José Cadalso: epígrafes por si me muero
Cuando Heródoto, allá por el siglo 5 a. C., se dispuso a grabar la historia de los enfrentamientos entre los griegos y los persas, dice Irene Vallejo que “lo más increíble de todo: nuestro autor no consigna la versión de los griegos, solo la de los persas y fenicios. Así, la historia occidental nace explicando el punto de vista del otro, del enemigo, del gran desconocido”. “Es curioso comprobar que tantos siglos después de que Heródoto escribiese su obra el primer libro de historia empieza de forma rabiosamente actual: hablando de guerras entre orientales y occidentales, de secuestros, de acusaciones cruzadas, de distintas versiones sobre los mismos acontecimientos, de hechos alternativos”. Hoy, casi dos mil quinientos años después, el mundo vuelve a vivir bajo la misma espada de Damocles, la amenaza latente de una nueva guerra entre Persia y Occidente; entre Irán y sus aliados, e Israel y sus aliados; entre musulmanes y cristianos: las dos religiones más grandes del mundo, cada una con unos dos mil cuatrocientos millones de fieles, enfrentadas por causa, o con la excusa, del bienestar de la más pequeña, que tiene unos quince millones de practicantes.
Justo cuando el humano se pensaba superior a sí mismo, incapaz de seguir matando en nombre de la religión, los fanatismos y los idealismos, justo en el clímax del teatro es cuando se nos desvela el secreto de la trama: seguimos siendo los mismos.
Más de dos milenios después de las Historias de Heródoto, en 1721, Montesquieu publicaba una novela llamada Cartas persas, una crítica al mundo occidental y sus costumbres escrita desde una perspectiva oriental. La sátira se convirtió en un bestseller, impulsado todavía más por la censura del gobierno francés y la Iglesia Católica, los dos hogares del alma de Montesquieu.
Casi cinco décadas después, en España, José Cadalso se propuso imitar el trabajo de Montesquieu y la mirada de Heródoto, tropicalizando los estilos pero manteniendo en el fondo la crítica humorística. Así escribió sus Cartas Marruecas, trabajo que empezó probablemente en 1768, a los 27 años, y que terminó cerca de seis años después. Entre medio, Cadalso habría tenido que salir huyendo de Madrid a Zaragoza por culpa de un escrito que dijo que no había escrito, habría vuelto a Madrid, habría vivido más de una famosa aventura amorosa, habría sufrido una profunda depresión por la temprana muerte de una amante, depresión de la que habrían surgido, como suele suceder, actos de desesperación —leídos en sus Noches lúgubres— un profundo arte, que lo habría encumbrado en Madrid y Salamanca, donde habría terminado esta novela-ensayo epistolar, que habría circulado entre algunos pero que no se publicó. Enrolado en el ejército español, a los pocos años fue parte del asedio de Gibraltar. En 1782, recientemente nombrado coronel, murió en la guerra; tenía apenas 40 años. Sus Cartas marruecas se publicaron siete años después de su muerte, en 1789.
