Israel y Palestina, parte 2: expansión mulmana, pogromos, nacionalismos, sionismo y retorno judío
Parte 2 (aquí): expansión musulmana, pogromos y expulsiones de los judíos, nacionalismos, sionismo y la opinión pública, migraciones judías e historial de la demografía en Palestina hasta la independencia de Israel.
Parte 3: división y límites de Palestina, límites en la naturaleza, problema de las migraciones, historial de guerras territoriales entre judíos y musulmanes (israelitas y palestinos), limpieza étnica, the two-state solution.
Parte 4: por qué esta guerra es diferente de las anteriores, por qué es igual a otras guerras, la propaganda en todo su esplendor, cambio en la opinión pública, los fanatismos de siempre y observaciones sobre la esencia humana.
Parte 2
La opinión pública, pogromos y nacionalismos
Los deseos de Alá (o de Mahoma) llevaron a los árabes a dominar un imperio desde lo que hoy es Pakistán hasta la península ibérica, pasando por el norte africano. El Califato Omeya fue el imperio más extenso hasta entonces, es el séptimo de la historia. Su extensión es el sueño del arabismo, que mezcló lo árabe con lo musulmán. De sus cuarenta a setenta millones de personas, casi la mitad eran cristianos, y 5-10% judíos. Eran libres siempre que pagaran sus respectivos impuestos. El Califato tuvo carácter secular: no se rigió estrictamente por lo religioso, y (por eso) duró un siglo. Sus ciudadanos musulmanes más fanáticos se rebelaron y depusieron la dinastía (la opinión pública puede poner y sacar reyes, y los fanáticos no dudan en empezar guerras).
Los omeyas se refugiaron en Iberia (que habían tomado de los visigodos). La llamaban Al-Ándalus. Para los judíos se llama Sefarad. Entre el siglo 8 y principios del siglo 11 tuvieron ahí el Emirato/Califato de Córdoba. Después pasó lo de siempre: guerras civiles de sucesión y secesión, cargadas de xenofobia. Los judíos, que otrora tenían hasta protección oficial, sufrieron persecuciones y linchamientos. Los cristianos también. Las opciones fueron: la conversión, el exilio o la muerte.
Los sefarditas eran unos trescientos mil. Algunos esperaron en casa a que pase la tormenta. En 1141, en otra ola antisemita, uno de ellos, Yehudah Halevi, poeta y filósofo, encabezó un llamado para retornar a Israel. Murió en el camino, en Egipto — o en las puertas de Jerusalén, para acrecentar su leyenda; Halevi había inventado la siónida, un tipo de poesía que ansía el retorno a su tierra. Aquí encontramos los cimientos del movimiento que vendrá. Entre los siglos 11 y 19, confiscaciones y pogromos constantes movieron el norte de la aguja judía hacia Jerusalén.
«Pogromo» viene del ruso Погро́м, pogróm —un término que a su vez puede haber sido prestado del yiddish (o judeoalemán, hablado por los judíos asquenazíes)—; quiere decir «destruir, causar estragos, demoler violentamente». Se usa, dice la RAE, para señalar la “matanza, acompañada de pillaje, realizada por una multitud enfurecida contra una colectividad, especialmente contra los judíos”. O sea, el actuar de una turba de fanáticos religiosos. Que el vocablo haya surgido en la Rusia del siglo 19 no significa que la acción no haya sucedido antes (el lenguaje se inventa observando el pasado): hay pogromos hace más de tres mil años porque el nombre de Dios se usa para masacrar desde que descubrimos el monoteísmo.
Los judíos fueron oficialmente expulsados de (esto no es una lista completa):
- Israel en los siglos 8 a.C., 6 a.C, y 2 d.C. (no volvieron hasta el siglo 20).
- Francia en 1182 y tres veces el siglo 14.
- Inglaterra y Gales, en 1290 (no pudieron volver hasta 1657).
- Hungría en 1376.
- El Reino Visigodo, en el siglo 7. De Ál-Ándalus, en los siglos 11 y 12. Del Reino de España, en 1492, cuando los Reyes Católicos lograron expulsar finalmente a los musulmanes, y cien años después de que empezaron los ataques anti-judíos en Castilla y Aragón. El sultán Bayezid y el Papa Alejandro VI les abrieron las puertas del Imperio Otomano y los Estados Pontificios (a cambio, por supuesto, de un impuesto).
- Luego fueron expulsados de los Estados Pontificios dos veces en el siglo 16.
