Julio César: la guerra civil (antes de la traición de Trebonio y Decio)
Ya hablamos lo suficiente sobre Julio César. Toca cederle la palestra y que hable él. Esta es la magia de la escritura: trascender la muerte. Y la magia de la literatura romana es que no necesitamos mucho de historiadores lejanos—de otros tiempos, otros lugares y otras lenguas—que nos cuenten su historia, porque la cuentan los que la escribieron. (con actos y con palabras).
Julio César, dicen, además de gran militar era gran orador. Sabía discursear, sabía informar y sabía persuadir. Para esos fines, sabía también, y muy bien, escribir. Y sabía hacer propaganda política. En la intersección de todos esos saberes surgen sus Comentarios sobre la Guerra Civil, guerra civil que tuvo como casus belli su cruce del río Rubicón en armas, cosa ilegal durante lo que duró la república, que murió apuñalada por él, y con él apuñalado.
Podemos leer a Shakespeare dramatizar su muerte, en una escena en la que aparecen como personajes Decio Bruto y Cayo Trebonio, que cuando reventó la guerra civil entre Julio César y Pompeyo, pelearon del lado del primero, que era su amigo. Llegado el momento, Trebonio conspiró con Décimo Junio Bruto (aka Decio), Marco Junio Bruto (aka Bruto) y Cayo Casio Longino (aka Casio) para matar a César. Pero antes de traicionarlo, veamos cómo apoyaron a Julio César en la guerra, cuando éste acaba de descubrir una trama. Lo cuenta el mismo César—refiriéndose a él en tercera persona—en sus Commentarii de Bello Civili, traducidos directamente del latín por José Goya y Muniain en 1798, revisados y corregidos y traídos al español contemporáneo por la editorial Orbis en 1986.
Otro personaje de la escena shakesperiana es Marco Antonio, convertido en triunviro después de la muerte de César, pero que al inicio de la guerra civil había huído de Roma temiendo que Pompeyo lo mande matar. Después de la conspiración contra Julio César, persiguió a Bruto y Casio hasta Filipos (hoy Grecia), hasta que se suicidaron. Trebonio murió decapitado luego de ser capturado en Esmirna (hoy Turquía). Varias cartas de Cicerón están dirigidas a Trebonio; y Cicerón también murió por condena de Marco Antonio, por haber escrito cartas y discursos contra sus abusos de poder. Las cartas se llamaban Filípicas, en honor a las cartas que Demóstenes alguna vez discurseó en contra de Filipo II de Macedonia, padre de Alejandro Magno, fundador de Filipos, donde murieron Bruto y Casio. Todo está conectado.
Autor: Julio César
Libro: Comentarios de la Guerra Civil (49-48 a.C.)
Libro primero (extracto)
[Sección 32.] César después de esto, repartió los soldados por los pueblos vecinos para que descansasen el tiempo que restaba, y él en persona pasa a Roma. Convocado el Senado, cuenta los desafueros de sus enemigos; hace ver cómo no había él pretendido dignidad alguna extraordinaria, sino que esperando el plazo legal para pretender el consulado, se había contentado con lo que a ningún ciudadano se niega; que a pesar de las contradicciones de sus enemigos y de la oposición porfiadísima de Catón (que con sus prolijos razonamientos, como lo tenía de costumbre, tiraba a entretener el asunto), los diez tribunos decretaron se contase con él en su ausencia, siendo cónsul el mismo Pompeyo; el cual, si desaprobaba el decreto, ¿cómo permitió que se publicase? y si lo aprobó, ¿a qué fin impedirle el uso de la gracia del pueblo? Póneles delante su sufrimiento en pedir de grado la dimisión de los ejércitos, lo cual redundaba en menoscabo de su honor. Muéstrales la sinrazón de los contrarios en proponerle condiciones a que ellos mismos no se querían sujetar, queriendo antes trastornarlo todo que dejar el mando. Pondera la injusticia en quitarle las legiones; violento e irregular proceder contra los tribunos; las condiciones propuestas por su parte, y las vistas tan ardientemente deseadas, como negadas pertinazmente. Ruégales tomen a su cargo la República y le ayuden a gobernarla; que si por temor hurtan el cuerpo, él no les será gravoso, y por sí lo hará todo; es preciso también enviar diputados a Pompeyo a tratar de composición. No le daba pena lo que poco antes dijo Pompeyo en el Senado; que aquellos a quien se despachan diputados, por el hecho mismo, se les reconoce superiores, y se manifiesta el miedo de quien los envía; éstas sí que parecen palabras de ánimo flaco y apocado: por lo que a sí toca, como ha procurado aventajarse en hazañas, así quiere señalarse en la justicia y equidad.
