran: sus sesiones de escritura eran, como describe Pierre Hadot, “ejercicios espirituales”. Anotaciones aforísticas que buscaban grabar en la mente del emperador filósofo máximas de espiritualidad, virtud y razonamiento (todo muy estoico), muchas veces mediante la repetición. Por eso vas a encontrar a lo largo de la colección varias ideas repetidas, incluso literalmente.
Lo que ahora leemos bajo el título Meditaciones, nunca tuvo un nombre oficial, y se ha publicado también como Reflexiones, Pensamientos, Máximas, Soliloquios, A sí mismo. La colección la componen 12 libretas, escritas en griego, de las que no tenemos copias originales. Tenemos probables noticias de ellas, o de copias de ellas, en el siglo 3 y 4, pero nada concreto hasta principios del siglo 10, donde un arzobispo de Capadocia decide copiar—o hacer copiar—un manuscrito que tiene en muy mal estado, para poder legarlo a la posteridad. Y muchas gracias por salvar este texto a este señor bizantino, el obispo Aretas de Cesarea.
La obra no ingresa con la fuerza que tiene al interés general literario, más allá del mundo bizantino, sino hasta el siglo 16, cuando apareció una copia de un manuscrito ahora desaparecido. Hoy, el único manuscrito que tenemos está fechado en el siglo 14: el Codex Vaticanus Graecus 1950, una colección que pertenecía a un tal Stefano Gradi, que fue traspasada al Vaticano cuando murió, en 1683, y que tiene algunas partes corruptas que obligan a hacer conjeturas a los traductores y transliteradores. ¿Quién era este Stefano? Un filósofo, científico y político, que fue secretario personal de cardenales y luego jefe de la Biblioteca del Vaticano durante un tiempo.
Sobre la unidad, cohesión y orden de las 12 libretas: no tenemos certeza de las fechas en que se compuso cada una, apenas tenemos pistas mínimas sobre su numeración (que es incluso muy posterior) o separación, y ni siquiera podemos suponer que las originales hayan sido 12 libretas divididas, sino que esto puede ser el trabajo de algún copiador. Los libros 2 al 12 son casi sin duda un cuerpo completo, porque siguen el mismo estilo y aunque toquen temas distintos que parecen desasociados, hay un fino hilo conductor que los une. Estos fueron “redactados en el día a día”—sigo siguiendo el análisis de Hadot—; pero el libro primero, que leemos hoy, tiene toda la pinta de ser un escrito aparte, hecho en un sólo ejercicio, de una sentada quizás, tanto por la forma como por el fondo.
El libro primero es una tira de agradecimientos, y se teoriza, quizá con certeza, de que se escribió casi al final de la vida del emperador, que no debería ser el primero sino el último. Vos analizalo y pensalo, y si podés, leete La Ciudadela Interior de Pierre Hadot para entender mejor—mucho mejor—de qué vienen, cómo leer y cómo interpretar estas meditaciones.
Sobre la traducción: en este capítulo, seguimos la traducción y las notas de Ramón Bach Pellicer (RBP), de 1977.
Autor: Marco Aurelio
Libro: Meditaciones (años 170-180)
Libro 1
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De mi abuelo Vero[1]: el buen carácter y la serenidad.
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De la reputación y memoria legadas por mi progenitor[2]: el carácter discreto y viril.
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De mi madre[3]: el respeto a los dioses, la generosidad y la abstención no sólo de obrar mal, sino incluso de incurrir en semejante pensamiento; más todavía, la frugalidad en el régimen de vida y el alejamiento del modo de vivir propio de los ricos.
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De mi bisabuelo[4]: el no haber frecuentado las escuelas públicas y haberme servido de buenos maestros en casa, y el haber comprendido que, para tales fines, es preciso gastar con largueza.
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De mi preceptor: el no haber sido de la facción de los Verdes ni de los Azules[5], ni partidario de los parinularios ni de los escutarios[6]; el soportar las fatigas y tener pocas necesidades; el trabajo con esfuerzo personal y la abstención de excesivas tareas, y la desfavorable acogida a la calumnia.
