Epicuro: Máximas Capitales
Epicuro nace en Samos el 341 a.C., y muere en Atenas el 270 a.C. En el servicio militar tuvo como compañero, y luego amigo, al poeta cómico Menandro, aquél que engendró la frase “todo es opinión”, que tanto le gustaba a Marco Aurelio, emperador de Roma. A Marco Aurelio también le gustaban varias de las cosas que decía Epicuro: leyendo lo que viene abajo vas a encontrar algunas coincidencias, incluyendo que Epicuro también habla de la “opinión”, de la percepción no confirmada. Epicuro era empirista.
En el libro 12 de sus Meditaciones, el emperador filósofo escribe, haciendo referencia a Epicuro y sus seguidores, y su filosofía en busca del placer (entendido como hacer el bien y evitar los males):“Lo que más incita a despreciar la muerte es el hecho de que los que juzgan el placer un bien y el dolor un mal, la despreciaron también”.
Según el traductor de ese texto, Ramón Bach Pellicer, esto le hace acuerdo—o se puede comparar—con la segunda de las Máximas Capitales:“La muerte no tiene nada que ver con nosotros. Pues el ser, una vez disuelto, es insensible, y la condición insensible no tiene nada que ver con nosotros.”
Las Máximas Capitales son una serie de 40 aforismos de Epicuro reproducidos por Diógenes Laercio (historiador del siglo 3) en el libro 10 de su colección Vidas, opiniones y sentencias de los filósofos más ilustres. A Diógenes Laercio le gustaba mucho Epicuro, y cuenta que escribió más de 300 volúmenes. Muy pocos sobrevivieron. Suerte tenemos de que el historiador greco-romano nos haya legado esta colección del antiguo griego, que no venían numerados hasta el siglo 19, y que leemos a continuación en la edición de José Vara Donado (1995).
Una nota más: cuando Epicuro hable de seguridad (traducción del griego aspháleia, ἀσφάλεια), se refiere a firmeza, certidumbre, confianza.
Colección de aforismos: Máximas Capitales
Redactados y publicados en varias obras entre los años 306 a.C-270 a.C.
1. El ser dichoso e inmortal ni tiene preocupaciones él mismo ni las causa a otro, de modo que no está sujeto ni a enfado ni a agradecimiento. Pues tales sentimientos residen todos ellos en un ser débil.
2. La muerte no tiene nada que ver con nosotros. Pues el ser, una vez disuelto, es insensible, y la condición insensible no tiene nada que ver con nosotros.
3. El límite máximo de la intensidad del gozo es la supresión de todo dolor. Y en donde haya gozo no hay, durante el tiempo que esté, dolor ni sufrimiento ni ambas cosas a la vez.
4. El dolor no se prolonga indefinidamente en la carne, sino que el dolor extremo dura poquísimo tiempo, y el que sólo consigue superar el gozo que embarga a la carne no acompaña a este durante muchos días. Y las enfermedades de larga duración tienen una mayor dosis de gozo que del mismo dolor.
5. No hay una vida gozosa sin una sensata, bella y justa, ni tampoco una sensata, bella y justa, sin una gozosa. Todo aquel a quien no le asiste este último estado no vive sensata, bella y justamente, y todo aquel a quien no le asiste lo anterior, ese no puede vivir gozosamente.
6. Es un bien conforme a la Naturaleza poner todo interés por conseguir seguridad frente a las personas por los medios que uno sea capaz de procurarse ese objetivo.
7. Algunos han deseado hacerse famosos e ilustres pensando que así se granjearían la seguridad frente a los hombres. De modo que si la vida de tales individuos es segura lograron el bien congénito a la propia Naturaleza, pero si no es segura no disponen de aquel bien por el que contendieron desde siempre de acuerdo con la relación íntima de este esfuerzo con la Naturaleza.
8. Ningún gozo es malo en sí mismo, pero los actos causantes de determinados gozos conllevan muchos más dolores que gozos.
9. Si cualquier gozo pudiera intensificarse y con el tiempo llegara a rebosar el organismo entero o las partes principales del ser, ya no diferirían unos de otros los gozos.
