John Gray: la libertad y los salvadores (y los peces voladores)

Contexto Condensado

John Nicholas Gray es un Doctor en Filosofía británico, profesor en el London School of Economics y en Oxford. Juega mucho con temas políticos y de narrativas, y el asunto de la libertad es uno de sus favoritos. En 2002 publicó Perros de Paja: Reflexiones sobre los humanos y otros animales, libro que se convirtió en una de sus obras insignia. Dos décadas después, es uno de los tipos más influyentes en el pensamiento político y filosófico contemporáneo.

Yo llegué a él gracias a la sugerencia —mejor, insistencia— de uno de ustedes. Y gracias. Hay cosas que uno lee que tienen un timing perfecto.

«Se esclaviza dando de comer», pensaba ayer, observando la alegría mezclada con ansias que tienen perros, pavos y caballos cuando estás a punto de darles alimento, o cuando piensan que estás a punto de hacerlo. Así también funcionamos los humanos, también animales. Si alguien tiene algo que nuestro apetito desea o necesita, nos podemos ver sometidos a esa voluntad ajena si no nos conocemos ni controlamos a nosotros mismos. Ya sea una transacción única o algo de largo aliento, quien pueda alimentarte, literal y espiritualmente, puede esclavizarte. Ya lo dijo Epicteto, que “los que tienen poder sobre ello son nuestros amos. Por eso también los veneramos como a dioses, porque pensamos que «lo que tiene poder sobre lo más beneficioso es divino»”, y lo repite Gray diciendo: “La gente adorará a quienquiera que le dé pan, porque necesita que sus gobernantes sean dioses”. Herman Hesse postuló que “aquellos que no saben gobernarse a sí mismos, están constantemente buscando un líder al que adorar”. La frase también aplica aquí, y Gray nos toca este punto hablando de los líderes que se creen salvadores, y que necesitan más a sus seguidores de lo que los followers necesitan de ellos: lo hace recitando a D. H. Lawrence comentando la parábola de Dostoievski del Gran Inquisidor en Los Hermanos Karamazov (Gray es un conector). “El Gran Inquisidor le dice a Jesús que la humanidad es demasiado débil para soportar el don de la libertad. No busca libertad, sino pan — y no el pan divino prometido por Jesús, sino el pan mundano común”. Se esclaviza dando de comer, y la libertad es una quimera.

Y de libertad se debate sólo con el estómago lleno; así como de metafísica, moda, deportes, venture capital, relación precio-calidad del vino, diseño de muebles e inodoros, el mejor destino para vacacionar, modelos de vehículos, depresiones, ansiedades y propósitos en la vida, que son todos bienes de lujo que surgen una vez nuestras necesidades han sido cubiertas, una vez encontramos certidumbre, una vez tenemos tiempo de sobra luego de lograr la supervivencia y cuando nos faltan motivos para complicarnos la vida. “Podemos hablar de metafísica porque ya hemos comido”, dijo Facundo Cabral, un temático de la libertad. Extrapolemos esta situación etérea a una práctica de la vida real. Volvamos a esos primeros meses de encierro e incertidumbre de 2020, cuando la pandemia del covid-19 hacía temblar cuerpos y mentes. ¿Cuáles eran los famosos trabajadores esenciales? Los que alimentaban, los que transportaban, los que curaban, los que organizaban y los que limpiaban; éstos eran aplaudidos, y todos los demás sobraban. Todos los trabajos que no son parte de esta cadena son fruto de la certidumbre, del tener techo y comida asegurados. Y mientras más confort y menos problemas reales, mientras menos podés describir tu trabajo en pocas palabras, más bullshit-job, o más job que sin lo básico cubierto no sería posible. «Podemos crear este cargo o contratar a alguien para que haga esto, ahora que tenemos dinero». Y en el mundo de las ideologías: podemos discutir sobre cuál es la mejor y podemos darnos el lujo de etiquetarnos con una sola ahora que no tenemos a la muerte merodeando, o que no tenemos conflicto de intereses; como escribió Nietzsche: “todo idealismo es mentira frente a lo necesario”.

