Juan B. Bergua: el Avesta, Zoroastro y la regla de Oro
Los judíos entraron en contacto con los iranios y conocieron la doctrina de Zarathustra. Lo aprendido se legó al cristianismo y luego al islam: la inmortalidad del alma, la resurrección, el juicio final, la existencia de lugares de recompensa y castigo, la esperanza en un Salvador y el dualismo.
Zoroastro, o Zarathustra, puede ser considerado el fundador de fundadores de las religiones monoteístas que rigen el mundo de hoy. No se sabe muy bien cuando nació: con seguridad antes del siglo 5 antes de Cristo, pero el rango se agiganta hasta un milenio más atrás. Se discute su lugar de nacimiento, pero se da casi por sentado que nació en Bactria, una satrapía del Imperio Aqueménida, quizás en la ciudad de Balj—también Balc, Balk, Balkh—, hoy en Afganistán.
En esa misma ciudad, dice Voltaire, habría vivido también Abraham, “originario de Bactria”, y a quien “los caldeos ... reverenciaban en él a un profeta de la religión del antiguo Zoroastro: no pertenece más que a los hebreos, puesto que lo reconocen como su padre en sus libros sagrados”. ¿Qué tiene que ver esta mención de Abraham? Los judíos pasaron mucho tiempo cautivos en Babilonia, y cuando retornaron a su tierra, liberados por un rey aqueménida, se llevaron consigo un montón de enseñanzas y creencias. Juan Bautista Bergua nos hablará más de esto.
La religión de Zoroastro se expandió fuera de las fronteras de Bactria y se expandió por toda la Antigua Persia (reducida hoy al Irán), convirtiéndose en la religión oficial del imperio, y en la base de la filosofía persa. A él se le atribuyen los Gathas y el Yasna Haptanghaiti, colecciones de himnos compuestas en su lengua nativa, el avéstico antiguo. Son la base del pensamiento que construyó y que se expandió bajo su ala hasta los confines del mundo conocido de entonces; y hasta los confines del mundo de hoy sin que se conozca mucho su nombre, o sin que se conozca mucho por qué se conoce su nombre.
Ya Platón y Aristóteles conocían de su existencia en el siglo 4 antes de Cristo, y el zoroastrismo se mantuvo vigente hasta la llegada de los árabes a Persia, con su subsecuente conquista. Pero no hay que confundir zorastrismo con Zoroastro: para esto, vamos a volver a Bergua.
Entre el siglo 6 y el siglo 11 de nuestra era, en la zona persa, se fueron creando más libros y guías zorastristas. Entre ellos podemos nombrar el Pahlavi Rivāyat, (tratado de una importancia parecida a la del Talmud para el judaísmo), el Dādestān ī Dēnīg (Libro de Juicios Religiosos) y el Shāyest nē Shāyest o Shayast-la-Shayast (Lo Propio y lo Impropio).
No he podido encontrar una versión en español de este último, pero en la versión al inglés de Edward William West (1880), se puede leer en el capítulo 13 una versión de la famosa Regla de Oro, regla que marca el camino de esta mini-serie. Traduzco:
“...el primero es no hacer a los otros y los demás eso que no es bueno para uno mismo; el segundo es comprender cabalmente lo que está bien hecho y lo que no está bien hecho; el tercero es apartarse de los viles y de su conversación; el cuarto es confesar las faltas de uno a los sumos sacerdotes, y dejar que traigan el látigo; el quinto es no descuidar las fiestas de temporada en su hora apropiada, ni las otras cosas que van al puente [del alma hacia la otra vida]”.
Tampoco he podido encontrar una versión en español del Dadestan-i-Denig, pero en el último capítulo, el número 94, se puede leer:
“...que la naturaleza humana sólo es buena cuando no hace a otro lo que no es bueno para sí misma”.
Esa es la presencia de la regla de oro en el zoroastrismo.
Acabamos de hablar de la inmortalidad del alma, y de cómo Pitágoras—que influyó en Platón, que influyó en los cristianos así como los judíos—pudo haberse traído esta creencia de Babilonia—donde también estuvieron los judíos. Para entender la importancia de Zoroastro, te dejo con extractos de la introducción de Juan Bautista Bergua a su traducción del Avesta, la colección religiosa-filosófica más sagrada de la Antigua Persia.
