Julio César: cruzando el Rubicón (inicio de la guerra civil)
Una noche como la de anoche, el 10 de enero del año 49 antes de Cristo, Julio César y su legión cruzaban, ilegalmente, el río Rubicón, dando inicio a la guerra civil más famosa de la historia: la Segunda guerra civil de la República romana. El conflicto duraría poco más de cuatro años, y todos sabemos quién fue el ganador.
El río Rubicón está ubicado, en la Italia actual, más o menos a la altura de Florencia, pero al otro lado de la península. Florencia fue fundada sobre restos de asentamientos etruscos, a orillas del río Arno, el año 59 a.C., cuando los romanos conquistaron la zona, cuando Julio César era cónsul de la República (el cargo más alto). El cónsul dictó una ley agraria para sanear las nuevas tierras, y previó la necesidad de un asentamiento con soldados y colonos en esta zona que era parte de la ruta entre Roma y el norte de la península. Lo que había más allá de Florencia, y del río Rubicón, eran las Galias. El río era la frontera natural de Italia, y en el derecho romano estaba prohibido que un general lo cruce, yendo hacia Roma, con sus tropas y en armas. Y esto fue precisamente lo que hizo Julius Caesar 10 años después de su consulado. Alea iacta est, dicen que dijo en ese momento: “el dado fue lanzado”, “la suerte está echada”.
Después del consulado, a Julito le dan el cargo de procónsul de la provincia de la Galia Itálica, o Galia Cisalpina, es decir, más acá de los Alpes (los famosos Alpes suizos donde querés ir a esquiar, cadena montañosa que se extiende desde Eslovenia hasta Francia, tocando Italia, Austria, Alemania y Suiza en el camino). También le entregan la provincia de Iliria, hoy Croacia y Eslovenia en los Balcanes, al frente de la península itálica, separados por el mar Adriático. El cónsul recién designado para la Galia Transalpina, es decir, más allá de los Alpes, acababa de morir, y así la Galia entera quedó bajo el mando de César.
Galia se llamaba porque estaba ocupada por galos, lo que para los griegos eran los celtas. Hoy los franceses son los galos.
La provincia transalpina no era muy grande, la zona era complicada y una guerra se veía venir. César, guerrerísimo, conquista un montón de territorios en la Guerra de las Galias entre el 58 a.C. y el 52 a.C., formando una provincia que llegaba desde el Meditarráneo en lo que ahora es el norte de Italia hasta el Canal de la Mancha que divide Francia y Britania; Bélgica, una partecita de Alemania hasta el río Rin, otra de los Países Bajos y todo Suiza, también entraban en este territorio conquistado, sobre el que Julio César tenía poder total después de varias intrigas y jugadas políticas durante su consulado. Y con este cargo evitaba ser enjuiciado por supuestos crímenes cometidos durante su consulado. Este poder fue renovado el año 56 a.C. Al año siguiente, sus brothers se hacen con el consulado y le respetan el acuerdo.
El mismo César documentó y contó, quizá propagandísticamente, lo ocurrido en este período de conquista. Sus Comentarios de la guerra de las Galias son una de las mejores fuentes para entender y conocer lo que sucedió. El territorio y las fuerzas que dominaba el procónsul aumentaban su poder exponencialmente cada año. Además, su cargo no fenecía anualmente, como el de los cónsules, que junto con el Senado empezaron a asustarse de la autoridad e influencia que venía ganando este ex-republicano con aires de emperador. Temían que quiera volver a por el consulado, y que se entrone en sus posiciones con leyes agrarias que dotaban de tierras a sus soldados veteranos y colonos que eran sus fieles seguidores.
Long story short, sus enemigos políticos traman despojarlo de sus poderes en el Senado, y cuando se entera, para Julio César, la suerte está echada, él no iba a retroceder. Decide Gaius Iulius Caesar cargar con todo contra la república para tomar el poder.
