Hannah Arendt: la propaganda y el terrorismo del totalitarismo

La propaganda es parte inevitable de la guerra psicológica, pero el terror lo es más. El terror sigue siendo utilizado por los regímenes totalitarios incluso cuando ya han sido logrados sus objetivos psicológicos: su verdadero horror está en que reina sobre una población completamente sometida.

Hannah Arendt: la propaganda y el terrorismo del totalitarismo
Afiches de manifestaciones en Santiago de Chile, octubre de 2019
Contexto Condensado

Cerramos el inicio del 2023 con la autora más leída del 2022: Hannah Arendt. Empezamos con ella una mini-serie sobre política, en la que veremos un poco sobre el uso y abuso del poder y la fuerza por parte de algunos gobiernos, y diferentes causas y efectos de guerras civiles.

Arendt ha escrito el que es, quizás, el mejor tratado sobre el totalitarismo, que ella distingue de la dictadura y la tiranía, y que considera “una nueva forma de gobierno” que se basa en ideologías y en el terror.

Las ideologías, ya sabemos, no se basan necesariamente en la realidad sino en narrativas. Al no ser acordes a lo que pasaría si se dejaran suceder las cosas naturalmente, para materializarse, se tienen que imponer mediante algún tipo de fuerza (ya sea moral o física). Funcionan sólo durante un tiempo hasta que la gravedad de la realidad hace caer la estantería por su propio peso. Para ser más exactos, no funcionan. Como no se venden por sí solas—para ser más exactos, como necesitan ser vendidas—, recurren a la propaganda para instalarse en la mente del colectivo y para ganar “legitimidad”.

Para resumir un poco, o explicar mejor lo dicho arriba, recurro al párrafo inicial de Hannah Arendt de la sección siguiente a la que leemos hoy, una sección que le dedica a la organización totalitaria:

“Las formas de la organización totalitaria, diferenciadas de su contenido ideológico y de sus slogans propagandísticos, son completamente nuevas. Están concebidas para traducir las mentiras propagandísticas del movimiento, tejidas en torno a una ficción central en una realidad actuante, para construir, incluso bajo circunstancias no totalitarias, una sociedad cuyos miembros actúen y reaccionen según las normas de un mundo ficticio. En contraste con los partidos aparentemente similares y con los movimientos fascistas o socialistas, de orientación nacionalista o comunista, todos los cuales respaldan su propaganda con el terrorismo tan pronto como han alcanzado un cierto grado de extremismo (lo que depende principalmente del grado de desesperación de sus miembros)”.

El libro que leemos se llama Los Orígenes del Totalitarismo. Está dividido en 3 partes: Antisemitismo, Imperialismo, Totalitarismo. Empezó a escribirlo en 1945, “el primer período de relativa calma tras décadas de desorden, confusión y horror”; la primera edición apareció en 1951. En ese momento, ella intentaba responder a las preguntas: ¿Que ha sucedido? ¿Por qué sucedió? ¿Cómo ha podido suceder? Esto lo escribe en el prólogo a la tercera parte, donde dice que los “gobiernos totalitarios descansan en el apoyo de las masas”, un apoyo que “no procede ni de la ignorancia ni del lavado de cerebro”. La gente que es partidaria de estos gobiernos y sus prácticas, en el fondo sabe lo que se está haciendo, sólo que quiere hacer oídos sordos a los rumores, y a los susurros de su conciencia. Quizá tiene miedo, quizá esta ciega, quizá le gusta lo que sucede, quizá no encontró mejor bastón que la ideología en cuestión. Pero “en el momento de la derrota cuando se torna visible la debilidad inherente a la propaganda totalitaria, sin la fuerza del movimiento, sus miembros dejan automáticamente de creer en el dogma por el que ayer todavía estaban dispuestos a sacrificar sus vidas”.

Las dos primeras partes del tratado analizan el nazismo y el comunismo stalinista como los primeros grandes gobiernos dictatoriales. Leemos hoy un extracto del capítulo 11, que corresponde a la tercera parte, y que analiza el Movimiento totalitario. Antes de analizar la organización totalitaria, Hannah Arendt le dedica una sección a la propaganda totalitaria: es el principio de esa sección lo que leemos hoy.

Más adelante de lo que servimos, Arendt deja una frase que no podemos dejar de repetir: “la mera ficción”—la ideología y la mentira que intentan imponer los gobiernos totalitarios—“sólo puede descansar en el terror”. El terror “constituye la verdadera esencia de su forma de Gobierno”, escribe. Sin meter miedo los regímenes, no pueden mantener la fábula que venden con su propaganda.