Don Juan Bautista Bergua vivió casi 100 años, entre 1892 y 1991. Fue filólogo, traductor, crítico, editor y librero. Todo un crack. Publicó está traducción en 1974.
Autor: Juan Bautista Bergua
Textos relativos al Mazdeísmo o Zoroastrismo, primera de las grandes religiones (1974)
Introducción
El nombre de Zoroastro es una forma occidental de la palabra zenda Zarathustra, más tarde Zarathust, Zarduscht, que significaba “estrella de oro”. Cuando luego de las conquistas de Alejandro el Grande, el Oriente empezó a ser conocido en Grecia, se formó una doctrina compuesta de las antiguas creencias de Persia, más supersticiones diversas y filosofía griega, y esta doctrina dio como resultado una montaña de escritos que llevaron el nombre de Zoroastro. Estos escritos circularon muy particularmente en Alejandría. Según Plinio, Hermippos de Esmirna en sus tratados sobre las ciencias ocultas reproducía la esencia de un gran número de versos compuestos, según él o aquellos de quien los tomase, por Zoroastro. También Plinio, Suidas y Eusebio, citan como de Zoroastro obras de astrología, física, y sobre las piedras.
El libro sagrado del zoroastrismo es el Avesta con frecuencia llamado impropiamente Zend-Avesta (palabra viva). Este libro es poco conocido y ello por la simple razón de ser hoy esta religión en otro tiempo tan importante, poco estimada, porque el valor de las doctrinas religiosas ha sido siempre medido, de un modo general, por el número de sus adeptos, y actualmente el mazdeísmo o zoroastrismo con sus pocos más de cien mil seguidores, de los cuales apenas una décima parte viven en el Irán, cuna de Zarathustra (los demás en la India, muy especialmente en Bombay), poca cosa son al lado de los trescientos, cuatrocientos o más millones de seguidores con que cuentan otras religiones tales como el cristianismo, el mahometismo, el hinduismo o el budismo. Es decir, que una vez más una gran religión víctima de las circunstancias históricas y del tiempo, factores que hacen fatal, irremisiblemente, que se cumpla esa ley que quiere que lo que nace tenga, sin excepción, que morir, está en pleno ocaso. Sombra apenas de lo que fue, el mazdeísmo lógico es que sea poco y mal conocido pese a ser madre de las religiones actualmente más importantes de la Tierra.
Sin contar que conviene tener en cuenta que las religiones no son otra cosa, en definitiva, que uno de los muchos elementos sociales de los pueblos, y que a causa de ello están sometidos, como es lógico, a la suerte y variaciones que sufren en el curso del tiempo los pueblos mismos. Y pocos de historia tan agitada y cambiante como los que durante muchos siglos tuvieron como asiento las tierras del Irán, cuyos habitantes tras haber conocido las mayores grandezas y haber formado los Imperios más poderosos de la antigüedad, cayeron, ley invariable de ese péndulo que rige la vida de los pueblos, en las mayores servidumbres.
Mas por ello mismo el que merezca menos olvido, y que con objeto de conseguirlo, valga la pena de acudir a sus textos sagrados. Estos textos, es decir, los actualmente existentes, no representan o no son sino una reducida parte de los que existían cuando esta religión estaba en pleno apogeo. Plinio el Antiguo dice que el profeta Zarathustra pasaba, en su tiempo, por haber escrito dos millones de versos. Inútil insistir en que tal cosa no tiene otro valor ni probablemente otra verdad que la que puede encerrar otra cualquiera de las mil leyendas forjadas por la piadosa ignorancia posterior; leyenda dorada de todas las religiones, en favor de los fundadores de éstas. Pero lo que sí está fuera de toda duda es, que la obra de Zarathustra, caída en manos de sus seguidores, corrió la misma suerte que la de otros, el Buda, por ejemplo; o sea, que no solamente fue desnaturalizada sino envuelta en una enorme maraña de escritos que nada o muy poco tenían que ver con él y su original y verdadera doctrina. También fuentes tardías hacen mención de veintiún Nask, de los cuales poco más de media docena y no seguramente íntegros, han llegado a nosotros.