Podemos leer y filosofar sólo porque hemos comido. Y gracias por eso. Y vamos a ello.
Autor: John Gray (1951-actualidad)

Libro: Perros de Paja
> Capítulo 4: Los No Salvados
>> Secciones 1 y 2

Publicado en 2002

Parte de esta lectura es parte de los bonus tracks de nuestra serie y libro físico Alabanza y Menosprecio de la Libertad y la Democracia
“La certeza de que no hay salvación es una forma de salvación; de hecho, es la salvación. Ése es el pun­to de partida desde el cual uno puede organizar su vida o construir una filosofía de la historia: desde lo insoluble como solución, como la única salida.”
(E. M. Cioran)

Sección 1: Los salvadores [traducción de Albino Santos Mosquera]

Buda prometía liberación de algo que todos entendemos: el sufrimiento. Sin embargo, nadie puede decir cuál fue el pecado original de la humanidad y nadie comprende cómo puede redimirlo el sufrimiento de Cristo.

El cristianismo comenzó como una secta judía. Para los primeros seguidores de Jesús, el pecado significaba desobedecer a Dios y el castigo para la humanidad pecadora era el fin del mundo. Tales creencias míticas estaban íntimamente ligadas a la figura de un mesías, de un mensajero divino portador del castigo del que el mundo se había hecho merecedor y de la redención para aquellos pocos que se habían mostrado obedientes.

Fue San Pablo, y no Jesús, quien fundó el cristianismo. Pablo convirtió un culto mesiánico judío en una religión mistérica grecorromana; pero no pudo despojar la fe que había inventado de la herencia de Jesús. Las creencias sobre el pecado y la redención conformaban el corazón de las enseñanzas de Jesús. Pero no sólo eso: sin algunas de esas creencias, la promesa cristiana de redención carece de sentido. Si no somos pecadores, no necesitamos ser redimidos y la promesa de la Redención no nos puede ayudar a sobrellevar nuestras penas. Tal y como escribió Borges a propósito de Jesús:

Ha oscurecido un poco. Ya se ha muerto.
Anda una mosca por la carne quieta.
¿De qué puede servirme que aquel hombre
haya sufrido, si yo sufro ahora?

En el cuento de D. H. Lawrence, Gallo escapado, Jesús vuelve de entre los muertos y acaba renunciando a la idea de salvar a la humanidad. Contempla el mundo, maravillado, y se pregunta: «¿De qué y a santo de qué podría salvarse este torbellino sin fin?»

Los humanos creen ser seres libres y conscientes, pero, en realidad, son unos animales ilusos. Al mismo tiempo, nunca dejan de intentar huir de aquello que imaginan ser. Sus religiones son intentos de librarse de una libertad que nunca han poseído. En el siglo XX, las utopías de la derecha y de la izquierda cumplieron la misma función. En el momento actual, en el que la política no resulta convincente siquiera como forma de entretenimiento, la ciencia ha pasado a asumir el papel de liberadora de la humanidad. Se podría concebir una doctrina esotérica que predicara que no hay nada de lo que liberarse: una enseñanza que tuviera como objetivo liberar a la humanidad del yugo de la salvación. En Carta al Greco, Nikos Kazantzakis pone en boca de Buda las siguientes palabras dirigidas a su fiel discípulo Ananda:

Quien diga que la salvación existe es un esclavo, pues no deja de sopesar cada una de sus palabras y actos en todo momento. «¿Me salvaré o me condenaré?», se pregunta trémulo. [...] La salvación supone liberarse de todos los salvadores [...] ahora comprendes quién es el Salvador perfecto [...] Es el Salvador que libere a la humanidad de la salvación.

Hermosa idea, pero ¿quién la necesita? Tan animales como los demás, pero más inquietos que la mayoría, los seres humanos se sienten realizados, según Robinson Jeffers:

en el
ritmo desastroso, las masas pesadas y móviles,
la danza de las
masas llevadas por sus sueños ladera abajo de la montaña oscura.

Las personas normales y corrientes se toman a sus salvadores demasiado a la ligera como para que necesiten ser salvados de ellos. Sus supuestos liberadores las necesitan más de lo que ellas los necesitan a ellos. Lo que la humanidad busca en sus libertadores es distracción, no salvación.

