Kepa Bilbao: Maquiavelo y el arte de la guerra (featuring Sun Tzu)

La obra de Maquiavelo está impregnada del momento histórico que viven la república florentina y la Italia de su época. De ahí la importancia que adquieren las milicias propias y esa recomendación que hace al príncipe: dominar lo que él también llamó, a la manera de Sun Tzu, el arte de la guerra.

Kepa Bilbao: Maquiavelo y el arte de la guerra (featuring Sun Tzu)
Contexto Condensado

Avanzamos, como lo venimos haciendo los lunes, con nuestro menjunje maquiavélico. El capítulo de hoy, el tercero de la serie, es una cortesía que agradecemos al profesor y escritor Kepa Bilbao Ariztimuño, que nos autorizó la republicación de este extracto de su libro Ética y Política: en Maquiavelo, Weber y Marx, publicado el 2022 (“recién salido del horno”, podés comprarlo aquí).

Bilbao nació en el País Vasco en 1952 y tiene amplia trayectoria de “activismo constante” en los movimientos políticos de su región, incluyendo el ETA Berri, una escisión de ETA que se rebautizó como EMK: Euskadiko Mugimendu Komunista. No es necesario saber vasco, o euskera, para entender el nombre (si te falta una tercera pista, salta a la vista que mugimendu = movimiento). Ética y política han sido siempre parte de sus preocupaciones y ocupaciones. Vamos al libro que bautiza con esas dos palabras, que contiene un capítulo llamado Un contexto bélico: del arte de la guerra. Kepa Bilbao entiende que las cosas suceden en un contexto y, como nos gusta hacer en esta casa, se pone a explicar lo que sucedía alrededor de Maquiavelo en su época y su lugar:

Autor: Kepa Bilbao Ariztimuño

Libro: Ética y Política: en Maquiavelo, Weber y Marx (2022)

Un Contexto Bélico: Del Arte de la Guerra

El príncipe no es un libro concebido al margen de las condiciones concretas en que se encontraba Italia, amenazada de nuevo por los ejércitos galos tras la tregua concertada por el monarca francés y Fernando el Católico [Tratado de Lyon de 1504 entre Luis XII y Fernando II]. Aprovecho para advertir con [Burrhus Frederic] Skinner que si hemos de interpretar de manera convincente los textos clásicos, estudiar el contexto en el que escribieron es una manera de obtener una visión más realista del sentido de su autor de la que podemos esperar conseguir simplemente leyendo el texto mismo como los partidarios del enfoque “textualista” característicamente han propuesto. Uno de los mayores riesgos de la metodología textualista, según Skinner, es que al centrarse exclusivamente en lo que los autores del pasado “dijeron”, y al tratarlos como si fueran contemporáneos, podemos fácilmente estar tentados a “poner en juego algunas de nuestras expectativas y prejuicios acerca de lo que deben estar diciendo”.

[...]

La obra de Maquiavelo está impregnada del momento histórico que viven la república florentina y la Italia de su época. Maquiavelo se propone descubrir, por la historia y por los sucesos contemporáneos, cómo se ganan los principados, se conservan y se pierden. La Italia del siglo XV ofrecía multitud de ejemplos. Pocos gobernantes eran legítimos e incluso los papas, en muchos casos, se aseguraban la elección por medios corruptos. Maquiavelo vivió en un contexto de grandes contrastes donde las artes y letras florecían, pero donde también la corrupción política, la violencia y la conspiración estaban a la orden del día. La omnipresencia de la guerra juega un papel central en el trasfondo de la reflexión teórica. Para Maquiavelo, el estado normal de la sociedad es la guerra y no la paz. La Edad Media había creado en Europa, y en especial en Italia, un sinnúmero de principados feudales fraccionados y dispersos, ciudades libres, reinos, repúblicas, ducados y otras unidades políticas que no lograron la unificación hasta la segunda mitad del siglo XIX. Todos ellos operaban como factores adversos a la necesidad de centralización del poder requerido por las nuevas clases sociales en su camino de expansión comercial. La península itálica se convirtió en el campo de batalla de toda Europa, además del frecuente enfrentamiento de las ciudades italianas entre sí.