Así, en lo que al Avesta afecta, la invasión de Alejandro el Grande fue causa de su destrucción casi total. Las religiones a base de libros sagrados, entre otros inconvenientes estaban sometidas, en la antigüedad, a éste: el que estos libros, nunca en gran número a causa de la dificultad de copiarlos, se perdiesen por obra de acontecimientos adversos, principalmente éstos, las guerras e invasiones. Pérdida difícilmente reparable cuando se trataba de grandes pueblos, como Persia, donde la religión no pasaba de ser un elemento social cuya propia riqueza y variedad se oponía a esa unidad que en religiones, como en todo, es lo que constituye la fuerza.
Tras Alejandro (y ya las doctrinas en manos de los magos eran apenas una sombra de lo que había soñado y predicado el profeta iranio), pocos esfuerzos fueron hechos, por lo que podemos colegir, para restablecer lo que había sido destruido, y ni tan siquiera para conservar lo poco que había quedado. De Persia salió una religión nueva a la cabeza de la cual brillaba un dios (nunca mejor se podría emplear este verbo «brillaba», puesto que se trataba de un dios solar), Mithra, que nacido en la India, había sido ya conocido en Persia antes de Zarathustra, y adoptado por las legiones romanas de Pompeyo, iba a desempeñar con el calificativo de Sol invictus un importantísimo papel...
Noticia preliminar
Zarathustra y su doctrina
(extractos)
Cuando gracias a Anquetil Duperron empezó a conocerse a fines del siglo XVIII la religión de los parsis, de la que apenas se tenían noticias en Europa, y cuando gracias a él, es decir, a las traducciones que hizo de los textos relativos a esta religión, y a los estudios, así mismo, sobre ella de otros grandes orientalistas, se supo que el Mazdeísmo o Zoroastrismo había sido no tan sólo la primera de las grandes religiones, sino la fuente de la que había tomado el judaismo, y gracias a él el cristianismo y más tarde el mahometismo, ciertos de sus dogmas más importantes, muy especialmente en el terreno de lo escatológico, así como lo mejor de sus ideas morales, la reacción fue una vez más tan inmediata como torpe, a causa del apasionado e imperfecto conocimiento de la cuestión de los que por defender su doctrina se atrevieron a afirmar que el profeta del Irán se había servido de las enseñanzas judías para establecer las suyas, cuando la verdad de lo ocurrido había sido exactamente todo lo contrario, como al punto fue perfectamente demostrado: o sea, que entre la religión judía antes del destierro en Babilonia y la que siguió a este destierro una vez que los sacerdotes judíos entraron en contacto con sus congéneres iranios y conocieron la doctrina de Zarathustra, hay la misma diferencia que entre la cara y la cruz de una moneda; y que la cara de ésta, es decir, lo que aprendido en Persia por los judíos pasó de éstos al cristianismo y posteriormente al mahometismo es, aparte de otras cosas de menor importancia, todo lo relativo a la inmortalidad del alma, la resurrección de los cuerpos, la creencia en el juicio final y otros supuestos tales que la existencia de lugares de recompensa y castigo (Paraíso e Infierno), nociones hasta entonces absolutamente desconocidas por los seguidores de Yahvé, sin contar otras tales que la esperanza en un Salvador del que el Saoshyant persa había sido la primera edición, así como el aceptar el «dualismo», es decir, admitir frente a una potencia buena otra mala oponiéndose a su obra, único medio de justificar, o tratar al menos de hacerlo, la presencia del mal en un Mundo obra de un Dios bueno. Pues bien, todo esto al primero que se le ocurrió fue al profeta iranio, de él pasó a los judíos, y a través de éstos al cristianismo y al islamismo, como acabo de decir.