[33.] El Senado aprueba el que se envíen diputados, mas no se hallaba quién fuese, y el motivo principal de rehusar esta comisión era el miedo; porque Pompeyo, al despedirse de Roma, había dicho en el Senado: «que a los que se quedasen en Roma los miraría como a los que siguiesen a César». Así se gastan tres días inútilmente. Tras esto sobornan los enemigos de César al tribuno Lucio Mételo para que vaya dilatando la conclusión del negocio y ponga embarazos a todas las demás cosas que había propuesto de hacer. Descubierta por César esta trama, malogrados ya varios días, por no perder más tiempo, sale de Roma sin haber hecho nada de lo que tenía deliberado ejecutar y entra en la Galia Ulterior [hoy Francia].
[34.] Llegado allá, sabe que Pompeyo había enviado a España a Vibulio Rufo, a quien pocos días antes preso en Corfinio le había dejado libre; que Domicio así bien había partido a tomar posesión de Marsella con siete galeras, que fletadas por particulares en la isla de Giglio y Cala de Cosa, él las había cargado de sus siervos, horros y gente de campo; que Pompeyo había despachado por delante a los diputados de Marsella , jóvenes de la primera distinción de aquella ciudad, exhortándolos a su partida de Roma a que no prefiriesen los beneficios recientes de César a los antiguos que de él tenían recibidos. En virtud de estos encargos los masilienses habían cerrado las puertas a César, y llamado en su ayuda a los albicos, gente bárbara, que de tiempos antiguos eran sus aliados y habitaban en las montañas de Marsella; tenían acopiado trigo de la comarca y de todas sus villas; habían puesto en la ciudad talleres de armas, reparado los muros, los navíos y las puertas.
[35.] César hace llamar a quince de los principales de Marsella, y les aconseja, «que no sean los masilienses los primeros a mover guerra; que debían seguir antes el ejemplo de toda Italia, que rendirse a la voluntad de un hombre solo». Añade otras varias razones que le parecían a propósito para sosegar sus ánimos. Los diputados informan a la República sobre la pretensión y vuelven a César con esta respuesta del Senado: «que bien sabían ellos estar el Pueblo Romano dividido en dos facciones, mas que no era propio de su autoridad ni de sus fuerzas decidir cuál de las dos seguía mejor causa; que los jefes de dichas facciones eran Cneo Pompeyo y Cayo César, protectores de su ciudad, a la cual el primero había dado para el común las tierras de los volcas arecómicos y helvios, adjudicándoles el segundo las Galias conquistadas, y aumentado las rentas del fisco. Por lo cual, siendo iguales los beneficios de ambos, debía ser igual su correspondencia, y a ninguno de los dos ayudar contra el otro, ni darle acogida en la ciudad o en los puertos».
[36.] Entre estas demandas y respuestas Domicio llegó con los navíos a Marsella, y recibiéndole dentro, le dan el gobierno de la ciudad. Dejan a su arbitrio todo el manejo de la guerra. Por su orden despachan embarcaciones a varias partes, embargan todos los navíos mercantiles que hallan por toda la costa y tráenlos al puerto; aprovéchanse de su clavazón, madera y pertrechos para armar y reforzar los otros. Depositan en público almacén todo el trigo que encuentran, y los demás géneros y provisiones reservan para el tiempo del sitio, caso que sucediese. Irritado César con tales injurias, manda venir tres legiones a Marsella y trata de disponer bastidas y galerías para batir la plaza, y de fabricar doce galeras en Arles; las cuales construidas y armadas a los treinta días que se cortó la madera y conducidas a Marsella, las puso al mando de Decio Bruto, dejando a cargo de Cayo Trebonio el sitio de la plaza.
[37.] Mientras andaba disponiendo y ejecutando estas cosas, envió delante de sí a España el legado Cayo Fabio con tres legiones que invernaban en Narbona y sus contornos, dándole orden que sin tardanza fuese a ocupar los puertos de los Pirineos, guardados a la sazón por el legado Lucio Afranio. Manda igualmente que le sigan las legiones que invernaban más lejos. Fabio, prontamente, según se le había encargado, desalojó la guarnición del puerto, y a, grandes jornadas, marchó sobre el ejercito de Afranio.
Leé aquí el inicio del libro, y de la guerra civil:
Cf. de Conectorium:
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