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De Diogneto[7]: el evitar inútiles ocupaciones; y la desconfianza en lo que cuentan los que hacen prodigios y hechiceros acerca de encantamientos y conjuración de espíritus, y de otras prácticas semejantes; y el no dedicarme a la cría de codornices ni sentir pasión por esas cosas; el soportar la conversación franca y familiarizarme con la filosofía; y el haber escuchado primero a Baquio, luego a Tandasis y Marciano[8]; haber escrito diálogos en la niñez; y haber deseado el catre cubierto de piel de animal, y todas las demás prácticas vinculadas a la formación helénica.
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De Rústico[9]: el haber concebido la idea de la necesidad de enderezar y cuidar mi carácter; el no haberme desviado a la emulación sofística, ni escribir tratados teóricos ni recitar discursillos de exhortación ni hacerme pasar por persona ascética o filántropo con vistosos alardes; y el haberme apartado de la retórica, de la poética y del refinamiento cortesano. Y el no pasear con la toga[10] por casa ni hacer otras cosas semejantes. También el escribir las cartas de modo sencillo, como aquélla que escribió él mismo desde Sinuesa[11] a mi madre; el estar dispuesto a aceptar con indulgencia la llamada y la reconciliación con los que nos han ofendido y molestado, tan pronto como quieran retractarse; la lectura con precisión, sin contentarme con unas consideraciones globales, y el no dar mi asentimiento con prontitud a los charlatanes; el haber tomado contacto con los Recuerdos de Epicteto, de los que me entregó una copia suya.
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De Apolonio[12]: la libertad de criterio y la decisión firme sin vacilaciones ni recursos fortuitos; no dirigir la mirada a ninguna otra cosa más que a la
razón, ni siquiera por poco tiempo; el ser siempre inalterable, en los agudos dolores, en la pérdida de un hijo, en las enfermedades prolongadas; el haber visto claramente en un modelo vivo que la misma persona puede ser muy rigurosa y al mismo tiempo desenfadada; el no mostrar un carácter irascible en las explicaciones; el haber visto a un hombre que claramente consideraba como la más ínfima de sus cualidades la experiencia y la diligencia en transmitir las explicaciones teóricas; el haber aprendido cómo hay que aceptar los aparentes favores de los amigos, sin dejarse sobornar por ellos ni rechazarlos sin tacto. -
De Sexto[13]: la benevolencia, el ejemplo de una casa gobernada patriarcalmente, el proyecto de vivir conforme a la naturaleza; la dignidad sin afectación; el atender a los amigos con solicitud; la tolerancia con los ignorantes y con los que opinan sin reflexionar; la armonía con todos, de manera que su trato era más agradable que cualquier adulación, y le tenían en aquel preciso momento el máximo respeto; la capacidad de descubrir con método inductivo y ordenado los principios necesarios para la vida; el no haber dado nunca la impresión de cólera ni de ninguna otra pasión, antes bien, el ser el menos afectado por las pasiones y a la vez el que ama más entrañablemente a los hombres; el elogio, sin estridencias; el saber polifacético, sin alardes.
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De Alejandro[14] el gramático: la aversión a criticar; el no reprender con injurias a los que han proferido un barbarismo, solecismo o sonido mal pronunciado, sino proclamar con destreza el término preciso que debía ser pronunciado, en forma de respuesta, o de ratificación o de una consideración en común sobre el tema mismo, no sobre la expresión gramatical, o por medio de cualquier otra sugerencia ocasional y apropiada.
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De Frontón[15]: el haberme detenido a pensar cómo es la envidia, la astucia y la hipocresía propia del tirano, y que, en general, los que entre nosotros son llamados «eupátridas», son, en cierto modo, incapaces de afecto.
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De Alejandro el platónico[16]: el no decir a alguien muchas veces y sin necesidad o escribirle por carta: «Estoy ocupado», y no rechazar de este modo sistemáticamente las obligaciones que imponen las relaciones sociales, pretextando excesivas ocupaciones.
