Eucaristía de domingo, con Voltaire
Los predicadores, los sabios y los pueblos repiten que Jesús no tomó su cuerpo para dárselo a comer a los apóstoles; un cuerpo no puede estar en mil partes a la vez. En el pan que se convierte en excrementos, y en el vino que se convierte en orines, no puede estar el Dios creador del universo.
El sermón de la eucaristía de este domingo viene a cargo de François-Marie Arouet, a.k.a. Voltaire, de quien ya he hablado lo suficiente recientemente. Mañana se cumplen 244 años de su muerte; sirva esto de homenaje. El texto que leemos fue publicado originalmente en una de las reediciones—revisadas y aumentadas—de las Preguntas Sobre la Enciclopedia, cuya primera edición llegó a finales de 1770. Hasta donde puedo encontrar, creo que esta entrada llegó recién en la versión de 1775, publicada en medio de sus Obras Completas, donde se incluían manuscritos inéditos. En 1784, más de un lustro después de la muerte de Voltaire, se unificaron estas Preguntas con su Diccionario Filosófico Portátil en lo que ahora se conoce como Diccionario Filosófico, que de portátil no tiene nada. [Más info, aquí.]
Si en la lectura anterior se mencionó a los papas Pío VII y Pío IX, dejame decir que 1775 es el año en que se eligió a Pío VI. También dejame mencionar que algunas líneas de esta lectura fueron predicadas en el sermón de la misa del segundo aniversario de Conectorium, celebrada en el Vaticano. Finalmente, la base de la traducción que leemos se me sigue apareciendo como anónima; sabrá Dios quién la hizo, y por qué decidió—el traductor, o el editor, o el transcriptor, o el digitalizador—comerse como una hostia el primer párrafo y otro par más, y más de un par de frases interesantes y picantes. Así que, como ya he mencionado antes con respecto a este trabajo, armado con la edición original en francés del siglo 18 y la traducción al inglés de William F. Fleming del siglo 19, re retoqué lo mal retocado.
Pero todo esto, obviamente, son detalles insignificantes; lo importante es que esto te hurgue la cabeza, te informe, te haga cuestionarte sobre cosas que das por sentado, y que alimente ese bichito que pica solo a los más curiosos. Amén.
Autor: Voltaire
Libro: Preguntas Sobre la Enciclopedia / Diccionario Filosófico (1775)
Eucaristía
En esta cuestión delicada, no hablaremos como teólogos. Sujetos en corazón y mente a la religión en la que nacimos, a las leyes bajo las cuales vivimos, no agitaremos la controversia; es demasiado enemiga de todas las religiones que se jacta de apoyar, de todas las leyes que pretende explicar, y sobre todo de la armonía, que ha desterrado de la tierra en todos los tiempos.
La mitad de Europa condenó a la otra mitad por el tema de la Eucaristía, y la sangre corrió desde las orillas del Báltico hasta los pies de los Pirineos, durante casi doscientos años[1], por una palabra que significa dulce caridad.
Veinte naciones de esta parte del mundo tienen horror a la doctrina de la transustanciación católica. Exclaman que este dogma es el último esfuerzo de la locura humana. Dan validez al famoso pasaje de Cicerón, que dice[2] que habiendo agotado los hombres todas las extravagantes locuras de las que son capaces, todavía no han ideado comerse al Dios que adoran. Dicen que como casi todas las opiniones populares se fundan en equívocos, en el abuso de las palabras, los católicos romanos fundaron también la doctrina de la Eucaristía y de la transustanciación en otro equívoco; tomaron literalmente lo que sólo puede decirse en sentido figurado, y que el mundo, desde hace seiscientos años, se ha ensangrentado por logomaquias[3], por malentendidos.
Los predicadores en los púlpitos, los sabios en los libros y los pueblos en sus discursos, repiten sin cesar que Jesucristo no tomó su cuerpo con las dos manos para dárselo a comer a los apóstoles y que un cuerpo no puede estar en cien mil partes a la vez, en pan y en cáliz. En el pan que se convierte en excrementos, y en el vino que se convierte en orines, no puede estar el Dios creador del universo, que esa doctrina expone la religión cristiana a la irrisión de los más simples, al desprecio y execración del género humano.
Eso afirman los Tillotson, los Smalridge, los Turretin, los Claude, los Daille, los Amyrault, los Mestrezat, los Dumoulin, los Biondel y la innumerable multitud de reformadores del siglo XVI; mientras que el pacífico mahometano, señor del África y de la parte más hermosa de Europa y Asia, se burla desdeñosamente de nuestras disputas, y el resto de la tierra las ignora.
Una vez más, no busco controversia; creo con fe viva todo lo que enseña la religión católica apóstolica sobre la eucaristía, sin entender una sola palabra.