Desde 1494, Italia es invadida por franceses, aragoneses, alemanes y suizos. Las cinco principales ciudades-Estado eran: el reino de Nápoles, el ducado de Milán, la república aristocrática de Venecia, la república de Florencia y el estado pontificio de Roma. Como tales, estas ciudades eran muy débiles e inestables. Por el norte, Francia intentaba apropiarse de Milán. Por el sur, España se había adueñado de Sicilia. La crueldad y el asesinato se habían convertido en procedimientos normales de gobierno. Maquiavelo fue un testigo privilegiado de conspiraciones, traiciones y revueltas de todo tipo. También fue una época de decadencia moral, de un papado corrompido. En este contexto reflexiona sobre cuál es el mejor gobierno en unas circunstancias determinadas, ya fuera la república o el principado. Ve cómo todo un país entero era incapaz de unirse para hacer frente contra un enemigo común. La situación de Italia era tan desastrosa que era inútil soñar con la unificación bajo un gobierno republicano; solo un príncipe podía lograrlo debido al caos reinante. Lo que él proponía era el liderazgo de un principe nuovo, de un político con suficiente conocimiento, astucia y capacidad de afrontar los problemas de Italia, de unir a todo el país. No un líder hábil y astuto que creara una réplica de un régimen caprichoso, mezquino e indigno como el que los Médici habían establecido en Florencia.

Maquiavelo exhorta en el epílogo al nuevo príncipe a apoderarse de Italia, para liberarla de los bárbaros, los franceses y los españoles, que la sometían violando sus derechos y libertades: No se debe, pues, dejar pasar esta ocasión, para que Italia, después de tanto tiempo, vea a su redentor. No puedo expresar con cuánto amor sería recibido en todas aquellas provincias que han padecido por este aluvión extranjero; con qué sed de venganza, con qué obstinada fidelidad, con qué piedad, con qué lagrimas...

El Príncipe se escribió en 1513 pero se publicó en 1531. Siglos después el tema de la unificación italiana seguiría vigente. En 1863, cuando el último Rey de Cerdeña, Victor Manuel II, estrenaba el título de Rey de Italia, Pierre Joseph Proudhon publica El Principio Federativo, postulando una solución federal al problema italiano, al contrario de la idea maquiavélica de un príncipe poderoso. “Siglos después” quiere decir, lógicamente, “en contextos completamente diferentes”.

Ya leímos al presidente (por muy corto tiempo) de la Primera República (federal) de España, Francisco Pi y Margall, en el prólogo de su traducción al español del ensayo de Proudhon, contar que “las diversas provincias italianas se han incorporado voluntariamente a Cerdeña, para salir unas del poder de un gobierno extranjero y tiránico, y otras para sacudir de sus hombros el yugo de reyes déspotas. La guerra que en 1859 sostuvieron Italia y Francia contra el imperio de Austria terminó por el tratado de paz de Villafranca, que reunía en una confederación todos los reinos del antiguo Lacio. Fue esta medida enérgica y universalmente combatida, no sólo en Italia, sino también en las demás naciones de Europa, principalmente en Francia y Bélgica, donde se abogaba calurosamente por la recién desenterrada teoría de las nacionalidades. Proudhon salió a su defensa. Manifestó los graves peligros que correría la libertad en Italia si llegasen a reunirse bajo el cetro de Víctor Manuel todos los pueblos que la componían; y sostuvo que era de suyo tan bueno y fecundo el principio de la federación que, aun aplicado de la manera que lo estaba en Alemania y se trataba de que lo estuviese en Italia, era preferible al establecimiento de la mejor de las monarquías.”

A Proudhon, el federalismo y las naciones-Estados volvemos mañana, en la serie paralela (todo está conectado). Volvamos aquí al menjunje maquiavélico: nos enlazamos al primer texto de esta serie, donde leímos el capítulo 14 de El Príncipe, capítulo que Bilbao cita directamente en las siguientes líneas:

Maquiavelo abrazó el proyecto no solo de unificar Italia, sino de hacerlo para que el ciudadano recobrara su libertad y, con ella, su dignidad. Sin libertad, dirá, ningún pueblo puede construir su grandeza.

El tema de la guerra cruza toda la obra de Maquiavelo de manera transversal: en El príncipe se destinan los capítulos XII, XIII y XIV; en los Discursos, el libro II está dedicado a la guerra, y en Historia de Florencia no faltan los comentarios y reflexiones relacionados con esto. Esta importancia que le da a la práctica bélica queda explicitada en El príncipe al comienzo del capítulo XIV, en el que señala que:

“Un príncipe no debe tener otro objeto, ni otro pensamiento, ni dedicarse a otra cosa que no sea la guerra y su organización y preparación, porque este es el único arte que incumbe a quien manda”.