Por su parte el zoroastrismo, bien que influido a su vez por elementos primitivos e irano-hindúes, fue una religión nueva que a causa de su cosmología, su cosmogonía, su apocaliptismo inmanente y su idea de «salvación» contribuyó más que toda otra a la gran revolución del pensamiento religioso que se inauguró en el Antiguo Testamento con el deutero Isaías, Malaquías y Daniel. Promovida a religión de Estado con los arsácidas (225 antes de nuestra era, 226 después de ella), sus escrituras sagradas fueron objeto entonces de una primera compilación de la que no se sabe gran cosa sino que ciertamente existió. Parece ser que su primer canon comprendía los Gathas antiguos Yasts o Yasnas de la época achaménide, y el Vendidad sadé cuya redacción se sitúa hacia la segunda mitad del siglo II antes de nuestra era. Desde entonces el zoroastrismo tuvo su doctrina, su «Biblia» y sus fieles, entre los cuales los monarcas vologesos. El advenimiento de la dinastía sasánida (225-652 después de nuestra era), inauguró para el zoroastrismo un período nuevo. Continuó siendo la religión del Estado, pero Ardashir Papakán, fundador de la nueva monarquía, «rehízo» un Avesta más amplio con ayuda de Tansar, su gran sacerdote. Su sucesor, Shapur I, insertó, según la tradición persa, elementos extranjeros tomados al helenismo y a la India. Con ello, el canon de las Escrituras parsis quedó constituido y la jerarquía fijada, con lo que ya el zoroastrismo oficial no sufriría modificación alguna hasta la llegada del Islam. Entonces (año 651), la religión del profeta iranio sucumbió ante la del nuevo, el antiguo camellero árabe tan favorecido, a creerle y a los que le seguían, por Alá, tercera faceta de Yahvé, dejando de ser la religión del Estado que, como siempre ocurre, le había dado un carácter jurídico y formalista a expensas de la amplia moral que había constituido su originalidad, siguiendo, no obstante, viva en su forma primitiva, en la fiel comunidad de los Guebres que, perseguidos, quedó su número reducido poco a poco, y en la de los Parsis, que prefirieron emigrar a la India antes que renunciar a su religión.
Pero ya había tenido tiempo de influir en varios movimientos religiosos importantes, el primero de ellos el budismo. Así, cuando esta doctrina se renovó a principios de la era cristiana sustituyendo una doctrina de acción a la anterior contemplación piadosa, lo hizo bajo la influencia del Irán. Los nombres, casi todos de carácter abstracto y espiritual, nacidos y empleados para designar a ciertos Budas, la naturaleza del Paraíso prometido a los elegidos, la apelación dada al Mesías que debía venir a predicar la salvación del Mundo: Maitreya (el nacido de Mithra), son, como observa Silvain Levi (La India y el Mundo), «otras tantas ideas, creencias y nombres que la India no explica, que son tan extrañas al brahmanismo como al budismo antiguo; pero ideas, creencias y nombres que son familiares al Irán zoroastriano, del cual han pasado ya hacia el oeste, al judaismo de los profetas, y de allí a la doctrina del cristianismo».
Y no sería todo. «La Perfección de la sabiduría», Pagjña-Paramita de los Budas, ¿no es acaso este Conocimiento, esta Sabiduría, Gnosis (palabra en la que se encuentra la misma raíz indo-europea, gno: saber), que tanta importancia tendría en el oriente mediterráneo y en el mundo greco-latino de los primeros siglos de nuestra era? ¿Y acaso la religión sasánida no tenía en común con la gnosis, como señaló Nyberg (Periódico asiático, julio-septiembre, 1931) todo un conjunto de ideas especulativas que recuerdan al punto otras gnósticas bien conocidas? La idea inicial y central del gnosticismo: la trasposición de la idea de liberación por un Salvador en un plan puramente espiritual y moral; la liberación así mismo de los lazos de la materia; la antítesis entre los sentidos y la razón, entre la Materia y el Espíritu, entre la Pluralidad y la Unidad; la misma idea de salvación, que mucho antes del nacimiento del cristianismo era ya una idea central del zoroastrismo, y hasta la noción de un Salvador (el Saoshyant avéstico, inspirador y modelo también de los numerosos Soter greco-romanos y de otros cultos del Oriente medio), ¿qué eran sino préstamos zoroastrianos pasados a religiones posteriores? ¿En dónde, además, bebió y se inspiró asimismo el maniqueísmo que tanta fortuna tuvo no sólo en parte de Europa, sino en Asia Menor y en África del Norte? En fin, aunque perseguido, el zoroastrismo tenía tanta fuerza, tal fecundidad y tal originalidad en el campo de las ideas religiosas, que hasta de su peor enemigo, el Islamismo, pudo vengarse produciendo una profunda brecha en esta religión a la que había prestado, a través del judaismo y del cristianismo en que tan abundantemente había bebido su Profeta árabe, el chiismo, mediante el cual la Persia musulmana tomaría su desquite sobre los árabes, constituyéndose en doctrina independiente. Mucho más (arde aún, el babismo y el bahaísmo, en pleno siglo XIX, harían resurgir la fe en el Saoshyant iranio, probando que el elemento esencial de la doctrina zoroastriana permanecía vivo. Total, y es lo que conviene no olvidar, que las doctrinas del profeta iranio fueron durante tres mil años un manantial fructífero, una rica fuente de elementos religiosos, el abrevadero más importante de doctrinas e ideas a las que con tanta ignorancia sobre su origen, como buena fe, se unirían durante muchos siglos millones de creyentes.
