Epidemias y Política, parte 1 *
Vamos al grano. Que es la frase que probablemente usaron los circasianos, los turcos, Lady Montagu, los ingleses, Catalina la Grande, Edward Jenner y los demás precursores de la vacuna. Si la vacuna pudo haberse llamado “equina”, y la vacunación “equinación”, es tema para otro momento. También es el de las bellezas circasianas de las que habla Voltaire, que bien pudieron ser rusas, pero su pueblo tuvo que huir de la invasión de su territorio y ahora son turcas. Muy famosas y retratadas en el siglo 19, su tráfico es tratado con letras por tipos como Mark Twain y Lord Byron en su Don Juan, y a este tráfico le debemos parcialmente la eterna polémica de la vacunación. Aunque, quedémonos un rato en el eterno negocio de la contratación de acompañantes, y traigamos a una persona que se puede contratar para acompañar. Eso, y más.
Aella (eso se hace llamar) no es solo una estrella del mundo de lo implícito y lo explícito (en OnlyFans), es también una celebridad en ese círculo tech de los Estados Unidos que tanto se interesa por la tecnología y su intersección con la filosofía y la psicología, ese círculo intelectual upper class que se afana en explorar cada rincón de la mente sin importar lo oscuro o claro que se pueda poner, ese círculo donde la línea entre lo natural y lo herético es casi indistinguible—como la frontera entre Alemania, Austria y Suiza. Ese círculo que vive y respira en Twitter, donde Aella es una celebridad por sus encuestas intrigantes e incómodas. Una de las que hizo en 2021 fue un largo hilo con una palabra o concepto diferente en cada tuit y solo dos opciones: “working class” o “upper class”. Jesús, Tesla, el Superbowl, lealtad, seguridad, hiking, “contratar una escort” (su part-time job), barbas, Las Vegas, ser gay… Cuando la palabra “vacuna” fue propuesta, la respuesta del 87% de 3317 personas fue “clase alta”.
3.3k personas, la mayoría de “clase alta”, urbanos, con plata metida en cripto, no es precisamente una muestra representativa, pero repite un patrón político. Y cuando digo político uso su sentido griego, relativo a la polis, a la ciudad, a la civitas, a lo civil. Bueno, las encuestas de los civis de Twitter repiten más de un patrón social: que la upper class es más propensa a crear encuestas, que no es tan upper class sino más urban class, y que es la más predispuesta a vacunarse, cosa que ya vimos en esta serie y en esta pandemia. Inocularse o no inocularse, en la superficie, parece un debate sobre las ventajas o desventajas de la vacunación. Doy por sentado, dada la historia y las estadísticas, que hacerlo salva vidas. El debate, en el fondo, pasa por el miedo y por lo político. En el segundo caso, pesa la obligatoriedad, la libertad, el bien común. En cualquiera de los casos, pesan las ideologías y la falta de confianza. Pesa lo anecdótico por encima de la evidencia, y la información y los números se usan para construir narrativas que afirmen lo que ya creemos, no para que busquemos mayor certeza sobre el asunto. Ya sabemos que cambiar de opinión, otrora acción loable, hoy es considerado pecado.
Me apego a mi narrativa. Alguna persona desarrolla miocarditis, de entre millones, y nos quedamos con ese caso; alguna persona se muere por coronavirus estando vacunada, y deducimos que todas las vacunas no funcionan. Se nos viene a la mente una persona que no vemos hace mucho tiempo, la vemos al día siguiente, y razonamos que podemos sentir el futuro, sin contar las demás veces que pensamos en alguien y no lo volvimos a ver. Bill Gates y otros advierten años antes el peligro de una pandemia, y en vez de previsores se convierten en los creadores, porque ¡¿cómo sabían?! Porque leen, porque observan, porque conectan puntos. Ahora resulta que por eso quieren controlar a la humanidad y hacerlo todo en secreto, como si los humanos tuviéramos la capacidad de guardar secretos a gran escala y ponernos de acuerdo cuando hay intereses pesados de por medio. De repente quieren implantarnos chips 5G, con agujas, para seguirnos a todas partes, como si no hubiéramos decidido voluntariamente esa alternativa hace tiempo a cambio de servicios gratis, buenas ofertas y comodidad. De repente quieren meternos un suero asesino y eliminar a la mitad de la población, a los más pobres y más necesitados, como si no se necesitara comercio, consumo, mano de obra; como si los pobres fuesen el prototipo de la confianza en la medicina tradicional.
En las grandes urbes, el ciudadano promedio tiene más acceso a la educación, no solamente en el sentido estricto o moderno de esta palabra, sino que tiene acceso a más herramientas más allá del sistema formal. Sumémosle a eso que comparte su vida con millones de personas y puede experimentar más, observar más, conocer más puntos de vista. Además, tiene que confiar en los otros; no se puede vivir en una sociedad sin confiar en que el ingeniero hizo bien los cálculos, que el constructor se preocupó de los circuitos escondidos detrás de las paredes, en el sistema de alcantarillado, en que los bancos invierten bien el dinero, que las empresas que procesan pagos lo hacen al instante, en que el repartidor va a llegar, que las cadenas de logística no fallan, que el semáforo va a funcionar, que los técnicos van a responder cuando los necesitemos, que las luces del parque se van a encender a las 18:30, que el vecino no me quiere robar, que los encargados de limpieza van a llegar, que los operarios del gimnasio no van a fallar, que el agua va a salir caliente, que el barista no intoxicó mi café, que el conductor del uber no está intoxicado, que la clínica no me está cobrando demás. Confiamos en estas cosas tanto como damos por sentado que mañana va a salir el sol. Confiamos incluso en el dealer de drogas, legales e ilegales, y nos tomamos un paracetamol, un migranol, una aspirina, un MDMA, sin miedo, sin preguntar qué lleva dentro. Nos auto-recetamos ibuprofeno o domperidona: cada 8 horas, sagradamente. Nos fumamos un cigarro cada dos horas o un cigarro electrónico hecho en China, cerquita de Wuhan, que sabrá Dios cómo funciona y qué lleva dentro. Y lo hacemos sin miedo, confiamos en que sus creadores no tienen ningún interés en matar a sus clientes. Pero las vacunas contra el coronavirus, no, eso no. Quién sabe qué tienen dentro porque las desarrollaron muy rápido. Eso, en vez de ser un milagro, un logro de la humanidad, es sospechoso. Y es más sospechoso porque hay mucha plata de por medio. Vacunas y revacunas y boosters y pánico y miedo y los medios tratando de ganar viewers a toda costa y los gobiernos no queriendo soltar sus presupuestos y sus poderes extraordinarios. Y negociados en todos los hemisferios. Billetera mata moral.