Para su suerte, no llevan ningún epígrafe como llevan los trabajos criticados en la carta que leemos a continuación, la número 67 (no hay tiempo para hablar de sus diferentes ediciones). En ella, Cadalso mantiene una crítica a una práctica tan común que fue una de las causas para que se publicaran un montón de libros de citas y refranes a lo largo y ancho de Europa, durante varios siglos (ahora las citas las vemos, las recopilamos y las posteamos en las redes sociales). Esta práctica seguía siendo común desde que Cervantes, diecisiete décadas antes, la atacara en el prólogo del Quijote. En el prólogo de las Cartas marruecas, se lee:
“Desde que Miguel de Cervantes compuso la inmortal novela en que criticó con tanto acierto algunas viciosas costumbres de nuestros abuelos, que sus nietos hemos reemplazado con otras, se han multiplicado las críticas de las naciones más cultas de Europa en las plumas de autores más o menos imparciales; pero las que han tenido más aceptación entre los hombres de mundo y de letras son las que llevan el nombre de «cartas», que se suponen escritas en este o aquel país por viajeros naturales de reinos no sólo distantes, sino opuestos en religión, clima y gobierno. El mayor suceso de esta especie de críticas debe atribuirse al método epistolar, que hace su lectura más cómoda, su distribución más fácil, y su estilo más ameno, como también a lo extraño del carácter de los supuestos autores: de cuyo conjunto resulta que, aunque en muchos casos no digan cosas nuevas, las profieren siempre con cierta novedad que gusta. Esta ficción no es tan natural en España, por ser menor el número de los viajeros a quienes atribuir semejante obra. Sería increíble el título de Cartas persianas, turcas o chinescas, escritas de este lado de los Pirineos. Esta consideración me fue siempre sensible porque, en vista de las costumbres que aún conservamos de nuestros antiguos, las que hemos contraído del trato de los extranjeros, y las que ni bien están admitidas ni desechadas, siempre me pareció que podría trabajarse sobre este asunto con suceso, introduciendo algún viajero venido de lejanas tierras, o de tierras muy diferentes de las nuestras en costumbres y usos.”
Nosotros podemos viajar al pasado y nos sorprende encontrarnos con lo diferente y con lo mismo. Nos sorprendería más si pudiéramos viajar al futuro. Diferentes vestimentas, diferentes tecnologías, diferentes maneras de actuar, pero las mismas pasiones, los mismos conflictos, las mismas mañas. Si algún viajero del pasado leyera lo que se escribe hoy, sobre los temas que nos interesan ahora, o cuando lo haga alguien del futuro, se encontrará, como nos encontramos nosotros, que, por lo general, no se escriben novedades, la novedad está en el estilo. El teatro sigue siendo el mismo, los epígrafes también.
Libro: Cartas Marruecas
> Carta 67: De Nuño a Gazel
Redactado c. 1768-1774
De Nuño a Gazel
Desde tu llegada a Bilbao no he tenido carta tuya; la espero con impaciencia, para ver qué concepto formas de esos pueblos en nada parecidos a otro alguno. Aunque en la capital misma la gente se parezca a la de otras capitales, los habitantes del campo y provincias son verdaderamente originales. Idioma, costumbres, trajes son totalmente peculiares, sin la menor conexión con otros.
Noticias de literatura, que tanto solicitas, no tenemos estos días; pero en pago te contaré lo que me pasó poco ha en los jardines del Retiro con un amigo mío (y a fe que dicen es sabio de veras, porque aunque gasta doce horas en cama, cuatro en el tocador, cinco en visitas y tres en el paseo, es fama que ha leído cuantos libros se han escrito, y en profecía cuantos se han de escribir, en hebreo, siriaco, caldeo, egipcio, chino, griego, latino, español, italiano, francés, inglés, alemán, holandés, portugués, suizo, prusiano, dinamarqués, ruso, polaco, húngaro y hasta la gramática vizcaína del padre Larramendi). Este tal, trabando conversación conmigo sobre los libros y papeles dados al público en estos años, me dijo:
—He visto varias obrillas modernas así tal cual —y luego tomó un polvo y se sonrió; y prosiguió: —Una cosa les falta, sí, una cosa.
—Tantas les faltará y tantas les sobrará... —dije yo.
—No, no es eso —replicó el amigo, y tomó otro polvo y se sonrió otra vez, y dio dos o tres pasos, y continuó: —Una sola, que caracterizaría el buen gusto de nuestros escritores. ¿Sabe el señor don Nuño cuál es? —dijo, dando vueltas a la caja entre el dedo pulgar y el índice.
—No —respondí yo lacónicamente.
—¿No? —instó el otro. —Pues yo se la diré —y volvió a tomar un polvo, y a sonreírse, y a dar otros tres pasos. —Les falta —dijo con magisterio—, les falta en la cabeza de cada párrafo un texto latino sacado de algún autor clásico, con su cita y hasta la noticia de la edición con aquello de mihi entre paréntesis; con esto el escrito da a entender al vulgo, que se halla dueño de todo el siglo de Augusto materialiter et formaliter. ¿Qué tal? Y tomó doble dosis de tabaco, sonriose y paseó, me miró, y me dejó para ir a dar su voto sobre una bata nueva que se presentó en el paseo.
