Kepa Bilbao, Tucídides y Las Guerras del Peloponeso
Esta es la segunda de dos entregas sobre Tucídides y la guerra. No diré nada sobre Tucídides; quien lo hará será Kepa Bilbao Ariztimuño, autor, ensayista y profesor nacido en Vizcaya en 1952, a quien ya tuvimos la suerte de leer antes hablando sobre Maquiavelo y el arte de la guerra. Esta vez traemos una sección de su nuevo libro, Repensar la guerra, publicado en octubre de 2024 por la editorial Catarata (podés conseguirlo en Amazon, aquí).
Yo, hijo de mi tiempo, me limitaré al deporte más común de nuestros tiempos: armar polémica donde no hay necesidad.
Resulta que, para que nada quede lost in translation, algunos pecamos en nuestras traducciones de literalismo. Me falta fluidez cuando intento usar las mismas palabras que usó el autor original porque suelo pensar que puedo descifrar su carácter o que eligió esas palabras deliberadamente, ya sea por contexto o por juegos en el futuro del texto. Literalmente, me afecta el FOMO (fear of missing out).
A veces, eso sí, las traducciones de algunas palabras sí deben ser literales. Pienso ahora mismo en la traducción del ensayo de Simone Weil, Reflexiones sobre la revuelta. El traductor, Aníbal Díaz, deja una nota que dice: “Es decisivo traducir «révolte» por «revuelta», pues cuando Weil quiere hablar de «revolución» utiliza la voz «révolution».”
Pero una palabra en un idioma no significa necesariamente lo mismo en otro idioma, aunque se escriba igual. «Actual» en inglés no significa ni «contemporáneo» ni «presente». Y pensá en la palabra «antisocial», que en español, como muchas palabras en todos los idiomas, significa diferentes cosas dependiendo del contexto. En el ensayo de Weil, por ejemplo, leemos que “es la moral la que decide principalmente la suerte de la guerra”. Quien lea la frase suelta puede interpretar «moral» como «ética», y estar en desacuerdo con la autora, porque no es la ética lo que decide la suerte de una guerra; pero en la traducción, «moral» significa «estado de ánimo», y eso sí puede definir la suerte de una guerra, un partido, o cualquier otra situación de la vida. Otras palabras pueden significar algo totalmente contrario a lo de antaño. «Formidable», a finales del siglo 18, significaba «horroroso, pavoroso, y que infunde asombro y miedo»; hoy, una actuación formidable provoca aplausos de pie.
Pero divago. Te decía que pensés en la palabra «antisocial», que implica que el acusado de serlo es «inadaptado». Pero en la jerga de generaciones más jóvenes, quizás por influencia del pop culture del inglés, el significado de «antisocial» es cada vez más literal y sería mejor traducirlo como «poco sociable», aunque eso provoque que pierda un poco el sabor original. «It's missing something», dirían en inglés, «le falta algo». Si le falta ella se podría decir «he's missing her», «él la hecha en falta»; actually, como en Sudamérica eso suena medio raro, es más común traducir «él la extraña». Porque sin «él» en el contexto, sólo «la extraña» puede ser entendido, sobre todo por un extranjero, como «la desconocida». «I missed it», podría decir el gringo sobre el contexto, así como por cualquier cosa que se le haya escapado, así como por cualquier cosa que extrañó, así como por algún evento al que no llegó: «me lo perdí». «Lo perdí», en cambio, es «I lost it», que ya no es el estado purgatorio del missing, sino que es definitivo. «Me perdí» es «I got lost». Esperá, ¿dónde estábamos? Ah, sí, en La guerra del Peloponeso, disculpá. He pasado varios meses sin hacer estos ejercicios que I'm missing practice, but damn, I missed it.
Volvamos a la polémica. Escribe Tucídides: “ὁ δὲ πόλεμος ὑφελὼν τὴν εὐπορίαν τοῦ καθ᾽ ἡμέραν βίαιος διδάσκαλος”. En su traducción al español (que leímos en la anterior entrega), Francisco Rodríguez dice: “en tanto que la guerra, al suprimir la facilidad de la vida cotidiana, es un duro maestro”; otros autores la llaman “maestra violenta”. Oscar Wilde, en lo que parece ser una traducción suya, la llama “a hard taskmaster” en The Rise of Historical Criticism; Lourdes Pascual, en su traducción de este ensayo, retraduce “duro capataz”. En otras traducciones al inglés podemos encontrar “rough master” y “a most violent master”. Y creo que todos podemos estar de acuerdo que un duro maestro no es lo mismo que un maestro violento. Nadie quiere lo segundo, pero uno puede llegar a tener cariño por el primero. La polémica está en cómo traducir “βίαιος διδάσκαλος”: ¿qué quiso decir Tucídides, y hace 2400 años?