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De Catulo[17]: el no dar poca importancia a la queja de un amigo, aunque casualmente fuera infundada, sino intentar consolidar la relación habitual; el elogio cordial a los maestros, como se recuerda que lo hacían Domicio y Atenódoto; el amor verdadero por los hijos.
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De «mi hermano»[18] Severo[19]: el amor a la familia, a la verdad y la justicia; el haber conocido, gracias a él, a Traseas, Helvidio, Catón, Dión, Bruto; el haber concebido la idea de una constitución basada en la igualdad ante la ley, regida por la equidad y la libertad de expresión igual para todos, y de una realeza que honra y respeta, por encima de todo, la libertad de sus súbditos. De él también: la uniformidad y constante aplicación al servicio de la filosofía; la beneficencia y generosidad constante; el optimismo y la confianza en la amistad de los amigos; ningún disimulo para con los que merecían su censura; el no requerir que sus amigos conjeturaran qué quería o qué no quería, pues estaba claro.
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De Máximo[20]: el dominio de sí mismo y no dejarse arrastrar por nada; el buen ánimo en todas las circunstancias y especialmente en las enfermedades; la moderación de carácter, dulce y a la vez grave; la ejecución sin refunfuñar de las tareas propuestas; la confianza de todos en él, porque sus palabras respondían a sus pensamientos y en sus actuaciones procedía sin mala fe; el no sorprenderse ni arredrarse; en ningún caso precipitación o lentitud, ni impotencia, ni abatimiento, ni risa a carcajadas, seguidas de accesos de ira o de recelo. La beneficencia, el perdón y la sinceridad; el dar la impresión de hombre recto e inflexible más bien que corregido; que nadie se creyera menospreciado por él ni sospechara que se consideraba superior a él; su amabilidad en...[21]
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De mi padre[22]: la mansedumbre y la firmeza serena en las decisiones profundamente examinadas. El no vanagloriarse con los honores aparentes; el amor al trabajo y la perseverancia; el estar dispuesto a escuchar a los que podían hacer una contribución útil a la comunidad. El distribuir sin vacilaciones a cada uno según su mérito. La experiencia para distinguir cuando es necesario un esfuerzo sin desmayo, y cuándo hay que relajarse. El saber poner fin a las relaciones amorosas con los adolescentes. La sociabilidad y el consentir a los amigos que no asistieran siempre a sus comidas y que no le acompañaran necesariamente en sus desplazamientos; antes bien, quienes le habían dejado momentáneamente por alguna necesidad le encontraban siempre igual. El examen minucioso en las deliberaciones y la tenacidad, sin eludir la indagación, satisfecho con las primeras impresiones. El celo por conservar los amigos, sin mostrar nunca disgusto ni loco apasionamiento. La autosuficiencia en todo y la serenidad. La previsión desde lejos y la regulación previa de los detalles más insignificantes sin escenas trágicas. La represión de las aclamaciones y de toda adulación dirigida a su persona. El velar constantemente por las necesidades del Imperio. La administración de los recursos públicos y la tolerancia ante la crítica en cualquiera de estas materias; ningún temor supersticioso respecto a los dioses ni disposición para captar el favor de los hombres mediante agasajos o lisonjas al pueblo; por el contrario, sobriedad en todo y firmeza, ausencia absoluta de gustos vulgares y de deseo innovador. El uso de los bienes que contribuyen a una vida fácil y la Fortuna se los había deparado en abundancia, sin orgullo y a la vez sin pretextos, de manera que los acogía con naturalidad, cuando los tenía, pero no sentía necesidad de ellos, cuando le