El 1 de enero del año 49 a.C., otro brother de Julius, Marco Antonio, lee ante el Senado una carta de César en la que se declaraba amigo de la paz, y se proponía que tanto él como Pompeyo renunciasen a sus cargos al mismo tiempo. El Senado no la creyó, y decidió ocultar esta info. El 7 de enero la cosa estaba que ardía, y el Senado declara estado de emergencia. Varios senadores, y otros entre los gobernadores, huyen de Roma, temiendo por su vida, ya sea por apoyar a César o ante su inminente ataque a la capital. Los cónsules dejan todo el poder a Pompeyo, nombrándolo cónsul y pasando por alto al Senado. Cuando César se entera de esto, ordena cruzar el Rubicón con una sola de sus legiones, la XIII, y tomar la ciudad más cercana.
No hay tiempo para más detalles, sólo digamos que persigue a Pompeyo, con quien dice que quería hacer las pases, hasta Egipto. Allí, el año 47 a.C., se entera que su amigo y enemigo ha sido asesinado el año antes. Los egipcios le entregan su cabeza, literalmente. Julio César llora.
Pero no dejó de conquistar territorios. Después de pronunciar el famoso Veni, vidi, vici, en Turquía, vuelve a Roma y es proclamado dictador, el año 46. a.C., por tercera vez; esta vez, por un plazo de 10 años, cosa nunca antes vista. Un año después se acaba la guerra civil. Julius gobierna hasta el 15 de marzo del año 44 a.C., cuando es asesinado en el Senado en los Idus de Marzo. Sus partidarios (incluido el Segundo Triunvirato) y sus enemigos se enfrascan en una guerra, la Tercera guerra civil de la República romana, que murió con Julio César. El año 27 a. C. nace el Imperio romano, con Octavio, parte del Segundo Triunvirato, convertido en el emperador Augusto. Convertido en emperador después de destronar a Marco Antonio, su socio en el Segundo Triunvirato, y su ex-cuñado. “Socios” también fueron Marco Antonio y Julio César por Cleopatra. Todo está conectado.
Pero volvamos al 10 de enero del año 49 a.C., a lo que sucede desde el momento en que Julio César decide cruzar el Rubicón, contado por él mismo en sus Comentarios de la Guerra Civil. En ese momento, los cónsules de la República eran Cayo Claudio Marcelo y Lucio Cornelio Léntulo Crus.
(Commentarii de Bello Civili, traducidos directamente del latín por José Goya y Muniain y Manuel de Valbuena en 1798, revisados y corregidos y traídos al español contemporáneo por la editorial Orbis en 1986.)
Autor: Julio César
Libro: Comentarios de la Guerra Civil (49-48 a.C.)
Libro primero (extracto)
I. Después que Fabio entregó a los cónsules la carta de Cayo César, costó mucho recabar de éstos el que se leyese en el Senado, aun mediando para ello las mayores instancias de los tribunos del pueblo, pero nada bastó para reducirlos a que hicieran la propuesta al tenor de su contenido; y así sólo propusieron lo tocante a la República. Lucio Lentulo, uno de los cónsules, promete no desamparar al Senado y a la República, como quieran votar con resolución y entereza; pero si tiran a contemplar a César y congraciarse con él, como lo han hecho hasta ahora, tomará por sí solo su partido, sin atender a la autoridad del Senado, que también él sabrá granjearse la gracia y amistad de César. Escipión [ahora suegro de Pompeyo] se explica en los mismos términos, afirmando que Pompeyo está resuelto a no abandonar la República si encuentra apoyo en el Senado; pero que si éste se muestra irresoluto y blandea, después, aunque quiera, en balde implorará su ayuda.