Quedé solo, raciocinando así: este hombre, tal cual Dios lo crió, es tenido por un pozo de ciencia, golfo de erudición y piélago de literatura; ¡luego haré bien si sigo sus instrucciones! Adiós, dije yo para mí; adiós, sabios españoles de 1500, sabios franceses de 1600, sabios ingleses de 1700; se trata de buscar retazos sentenciosos del tiempo de Augusto, y gracias a que no nos envían algunos siglos más atrás en busca de renglones que poner a la cabeza de lo que se ha de escribir en el año que, si no miente el calendario, es el de 1774 de la era cristiana, 1187 de la Hégira de los árabes, 6973 de la creación del mundo, 4731 del diluvio universal, 4018 de la fundación de España, 3943 de la de Madrid, 2549 de la era de las Olimpiadas, 192 de la corrección gregoriana, 16 del reinado de nuestro religioso y piadoso monarca Carlos III, que Dios guarde.
Fuime a casa, y sin abrir más que una obra encontré una colección completa de estos epígrafes. Extractélos, y los apunté con toda formalidad; llamé a mi copiante (que ya conoces, hombre asaz extraño) y le dije:
—Mire Vm., don Joaquín, Vm. es mi archivero, y digno depositario de todos mis papeles, papelillos y papelones en prosa y en verso. En este supuesto, tome Vm. esta lista, que no parece sino de motes para galanes y damas; y advierta Vm. que si en adelante caigo en la tentación de escribir algo para el público, debe Vm. poner un renglón de éstos en cada una de mis obras, según y conforme venga más al caso, aunque sea estirando el sentido.
—Está muy bien —dijo mi don Joaquín (que a estas horas ya había sacado los anteojos, cortado una pluma nueva y probado en el sobrescrito de una carta con un «Muy Señor mío» muy hermoso, y muchos rasgos).
—De este modo los ha de emplear Vm. —proseguí yo.
Si se me ofrece, que creo se me ofrecerá, alguna disertación sobre lo mucho superficial que hay en las cosas, ponga Vm. aquello de Persio:
Oh curas hominum! quantum est in rebus inane!
Cuando publique endechas muy tristes sobre la muerte de algún personaje célebre, cuya pérdida sea sensible, vea Vm. cuán al caso vendrá la conocida dureza de algunos soldados de los que tomaron a Troya, diciendo con Virgilio:
...quis talia fando Myrmidonum, Dolopumve, aut duri miles Ulysseitemperet a lacrymis!
Dios me libre de escribir de amor, pero si tropiezo en esta flaqueza humana, y ando por estos montes y valles, bosques y peños, fatigando a la ninfa Eco con los nombres de Amarilis, Aminta, Servia, Nise, Corina, Delia, Galatea y otras, por mucha prisa que yo le dé a Vm., no hay que olvidar lo de Ovidio:
scribere jussit Amor.
Si me pongo alguno vez muy despacio a consolar algún amigo, o a mí mismo, sobre alguna de las infinitas desgracias que nos pueden acontecer a todos los herederos de Adán, sírvase Vm. poner de muy bonita letra lo de Horacio:
aequam memento rebus in arduisservare mentem.
Cuando yo declame por escrito contra las riquezas, porque no la tengo, como hacen otros (y hacen menos mal que los que declaman contra ellas y no piensan sino en adquirirlas), ¡qué mal hará Vm. si no pone, hurtándoselo a Virgilio, que lo dijo en una ocasión harto serio, grave y estupendamente:
quid non mortalia pectora cogis,auri sacra fames!