Maquiavelo no fue solo un teórico, sino que dedicó al servicio de la república de Florencia largos años hasta el retorno de los Médici al poder en 1512. En este tiempo de trabajo diplomático y gubernamental, le fue encargada la organización de las milicias, de acuerdo a sus peticiones, y, de manera personal, se encargó del reclutamiento de los ciudadanos. Su logro más notable, además de la conformación de la milicia florentina, fue la captura de Pisa. Alcanzó cierta fama de técnico en cuestiones militares. También logró renombre por su informe sobre las fortificaciones y fue llamado a Roma en 1526 para discutir con el papa la defensa de Florencia.

Maquiavelo se muestra totalmente contrario a la creación de ejércitos profesionales o la contratación de mercenarios porque traen la ruina del Estado. En un “Estado bien constituido”, la guerra debe ser la profesión de los gobiernos, las repúblicas o los reinos, nunca de los particulares. Maquiavelo señala en diferentes ocasiones que quien hace de la guerra su profesión tiene sobre todo interés en la existencia de la guerra, mientras que el soldado de la milicia popular, si esta se halla bien ordenada, tendrá ante todo interés en la paz y en la defensa de su ciudad. La defensa de la ciudad es la defensa de su libertad. Lo cual supone, a la vez, que el soldado sea ante todo un ciudadano, con una ocupación y una familia a las que defender, y no un mercenario sin otro hogar que el campamento y sin otro fin que la guerra.

Las constantes pugnas entre los pequeños Estados italianos era una de las causas que impedían la unificación de la península. Aboga por la preeminencia (tanto técnica como política) de la infantería sobre la artillería y la caballería (propicia al elitismo). Se muestra partidario de la creación de milicias compuestas por ciudadanos que tuvieran una vida civil distinta de la ocupación militar, pero que estuvieran entrenados y se ejercitaran habitualmente para la guerra. Esto, en su opinión, permitiría la superioridad en la guerra como lo certificaba la experiencia de la República romana, que consiguió mantenerse libre y expandirse con este modelo de ejército.

En consideración a esta idea, varios años después de escribir El príncipe, en un destierro que ya empezaba a ser demasiado prolongado, Maquiavelo inicia la redacción de su libro Del arte de la guerra. Lo escribe, como nos dice él mismo en el prólogo, “a fin de hacer algo en este tiempo de mi forzosa inacción”. Un detallado manual de organización de la milicia, teniendo como referencia la experiencia de “los antiguos”, el mundo grecorromano, al que había que imitar. La obra transcurre en el jardín de la casa de su amigo Cosimo Rucellai, donde a través de un diálogo entre Fabricio Colonna, alter ego de Maquiavelo, y otros invitados, desarrolla su política militar. Aunque es un texto más bien técnico, no faltan los fragmentos en los cuales el autor muestra sus planteamientos de carácter político:

“COSME : ¿En qué cosas querríais imitar a los antiguos?
FABRIZIO: En honrar y premiar la virtud, no despreciar la pobreza, estimar el régimen y la disciplina militares, obligar a los ciudadanos a amarse unos a otros, y a no vivir divididos en sectas; preferir los asuntos públicos a los intereses privados, y en otras cosas semejantes que son compatibles con los actuales tiempos.”

En esta obra, ya desde sus primeras páginas nos habla sobre lo perjudicial de los ejércitos compuestos por hombres de armas y las virtudes de los soldados-ciudadanos, de cómo y dónde convenía reclutarlos, cómo y con qué armarlos, el financiamiento ideal que debieran tener, la forma correcta de disponerlos para el combate. Tituló sus reflexiones de la misma forma que siglos atrás Sun Tzu, aunque, al parecer, Maquiavelo no conoció la obra del maestro chino, cuyo texto fue traducido al francés a mediados de 1700 por el misionero jesuita Joseph-Marie Amiot bajo el título Los trece artículos.

En el capítulo final de El príncipe, Maquiavelo, expone lo que podría ser su teoría de la guerra justa: “Justa es la guerra cuando es necesaria, y las armas son piadosas allí donde no hay otra esperanza más que en ellas”. Un ejército fuerte y la guerra como estrategia es la oportunidad que tiene el príncipe nuevo (se refiere a Lorenzo di Piero de Médici) para unificar Italia y “expulsar a los bárbaros”.

Para Maquiavelo la guerra no es justa ni injusta, es necesaria, y la necesidad la hace justa. Para Sun Tzu, la guerra era justa en tanto estaba en juego la supervivencia del Estado, pero Maquiavelo no habla solo de defensa, también habla de conquista. El hecho de que haya que defenderse cuando a ello obligue la necesidad, no plantea en principio mayores problemas, pero ¿cuándo obliga la necesidad a la conquista?