Probada la importancia de esta religión como fuente de fecundas ideas que de ella pasarían a otras grandes religiones posteriores, digamos algo de su inventor, Zarathustra o Zoroastro, como fue transcrito su nombre en griego, que el imaginar una doctrina fundada en la lucha entre dos dioses, uno bueno Ahura Mazda (Ormuzd), y otro malo Angra Maínyús (Ahrimán), descubrió como acabamos de ver una cantera de donde sacarían elementos muy importantes las principales religiones posteriores.
De Zarathustra, de la antigua familia de los Spitamas, se sabe muy poco. Pero sí que por voluntad suya, puesto que tal dijo y tal fue creído, su descendencia tendría gran importancia en algo de tanta monta, para los que estiman estas cosas, claro está, como lo que afecta al «Fin del Mundo». Y ello porque de estos descendientes saldría el ya mencionado Saoshyant (el Salvador), cuya aparición anunciaría la próxima llegada del famoso Juicio final, tras el cual vendría la instauración definitiva del Buen Reino de Ormuzd. Por lo demás, empezando por lo que afecta a la cronología de Zoroastro, tan sólo se han hecho y se pueden hacer conjeturas; y por ello el que varíe entre fechas tan distantes como 1200 y 530 antes de nuestra era. En todo caso lo que sí parece que se puede asegurar es que Heródoto (486-406 antes de nuestra era), no tuvo noticias de él, pues de otro modo le hubiese mencionado y hasta adornado, según su costumbre, con alguna pintoresca leyenda. Por supuesto, ello no prueba en modo alguno que Zoroastro y el zoroastrismo, aquél no hubiese existido y éste no fuese ya una creencia admitida, pero sí, que de haber entonces, como parece probable, partidarios de esta doctrina, tal vez permaneciesen aún confinados en algún cantón lejano, no habiendo invadido todavía sus creencias el Irán occidental. También sabemos que Zoroastro era conocido en Asia Menor en la época de Platón, puesto que éste le nombra en el Alcibiades, y es todo. Otros testimonios helénicos no pueden ser tomados en consideración; pues no sólo confunden, por ejemplo, Zoroastro con Zervan (el Tiempo) , sino que lo poco que enseñan no concuerda en modo alguno con la doctrina de los Gathas. Sí nos sirven, en cambio, para probar que Zoroastro era conocido en los círculos instruidos de Grecia en el siglo IV, que ya era célebre fuera del Irán, y que incluso empezaba por entonces a ser mitificado, destino común a todos los personajes fuertemente ligados a lo religioso, muy particularmente, y esto sin excepción, los fundadores de creencias de este carácter. También sabemos que los arsácidas (255 antes de nuestra era, 226 después de ella) eran totalmente partidarios de las doctrinas de Zoroastro.
Nada, pues, parece oponerse a que Zarathustra, como opinan actualmente los orientalistas más notables, hubiese vivido entre los años 660-580 antes de nuestra era, o sea como afirma la tradición persa, que asimismo hace saber que era un hombre bueno, humano y compasivo...
Si querés seguir leyendo otros 13 minutos sobre la vida de Zoroastro, el extracto continúa aquí:
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Cf. de Conectorium:
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