Sentiré muy mucho que la depravación de costumbres me haga caer en la torpeza de celebrar los desórdenes; pero como es tan frágil esta nuestra máquina, ¿qué sé yo si algún día me echaré a aplaudir lo que siempre he reprehendido, y cante que es inútil trabajo el de guardar mujeres, hijas y hermanas? A esta piadosa producción, hágame Vm. el corto agasajo de poner en boca de Horacio:
inclusam Danaen turris ahenea, robustaeque fores, et vigilum canum tristes excubiae, munierant satis nocturnis ab adulteris. Si non...
Si algún día llego a profanar tanto mi pluma, que escriba contra lo que pienso, y digo entre otras cosas que este siglo es peor que otro alguno, con ánimo de congraciarme con los viejos del siglo pasado, lo puedo hacer a muy poca costa, sólo con que Vm. se sirva poner en la cabeza lo que el mismo dijo del suyo:
clamant periisse pudorem cuncti pene Patres.
Si el cielo de Madrid no fuese tan claro y hermoso y se convirtiese en triste, opaco y caliginoso como el de Londres (cuya triste opacidad y caliginosidad depende, según geógrafo-físicos, de los vapores del Támesis, del humo del carbón de piedra y otras causas), me atrevería yo a publicar las Noches lúgubres que he compuesto a la muerte de un amigo mío, por el estilo de las que escribió el doctor Young. La impresión sería en papel negro con letras amarillas, y el epígrafe, a mi ver muy oportuno aunque se deba traer de la catástrofe de Troya a un caso particular, sería el de
crudelis ubiqueluctus, ubique pavor, et plurima noctis imago.
Cuando publiquemos, mi don Joaquín, la colección de cartas que algunos amigos me han escrito en varias ocasiones (porque hoy de todo se hace dinero), Horacio tendrá que hacer también esta vez el gasto y diremos con él:
nil ego praetulerim jucundo sanus amico.
A fuerza de llamarse poetas muchos tunantes, ridículos, necios, bufones, truhanes y otros, ha caído mucho la poesía del antiguo aprecio con que se trataba marras a los buenos poetas. Ya ve Vm., mi don Joaquín, cuán al caso vendrá una disertación, volviendo por el honor de la poesía verdadera, diciendo su origen, aumento, decadencia, ruina y resurrección, y también ve Vm., mi don Joaquín, cuán del caso sería pedir otra vez a Horacio un poquito de latín por amor de Dios, y decir:
sic honor, et nomen divinis vatibus, atque carminibus venit.
Al ver tanto papel como hace gemir la prensa en nuestros días, ¿quién podrá detener la pluma, por poco satírico que sea, y dejar de repetir con el nada lisonjero Juvenal
tenet insanabiles multos scribendi cacoethes?
Paréceme que por punto general debo yo, y debe todo escritor, o bien de papeles como éste, pequeños, o bien de tomazos grandes, como algunos que yo sé, escribir ante todas cosas después de cruz y margen lo que Marcial:
sunt bona sunt quaedam mediocria, sunt mala plura, quae legis hic: aliter non fit, Avite, liber.
Siempre que yo vea salir al público un libro escrito en nuestros días en castellano puro, fluido, natural, corriente y genuino, cual se escribía en tiempo de mi señora abuela, prometo darle gracias al autor en nombre de los difuntos señores Garcilaso, Cervantes, Mariana, Mendoza, Solís y otros (que Dios haya perdonado), y el epígrafe de mi carta será:
...aevo rarissima nostro simplicitas.
Tengo, como vuestra merced sabe, don Joaquín, un tratado en vísperas de concluirle contra el archicrítico maestro Feijoo, con que pruebo contra el sistema de su reverendísima ilustrísima que son muy comunes, y por legítima consecuencia no tan raros, los casos de duendes, brujas, vampiros, brucolacos, trasgos y fantasmas, todo ello auténtico por disposición de personas fidedignas, como amas de niños, abuelas, viejos de lugar y otros de igual autoridad. Hago ánimo de publicarlo en breve con láminas finas y exactos mapas; singularmente la estampa del frontispicio, que representa el campo de Barahona con una asamblea general de toda la nobleza y plebe de la brujería; a cuyo fin volveremos a llamar a la puerta de Horacio, aunque sea a media noche, y, pidiéndole otro texto para una necesidad, tomaremos de su mano lo de
somnia, terrores magicos, miracula, sagas, nocturnos lemures, portentaque tesala rides.
