Los jesuitas y su aporte a la geografía, con José del Rey Fajardo y Alberto Gutiérrez
Me atrevo a decir que debe la geografía su mayor perfección a los misioneros de la Compañía de Jesús. Sin ellos poco o nada se sabría de la mayor parte del Asia y quedarían inmensos países de la América expuestos a conjeturas de los geógrafos de profesión, como ellos mismos lo reconocen.
José del Rey Fajardo es un sacerdote jesuita con el siguiente currículum: miembro de la Academia Venezolana de la Lengua y la Academia Nacional de la Historia del mismo país; director, decano y vicerrector de la Extensión Táchira de la Universidad Católica Andrés Bello; rector fundador de la Universidad Católica del Táchira; doctor honoris causa por la Pontificia Universidad Javeriana de Bogotá; autor de varios libros sobre los jesuitas en Venezuela.
El también padre jesuita Alberto Gutiérrez Jaramillo, “Guti”: miembro de la Academia Colombiana de Historia y miembro honorario de la Sociedad Bolivariana de Colombia; rector del Colegio Berchmans en Cali; jefe de redacción de la Revista, profesor, decano y vicerrector de la Universidad Javeriana; consultor y profesor de la Universidad Gregoriana en Roma; historiador de la Iglesia y de la Compañía de Jesús, a las que conectó con Simón Bolívar, también fue músico.
Estas dos eminencias contemporáneas del otrora Nuevo Reino de Granada hicieron de editores, compiladores y comentadores de la publicación, en 2015, de las Cartas Anuas de la Provincia del Nuevo Reino de Granada, a cargo de la Pontificia Universidad Javeriana. Estas cartas más o menos anuales que enviaban los jesuitas a la sede central de la Compañía en Roma son una guía de gran riqueza, diría que incomparable, para toda alma curiosa que quiera entender la historia americana después de la llegada de los conquistadores españoles y antes de las guerras de independencia. Pero los jesuitas, que hasta hoy se las dan de eruditos e historiadores —y de historiadores eruditos—, también hicieron de geógrafos.
Resulta que fue un jesuita “el primer europeo en llegar a las fuentes del río Nilo” —“confieso que me alegré de ver lo que tanto desearon ver el rey Ciro, su hijo Cambises, el gran Alejandro y el famoso Julio César”, escribió—; luego hubo otro jesuita que vino a “a probar que las tierras de “Catay” y China eran lo mismo”.
Dejemos que esto nos lo cuenten estos dos miembros de la Societas Iesu en la introducción al primer tomo de esta colección, que agrupa las cartas de 1604 a 1621. Dejo fuera todas las notas académicas al pie de página para mantener corta la lectura.
Como nota extra, para que comparemos los números menos de un siglo después, algo que anotan los autores en la sección anterior a la que leemos:
“El 31 de julio de 1556 fallecía en Roma el Padre Maestro Ignacio [de Loyola, fundador de la Compañía de Jesús], vasco de voluntad libre, cabeza clara, espíritu firme, salud quebradiza, trabajador incansable, lúcido hasta en el refinamiento de la simpatía, en fin, alma endiosada, visionario de utopías y arquitecto de una organización planetaria... tenía 65 años y había fundado la Compañía de Jesús 16 años antes. Como legado dejaba 938 miembros, un centenar de residencias y casi 50 colegios distribuidos en tres mundos: Europa, Asia y América”.
46 años después: “8272 miembros y 236 colegios distribuidos por Europa, Asia, África y América.”
Autores: José del Rey Fajardo S.J. y Alberto Gutiérrez S.J.
Libro: Cartas Anuas de la Provincia del Nuevo Reino de Granada (2015)
Introducción: La visión del Nuevo Reino de Granada a través de las Cartas Anuas
Sección: La Compañía de Jesús neogranadina en el siglo XVII
En 1600 habían ya elaborado los jesuitas su carta de navegar, tanto en los mundos de la ciencia y la cultura como en el de la aculturación religiosa de los nuevos mundos, pues contaban con 8272 miembros y 236 colegios distribuidos por Europa, Asia, África y América.