He aquí mi único objetivo. Se trata de poner a los crímenes el mayor freno posible. Los estoicos decían que llevaban a Dios en su corazón; son palabras de Marco Aurelio y de Epicteto, los más virtuosos de todos los hombres, y que fueron, si se osa decirlo, dioses en la tierra. Querían decir con estas palabras que llevo a Dios dentro de mí, la parte del alma divina, universal, que anima todas las inteligencias.
La religión católica va más allá; dice a los hombres: tendrán físicamente en ustedes lo que los estoicos sólo tenían metafísicamente. No pregunten qué les doy de comer y beber; o simplemente de comer. Crean solamente que es Dios a quien les doy; está en tu estómago. ¿Lo manchará tu corazón con injusticia, con bajezas? He aquí, pues, hombres que reciben a Dios en sí mismos, en medio de una augusta ceremonia, a la luz de cien velas, al son de una música que encanta sus sentidos, al pie de un altar resplandeciente de oro. La imaginación es subyugada, el alma es embargada y ablandada. Apenas respiramos, nos desligamos de todo lazo terrenal, estamos unidos con Dios, Él está en nuestra carne y en nuestra sangre. ¿Quién se atreverá, quién podrá cometer una sola falta después de esto, o mucho menos concebirla? Era imposible, sin duda, imaginar un misterio mejor calculado para retener a los hombres con más fuerza en la virtud.
Pese a ello, Luis XI, al recibir a Dios en él, envenena a su hermano; el arzobispo de Florencia dando a Dios, y los Pazzi recibiendo a Dios, asesinan a los Médicis dentro de la catedral. El papa Alejandro VI, al salir del lecho de su hija bastarda, entrega a Dios en la comunión a su otro bastardo César Borgia; y ambos matan en la horca, con la espada, o con veneno, a cualquiera que posea dos pedazos de tierra que quieran añadir a su propiedad.
Julio II da y recibe a Dios; pero con la coraza en el pecho y el casco en la cabeza, se mancha de sangre y de carnicería. León X recibe a Dios en el estómago, a sus amantes en los brazos, y el dinero extorsionado con las indulgencias en sus cofres y en los de su hermana.
Troll, arzobispo de Upsala, manda masacrar a los senadores de Suecia ante sus ojos, sosteniendo una bula del Papa en la mano. Van Galen, obispo de Munster, declara la guerra a todos sus vecinos y se hace famoso por sus rapiñas.
El abate N***** está lleno de Dios, habla sólo de Dios, entrega a Dios a todas las mujeres, o imbéciles, o locas que él puede dirigir, y roba el dinero de los penitentes.
¿Qué podemos deducir de estas contradicciones? Que toda esta gente no creía verdaderamente en Dios, y mucho menos que comieran el cuerpo de Dios y bebieran su sangre; que nunca imaginaron tener a Dios en el estómago; porque si lo hubieran creído firmemente, nunca hubieran cometido ninguno de estos crímenes premeditados; en una palabra, el remedio más fuerte para evitar las atrocidades de los hombres ha sido ineficaz. Cuanto más sublime la idea, más es secretamente rechazada por la malicia humana.
No sólo todos nuestros grandes criminales que han gobernado, y los que han sido parte del gobierno como subordinados, no han creído recibir a Dios en sus entrañas; sino que no han creído realmente en Él; o al menos han borrado por completo tal idea de sus cabezas. Su desprecio por el sacramento que realizaban y conferían llegaba incluso al desprecio de Dios mismo. ¿Qué recurso nos queda entonces contra la depredación, la insolencia, la violencia, la calumnia, la persecución? El de persuadir plenamente de la existencia de Dios a los poderosos que oprimen a los débiles. Por lo menos no se reirá de esta opinión; y si no cree que Dios está en su estómago, podrá creer que está en toda la naturaleza. Un misterio incomprensible lo repele. Pero, ¿es capaz de decir que la existencia de un Dios gratificador y vengador es un misterio incomprensible? Finalmente, si no quiere someterse a la voz del obispo católico que le dice: ”he aquí, toma a Dios, a quien un hombre consagrado por mí mismo ha puesto en tu boca”, no resistirá la voz de todos los astros y de todos los seres animados que le exclaman: ”¿es Dios quien nos ha formado?”
Nota de Conectorium: Esta es la guerra entre protestantes y católicos que tiene sus orígenes en conflictos que empezaron décadas antes de la reforma impulsada por Martín Lutero (1517), y que culminó con la firma de la Paz de Westfalia al final de la Guerra de los Treinta Años (1648). ↩︎
Nota del autor: Ver artículo Adivinación de Cicerón. Preguntas sobre la Enciclopedia, Tomo IV. ↩︎
RAE: ”Discusión en que se atiende a las palabras y no al fondo del asunto.” ↩︎
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