Sección 2: El gran inquisidor y los peces voladores [traducción propia]

En su comentario sobre la parábola del Gran Inquisidor de Dostoyevski, D. H. Lawrence confesó que una vez había rechazado la filosofía del Gran Inquisidor por considerarla una “pose cínico-satánica”. En la parábola de Dostoyevski, que aparece en forma de «poema» compuesto por Iván Karamazov y contado a su hermano Aloysha en la novela Los hermanos Karamazov, Jesús vuelve al mundo en tiempos de la Inquisición española. Aunque llega “suavemente, sin ser observado”, no pasa mucho tiempo antes de que es reconocido por el pueblo y hecho prisionero por el Gran Inquisidor. Encerrado en el antiguo palacio de la Santa Inquisición, es interrogado, pero se niega a responder. 

El Gran Inquisidor le dice a Jesús que la humanidad es demasiado débil para soportar el don de la libertad. No busca la libertad, sino el pan; no el pan divino prometido por Jesús, sino el pan terrenal ordinario. La gente adorará a quien les dé pan, porque necesitan que sus gobernantes sean dioses. El Gran Inquisidor le dice a Jesús que su enseñanza ha sido enmendada para tratar a la humanidad como realmente es: “Hemos corregido Tu obra y la hemos fundado en el milagro, el misterio y la autoridad. Y los hombres se regocijaron de volver a ser conducidos como ovejas, y de que el terrible don que les traía tanto sufrimiento fuera, por fin, sacado de sus corazones”.

Lawrence nos dice que rechazó la afirmación del Gran Inquisidor de que los seres humanos no pueden soportar la libertad por considerarla “un alarde de blasfemia”. Reflexionando, su juicio fue diferente: la afirmación del Gran Inquisidor contiene “la crítica final e incontestable de Cristo... es un resumen mortal y devastador, incontestable porque lo confirma la larga experiencia de la humanidad. Es la realidad contra la ilusión, y la ilusión era la de Jesús, mientras que el tiempo mismo replica con la realidad”. Lawrence explica su cambio de opinión con una pregunta: “¿Es cierto que la humanidad exige, y siempre exigirá, milagro, misterio y autoridad?” Responde:

“Sin duda es cierto. Hoy en día, el hombre obtiene su sentido de lo milagroso de la ciencia y la maquinaria, la radio, los aviones, los grandes barcos, los zepelines, el gas venenoso, la seda artificial: estas cosas alimentan el sentido del hombre de lo milagroso como lo hizo la magia en el pasado... El diagnóstico de Dostoyevski sobre la naturaleza humana es sencillo e incontestable. Tenemos que someternos y aceptar que los hombres son así.”

Lawrence tenía razón. Hoy en día, para la mayoría de la humanidad, la ciencia y la tecnología encarnan “milagro, misterio y autoridad”. La ciencia promete que las fantasías humanas más antiguas por fin se harán realidad. La enfermedad y el envejecimiento serán abolidos, la escasez y la pobreza ya no existirá; la especie será inmortal. Como el cristianismo en el pasado, el culto moderno a la ciencia vive de la esperanza en los milagros. Pero pensar que la ciencia puede transformar la suerte humana es creer en la magia. El tiempo replica a las ilusiones del humanismo con la realidad: una humanidad frágil, desquiciada, no realizada. Aunque permita reducir la pobreza y aliviar la enfermedad, la ciencia se utilizará para refinar la tiranía y perfeccionar el arte de la guerra.

La verdad que Dostoyevski pone en boca del Gran Inquisidor es que la humanidad nunca ha buscado la libertad, y nunca lo hará. Las religiones seculares de los tiempos modernos nos dicen que los seres humanos anhelan ser libres; y es cierto que les molesta cualquier tipo de restricción. Sin embargo, es raro que los individuos valoren su libertad más que la comodidad que proporciona el servilismo, y más raro aún que lo hagan pueblos enteros. Como comentaba Joseph de Maistre, a propósito de la sentencia de Rousseau según la cual los hombres nacen libres pero están encadenados por todas partes: pensar que, porque unos pocos buscan a veces la libertad, todos los seres humanos la quieren, es como pensar que, porque hay peces voladores, está en la naturaleza de los peces volar.