En su concepción de la política, la guerra es una realidad ineludible, presente, inmanente. No hay forma de escabullirse de ella y lo único que puede hacer el príncipe es aplazarla al evitarla temporalmente, y cuando no sea un acontecimiento del presente debe el príncipe prepararse para ella; pero cuando se avecina, cualquier intento de no enfrentarla es retrasar su llegada, otorgando así la ventaja al enemigo, por lo que esta situación o la neutralidad en los conflictos, así como las actitudes indecisas por parte de quienes deben conducir la guerra, nunca traen como consecuencia el bien para el Estado, sino su debilitamiento. Maquiavelo se guía siguiendo la máxima de Flavio Vegecio: “Si quieres la paz prepárate para la guerra” [si vis pacem, para bellum]. Para tener tiempos de paz, hay que estar preparado para defenderse.

Si bien el interés general por la guerra era compartido por la intelectualidad de la época, no debe pensarse que había un consenso con respecto a su consideración moral, pues había importantes autores que la rechazaban, como era el caso de su coetáneo humanista Erasmo de Rotterdam. Este, en su tratado dirigido al príncipe le recomienda la inacción, la retirada de la política antes que ser malo de acuerdo con una visión cristiana y escribe: “Si puedes a la vez ser príncipe y hombre bueno, desempeña a la vez la hermosísima función; pero si no, resigna el principado antes que por su causa te vuelvas malo”. Para Maquiavelo, permitir el dominio de los bárbaros con tal de no trasgredir determinados códigos éticos era pagar un alto precio por la coherencia cuando estaban en juego la salvación de la patria y las libertades.

Erasmo de Rotterdam también escribió, haciendo eco del Eclesiastés: pecuniae obediunt omnia: “todo obedece al dinero”. Quevedo, el autor del siglo 17, no el reggaetonero, lo remixearía después: “poderoso caballero es don Dinero”. Rihanna cantó anoche en el Super Bowl: Money makes the world go round, repitiendo un verso famoso, como vemos, no sólo en la música de las últimas décadas, sino desde siempre. Pero desvarío, y eso no es bueno en el arte de la guerra. “El dios de la guerra detesta a los que vacilan”, escribió Eurípides, que también escribió que “nada es más querido por los mortales que el dinero”, frase recitada por Erasmo.

En nuestro tiempo, cuando uno escucha sobre un tratado titulado El arte de la guerra, lo primero que se le viene a la cabeza no es Maquiavelo, sino Sun Tzu (literalmente Maestro Sun). Este estratega militar, general del ejército y filósofo de la guerra, se estima que vivió en el siglo 6 o 5 antes de Cristo. Es el autor del famoso libro al que habría que dedicarle otro capítulo para poder hablar de su impacto y sus traducciones (que en el oscuro mundo de los PDF en internet circulan en versiones que son una peor que la otra). Este tratado político que, como cuenta Bilbao, lo más probable es que Maquiavelo no haya conocido, fue traducido al francés recién el las últimas décadas del siglo 18 y al inglés recién en la primera década del siglo 20, por lo que su impacto es relativamente reciente, pero fecundo. Hoy, globalmente, es uno de los libros más famosos y más vendidos y, cabe esperar en esta era fecunda para charlatanes, es uno de los más ultrajados y tergiversados (como el de Maquiavelo).

Sun Tzu abre su tratado con un verso, que dice así:

“La guerra es un asunto de importancia vital para el Estado; región de vida o muerte; el camino a su supervivencia o ruina. Se debe estudiarla profundamente”.

Coincide a cabalidad con lo escrito dos mil años después por nuestro autor toscano. Y como en cada época y lugar, la guerra en tiempos de Sun Tzu y en su China, también tenía su contexto y sus reglas. Hasta poco antes de su tratado no se “permitía” atacar en época de siembra o cosecha ni luego del duelo de la muerte de un señor feudal, ni herir demás a un enemigo ni golpear a viejos, ni se permitían argucias como la de Pizarro para apresar a Atahualpa ni las de Atahualpa, ni masacrar ciudades ni emboscar ejércitos ni mantener milicias por más de una temporada. Todo esto lo cuenta Samuel B. Griffith en la introducción de su traducción al inglés, en la que también cuenta que las reglas de este arte cambiaron casi de golpe en la era del filósofo chino, el periodo de los Reinos combatientes. Pero hoy no tenemos tiempo para el arte de la guerra de Sun Tzu, así que cerramos con el de Niccolò Machiavelli, re-citado por Kepa Bilbao.