II. Esta proposición, como se tenía el Senado en Roma, estando Pompeyo a sus puertas, parecía salir de la boca del mismo Pompeyo. Algún otro dio parecer más moderado; tal fue, primero el de Marco Marcelo, que se esforzó en persuadir que no se debía tratar en el Senado lo concerniente a la República antes que se hiciesen levas por toda Italia y estuviesen armados los ejércitos, con cuyo resguardo pudiese el Senado segura y libremente decretar lo que mejor le pareciese; tal el de Marco Calidio, que insistía en que Pompeyo fuese a sus provincias para quitar toda ocasión de rompimiento; que César se recelaba de que Pompeyo en haberle sonsacado las dos legiones no tuvo más mira que servirse de ellas contra su persona, y tener estas fuerzas a su disposición en Roma; tal es el fin de Marco Rufo, que con alguna diferencia de palabras convenía en la sustancia con Calidio. Se opuso violentamente a estos tres Lucio Lentulo, y se cerró en que no había de proponer el voto de Calidio. Así Marcelo, aterrado con los baldones, abandonó su parecer, y así violentados los más por la destemplanza del cónsul, terror del ejército presente, y amenazas de los amigos de Pompeyo, siguen mal de su grado la sentencia de Escipión: «que dentro de cierto término deje César el ejército; si no lo hace, se le declare por enemigo de la República». Opónense Marco Antonio y Quinto Casio, tribunos del pueblo. Pónese al punto en consejo la protesta; díctanse sentencias violentas. Quien acertó a explicarse con más desabrimiento y rigor, ése se lleva mayores aplausos de los enemigos de César.
III. Despedido por la tarde el Senado, llama Pompeyo a todos los senadores. Alaba el ardor de los unos, y los confirma para en adelante; vitupera la tibieza de otros, y los estimula. Muchos soldados veteranos de Pompeyo son convidados de todas partes con premios y ascensos, y muchos son llamados de las dos legiones entregadas por César. Llénase Roma de ellos. Cayo Curión exhorta a los tribunos del pueblo a mantener el derecho de las Cortes. Todos los amigos de los cónsules, los deudos de Pompeyo y de los enemistados con César entran en el Senado. A sus voces y concurso los cobardes se amedrentan, afiánzanse los vacilantes, si bien la mayor parte queda privada de votar libremente. Ofrécese el censor Lucio Pisón con el pretor Lucio Roscio a ir a César e informarle de todo, a cuyo fin piden seis días de término. Hubo dictámenes sobre que se despachasen diputados a César, que le declarasen la voluntad del Senado.
IV. A todos éstos se contradice, oponiendo a su dictamen el voto del cónsul, Escipión y Catón. A Catón mueve en todo esto su enemistad antigua con César y el escozor de la repulsa; a Lentulo sus muchas deudas y la expectativa de mandar ejércitos y provincias, y los gajes por los títulos de reyes, jactándose entre los suyos que ha de ser otro Sila y ha de mandarlo todo [Lucio Cornelio Sila, que tiranizó de la República]. A Escipión le incita igual esperanza de alguna intendencia de provincia y generalato de los ejércitos, persuadido a que Pompeyo los partiría con él por razón del parentesco; no le aguija menos el temor de las pesquisas, la adulación y la vanidad así propia como de los poderosos, que a la sazón eran dueños de la República y de los tribunales. Pompeyo, inducido por los enemigos de César, y por no sufrir otro igual en dignidad, había totalmente renunciado a su amistad [con César] y reconciliándose con los enemigos de ambos a dos, siendo así que la mayor parte de éstos se los había conciliado él mismo, allá cuando emparentaron [cuando se casó con su hija]. Sonrojado también de la infamia en quedarse con las dos legiones destinadas al Asia y Siria, por sostener su potencia y predominio, estaba empeñado en decidir el negocio por las armas.
V. Por estas causas todo se trata desatinada y tumultuariamente; ni se da tiempo a los parientes de César para informarle de lo que pasa, ni a los tribunos se les permite mirar por su seguridad, ni siquiera mantener el derecho de protestar, último recurso que Lucio Sila les había dejado; sino que al séptimo día se ven obligados a pensar en su seguridad, cuando en tiempos atrás los tribunos más sediciosos no solían temer hasta el mes octavo la residencia. Recúrrese a aquel último decreto del Senado, que antes jamás llegó a promulgarse, por atrevidos que fuesen los promulgadores, sino en los mayores desastres de Roma y en casos del todo desesperados, cuyo tenor es: «Velen los cónsules, los pretores, los tribunos del pueblo y los procónsules de la jurisdicción de Roma, porque la República no padezca menoscabo.» Estos edictos se publican a 7 de enero. Por manera, que a los cinco días en que pudo haber Senado, después que Lentulo comenzó su consulado, no contando los dos de audiencia pública, se firman los decretos más violentos y rigurosos contra el imperio de César y contra los tribunos, sujetos de la mayor representación. Éstos huyen al punto de Roma, y se refugian junto a César, el cual estaba entonces en Ravena, esperando respuesta a sus muy equitativas proposiciones, por ver si se daba algún corte razonable con que se pudiesen ajustar en paz las diferencias.
