La rusa vikinga, con Rudolf Pörtner
Autor: Rudolf Pörtner
Libro: La Saga de los Vikings (1971)
Capítulo 3: El Zarpazo a Europa
Los vikingos desde el Atlántico al Volga
El imperio oriental de los vikingos, cuna de la Rusia cristiana.
Mientras tanto, los vikingos también se habían servido de otro camino para penetrar en el Mediterráneo: desde Suecia, a través del lago Ladoga y los grandes ríos rusos, llegaban por el mar Negro hasta Bizancio, que ellos llamaban Miklagard, la gran-ciudad.
Según parece, este movimiento Norte-Sur ya se había iniciado siglos antes de la “era de los vikingos”. Tesoros hallados en Helgö y Gotland muestran que ya en el siglo VII existían contactos comerciales entre Suecia y los países del mar Caspio y del océano Indico, y del siglo VIII aparecen huellas de una colonización sistemática de las costas bálticas. Los “hombres del Norte” ocuparon primero la franja oriental del mar Báltico con pequeñas aunque fortificadas plazas comerciales y desde allí extendieron paulatinamente sus posiciones por las ensenadas del mar de Finlandia hasta la orilla sur del lago Ladoga.
Se establecieron en el territorio del actual Ladoga viejo, donde descargaban en embarcaciones más pequeñas las mercancías contenidas en los barcos dragones que eran capaces de navegar por el mar.
Sin preocuparse de los peligros que les amenazaban en las tierras vírgenes rusas, ni tampoco de la resistencia de las tribus eslavas, se dirigieron desde el Ladoga (adonde llegaron aproximadamente a mediados del siglo IX) a los ríos rusos para adentrarse por el país, y pasando por el Voljov se dirigieron a las fuentes del Volga y desde allí hasta Bolgar, el gran puerto comercial en la confluencia del Volga y del Kama, punto final de la extensa ruta de la seda del lejano Oriente y estación de tránsito hasta los países del califato.
Aunque históricamente resultó más importante que, utilizando asimismo el Voljov, encontrasen el camino hacia el Dniéper. Siguiendo el río, llegaron en 864 a Kiev, donde edificaron una especie de avanzada para los territorios que les interesaban. En el siglo X, el asentamiento fortificado se convirtió en centro del poderoso imperio de Kiev, que se extendía desde el mar del Norte hasta el mar Negro, a través de toda la Rusia occidental. En este imperio ocurrió en 987 un hecho importante: el rey Vladimiro (El Santo) consintió en bautizarse. A partir de esta fecha el país quedó abierto a los monjes misioneros grecobizantinos.
Un hito de categoría histórica mundial: el nombre de los guerreros nórdicos que en las fuentes literarias de la época aparecen casi siempre como Rus o Ruse, pasó a los vencidos; Kiev se convirtió en la “madre de las ciudades rusas”; el imperio oriental de los vikingos, en la cuna de la Rusia cristiana.
Rurik y la Crónica de Néstor.
Pero las investigaciones más recientes formulan a este respecto algunas dudas. El derecho de primogenitura vikingo no deja de ser discutible. El panorama de aquella época y de aquellos territorios no está suficientemente iluminado por testimonios escritos o arqueológicos; existen amplias zonas que permanecen en la más profunda oscuridad. A estas dudas se mezclan disputas ideológicas. A la Rusia actual le disgusta que se considere a los conquistadores suecos como los fundadores del estado de Kiev. Por su parte, la historiografía nórdica se empeña en atribuir a sus antepasados la fundación del imperio de los rusos, sin necesidad de más investigaciones.
La afirmación de que los vikingos suecos no sólo dominaron toda la Rusia occidental, por lo menos hasta el territorio del río Dniéper, sino que además lo colonizaron, se apoya esencialmente en una Crónica de Néstor nacida en un monasterio de cuevas de Kiev y cuya más antigua redacción conocida data del siglo XIV. Según ella (rebatida fundamentalmente por la investigación soviética), en aquel entonces las tribus eslavas carecían de derecho y el orden era inexistente. Las estirpes se combatían entre sí, todos luchaban contra todos. Para poner fin a esa lamentable situación, decidieron buscar un príncipe que los gobernase y rigiese.
“Así, pues, fueron por mar a los varegos—otro nombre de los rusos—y les hablaron: «Nuestro país es grande y rico, pero impera el desorden. Venid para mandarnos y gobernad sobre nosotros.» Y fueron elegidos tres hermanos con toda su parentela y se llevaron con ellos a todos los rus y vinieron. Rurik, el mayor, se estableció en Novgorod; el segundo, Sineus, en Beloozero; el tercero, Truvor, en Izborsk.”
Una bonita historia, como reconoce incluso el sueco Oxens, tierna, un cuento “demasiado hermoso para ser cierto” y que es el mismo que en muchos otros países y con distintas variantes se suele contar. Sin embargo se acepta sin reparos, no en último lugar, por los exegetas de la sangre nórdica. Según ella, el Este habría sido un imperio sin fronteras y sin horizontes, incapaz de gobernarse a sí mismo y de crear un orden estatal, por lo que tuvieron que venir “hombres del Norte” para roturar aquellas tierras vírgenes y disciplinar a sus habitantes.
La objeción de más peso estriba en que la filología no ha podido aclarar la procedencia del nombre de ruso, ni la arqueología ha conseguido dar una respuesta satisfactoria a la pregunta sobre la participación de los suecos en el nacimiento del estado de Kiev. De este fallo es en parte responsable la arqueología soviética, ya que sólo publica las “imágenes aceptables”, esto es, las que se acomodan a los deseos oficiales.
Pero con cierta seguridad cabe afirmar que el estamento superior ruso-varego procedente de Suecia estableció firmemente su poderío en el territorio del Dniéper en el curso del siglo IX y desde allí por toda Ucrania hasta el mar Negro. Sin embargo, hay que efectuar a este cuadro dos correcciones; primera: estos señores suecos se asimilaron a la Rusia de Occidente con la misma rapidez que los guerreros daneses en Normandía unieron su destino al de los sometidos; aunque fortalecidos por contingentes de la patria, todavía en las crónicas del siglo XI siguen apareciendo como el estamento superior extranjero. Segunda: hubo más comercio que lucha, el intercambio de mercancías era mayor que las acciones bélicas; el fresco de las campañas de los vikingos en la Europa occidental sólo puede trasladarse de un modo muy condicionado a la Europa oriental.