Pero, en defensa de los indefendibles, revacunación ha habido desde la primera vacuna, y parece ser la norma con toda inoculación nueva, adaptada masivamente. Si te preguntás, por falta de confianza sincera o por ideología, ¿cuándo se ha visto que las vacunas eliminen una enfermedad? Empecemos con la viruela. ¿Cuándo se ha visto que lo obliguen a uno a vacunarse o que le exijan un pasaporte sanitario? Sin ir muy lejos, hace poquito, con la fiebre amarilla. Y en el siglo 17, en los estados italianos cuando la peste negra hacía una de sus penúltimas rondas por el mundo. ¿Cuándo se ha visto que lo obliguen a uno a hacer cuarentena? Para eso sobran los casos, empezando por el de la Biblia, en el Levítico, escrito hace más de 2500 años. La palabra viene del veneciano quarentena, los cuarenta días de aislamiento en el siglo 14 cuando la muerte negra se llevó a más del 20% de la población de Europa y Asia. ¿Y que lo fuercen a uno a usar mascarillas? Buscá fotos de hace un siglo, de la pandemia de influenza del 1918-1919, la famosa gripe española, que mató más de 50 millones de personas, las mismas que la primera guerra mundial del 1914 al 1918. (A todo esto, todas las pandemias parecen durar por lo menos dos años.) Si la obligatoriedad es moral o no, si atenta contra la libertad, primero deberíamos sentarnos a definir qué es ser libre y qué es ético. Y no acabaríamos nunca. Y el debate entre dos bandos, uno que aboga más por el cuidado de todos por todos, y otro por el cuidado de uno por uno, es eterno. Las crónicas nos remontan a antes de la Antigua a Grecia, y se vuelven oficiales con Platón y Aristóteles. Lo irónico es que en el fondo todos parecen querer lo mismo: el bienestar de la sociedad. La forma difiere, y es más irónico que vayamos a más guerras por la forma que por el fondo.
Ahora bien, que ahora podamos discutirnos con cualquiera, de cualquier parte del mundo, por cosas tan mínimas como si el Superbowl es una cosa de working class o upper class, que podamos debatir sobre la libertad, en libertad, es símbolo de que vamos bien, de que tenemos pocos problemas, mucho tiempo, y mucho confort. Nuestra generación no conoce las crisis de alimentos globales, la hambruna en las grandes urbes, las guerras mundiales, las pandemias que se llevan al 10% de la población; y eso gracias a la integración y la paz que brinda el comercio (necesidad mata ideología), y al avance de la medicina. Pero hay un punto ciego que no ven los que viven dentro del confort, un riesgo que solo se puede ver mirando el panorama, mirando el presente como observador, comparando este momento con otros momentos de la historia. He aquí lo que simbolizan las discusiones vanas. Si podemos darnos el lujo de destrozar el lenguaje martillando un teclado (algo de lo que renegaba Schopenhauer en una nota a sus Parerga y Paralipómena: “Un miserable género, incapaz de crear obras auténticas por sí mismo, cuyos padres vivieron ya exclusivamente gracias a las vacunas, sin las cuales habrían sido tempranamente arrebatados por las viruelas naturales que pronto eliminaban a todos los débiles y así mantenían fuerte la especie. Ahora vemos ya las consecuencias de aquel acto de gracia, en los hombrecillos de barba larga que pululan cada vez más. Y en su espíritu son iguales que en su cuerpo.” Hasta el estereotipo de las barbas largas se repite)—que tengamos tiempo para hablar de estas cosas es símbolo de tranquilidad, de problemas poco graves, de un período largo de paz. Desde Platón y Aristóteles hasta Darwin, pasando por Polibio y Maquiavelo, se ha observado que las generaciones que no saben de lucha y saben de lujo, entran pronto en decadencia, en desobediencia, en proceso anárquicos; y lo que sigue después de eso, según el arquetipo histórico, son guerras o revoluciones para restablecer el orden y la fortaleza.
Lo de los débiles que ya no mueren, paradójicamente debilitando a su especie, ya lo vimos con Darwin en esta serie. Y “no tengo pruebas pero tampoco dudas”—la norma de nuestro tiempo—de que sea tan así la cosa. Volvamos al “cualquier forma de gobierno es mejor que ninguna” de Darwin, pero en la parte 2 de esta entrega, cuando charlemos los signos actuales de autoritarismo y anarquías, el rol del dinero, y cuando critiquemos tanto al libertarismo como al estado como preceptor inmoral, título del ensayo de Ouida (Marie Louise Ramé) que leeremos a continuación, que es una posición contraria a la vacunación. Vamos al grano, y que reviente.
#sobre la vacunación
#más sentido común, por favor