10. Si las causas responsables de los gozos que embargan a los viciosos dieran al traste con los temores de su pensamiento a los cuerpos celestes, la muerte y los sufrimientos, y, además, les enseñaran el límite impuesto a los deseos y a los sufrimientos, no tendríamos nunca nada que reprocharles, porque rebosarían de gozo por todas partes y por ninguna tendrían dolor ni pena, que es justamente el mal.
11. Si no nos molestaran nada las sospechas que albergamos de los cuerpos celestes y de la muerte, por miedo a que ello sea algo que tenga que ver con nosotros en alguna ocasión, y tampoco el miedo a no conocer los límites impuestos a los sufrimientos y a los deseos, no necesitaríamos más del estudio de la Naturaleza.
12. No es dado que el hombre anule su temor a los seres esenciales si no sabe cuál es la Naturaleza del universo y lo único que hace es tener vagas nociones de lo explicado por los mitos. De modo que sin la ciencia de la Naturaleza no es dado obtener placeres puros.
13. No vale de nada procurarse seguridad frente a los hombres mientras continúen siendo motivo de desconfianza los cuerpos celestes, los situados bajo tierra y, en suma, los del universo.
14. La solución más sencilla para lograr la seguridad frente a los hombres, que hasta cierto punto depende de una capacidad eliminatoria, es la seguridad que proporciona la tranquilidad y aislamiento del mundo.
15. La riqueza exigida por la Naturaleza es limitada y fácil de procurar, pero la exigida por presunciones alocadas se dispara hasta el infinito.
16. En pocas cuestiones se revela el Destino impedimento para el sabio, sino que las más importantes y las más decisivas las ha controlado la mente humana y durante los sucesivos años de su vida controla y controlará.
17. El justo no está sometido a turbación, en cambio el injusto rebosa de grandísima turbación.
18. El gozo que hay en la carne no crece indefinidamente una vez que es suprimido el dolor nacido de la falta de algo, sino que únicamente adquiere matices particulares. En cambio el colmo de gozo del pensamiento lo origina el análisis de todas estas cuestiones y de las afines a estas, que son las que procuran al pensamiento los mayores temores.
19. Si uno considera por un acto de reflexión el punto más alto que puede alcanzar el gozo, resulta que el tiempo infinito conlleva igual gozo que el limitado.
20. La carne requiere límites ilimitados para su gozo, y sólo un tiempo ilimitado se los procura. En cambio el pensamiento, al tomar conciencia del fin a que está destinada la carne y del límite que le ha sido impuesto, nos procura la vida perfecta, y ya no necesitamos nada más un tiempo ilimitado, sino que el pensamiento ni rehuye el gozo ni cuando las cuitas preparan el fin de la vida termina como si le faltara algo para una vida maravillosa.
21. Quien conoce los límites impuestos a la vida sabe que es fácil de procurar lo que elimina el dolor producido por falta de algo y lo que hace perfecta la vida. De modo que no necesita en absoluto tareas que entrañan competencias.
22. Es preciso tener en cuenta el fin sustancial de cada cosa y todo tipo de evidencia por referencia a la cual verificamos nuestras opiniones. Y, si no, toda explicación estará repleta de imprecisión y confusión.
23. Si eres contrario a todo tipo de sensaciones no tendrás ni sabrás tampoco a qué criterio acudir para saber y explicar aquellas que de entre ellas afirmes que son falsas.
24. Si descartas a la ligera cualquier sensación y no distingues entre una opinión que está pendiente de confirmación y la que está ya confirmada por el criterio de la sensación, los sentimientos y cualquier enfoque esclarecedor de la inteligencia, echarás a perder por tu estúpida opinión también las restantes sensaciones, con lo que descartarás la totalidad de los criterios. Pero si garantizas absolutamente todo lo que en el terreno de las intuiciones opinables está pendiente o no está pendiente de confirmación, no pasarás por alto la mentira, porque habrás cuidado de someter toda duda a toda clase de aclaración de lo que es acertado o no es acertado.
25. Si no explicas, además, en cada momento, cada uno de tus actos por referencia al fin que les impuso la Naturaleza sino que antes de eso recurres a cualquier otro criterio cuando tratas de rehuir o conseguir algo, no serán tus actos consecuentes con tus razonamientos.
26. Todos los deseos que, aunque no sean satisfechos, no terminan después en dolor, no son necesarios sino que llevan en sí, si se trata de un objetivo difícil de procurar o si estos deseos aparentan ser generadores de daño, un estímulo fácil de anular.