«Polémica» viene del griego «polemikós», πολεμικός, que quiere decir «relativo a la guerra», o, in a bit of a stretch, pero dentro del mismo contexto, «arte de la guerra». Tiene su origen en el griego «pólemos», πόλεμος, que en todas las traducciones susodichas vemos traducido como «guerra». Kepa Bilbao escribe, en una nota al pie del extracto que leemos a continuación:
“La distinción en la filosofía y la cultura griega entre pólemos y agón refleja una comprensión profunda de los diferentes tipos de conflicto y su papel en la vida humana y la sociedad. Mientras que el agón es el conflicto que respeta al adversario, abarca desde las competiciones atléticas hasta los debates filosóficos y las disputas políticas y se asocia con la competencia saludable y el progreso, lo que hoy llamaríamos competencia virtuosa, el pólemos se refiere a la guerra entre Estados o facciones dentro de una sociedad y se asocia con la violencia y la destrucción, implicando la aniquilación del oponente.”
Hoy, toda discusión política ha dejado de ser agón, ha dejado de ser saludable y virtuosa, y ha pasado a ser polémica. No se busca el progreso, sino el dominio y la destrucción del adversario. No hay que ser Nostradamus para imaginar el futuro de un presente en el que las elecciones son una búsqueda de aplastar al otro y quitarle todos los espacios. «Causa y efecto», diría Tucídides, y lo que tenemos es una espiral hacia el totalitarismo, hacia una revolución de los oprimidos que quieren oprimir a sus opresores, hacia una sociedad de antisociales. Facciones que quieren dominar a otras facciones, y la probabilidad de una guerra civil, de esas que supo retratar Tucídides hace casi dos milenios y medio con una descripción que sigue siendo actual y lo seguirá siendo mientras la naturaleza humana no cambie. O, para Simone Weil, mientras no cambie el sistema de partidos políticos, donde cada partido busca copar todos los asientos y no dejar espacios para opositores ni para el debate. Pero esto es debate, o polémica, para otra ocasión.
A propósito de Weil y sus Reflexiones sobre la revuelta, escrito en una Francia dominada por los nazis, la escritora habla de los riesgos de una guerra civil luego de la liberación que algún día llegaría, y supo ver, con demasiada claridad, que si esa liberación se hacía financiada con dólares estadounidenses, Europa quedaría sumida en un “semivasallaje económico respecto de Estados Unidos”, lo que sería “una servidumbre menos visible, pero casi igual de denigrante” que la ocupación del ejército alemán. Su solución era que se cree una “sólida fraternidad de armas entre Inglaterra y el continente” europeo. A día de hoy, en febrero de 2025, con una guerra de por medio, Estados Unidos y Europa no están de acuerdo en nada excepto en que ese semivasallaje se tiene que acabar. Y los europeos parecen ponerse de acuerdo entre sí en que, finalmente, necesitan esa sólida fraternidad de armas. Esto, que parece un llamado a la violencia, es un baño de realismo.
Volvemos a Kepa Bilbao, quien escribió un artículo sobre Simone Weil y la tiranía de los partidos, el cual, cosas de la vida que me pasan muy seguido jugando este juego, juro que descubrí después de escribir las líneas de arriba, mientras buscaba en la web del autor una foto para acompañar este texto. Pasa que estoy leyendo a Weil justo ahora, y no pude evitar las conexiones. Quizás algunas cosas, como algunas guerras, son inevitables. Volvamos al libro de Bilbao, que lleva por apellido Tradición moral, realismo bélico y pacifismo jurídico. En la primera entrega ya habíamos tenido un poco del realismo en tiempos de guerra de Tucídides, y profundizaremos en ello hoy. Muchas gracias a Kepa por la gentileza de dejarnos reproducir aquí su texto, que no tiene desperdicio. A continuación, Tucídides y Las Guerras del Peloponeso, y una yapa (en Sudamérica: «añadidura que se da como propina o regalo»).
Libro: Repensar la guerra
> Capítulo 6
>> Subcapítulo: La guerra en la antigüedad clásica
>>> Sección: Tucídides y la Historia de la guerra del Peloponeso
Publicado en octubre de 2024
El conocimiento de la práctica bélica griega antes de las Guerras Médicas (490, 480-478 a.C.) es esquemático. En cambio, a partir de los siglos V y IV a.C. está bien documentada en las grandes historias de Heródoto, Tucídides y Jenofonte. Y si las invasiones persas aparecen como algo trascendental, diferente a cualquier otra experiencia griega de los dos siglos anteriores, ello se debe, por ejemplo, a la historia de Heródoto. La literatura griega hasta los días de Tucídides no contiene ningún tratamiento teórico sistemático de la guerra, incluso los filósofos e historiadores no pensaron en plantear la pregunta directamente. Desde al menos el siglo VI hasta el siglo IV a.C., al decir de los estudiosos, los escritores consideraban la guerra como parte de la naturaleza, tan inevitable como el clima, no mala en sí misma, incluso posiblemente buena como proceso creativo y, en cualquier caso, un elemento fijo de la experiencia humana.