- Nápoles, Génova, Túnez y Argel cuando fueron conquistadas por España, que exportaba la Inquisición con la bendición del Papa.
- Portugal, en 1496-1497.
- Navarra, en 1498.
- El norte italiano, forzados por los Sforza, a finales del siglo 15.
- Provenza (sur de Francia), Baviera (sur de Alemania) y Brandenburgo (noreste alemán), en el siglo 16.
- Austria, en 1421 y 1670.
- El Ducado de Lituania, en 1445 y 1495 (pudieron volver en 1503; trescientos años después, eran 750.000 en la Mancomunidad Polonia-Lituania).
- Los países musulmanes, en 1948, durante la guerra árabe-israelí (cerca de 900.000 judíos).
- Rusia, tres veces en el siglo 19 (la última en 1881 después del asesinato del zar Alejandro II, del que fueron acusados) y luego de la Revolución y la Primera Guerra Mundial, desde 1917.
Entre 1881 y 1917 huyeron de Rusia tres millones de judíos, algunos a Israel, la mayoría a Estados Unidos y Argentina. En Buenos Aires atentaron contra sus sedes, en 1992 y 1994, Irán y Hezbolá, quienes hoy, 30 años después, siguen planificando lo mismo. Luego de la caída de la Unión Soviética, cuando tuvieron permiso para salir, emigraron casi un millón y medio de judíos, la mayoría a Israel, también a USA y Alemania.
El peor pogromo de todos es el de Kristallnacht, la noche del 9 de noviembre de 1938, a lo largo y ancho del Tercer Reich. «La noche de los cristales rotos» no terminó hasta 1945. Seis millones de almas fueron cruelmente asesinadas, poco más de un tercio del total de judíos, casi dos tercios de los que vivían en Europa.
En territorios germanos sufrieron pogromos en los siglos 11, 12, 13 y 14. Antes de eso tuvieron protecciones gubernamentales y prosperidad económica; después, la opinión pública depuso a quienes quisieron protegerlos. Todo empezó con el auge de las cruzadas. En 1095, el “monje fanático” Pedro de Amiens predicó que había que atacar a musulmanes y judíos, «usureros descendientes de los asesinos de Cristo». Las masacres que se hicieron y los suicidios colectivos que provocaron son inenarrables. Saquearon sus pertenencias para financiar su campaña hacia Tierra Santa, hacia donde caminaron desde cerca de los Países Bajos, inflamando los ánimos y la opinión pública, masacrando por donde pasaron. El Papa Urbano II y el emperador Alejo Comneno de Constantinopla se emocionaron con la idea, y así nace la Primera Cruzada, mezclando otra vez el derecho propietario terrenal con los supuestos deseos divinos. Si Dios realmente desea en todas las épocas que sus hijos se masacren por habitar el mismo terreno, sería el peor de los sádicos. Si hace sufrir por milenios a su pueblo elegido, alejándolo constantemente de su patria, también.
“¿Tiene patria un judío?”, se preguntaba Voltaire a finales del siglo 18. Su caso era único en el mundo: un pueblo sin terreno propio, disperso alrededor del mundo, perpetuándose entre naciones extranjeras, y encima discriminado... La pregunta flotaba en el aire, como la necesidad. La respuesta inevitable llegó un siglo después.
Entre los siglos 16 y 19, en el mundo occidental, el péndulo de la opinión pública se movió hacia el otro lado. Guerras étnicas, religiosas y de clase cocinaron una revolución cultural que impulsaba el secularismo y el liberalismo (acompañados de la igualdad y la fraternidad). Se enfatizaba la libertad individual, y esto también valía para los pueblos: la idea de que podían regirse por sí mismos, en democracia, se había asentado. Así nacen los nacionalismos, cuya tesis es que un pueblo que tiene rasgos culturales, lingüísticos, religiosos o étnicos comunes, compartidos a lo largo de cierta historia, conforma una nación; y que ésta ocupa un territorio que debe convertirse en un Estado independiente (estado-nación). Las guerras civiles de independencia se volvieron comunes; también la «limpieza étnica», el sinónimo polite de «genocidio». El nacionalismo también se volvió fanático, racista y xenófobo.