VI. Pocos días después se tiene Senado fuera de Roma. Pompeyo confirma lo mismo que por boca de Escipión había declarado; alaba el valor y la constancia del Senado; hace alarde de sus fuerzas, diciendo que tiene a su mando diez legiones; que por otra parte sabe por cierto que la tropa está disgustada de César, y no es posible reducirla a que se ponga de su parte y le siga. En orden a los otros puntos se propone al Senado que se hagan levas por toda Italia; que Fausto Sila vaya en calidad de pretor a Mauritania; que se dé a Pompeyo dinero del erario. Propónese también acerca del rey Juba que sea reconocido por aliado y amigo; pero Marcelo dice no lo permitirá en las circunstancias. En lo tocante a Fausto, se opone el tribuno Filipo. Sobre los demás negocios se forman decretos del Senado. Destínanse las intendencias de provincia para sujetos sin carácter; dos de ellas consulares, las otras pretorias. A Escipión tocó la Siria; la Galia a Lucio Domicio. Filipo y Marcelo, por manejo de algunos particulares, no son puestos en lista, ni entran en suertes. A las demás provincias envíanse pretores, sin esperar a que, según práctica, se dé parte de su elección al pueblo, y vestidos de ceremonia, ofrecidos sus votos, se pongan en camino. Los cónsules, cosa hasta entonces nunca vista, se salen de Roma; y los particulares van por la ciudad y al capitolio con maceros contra toda costumbre. Por toda Italia se alista gente; se manda contribuir con armas; se saca dinero de las ciudades exentas, y se roba de los templos, atropellando por todos los fueros divinos y humanos.
VII. Recibidas estas noticias, César, convocando a sus soldados, cuenta los agravios que en todos tiempos le han hecho sus enemigos; de quienes se queja que por envidia y celosos de su gloria hayan apartado de su amistad y maleado a Pompeyo, cuya honra y dignidad había él siempre procurado y promovido. Quéjase del nuevo mal ejemplo introducido en la República, con haber abolido de mano armada el fuero de los tribunos, que los años pasados se había restablecido; que Sila, puesto que los despojó de toda su autoridad, les dejó por lo menos el derecho de protestar libremente; Pompeyo, que parecía haberlo restituido, les ha quitado aun los privilegios que antes gozaban; cuantas veces se ha decretado que «velasen los magistrados sobre que la República no padeciese daño» (voz y decreto con que se alarma el Pueblo Romano) fue por la promulgación de leyes perniciosas, con ocasión de la violencia de los tribunos, de la sublevación del pueblo, apoderado de los templos y collados; escándalos añejos purgados ya con los escarmientos de Saturnino y de los Gracos; ahora nada se ha hecho ni aun pensado de tales cosas; ninguna ley se ha promulgado; no se ha entablado pretensión alguna con el pueblo, ninguna sedición movido. Por tanto, los exhorta a defender el crédito y el honor de su general, bajo cuya conducta por nueve años han felicísimamente servido a la República, ganado muchísimas batallas, pacificado toda la Galia y la Germania. Los soldados de la legión decimotercia, que se hallaban presentes (que a ésta llamó luego al principio de la revuelta, no habiéndose todavía juntado las otras), todos a una voz responden estar prontos a vengar las injurias de su general y de los tribunos del pueblo.