Para esas fechas los seguidores de Ignacio de Loyola habían levantado visiones geográficas en América desde los Grandes Lagos hasta Chile y Paraguay; en África desde Etiopía hasta Madagascar y en Asia desde la India hasta China y Japón.
En una panorámica de altura, podríamos señalar a Pedro Páez (1564-1622) como el primer europeo en llegar a las fuentes del río Nilo (1618) y una década después Jerónimo Lobo (1595-1678) dejaría para la posteridad la descripción del Nilo Azul. Y en Madagascar y Mozambique hay que reseñar a Luis Mariana (1582-1634).
Para algunos historiadores el más extraordinario de los exploradores jesuitas fue el H. Benito de Goes (1562-1607), quien para buscar unas comunidades siro-nestorianas [doctrina cristiana y sus comunidades en Siria] salió de Agra [en la India, capital del Imperio Mogol hasta 1658; allí se construye el Taj Mahal en 1631] en 1602 y tras atravesar Afganistán y por la ruta de la seda llegó a Catay en diciembre de 1605. Y sus viajes vinieron a probar que las tierras de “Catay” y China eran lo mismo. El H. Gaspar Gómez (1552-1622) fue uno de los primeros exploradores de las islas Malucas en 1592 [hoy islas Molucas, Indonesia]. Y Antonio Andrade (1580-1634) visitó dos veces el Tibet, en 1625 y en 1626-1629, y así lo dio a conocer en su libro Novo descobrimento do Gram Cathayo ou reinos do Tibet (1626). Y así podríamos seguir con la brillante página de China.
La literatura histórica americana reconoce que la república cristiana del Paraguay fue “una de las empresas más audaces de la historia de las sociedades, de las culturas y de las creencias” y pronto se convirtió en el ámbito de las visiones filosóficas e históricas occidentales en el mito jesuítico-guaraní.
La reinvención del paisaje y del espacio de la República guaranítica en medio de la selva, dominada por un pensamiento de orden basado en la metáfora de Dios y concretizada en una ciudad civilizadora y racional, se erige en el arquetipo simbólico de todos los misioneros que laboraban en la América hispana.
En verdad, la Compañía de Jesús americana se impuso un ritmo histórico tan apremiante en las primeras décadas del XVII que se puede afirmar con Esteve Barba que, de facto, a cargo de los jesuitas correrá la ciencia geográfica de la época desde California hasta la Argentina o los valles de Chile. Y en 1753 el P. Diego Davin, traductor de la edición española de las Cartas edificantes y curiosas, escribía:
“Me atrevo a decir que debe la geografía su mayor perfección a los misioneros de la Compañía de Jesús. Sin ellos poco o nada se sabría de la mayor parte del Asia y quedarían inmensos países de la América expuestos a conjeturas de los geógrafos de profesión, como ellos mismos lo reconocen o confiesan”.
Estas realidades llevan a Manuel Aguirre Elorriaga a afirmar que la “historia de los grandes ríos americanos está vinculada de modo singular, y por extraña y persistente coincidencia, a grandes misioneros, escritores y descubridores jesuitas”, estableciendo una simetría histórica entre los caminos acuáticos de la geografía americana y la presencia de miembros de la Compañía de Jesús que supieron legar a la posteridad la biografía de las grandes arterias de los mundos descubiertos por Colón.
En el caso del Nuevo Reino de Granada debemos hacer referencia a los ríos Amazonas, Orinoco, Magdalena y Guarapiche.
La bibliografía sobre el Amazonas se extiende desde el P. Cristóbal de Acuña (1598-1670) y Manuel Rodríguez (1628-1684), pasando por el P. Samuel Fritz (1651-1725) y Pablo Maroni (1695-1757), hasta el P. José Chantre y Herrera (1738-1801).
El Orinoco tendría dos cultores: José Gumilla y Felipe Salvador Gilij. El Guarapiche encontraría en Pierre Pelleprat su primer cultor y el Magdalena lo hallaría en el catedrático javeriano Antonio Julián con su Historia geográfica, natural, político-cristiana del río Grande Magdalena, que demarcó todos los ríos que en él entran, las provincias de donde vienen y las riquezas que acreditan el Nuevo Reino de Granada, el más opulento y rico de las Américas.
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