No hay duda de que en el futuro habrá sociedades libres como las ha habido en el pasado. Pero serán escasas, y variaciones de anarquía y tiranía serán la norma. Las necesidades que satisfacen los tiranos son tan reales como aquellas a las que responde la libertad; a veces son más urgentes. Los tiranos prometen seguridad; y liberación del tedio de la existencia cotidiana. Con seguridad, esto es sólo una fantasía confusa. La triste realidad de la tiranía es una vida gastada en espera. Pero el perenne romance de la tiranía viene de su promesa a sus súbditos de una vida más interesante que cualquier otra que puedan imaginar para sí mismos. Sea lo que sea en lo que se conviertan, las tiranías comienzan como festivales de los deprimidos. Los dictadores pueden llegar al poder apoyados sobre el caos, pero su promesa tácita es que aliviarán el aburrimiento de sus súbditos. En esto, no se puede reprochar al Gran Inquisidor.

[A partir de aquí, traducción de Santos Mosquera nuevamente]

Ahora bien, la mentira que subyace a las palabras del Gran Inquisidor radica en la visión que él tiene de sí mismo. Él se tiene por el más trágico de todos los hombres, depositario de una maldición —una visión de la verdad— que le ha sido negada a la débil humanidad y, por consiguiente, cargado con la responsabilidad de cuidar de ésta. Tiene la obligación de salvar a la humanidad de «la grave obligación de escoger libremente. Y millones de seres humanos serán felices. Sólo no lo serán unos cien mil, sus directores; es decir, nosotros, los depositarios de su secreto». Esto no es más que el típico engreimiento del romanticismo sacado de quicio. La vigilia del Gran Inquisidor no puede traer la salvación a la humanidad. Ésta no la necesita. Lo único que puede traer es paz al propio Gran Inquisidor.

La realidad, obviamente, es que no hay Grandes Inquisidores. Los inquisidores en los que se basaba el personaje de Dostoievski no eran santos que dedicaban sus vidas a evitar que la humanidad fuese aplastada por la verdad. No se diferenciaban en nada del resto de los mortales; de hecho, eran incluso peores: fanáticos enloquecidos, buscadores de venganza o arribistas timoratos. El impresionante retrato de Dostoievski queda desmentido por la realidad humana. Los inquisidores no nacen del impulso santo-satánico de librar a la humanidad de la verdad, sino del miedo, el resentimiento y el placer de intimidar a los débiles.

La ciencia puede hacer avanzar el saber humano; lo que no puede es hacer que la humanidad sienta aprecio por la verdad. Cómo los cristianos de otros tiempos, los científicos están atrapados en la red del poder; luchan por la supervivencia y el éxito; su visión del mundo es un mosaico de creencias convencionales. La ciencia no puede traer «el milagro, el misterio y la autoridad» a la humanidad, aunque sus sirvientes, al igual que los que sirvieron a la Iglesia en el pasado, son tan humanos como el que más.


Complementar con:

Epicteto: Sobre la libertad
Libre es quien vive como quiere; quien no puede ser forzado, estorbado ni apresurado. Ni ansiar ni temer, eso es libertad. Esto y vivir seguro y ser feliz es lo que busca cualquiera, porque ¿quién quiere vivir en el error, engañado, siendo injusto, quejumbroso, despreciado, obligado? Nadie.
Nietzsche: Epicuro vs Pablo
El imperium romanum, la más grandiosa forma de organización en circunstancias difíciles hasta ahora realizada, en comparación con la cual todo lo anterior, todo lo posterior es artificio, chapucería: aquellos santos anarquistas, los cristianos se impusieron el religioso deber de destruirlo.
Contradicciones de la libertad individual
¿Somos realmente libres? Si tuvieras todo el tiempo y dinero del mundo, ¿podrías en verdad hacer lo que quisieras? ¿Cuáles son las cárceles que elegiste imponerte a vos mismo? Porque, no te engañés, constantemente elegimos prisiones para habitar. La cultura que te rodea te permea inevitablemente.

Cita a:

Jorge Luis Borges - Conectorium
Jorge Francisco Isidoro Luis Borges (Buenos Aires, 24/08/1899 - Ginebra, 14/06/1986). Escritor, bibliotecario, profesor, crítico, traductor, conferencista, poeta y ensayista extensamente considerado una figura clave tanto para la literatura en habla hispana como para la literatura universal. Sus obr…
Rousseau - Conectorium
Jean-Jacques Rousseau (Ginebra, 28/06/1712 - Ermenonville, 2/07/1778) fue un polímata suizo francófono. Fue a la vez escritor, pedagogo, filósofo, músico, botánico y naturalista, y aunque fue definido como un ilustrado, presentó profundas contradicciones que lo separaron de los principales represent…