Jorge Luis Borges: Estambul
Texto publicado en su libro Atlas (1984). No es posible saber lo bueno del otro si la historia nos la cuentan siempre sus enemigos. Y es fácil criticar lo que hacen extranjeros pero alabar lo mismo cuando es hecho por nuestra tribu.
Autor: Jorge Luis Borges
Libro: Atlas (1984)
Estambul
En el anterior capítulo, y en el principio del presente, he considerado los progresos efectuados por el hombre, á partir de la condición primitiva semi humana, hasta su estado actual en los países en que todavía el hombre se encuentra en estado salvaje.
Cartago es el ejemplo más evidente de una cultura calumniada, nada podemos saber de ella, nada pudo saber Flaubert, sino lo que refieren sus enemigos, que fueron implacables. No es posible que algo parecido ocurra con Turquía. Pensamos en un país de crueldad; esa noción data de las Cruzadas, que fueron la empresa más cruel que registra la historia y la menos denunciada de todas. Pensamos en el odio cristiano acaso no inferior al odio, igualmente fanático, del Islam. En el Occidente le ha faltado un gran nombre turco a los otomanos. El único que nos ha llegado es el de Suleimán el Magnífico (e solo in parte vide il Saladino).
¿Qué puedo yo saber de Turquía al cabo de tres días? He visto una ciudad espléndida, el Bósforo, el Cuerno de Oro y la entrada al Mar Negro, en cuyas márgenes se descubrieron piedras rúnicas. He oído un idioma agradable, que me suena a un alemán más suave. Por aquí andarán los fantasmas de muchas y diversas naciones; prefiero pensar que los escandinavos formaban la guardia del emperador de Bizancio, a los que se unieron los sajones que huyeron de Inglaterra después de la jornada de Hastings. Es indudable que debemos volver a Turquía para empezar a descubrirla.