El primer soberano que muera en el mundo, aunque sea un cacique de indios entre los apaches, como su muerte llegue a mis oídos, me dará motivo para una arenga oratoria sobre la igualdad de las condiciones humanas respecto a la muerte, y vuelta en casa de Horacio en busca de:
pallida mors aequo pulsat pede pauperum tabernas, regumque turres.
Por nada quisiera yo ser hombre de entradas y salidas, negocios graves, secretos importantes y ocupaciones misteriosas, sino para volverme loco un día, apuntar cuanto supiera y enviar mi manuscrito a imprimirse en Holanda, sólo para aprovechar lo que dijo Virgilio a los dioses del infierno:
sit mihi fas audita loqui.
Supongamos que algún día sea yo académico, aunque indigno, de cualquiera de las academias o academías (escríbalo Vm. como quiera, mi don Joaquín, largo o breve, que sobre eso no hemos de reñir); si, como digo de mi asunto, algún día soy individuo de alguna de ellas, aunque sea la famosa de Argamasilla que hubo en tiempo del muy valiente señor Don Quijote de andante memoria, el día que tome asiento entre tanta gente honrada he de pronunciar un largo y patético discurso sobre lo útil de las ciencias, sobre todo en la particularidad de ablandar los genios y suavizar las costumbres; y molidos que estén mis compañeros con lo pesado de mi oratoria, les resarciré el perjuicio padecido en su paciencia acabando de decir cual Ovidio:
ingenuas didicisse fideliter artes, emollit mores, nec sinit esse ferox.
Mire Vm., don Joaquín, por ahí anda una cuadrilla de muchachos que no hay quien los aguante. Si uno habla con un poco de método escolástico, se echan a reír, y de cuatro tajos o reveses lo hacen a uno callar. Esto ya ve Vm. cuán insufrible ha de ser por fuerza a los que hemos estudiado cuarenta años a Aristóteles, Galeno, Vinio y otros, en cuya lectura se nos han caído los dientes, salido las canas, quemado las cejas, lastimado el pecho y acortado la vista, ¿no es verdad, don Joaquín? Pues mire Vm., los tengo entre manos, y los he de poner como nuevos. Diré lo mismo que dijo Juvenal de otros perillanes de su tiempo, arguyéndoles del respeto con que en otros tiempos se miraban las canas, pues dice que
credebant hoc grande nefas, et morte piandum, si juvenis vetulo non adsurrexerit.
Me alegrara tener mucho dinero para muchas cosas, y, entre otras, para hacer una nueva edición de nuestros dramáticos del siglo pasado, con notas, ya críticas, ya apologéticas, y bajo el retrato de don Frey Lope de Vega Carpio (que los franceses han dado en llamar López y decir que fue hijo de un cómico), aquello de Ovidio:
video meliora, proboque; deteriora sequor.
Cuando nos vayamos a la aldea que Vm. sabe, y escribamos a los amigos de Madrid, aunque no sea más que pidiéndoles las gacetas o encargándoles alguna friolera, no se olvide Vm. de poner la que puso Horacio, diciendo:
scriptorum chorus omnis amat nemus, et fugit urbes.
Sobre el rumbo que ha tomado la crítica en nuestros días, no fuera malo tampoco el dar a luz un discurso que señalase el verdadero método que ha de seguir para ser útil en la república literaria; en este caso el mote será de Juvenal:
dat veniam corvis, vexat censura columbas...