El general ateniense Tucídides, conocido por su obra Historia de la guerra del Peloponeso, aunque analizó las causas y el desarrollo de la guerra, no proporcionó un marco ético para evaluar la justicia de la guerra en sí misma. Es considerado el primer historiador debido a que abandona la recurrencia a lo divino como explicación de los acontecimientos históricos y fundamenta su interpretación en el análisis de los intereses políticos, económicos y bélicos contrapuestos de los diferentes grupos de poder, basando su relato en la propia observación y en los testimonios. En su obra relata las contiendas libradas entre dos poderosas alianzas, la liga de Delos y la liga del Peloponeso, es decir, Atenas y Esparta, las dos ciudades más importantes de la Antigua Grecia, en una guerra de 27 años por la supremacía. Guerras que estuvieron marcadas por el pólemos1 el afán hegemónico de dominación y la ruptura de los límites del actuar guerrero entre griegos: destrucción de templos y ciudades con sus habitantes y cosechas.
Tucídides describió la guerra como la historia de la decadencia moral de Atenas. Se suele citar, como un exponente de ello, a la vez que de la prerrogativa de la fuerza a la que recurre la democrática Atenas, el fragmento literario conocido como “el diálogo de los melios”, el cual tuvo lugar el verano del año 416, el décimosexto de iniciada la guerra, entre los generales atenienses y los nobles de la isla de Melos, una de las pocas ciudades que había optado por la neutralidad durante la guerra2. La recreación de dicho diálogo constituye uno de los pasajes más importantes y famosos de la obra de Tucídides, puesto que los embajadores de Atenas exponen de manera cruda los principios del imperialismo que los regía, llegando a sostener que para un imperio tiene mayor valor contar con enemigos que lo teman que con amigos neutrales. Los melios se negaron a aceptar la alianza con los atenienses e insistieron en que se respetara su libertad. Esperaban aún la posibilidad, por pequeña que fuese, de poder ganar contando con que los dioses les fuesen favorables, pero los atenienses se burlaban replicando que esos argumentos emocionales de poco les iban a servir ante un orden de cosas donde, “el fuerte vence al débil”. Los melios argumentan que una invasión alarmará a los otros Estados griegos neutrales, que se volverán hostiles a Atenas por temor a ser invadidos ellos mismos y los dominarían, pero los atenienses se muestran seguros porque los estados griegos en el continente son poco proclives a actuar de esta manera y el resto ya ha sido sometido. Los atenienses rechazaron este argumento respondiendo con la famosa réplica, que le valió a Tucídides el título de ser considerado el primer “realista” en teoría política sobre la naturaleza de la guerra: “Ustedes saben tan bien como nosotros que el derecho solo se discute entre quienes tienen el mismo poder, mientras que el fuerte hace lo que puede y el débil sufre lo que debe”. El resultado del diálogo fue que los melios se mantuvieron firmes y dignos y cuando pasó el verano y llegó el siguiente invierno, tras un duro asedio, la isla fue ocupada a sangre y fuego. Una vez entraron los atenienses se entregaron a una matanza sin precedentes: mataron a todos los hombres jóvenes que cogieron y vendieron como esclavos a las mujeres y a los niños.
Como predijeron los melienses, las injusticias de las acciones atenienses en Melos impulsaron a otros Estados a aliarse contra ellos. El general Alcibíades que había estado al frente de la expedición a Melos, invadió seguidamente Sicilia con la intención de colonizarla. La expedición fue un desastre y fue completamente destruida. En sucesivas derrotas frente a la ciudad siciliana de Siracusa (415- 413 a.C.) perdieron todo un cuerpo expedicionario de cuarenta mil hombres3. Así termina Tucídides su relato sobre esta nueva invasión: “Los atenienses fueron derrotados en todos los campos, sufrieron sobremanera; fueron vencidos en toda regla: su flota, su ejército, todo fue aniquilado, y muy pocos hombres lograron regresar a sus hogares”.
Tucídides interpreta que Esparta, potencia hegemónica del momento, no soportó el ascenso de Atenas que comienza en el año 479 a. C. y, en consecuencia, hizo la guerra para detenerla, con el inicio de la guerra del Peloponeso en el año 431 a. C., la más larga y cruel de las habidas entre los griegos, que concluirían con el triunfo de Esparta en el año 404 a. C. y la instauración en Atenas de una oligarquía al servicio de Esparta, denominada el Gobierno de los Treinta Tiranos. Desde entonces la expresión “la trampa de Tucídides” se ha venido utilizando para explicar el recurso a la guerra de las potencias en declive frente a las potencias en ascenso.