faltaban. El hecho de que nadie hubiese podido tacharle de sofista, bufón o pedante; por el contrario, era tenido por hombre maduro, completo, inaccesible a la adulación, capaz de estar al frente de los asuntos propios y ajenos. Además, el aprecio por quienes filosofan de verdad, sin ofender a los demás ni dejarse tampoco embaucar por ellos; más todavía, su trato afable y buen humor, pero no en exceso. El cuidado moderado del propio cuerpo, no como quien ama la vida, ni con coquetería ni tampoco negligentemente, sino de manera que, gracias a su cuidado personal, en contadísimas ocasiones tuvo necesidad de asistencia médica, de fármacos o emplastos. Y especialmente, su complacencia, exenta de envidia, en los que poseían alguna facultad, por ejemplo, la facilidad de expresión, el conocimiento de la historia, de las leyes, de las costumbres o de cualquier otra materia; su ahínco en ayudarles para que cada uno consiguiera los honores acordes a su peculiar excelencia; procediendo en todo según las tradiciones ancestrales, pero procurando no hacer ostentación ni siquiera de esto: de velar por dichas tradiciones. Además, no era propicio a desplazarse ni a agitarse fácilmente, sino que gustaba de permanecer en los mismos lugares y ocupaciones. E inmediatamente, después de los agudos dolores de cabeza, rejuvenecido y en plenas facultades, se entregaba a las tareas habituales. El no tener muchos secretos, sino muy pocos, excepcionalmente, y sólo sobre asuntos de Estado. Su sagacidad y mesura en la celebración de fiestas, en la construcción de obras públicas, en las asignaciones y en otras cosas semejantes, es propia de una persona que mira exclusivamente lo que debe hacerse, sin tener en cuenta la aprobación popular a las obras realizadas. Ni baños a destiempo, ni amor a la construcción de casas, ni preocupación por las comidas, ni por las telas, ni por el color de los vestidos, ni por el buen aspecto de sus servidores[23]; el vestido que llevaba procedía de su casa de campo en Lorio[24], y la mayoría de sus enseres, de la que tenía en Lanuvio. ¡Cómo trató al recaudador de impuestos en Túsculo que le hacía reclamaciones! Y todo su carácter era así; no fue ni cruel, ni hosco, ni duro, de manera que jamás se habría podido decir de él: «Ya suda»[25], sino que todo lo había calculado con exactitud, como si le sobrara tiempo, sin turbación, sin desorden, con firmeza, concertadamente. Y encajaría bien en él lo que se recuerda de Sócrates: que era capaz de abstenerse y disfrutar de aquellos bienes, cuya privación debilita a la mayor parte, mientras que su disfrute les hace abandonarse a ellos. Su vigor físico y su resistencia, y la sobriedad en ambos casos son propiedades de un hombre que tiene un alma equilibrada e invencible, como mostró durante la enfermedad que le llevó a la muerte[26].
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De los dioses: el tener buenos abuelos, buenos progenitores, buena hermana, buenos maestros, buenos amigos íntimos, parientes y amigos, casi todos buenos; el no haberme dejado llevar fácilmente nunca a ofender a ninguno de ellos, a pesar de tener una disposición natural idónea para poder hacer algo semejante, si se hubiese presentado la ocasión. Es un favor divino que no se presentara ninguna combinación de circunstancias que me pusiera a prueba; el no haber sido educado largo tiempo junto a la concubina de mi abuelo; el haber conservado la flor de mi juventud y el no haber demostrado antes de tiempo mi virilidad, sino incluso haberlo demorado por algún tiempo; el haber estado sometido a las órdenes de un gobernante, mi padre, que debía arrancar de mí todo orgullo y llevarme a comprender que es posible vivir en palacio sin tener necesidad de guardia personal, de vestidos suntuosos, de candelabros, de estatuas y otras cosas semejantes y