Sin duda, en sus reflexiones tuvo que ver el momento en que le tocó vivir: la posibilidad de verse envuelto en un conflicto armado entre Estados estaba siempre presente. A esto habría que añadir que su conocimiento histórico estaba fundado en los autores de la Antigüedad, los cuales presentan la guerra como un tema principal del acontecer humano. Como consecuencia de esto, tanto la experiencia personal como el conocimiento adquirido por el estudio del pasado le mostraron que el uso de la violencia entre los hombres era algo natural. Y si bien existe una compleja relación de las estrategias de política para vencer o mantenerse en el poder, este radica en última instancia en las armas. En este sentido, no es casualidad para Maquiavelo que en la Florencia de su tiempo el religioso dominico Girolamo Savonarola haya terminado en la hoguera después de haber sido tan popular; al arrastrar al pueblo hacia sus preferencias políticas no tuvo la precaución de prepararse para el momento en que tuviera que defenderse de los enemigos que hizo en el ejercicio de su liderazgo, pues no tenía armas que lo mantuvieran en él, de ahí que para el florentino “todos los profetas armados venzan y todos los desarmados se arruinen”. Por ello, Moisés, como profeta armado, era, entre otros, el ejemplo a seguir.

En Maquiavelo la justificación de la guerra no aparece como un tema que requiere un tratamiento más amplio que el dado en El príncipe. La necesidad de la guerra es una herramienta de la política, y no hay un límite moral para finalmente juzgar su justicia que no sea el que establece la necesidad del Estado, del príncipe, del gobierno. De ahí también la importancia que para Maquiavelo adquieren las milicias propias y aquella recomendación, entre las muchas que hace al príncipe: dominar lo que él también llamó, a la manera de Sun Tzu, el arte de la guerra. Para poder defender a los súbditos o ciudadanos, el que gobierna ha de “amar la paz y saber hacer la guerra”.

En las últimas palabras de Del arte de la guerra, Maquiavelo refleja la gran decepción que sufrió en su vida por no haber sido capaz de llevar adelante en Florencia el proyecto político por el que abogaba, y lo hace por boca de Fabrizio:

“En cuanto a mí, me quejo del destino, que no debió hacerme saber estas importantes máximas sin darme los medios de realizarlas. Viejo ya, no creo tener ocasión de practicarlas, y por ello os las he explicado ampliamente para que, jóvenes como sois y de elevada posición social, podáis, si os parecen útiles, aprovechar mejores tiempos y el favor de vuestros príncipes para recomendárselas y ayudarles a plantearlas. No temáis ni os desalentéis; esta tierra de Italia parece destinada a resucitar las cosas muertas, como lo ha hecho con la poesía, la pintura y la escultura. No puedo alimentar, en lo que a mí atañe, tales esperanzas por mi avanzada edad. De haberme dado la fortuna en tiempo oportuno la posición necesaria para realizar tan grande empresa, creo que en brevísimo tiempo hubiera probado al mundo cuánto valen las instituciones antiguas, y ensanchado mis dominios gloriosamente o sucumbido sin deshonra...”

Cita a:

Maquiavelo y Aristóteles: ¿qué se hace en tiempos de paz? (featuring Polibio)
Un príncipe no debe tener otro objeto ni pensamiento ni preocuparse de cosa alguna fuera del arte de la guerra y lo que a su orden y disciplina corresponde, pues es lo único que compete a quien manda, pues la razón principal de la pérdida de un Estado se halla siempre en el olvido de este arte.
Capítulo 14 de El Príncipe

Cf.:

Francisco Pi y Margall: federalismo, localismo, libertad y Proudhon
Está muy en boga una teoría: la de las nacionalidades. Créese que la naturaleza y la historia determinan a una los límites de los diversos pueblos que ha de haber en el mundo, y que la tarea política de hoy consiste en reducirlos a esas fronteras o restituírselas. Esta teoría ¿es verdadera?
Juan Bautista Alberdi: ¿qué tipo de federación es practicable? (parte 1)
Contexto (no tan) condensado Charlaba hace poco con un grupo de alemanes sobre el aire de superioridad con el que se pasean algunos de sus coterráneos por el mundo, que, aunque todavía avergonzados por los recientes y horrorosos desmanes cometidos por su nación, paradójicamente se apalancan en es…

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