La guerra del Peloponeso significaría el final de las limitaciones y restricciones a la guerra, de las normas proclamadas y costumbres practicadas durante los siglos precedentes, así como la exigencia de que la guerra fuera justificada, que se atuviese a una serie de reglas, como respetar a los heraldos (mensajeros que llevaban órdenes de los monarcas), los santuarios y el entierro de los muertos después de una batalla, entre los rasgos más importantes. Hay que decir que eran de aplicación a los conflictos entre las ciudades-Estado helénicas y no a las guerras externas contra los “pueblos bárbaros” como Persia. Las costumbres de guerra griegas habían sido elaboradas para satisfacer el interés común de las ciudades-Estado en la protección de la sociedad helénica; su deterioro fue muy perjudicial para la civilización griega.
Platón y Aristóteles trataron temas éticos y políticos en sus obras, pero no desarrollaron una teoría de la guerra justa de manera explícita. Por otro lado, unas décadas antes a las obras de ambos y de Tucídides, en la versión oriental de la guerra, destaca Sun Tzu que escribirá uno de los tratados estratégicos más importantes de la literatura bélica: El arte de la Guerra. Sus discípulos más reconocidos serán Sun Bin (considerado continuador del Arte de la Guerra), Võ Nguyên Giáp y Mao Tse-Tung. Las ideas de Sun Tzu se extendieron por el resto de Asia hasta llegar a Japón. El principal libro japonés sobre el tema, El libro de los cinco anillos, está influido por la filosofía de Sun Tzu, ya que su autor, Miyamoto Mushashi, estudió El arte de la guerra durante su formación como samurai.
1 La distinción en la filosofía y la cultura griega entrepólemos y agón refleja una comprensión profunda de los diferentes tipos de conflicto y su papel en la vida humana y la sociedad. Mientras que el agón es el conflicto que respeta al adversario, abarca desde las competiciones atléticas hasta los debates filosóficos y las disputas políticas y se asocia con la competencia saludable y el progreso, lo que hoy llamaríamos competencia virtuosa, el pólemos se refiere a la guerra entre Estados o facciones dentro de una sociedad y se asocia con la violencia y la destrucción, implicando la aniquilación del oponente.
2 Véase Tucídides, Historia de la guerra del Peloponeso, Orbis, Barcelona, 1986, libro V, cap. XI, pp. 320-326.
3 Ibidem, cap. VI, pp.327 y ss.
El realismo bélico o realpolitik afirma que la moral no ha lugar en las relaciones internacionales y que razonar en términos éticos carece de sentido. La moral es un idealismo en el sentido peyorativo de la palabra cuya intromisión en la política es algo perturbador; no solo limita los márgenes de la acción política, también genera choques continuos y pone en peligro la estabilidad externa.
El realismo, en general, considera que entre Estados independientes reina la anarquía y el conflicto, o la amenaza de este, de manera constante y natural, por lo que el principio que rige la política internacional es el estado de guerra. Así, el realismo sostiene una visión escéptica hacia cualquier idea tendente a pacificar de manera definitiva la comunidad internacional, ya que trata de reprimir la misma naturaleza del ser humano.
Para los realistas la guerra es fundamentalmente una cuestión de poder, de interés, de necesidad y de supervivencia. Consideran un error evaluar la guerra desde la ética y, por tanto, justificarla desde el punto de vista de su justicia cuando no condenarla en nombre de aquella. La ética es superada por la política cuando se trata de analizar las relaciones internacionales. Desde esta perspectiva, no se pueden aplicar principios éticos a problemas políticos entre Estados.
El realismo es una corriente que enfatiza la importancia de los hechos y el poder en la política, en lugar de los ideales y los principios normativos. Hay distintas versiones del realismo. Puesto que dicha corriente se basa en el principio de realidad, las construcciones del realismo podrán ser tantas como significados concretos se le atribuyan a ese principio. El concepto resulta tan ambiguo en su aplicación a la política como lo es aplicado a la filosofía, al derecho o a cualquier otra disciplina, donde el término ha proliferado en infinidad de acepciones. El realismo clásico presenta tantos matices que no pueden ser recogidos aquí. Teniendo en cuenta esto, me limitaré a señalar algunos de sus rasgos más comunes y generales. Se suele citar como uno de los primeros referentes de la corriente realista a Tucídides. El famoso “diálogo de los melios”, anteriormente comentado, es reconocido como la mejor expresión literaria del realismo. También es habitual citar entre los realistas a autores como Maquiavelo y Hobbes, para quienes la guerra no es un mundo en el que todo cabe sino, más bien, una realidad que no puede ser eliminada únicamente mediante el derecho o la ética clásica. El derecho de guerra se define en términos del poder o de la soberanía.