de un lujo parecido; sino que es posible ceñirse a un régimen de vida muy próximo al de un simple particular, y no por ello ser más desgraciado o más negligente en el cumplimiento de los deberes que soberanamente nos exige la comunidad. El haberme tocado en suerte un hermano capaz, por su carácter, de incitarme al cuidado de mí mismo y que, a la vez, me alegraba por su respeto y afecto; el no haber tenido hijos subnormales o deformes; el no haber progresado demasiado en la retórica, en la poética y en las demás disciplinas, en las que tal vez me habría detenido, si hubiese percibido que progresaba a buen ritmo. El haberme anticipado a situar a mis educadores en el punto de dignidad que estimaba deseaban, sin demorarlo, con la esperanza de que, puesto que eran todavía jóvenes, lo pondría en práctica más tarde. El haber conocido a Apolonio, Rústico, Máximo. El haberme representado claramente y en muchas ocasiones qué es la vida acorde con la naturaleza, de manera que, en la medida que depende de los dioses, de sus comunicaciones, de sus socorros y de sus inspiraciones, nada impedía ya que viviera de acuerdo con la naturaleza, y si continúo todavía lejos de este ideal, es culpa mía por no observar las sugerencias de los dioses y a duras penas sus enseñanzas; la resistencia de mi cuerpo durante largo tiempo en una vida de estas características; el no haber tocado ni a Benedicta ni a Teódoto, e incluso, más tarde, víctima de pasiones amorosas, haber curado; el no haberme excedido nunca con Rústico, a pesar de las frecuentes disputas, de lo que me habría arrepentido; el hecho de que mi madre, que debía morir joven, viviera, sin embargo, conmigo sus últimos años; el hecho de que cuantas veces quise socorrer a un pobre o necesitado de otra cosa, jamás oí decir que no tenía dinero disponible; el no haber caído yo mismo en una necesidad semejante como para reclamar ayuda ajena; el tener una esposa[27] de tales cualidades: tan obediente, tan cariñosa, tan sencilla; el haber conseguido fácilmente para mis hijos educadores adecuados; el haber recibido, a través de sueños, remedios, sobre todo para no escupir sangre y evitar los mareos, y lo de Gaeta[28], a modo de oráculo; el no haber caído, cuando me aficioné a la filosofía, en manos de un sofista ni haberme entretenido en el análisis de autores o de silogismos ni ocuparme a fondo de los fenómenos celestes. Todo esto «requiere ayudas de los dioses y de la Fortuna».
RBP: M. Anio Vero, abuelo paterno de Marco Aurelio. Desempeñó cargos políticos de singular importancia; fue prefecto de Roma y cónsul en dos ocasiones. Debido a la muerte prematura del padre de Marco Aurelio, éste fue adoptado y educado bajo la tutela de su abuelo y de su madre, Domicia Lucila. ↩︎
RBP: Anio Vero, padre de Marco Aurelio, que murió prematuramente. ↩︎
RBP: Domicia Lucila, hija de Celvisio Tulo; mujer muy culta, excelente helenista. Su norma de conducta influyó decisivamente en la formación de nuestro emperador filósofo. Amaba la vida austera y exenta de lujos, a pesar de su acomodada situación económica. ↩︎
RBP: L. Catilio Severo, su bisabuelo materno. Ocupó también puestos de relieve en la política de la época: gobernador de Siria, dos veces cónsul, prefecto de Roma. Hombre de vasta cultura, relacionado con el círculo de Plinio. Aportó medios económicos para que el joven Marco Aurelio recibiera una educación completa en su domicilio particular. ↩︎
RBP: Mediante estos colores se distinguían las facciones rivales en las competiciones circenses y de gladiadores. ↩︎
RBP: Dos de las cuatro facciones de gladiadores que se diferenciaban entre sí por los diversos tipos de armamento que utilizaban en las competiciones. ↩︎
RBP: Fue Diogneto, al parecer, pintor, filósofo y músico. ↩︎