Parte del método es distribuir mentiras e intentar borrar la historia. No les importan los datos, los hechos, y peor tener lógica. Su fin es el adoctrinamiento de fanáticos (o fanáticos en potencia), gente que ya está hipnotizada con el movimiento y que no va a escuchar ninguna otra razón, porque ya eligió lo que quiere creer. En momentos de totalitarismo, de fanatismo, es casi imposible convencer al “otro”; nos movemos sesgados por nuestras ideas y buscamos hechos o mentiras que las “confirmen”.

A continuación, el extracto en la versión en español de Guillermo Solana (1974), traducción basada en la segunda edición del libro (1958). Dejo fuera todas las notas al pie de página de la autora excepto la primera, porque a veces son extensas, y para hacer énfasis en la función del terrorismo de Estado, que se usa a diestra y siniestra en gobiernos totalitarios de izquierda y en la derecha.

Autora: Hannah Arendt

Libro: El Origen del Totalitarismo (1951)

Tercera Parte: Totalitarismo
Capítulo 11: El Movimiento Totalitario

1: Propaganda Totalitaria (extracto del principio de la sección)

Sólo el populacho y la élite pueden sentirse atraídos por el ímpetu mismo del totalitarismo; las masas tienen que ser ganadas por la propaganda. Bajo las condiciones del Gobierno constitucional y de la libertad de opinión, los movimientos totalitarios que luchan por el poder pueden emplear el terror sólo hasta un determinado grado y comparte con otros partidos la necesidad de conseguir seguidores y de parecer plausibles ante un público que no está todavía rigurosamente aislado de todas las demás fuentes de información.

Se reconoció temprano y se ha afirmado frecuentemente que en los países totalitarios la propaganda y el terror ofrecen dos caras de la misma moneda. [1] Esto, empero, es sólo cierto en parte. Allí donde el totalitarismo posee un control absoluto sustituye a la propaganda con el adoctrinamiento y utiliza la violencia, no tanto para asustar al pueblo (esto se hace sólo en las fases iniciales, cuando todavía existe una oposición política) como para realizar constantemente sus doctrinas ideológicas y sus mentiras prácticas. El totalitarismo no se contentará con declarar, frente a hechos que prueban lo contrario, que no existe el paro; abolirá los subsidios de paro como parte de su propaganda. Igualmente importante es el hecho de que la negativa a reconocer el paro haga realidad —aunque en una forma más bien inesperada— la antigua doctrina socialista: el que no trabaje, que no coma. O cuando, por tomar otro ejemplo, decidió Stalin reescribir la historia de la Revolución Rusa, la propaganda de su nueva versión consistió en destruir, junto con los antiguos libros y documentos, a sus autores y lectores: la publicación en 1938 de una nueva historia oficial del Partido Comunista fue la señal de que había concluido la superpurga que diezmó a toda una generación de intelectuales soviéticos. Similarmente, en los territorios ocupados del Este, los nazis emplearon al principio la propaganda antisemita para conseguir un firme control de la población. No necesitaron ni utilizaron el terror para apoyar esta propaganda. Cuando liquidaron a la mayor parte de la intelligentsia polaca no lo hicieron por la oposición de ésta, sino porque, según su doctrina, los polacos carecían de intelecto, y cuando proyectaron apoderarse de los niños de ojos azules y pelo rubio no pretendían asustar a la población, sino preservar la «sangre germánica».