27. De todos los medios de los que se arma la sabiduría para alcanzar la dicha en la vida el más importante con mucho es el tesoro de la amistad.
28. La misma certeza da seguridad de que no hay ninguna cosa de temer eterna ni de larga duración y ve que la seguridad que aporta la amistad se cumple sobre todo en los propios limitados temores de esta vida.
29. De los deseos, unos son naturales y necesarios y otros naturales y no necesarios, y otros ni naturales ni necesarios sino que resultan de una opinión sin sentido.
30. Los deseos que son naturales y que, incluso así, aunque no sean satisfechos, no se trocan en dolor, y en los que el ardor resulta intenso, se originan por una opinión sin consistencia, y no se disipan no por culpa de su intrínseca sustancia sino por culpa de la necia estupidez del hombre.
31. La justicia fijada por la Naturaleza es la piedra de toque de la conveniencia de no perjudicar ni ser perjudicado uno por otro.
32. Todos los seres vivos incapaces de no tomar acuerdos, de no perjudicar ni ser perjudicados unos por otros no tienen nada injusto ni justo, y ocurre exactamente igual a todos los pueblos que no son capaces o no quieren tomar acuerdos de no perjudicar ni ser perjudicados unos por otros.
33. La justicia vista en sí misma no es nada sino un pacto de no perjudicar ni ser perjudicado en ningún momento en los tratos entre unos y otros y que afecta a la extensión de espacio que sea.
34. La injusticia no es cosa mala vista en sí misma sino sólo por el miedo que provoca por la sospecha de si no pasará desapercibida a los jueces encargados de ese cometido.
35. El que de una manera secreta infringe algo respecto a lo que tomaron el acuerdo entre sí de no perjudicar ni ser perjudicado no es cosa de que crea que pasará desapercibido, ni aunque de momento pase desapercibido diez mil veces. Pues hasta el final no se sabe si logrará pasar desapercibido definitivamente.
36. En las cuestiones generales a toda la humanidad la justicia es la misma para todos, pues es una cosa que viene bien en los tratos de unos con otros, pero en las cuestiones propias de un país y de cualesquiera otros condicionamientos no se deriva que la misma cosa sea justa para todos.
37. Entre las normas consideradas justas, aquella que por la práctica de las mutuas relaciones humanas se ve que es confirmada que es útil tiene la garantía de su carácter justo, tanto si este carácter justo resulta el mismo para todos como si no resulta el mismo. En cambio, si uno dictamina una ley pero no desemboca en utilidad para las mutuas relaciones, entonces eso ya no tiene el carácter de la justicia. Y aunque la utilidad medida por el criterio de la justicia cambie de perspectiva, con tal de que durante tiempo se ajuste a las ideas innatas que todos tenemos de la justicia no por ello fue menos justicia durante ese plazo de tiempo para quienes no se confunden con expresiones vacías de contenido sino que están atentos a la realidad de los acontecimientos.
38. Donde las normas consideradas justas se evidenciaron, por la propia realidad de los hechos y sin que intervinieran nuevas circunstancias, no corresponder a las ideas innatas al hombre sobre el particular, es que esas no eran justas. Pero donde, tratándose de hechos nuevos, ya no eran útiles las mismas normas antes halladas justas, resulta que eran justas en aquella fase en la que eran útiles para el trato mutuo entre los conciudadanos, pero más tarde, cuando ya no eran útiles, ya no eran justas.
39. El que soluciona de la mejor manera posible la falta de seguridad que le llega del mundo exterior, ése toma familiares a él las cosas que se prestan a ello, y por lo menos no extrañas las que no se prestan. Y rehuye el trato con todas aquellas cosas respecto a las que no es capaz siquiera de lograr eso y aparta de sí todas aquellas que por su propia naturaleza están llamadas a procurarle esa situación de incapacidad.
40. Todos los que consiguen la posibilidad de procurarse la máxima seguridad del prójimo, esos no sólo viven entre sí con el mayor gozo, dado que disponen de la garantía más solvente de seguridad, sino que, a pesar de haber conseguido unos con otros la más plena intimidad, no lamentan, como si se tratara de cosa digna de compasión, el final anticipado del muerto.