En este contexto liberal y nacionalista, lo judío, después de casi ochocientos años, gozó de empatía; la idea de un estado-nación judío era una inevitabilidad. En la siguiente vuelta del eterno retorno del antisemitismo —inflamado por el populismo nacionalista—, surgió el sionismo. Su gran defensor fue un judío austrohúngaro, Theodor Herzl; periodista, escritor y, lógicamente, activista. Sin ser el primero ni el inventor, es considerado el padre del movimiento. Herzl escribió extensamente sobre el tema, se paseó por Europa exponiéndolo, fundó en 1897 la Organización Sionista y, épicamente, logró convencer a la opinión pública (incluyendo al Papa, emperadores y el sultán).
Tres grandes detonantes, una gran reforma y un tsunami político empujaron el péndulo de la opinión pública e hicieron posible el movimiento:
- Los pogromos de 1881 y 1882 en Rusia, el caso Dreyfus en Francia (1894-1906), y el Holocausto (1933-1945). El sionismo proponía que los judíos sólo podían vivir con plena seguridad en una patria propia; dos milenios después, el exilio tenía que llegar a su fin. El mundo estaba seguro que así era, y apoyó la idea.
- El Imperio Otomano, entonces dueño de Palestina, tenía dentro suyo millets (del árabe ملة, millah, que significa «nación»): regiones etno-religiosas que gozaban de autonomía. Ortodoxos, católicos, protestantes, armenios, mongoles y judíos gozaban de libertad. Entre 1839 y 1876, para prevenir levantamientos nacionalistas, se reformó el aparato burocrático, se reorganizó el mapa político, y se permitió que los millets puedan comprar terreno. Los judíos que llegaron pudieron comprar tierras, y en grandes cantidades.
- El concepto del estado-nación: hasta antes de la Primera Guerra Mundial, en 1914, existían aproximadamente 60 estados reconocidos, menos de 20 eran pseudo-democracias, y las mujeres podían votar en menos de 10. Hoy, un siglo después, de los casi 200 países reconocidos, tres cuartos son democracias y en todos esos pueden votar las mujeres, pero un cuarto tiene tintes autocráticos. Y esto es lo verdaderamente importante de esta guerra, que si escala puede convertirse en un enfrentamiento entre el mundo occidental (o «mundo libre») y el mundo autocrático. Pero esto es tema para analizar en la tercera parte de este ensayo.
Los nacionalismos provocaron la Primera y la Segunda guerra Mundial. En la primera, poco importaba que el archiduque Franz Ferdinand quisiera una federación para contener movimientos nacionalistas dentro de Austria-Hungría: un nacionalista serbio-bosnio igual lo asesinó, aún teniendo la chance de arrepentirse. En la segunda, los judíos todavía no tenían un estado propio. Herzl, que murió en 1904, no tuvo la suerte de ver su sueño hecho realidad, pero tuvo la suerte de no ver la peor de sus pesadillas. Él había previsto lo que podían hacer el nacionalismo fanático y el fanatismo religioso. Incluso había escrito propuestas para la convivencia pacífica entre judíos y musulmanes en Palestina. Esto se repitió en la Declaración de Balfour.
El 2 de noviembre de 1917 el gobierno británico hace una “declaración de simpatía por las aspiraciones judías sionistas”, firmada por el ministro de Relaciones Exteriores, Arthur James Balfour, dirigida al barón de Rothschild, el mayor auspiciador del movimiento sionista. En la carta, the Crown “ve favorable el establecimiento en Palestina de un hogar nacional para el pueblo judío, y hará todo lo posible para facilitar el logro de este objetivo, dejando en claro que no se hará nada que pueda perjudicar los derechos civiles y religiosos de las comunidades no judías existentes en Palestina”. Se trataba de establecer un estado, no en toda Palestina, sino en algún lugar de Palestina y, claramente, no sólo para los judíos. Pero la religión y el derecho propietario divino se metieron en el camino.
Este nacionalismo nació sin ser un movimiento religioso (es necesario recalcarlo). Para Herzl y las organizaciones sionistas, no se trataba de un pedazo de tierra prometido por Dios, sino de un asilo seguro. En contraste con musulmanes y católicos, los judíos se veían como una nación; como los armenios, los daneses o los griegos. Como dicen que son los catalanes. Como decían que eran bosnios, serbios y el resto de ex yugoslavos.
Así comienza el retorno judío. El artículo Palestina de la Enciclopedia Británica de 1911 decía, sobre el trabajo de Herzl, Rothschild y el sionismo: “Sólo el tiempo puede mostrar hasta qué punto es probable que estas colonias tengan un éxito permanente, o cómo la sutilmente enervante influencia del clima afectará a las generaciones posteriores”. Ya sabemos bien cómo afectó.