Como los movimientos totalitarios existen en un mundo que en sí mismo no es totalitario, se ven forzados a recurrir a lo que comúnmente consideramos como propaganda. Pero semejante propaganda siempre se dirige a una esfera exterior, bien a los estratos no totalitarios de la población del país, o a los países extranjeros no totalitarios. Esta esfera exterior hacia la que se dirige la propaganda totalitaria puede variar considerablemente; incluso después de la conquista del poder, la propaganda totalitaria puede dirigirse a los segmentos de su propia población cuya coordinación no ha sido seguida por un suficiente adoctrinamiento. A este respecto, los discursos de Hitler a sus generales durante la guerra son verdaderos modelos de propaganda, caracterizados principalmente por las monstruosas mentiras que el Führer lanzaba a sus invitados en su afán por hacerlos suyos. La esfera exterior puede hallarse también representada por grupos de simpatizantes que no están todavía dispuestos a captar los verdaderos objetivos del movimiento; finalmente, sucedía a menudo que incluso los miembros del Partido eran considerados por el círculo interno del Führer o por los afiliados a las formaciones de élite como pertenecientes a semejante esfera exterior y que, también en este caso, todavía precisaban de la propaganda porque no podían ser dominados con seguridad. Para no sobreestimar la importancia de las mentiras de la propaganda tienen que recordarse los muy numerosos ejemplos en los que Hitler fue completamente sincero y brutalmente inequívoco en la definición de los verdaderos objetivos del movimiento, que, simplemente, no eran reconocidos por un público carente de preparación para semejante consistencia. Pero, básicamente hablando, la dominación totalitaria trata de restringir exclusivamente los métodos de la propaganda a su política exterior o a los sectores del movimiento en el exterior con el propósito de proporcionarles un material adecuado. Allí donde el adoctrinamiento totalitario en el interior llega a estar en conflicto con la línea de propaganda para el consumo en el exterior (lo que sucedió en Rusia durante la guerra, no cuando Stalin firmó su alianza con Hitler, sino cuando la guerra con Hitler le llevó al campo de las democracias) la propaganda es explicada en el interior como una «maniobra táctica temporal». Tanto como sea posible, esta distinción entre la doctrina ideológica para los iniciados en el movimiento, que ya no necesitan de la propaganda, y la pura propaganda para el mundo exterior queda ya establecida durante la existencia de los movimientos antes de la conquista del poder. La relación entre la propaganda y el adoctrinamiento depende normalmente, por una parte, de las dimensiones de los movimientos y, por otra, de la presión exterior. Cuanto más pequeño sea un movimiento, más energía gastará en la propaganda; cuanto mayor sea sobre los regímenes totalitarios la presión del mundo exterior —una presión que no puede ser enteramente ignorada, incluso tras los telones de acero—, más activamente se lanzarán a la propaganda los dictadores totalitarios. El punto esencial es que las necesidades de la propaganda están siempre dictadas por el mundo exterior y que los mismos movimientos no hacen realmente propaganda, sino que adoctrinan. A la inversa, el adoctrinamiento, emparejado inevitablemente con el terror, aumenta con la fuerza de los movimientos o el aislamiento de los Gobiernos totalitarios y su seguridad ante la intervención exterior.

La propaganda es, desde luego, parte inevitable de la «guerra psicológica», pero el terror lo es más. El terror sigue siendo utilizado por los regímenes totalitarios incluso cuando ya han sido logrados sus objetivos psicológicos: su verdadero horror estriba en que reina sobre una población completamente sometida. Allí donde es llevado a la perfección el dominio del terror, como en los campos de concentración, la propaganda desaparece por completo; quedó incluso enteramente prohibida en la Alemania nazi. La propaganda, en otras palabras, es un instrumento, y posiblemente el más importante, del totalitarismo en sus relaciones con el mundo no totalitario; el terror, al contrario, constituye la verdadera esencia de su forma de Gobierno. Su existencia depende tan poco de los factores psicológicos o de otros factores subjetivos como la existencia de las leyes depende en un país gobernado constitucionalmente del número de personas que las violan...


[1] Véase, por ejemplo, Dictatorships and Political Police: The Technique of Control by Fear, de E. Kohn-Bramstedt, Londres, 1945, pp. 164 y ss.

La explicación es que «el terror sin propaganda perdería la mayor parte de su efecto psicológico, mientras que la propaganda sin terror no supone todo su impacto» (p. 175). Lo que se pasa por alto en estas y en similares declaraciones, que habitualmente se repiten, es el hecho de que no sólo la propaganda política, sino toda la moderna publicidad de masas contienen un elemento de amenaza; que el terror, por otra parte, puede resultar completamente eficaz sin la propaganda mientras que sólo se trate del simple terror político convencional de una tiranía. El terror necesita de la propaganda sólo cuando se pretende que coaccione no sólo desde fuera, sino como si fuera desde dentro, cuando el régimen político desea algo más que el poder.

En este sentido, el teórico nazi Eugen Hadamovsky pudo decir en Propaganda und nationale Macht, 1933: «La propaganda y la violencia no son nunca contradictorias. El uso de la violencia puede ser parte de la propaganda» (p. 22).


Leé aquí un extracto del capítulo anterior:

Hannah Arendt: Las masas, el fanatismo y el totalitarismo
No es nueva la atracción que para el populacho supone el mal y el delito. Ha sido siempre cierto que acogerá satisfecho los «hechos de violencia con la observación: serán malos, pero son muy hábiles». El idealismo, loco o heroico, siempre procede de una decisión y convicción individuales...

Aquí un extracto del capítulo siguiente:

Ucrania, Stalin y los Nazis, con Hannah Arendt
Arendt nos deja frases atemporales para entender el comportamiento de Putin, su expansionismo y falta de empatía. Lo que ocurre es de manual, como su narrativa: «Es indiscutible que un plan para la conquista mundial implica la abolición de las diferencias entre la madre patria y los conquistados».

Cita a:

Platón - Conectorium
Πλάτων, Plátōn, su verdadero nombre era Aristocles (Atenas o Egina,​ c. 427-347 a. C.). Pupilo de Sócrates, maestro de Aristóteles, fundador de la Academia de Atenas, que perduraría más de 900 años: todo el mundo sabe quién es Platón. Lo que no saben es que significa “espalda ancha”: antes de ser fi…

#inglés#guerra y paz