VIII. Asegurado de la voluntad de sus soldados, marcha con ellos a Rimini [al otro lado del Rubicón], y allí se encuentra con los tribunos que se acogían a él; llama las demás legiones de los cuarteles de invierno, y manda que le sigan. Aquí vino Lucio César el mozo, cuyo padre era legado de César. Éste, después de haber referido el asunto de su comisión, declara tener que comunicarle de parte de Pompeyo algunos encargos que le dio privadamente, y eran: «querer Pompeyo justificarse con César, para que no atribuyese a desaire de su persona lo que hacía por amor de la República; que siempre había preferido el bien común a las obligaciones particulares; que César igualmente por su propio honor y respeto a la República debía deponer su empeño y encono, sin ensañarse tanto con sus enemigos; no sea que, pensando hacerles daño, dañe más a la República». A este tono añade algunas cosas, excusando siempre a Pompeyo. Casi lo mismo y sobre las mismas especies le habla el pretor Roscio, como oídas al mismo Pompeyo.
IX. Aunque todo esto al parecer nada servía para sanear las injurias, no obstante, aprovechándose de la ocasión de sujetos abonados para participar por su medio a Pompeyo cuanto quisiese, pide a entrambos que, pues se han encargado de hablarle de parte de Pompeyo, no se nieguen a llevarle su respuesta, a trueque de poder a muy poca costa cortar grandes contiendas y librar de sobresaltos a toda Italia: «que siempre la dignidad de la República tuvo el primer lugar en su estimación, apreciándola más que su vida; lo que había sentido era que sus enemigos, afrentosamente, le despojasen del beneficio del Pueblo Romano, y le hiciesen ir a Roma privado del gobierno de medio año contra su mandamiento que ordenaba se contase con él en su ausencia para el primer nombramiento de cónsules; con todo, por amor de la República había llevado con paciencia esta mengua de su honor; y habiendo escrito al Senado que todos dejasen las armas, ni aun eso se le concedió; por toda Italia se hacen levas; retiénense las dos legiones que le quitaron so color de hacer guerra a los partos; la ciudad está en armas. ¿A qué fin todo este aparato, si no es para su ruina? Como quiera, él se allanará a todo y pasará por todo por el bien de la República. Váyase Pompeyo a sus provincias; despidan los dos sus tropas; dejen todos en Italia las armas; líbrese la ciudad de temores; haya libertad en las Cortes, y tengan el Senado y Pueblo Romano a su mandar la República. Para que todo se cumpla más fácilmente y bajo condiciones seguras, se confirme con juramento: o bien venga Pompeyo más cerca, o déjele ir allá; que abocándose los dos, sin duda se compondrán las disensiones».
X. Aceptada la comisión, Roscio llegó a Capua con Lucio César, donde halló a los cónsules y a Pompeyo. Expone las demandas de César; ellos, consultado el negocio, dan la respuesta por escrito, remitiéndola por los mismos, contenida en estos términos: «Volviese César a la Galia; saliese de Rimini; despidiese las tropas. Si así lo hiciese, iría Pompeyo a España. Entre tanto, hasta recibir seguridad de que César estaría a lo prometido, los cónsules y Pompeyo no habían de interrumpir las levas.»
XI. Era una sinrazón manifiesta pretender que César saliese de Rimini y volviese a su provincia, mientras él mismo retenía las provincias y legiones ajenas; querer que César licenciase sus tropas, y hacer él reclutas; prometer de ir a su gobierno, y no determinar plazo de la ida; de modo que pudiera muy bien Pompeyo mantenerse quieto en Italia, aun pasado el consulado de César, sin faltar a su palabra o sin incurrir la nota de pérfido. Sobre todo el no dar tiempo para las vistas, ni haberlas querido aceptar cerraba la puerta a toda esperanza de paz. Por tanto, destaca desde Rimini a Marco Antonio con cinco cohortes a la ciudad de Arezo; él se queda en Rimini con dos, y allí empezó a hacer levas. Guarnece a Pésaro, Fano y Ancona con cada cohorte...
Leé otro extracto de este libro y sobre los primeros días de la guerra civil:
Cf. de Conectorium:
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