Alguna vez me he puesto a considerar cuán digno asunto para un poema épico es la venida de Felipe V a España, cuánto adorno se podría sacar de los lances que le acaecieron en su reinado, cuánto pronóstico feliz para España la amable descendencia que dejó. Ya había yo formado el plan de mi obra, la división de cantos, los caracteres de los principales héroes, la colocación de algunos episodios, la imitación de Homero y Virgilio, varias descripciones, la introducción de lo sublime y maravilloso, la descripción de algunas batallas; y aun había empezado la versificación, cuidando mucho de poner r r r, en los versos duros, l l l, en los blandos, evitando los consonantes vulgares de ible, able, ente, eso y otros tales; en fin, la cosa iba de veras, cuando conocí que la epopeya es para los modernos el ave fénix de quien todos hablan y a quien nadie ha visto. Fue preciso dejarlo, y a fe que le tenía buscado un epigrama muy correspondiente al asunto, y era de Virgilio, cuando metiéndose a profeta dijo en voz hinchada y enfática:
jam nova progenies coelo demittitur alto.
No fuera malo dedicarnos un poco de tiempo a buscar faltas, errores, equivocaciones, yerros y lugares oscuros en los más clásicos autores nuestros o ajenos, y luego salir con una crítica de ellos muy humilde al parecer, pero en la realidad muy soberbia (especie de humildad muy a la moda), y poner en el frontispicio, como por vía de obsequio al autor criticado, lo de Horacio, a saber:
quandoque bonus dormitat Homerus.
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- Persio, Sátiras, 1. “¡Ah, preocupaciones humanas! ¡Ah, cuánta trivialidad hay en el mundo!”
- Virgilio, Eneida, 2. “Al decir tales cosas, ¿qué mirmidón, qué dolopio o qué soldado del duro Ulises podría contener las lágrimas?”
- Ovidio, Heroidas, 4. “El amor me ordena que escriba”.
- Horacio, Odas, 2, 3. “ Recuerda conservar la mente serena en los momentos difíciles”.
- Virgilio, Eneida, 3. “A qué llevas a los pechos mortales, maldito deseo del oro”.
- Horacio, Odas, 3, 16. “En vano la fuerza de una torre de bronce, y los fieles centinelas y los perros vigilantes hubieran guardado a Danae del amante nocturno, si no...”
- Juvenal, Sátiras, 2. “Casi todos los senadores claman que se ha perdido la vergüenza”.
- Virgilio, Eneida, 2. “Por todas partes un luto cruel, por todas partes el miedo y la imagen repetida de la muerte”.
- Horacio, Epístolas, 1, 5. “Preferiría, en mi sano juicio, un amigo agradable”.
- Virgilio, Eneida, 6. “Así, honor y nombre vienen a los divinos poetas y a sus cantos”.
- Juvenal, Sátiras, 7. “¿Muchos están poseídos por el incurable mal de escribir?”
- Marcial, Epigramas, 1, 16. “Hay cosas buenas, algunas mediocres, y muchas malas, que lees aquí: de otra manera, Avito, no se hace un libro”.
- Ovidio, Metamorfosis, I. “En nuestra época, la simplicidad es muy rara”.
- Horacio, Epístolas, 2, 2. “Te ríes de sueños, terrores mágicos, milagros, brujas, espectros nocturnos y prodigios tesalios”.
- Horacio, Odas, 1, 4. “La pálida muerte golpea con igual pie las cabañas de los pobres y las torres de los reyes”.
- Virgilio, Eneida, 6. “Que me sea permitido decir lo que he oído”.
- Ovidio, Epístolas desde el Ponto, 2, 9. “Haber aprendido fielmente las nobles artes suaviza los modales y no deja ser feroz”.
- Juvenal, Sátiras, 13. “Creían que esto era un gran crimen, y que debía ser expiado con la muerte, si un joven no se levantaba ante un anciano”.
- Ovidio, Metamorfosis, 7. “Veo lo mejor y lo apruebo, pero sigo lo peor”.
- Horacio, Epístolas, 2, 2. “Todo el coro de escritores ama el bosque y huye de las ciudades”.
- Juvenal, Sátiras, 2. “La censura perdona a los cuervos y castiga a las palomas”.
- Virgilio, Églogas, 4. “Ya desciende del alto cielo una nueva progenie”.
- Horacio, Arte Poética, verso 359. “A veces, también Homero duerme”.