RBP: Baquio y Tandasis son nombres poco conocidos. En cuanto a Marciano, algunos editores han sustituido este nombre por el del jurista L. Volusio. ↩︎
RBP: Junio Rústico, filósofo estoico; fue, junto con Frontón, uno de los maestros más queridos por Marco Aurelio. Además de ser su asesor personal, le inició en el estudio de la filosofía estoica y le hizo aprender y estimar los Recuerdos de Epicteto. ↩︎
RBP: La toga era entre los romanos la prenda principal exterior que usaban en las ceremonias y sesiones de gala; el vestido propio de la vida ordinaria era la túnica. ↩︎
RMB: Ciudad de la Campania. ↩︎
RBP: Apolonio de Calcis, filósofo estoico. A instancias de Antonino acudió a Roma para instruir a Marco Aurelio. ↩︎
RBP: Sexto de Queronea, filósofo estoico, sobrino del moralista y biógrafo Plutarco. ↩︎
RBP: Alejandro, maestro y preceptor de Marco Aurelio, fue uno de los más insignes gramáticos de su época. Autor de un comentario sobre los poemas homéricos. Arístides escribió el elogio fúnebre de este gramático. ↩︎
RBP: M. Cornelio Frontón, distinguido orador que ejerció notable influencia en el desarrollo de la personalidad de Marco Aurelio. De la correspondencia mantenida entre ambos se concluye que les unía una sincera y profunda amistad. ↩︎
RBP: No coinciden los comentaristas al señalar la identidad de Alejandro el platónico. Se trataría, según Farquharson, de un retórico que habría sido secretario griego de Marco Aurelio. ↩︎
RBP: C. Catulo, filósofo estoico poco conocido. Tampoco poseemos datos relativos a la personalidad de Domicio. Atenódoto fue maestro de Frontón. ↩︎
RBP: «mi hermano», lo excluyen Mosheini y Schultz. De igual modo procede Farquharson en su edición crítica. A. I. Trannoy indica que es sospechoso. ↩︎
RBP: Claudio Severo, filósofo peripatético. Su hijo se casó con Fadila, segunda hija del emperador Marco Aurelio. Trascas, Helvidio, Catón, Dión y Bruto son filósofos estoicos. ↩︎
RBP: Claudio Máximo, filósofo estoico y maestro de Marco Aurelio. Nombrado cónsul por Marco Aurelio, ocupó más tarde los cargos de legado en Panonia y procónsul en África. A él se alude de nuevo en 1 17 junto con Rústico y Apolonio. ↩︎
RBP: Existe en el texto griego una laguna. Farquharson, para salvar el sentido de la frase, sobrentiende: («en la vida de sociedad»). ↩︎
RBP: Antonino Pío, su tío político y padre adoptivo. La norma de conducta de este Emperador dejó profunda huella en Marco Aurelio, su sucesor al frente del Imperio. ↩︎
RBP: Texto con lagunas y corrupto. En la traducción no seguimos la conjetura propuesta por A. I. Trannoy. A nuestro entender, el sentido global del pasaje se capta bien sin necesidad de introducir modificaciones. ↩︎
RBP: Lorio era una pequeña aldea situada al NO. de Roma, en la frontera de Etruria y el Lacio, donde poseía una casa de campo Antonino. Lanuvio, ciudad originaria de Antonino, y Túsculo se encuentran en el Lacio. ↩︎
RBP: Frase proverbial, equivalente al castellano: «¡Está a punto de explotar!» (De cólera o de irritación). ↩︎
RBP: («que le llevó a la muerte») aceptando la conjetura de A. I. Trannoy ad loe. Fraquharson corrige la lectura y traduce: («de Máximo»). ↩︎
RBP: Faustina, hija de Antonino. Sobre su actuación pública y privada se han emitido diversos y contrapuestos juicios. Los historiadores Casio y Capitolino le reprochan su vida disoluta: infidelidad a su marido, participación activa en la conjura de Casio, etc. Sin embargo, Farquharson y la mayor parte de biógrafos modernos no aceptan como dignas de crédito tales acusaciones. ↩︎
RBP: Texto difícil y probablemente corrupto. Sobre la respuesta del oráculo de Gaeta, no conocemos con detalle este episodio. Farquharson entiende que en el texto se da la respuesta del mismo: «hosper chreséi» = «Como tú te portes» («serás»). (Cf. Farquharson, O. C., pág. 19, y t. II, pág. 486). ↩︎
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