Población en Palestina y el retorno de Israel
A pocas décadas de la conquista otomana de Palestina en el siglo 16, la población de la región era: 12.000 musulmanes, 2.000 cristianos, 2.000 judíos (el mundo tenía, quizás, quinientos millones de habitantes).
En 1839, antes de las reformas otomanas, menos de 10.000 judíos vivían en Palestina y cerca de 170.000 en todo el imperio, la mayoría sefarditas, la mayoría en Estambul. Cuatro décadas después, el censo otomano de 1878 cuenta en Palestina: 404.000 musulmanes (86%), 44.000 cristianos (9%), casi 25.000 judíos (5%, la mitad de ellos extranjeros). Diez millones de judíos vivían alrededor del mundo. Esta es la foto al principio del final del exilio.
Los judíos llaman a sus olas migratorias aliyá (עלייה, ascenso). La primera comenzó con los pogromos en Rusia en 1881 y duró hasta 1903. La segunda, entre 1904 y 1914. En cada una llegaron unos 30.000 judíos. Cuando Robert Alexander Stewart Macalister escribía para la Británica, menos de 75.000 judíos vivían en Palestina, eran el 11% de la población. En todo el Imperio Otomano, de entre 21.000.000 de personas, los judíos eran cerca de 260.000.
Cuando estalla la Gran Guerra, en Palestina vivían 580.000 musulmanes (80%), 60.000 cristianos (8%) y 85.000 judíos (12%); luego el gobierno otomano empieza la deportación de extranjeros y la población judía baja a menos de 60.000. En 1917 los aliados derrotan a los otomanos y se hacen con toda la parte sur del Imperio, dividiendo su mandato entre ingleses y franceses. Hacen un censo en Jerusalén y resulta que viven en ella casi 34.000 judíos, musulmanes casi 14.000, cristianos casi 15.000. Luego surge la Declaración de Balfour.
La tercera aliyá se da entre 1917 y 1923, en medio del genocidio armenio hecho por los Jóvenes Turcos. Habían subido al poder con ayuda del lobby judío, que quería deponer al sultán Abdul Hamid II y establecer un estado propio. Dos millones de armenios (cristianos) fueron masacrados en el Gran Crimen. A Palestina llegaron 35.000 judíos.
La cuarta aliyá sucede entre 1924 y 1928: unos 80.000 judíos llegaron a Eretz Israel (ארץ ישראל, Tierra de Israel).
La quinta comienza en 1929 luego de la Masacre de Hebrón, un pogromo ejecutado por musulmanes palestinos después de un año de escaramuzas por el control del Muro de los Lamentos, y en medio de los reclamos palestinos a los británicos por un estado propio. Esta ola duró hasta el inicio de la Segunda Guerra Mundial en 1939, coincidente con el final de la Revuelta Árabe en Palestina, que empezó en 1936 como reclamo contra la masiva migración judía. 225.000 judíos llegaron en esta etapa (la mayoría, cabe esperar, alemanes).
Entre 1939 y 1945 tenemos el pangermanismo y antisemitismo nazi, con sus ya conocidas consecuencias. En 1939 el gobierno británico publica el Libro Blanco que daba las directrices de la independencia Palestina: se iría entregando de a poco el Mandato a un solo estado, conformado por musulmanes y judíos, pero éstos no debían ser más de un tercio del total de la población. Entonces se limita su inmigración a máximo 75.000 personas en los próximos cinco años; sólo podían llegar más si los musulmanes estaban de acuerdo. También se restringía a los judíos, después casi un siglo, la compra de nuevas tierras.
Cuando termina el Mandato Británico en 1948, los musulmanes eran 1.200.000 (62%), los cristianos 130.000 (7%), y los judíos casi 600.000 (31%).
En noviembre de 1947, la recientemente creada ONU, con su 57 miembros, propuso la partición de Palestina en dos estados: uno judío y uno árabe (mal llamado «árabe», lo correcto es «musulmán»). Jerusalén se quedaría bajo un régimen especial de administración internacional. Los países «árabes» se quejaron porque poco más de la mitad del territorio quedaba en manos judías, siendo que eran un tercio de la población; los judíos se quejaron porque su territorio no era continuo. La Resolución 181 se aprobó con el 54% de los votos; la Liga Árabe sacó su propia resolución advirtiendo las consecuencias si el plan se llevaba a cabo. El 14 de mayo de 1948, un día antes de la salida de los británicos, Israel declara su independencia. Al día siguiente la Liga Árabe le declara la guerra.
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