Enciclopedia Británica: Vacunación
Publicada entre 1910 y 1911, la undécima edición de la Encyclopædia Britannica es su edición más famosa, siendo guía y puente del conocimiento a lo largo del siglo 20—lo que no quita que tenga su fair share de controversias e inexactitudes. Entre los colaboradores más famosos que escribieron algunos de los artículos de esta edición están Bertrand Russell, Edmund Husserl, John Muir, G. K. Chesterton, Piotr Kropotkin y T. H. Huxley.
A continuación, servimos un extracto de su entrada sobre la vacunación, como parte de nuestra serie sobre el mismo tema, tema sobre el que conectamos algunos puntos antes de leer la Británica, cuya sección fue traducida en casa en enero de 2022, probablemente la primera traducción al español hecha de este pedacito hasta la fecha.
En el capítulo anterior leímos a Charles Darwin publicar, en la década del 70 del siglo 19, que “abundan las razones para creer que la vacuna ha preservado a millares de personas que, a causa de la debilidad de su constitución, hubieran sucumbido a los ataques de viruela. Aprovechando tales medios los miembros débiles de las sociedades civilizadas propagan su especie”, ayudando así tanto a la supervivencia de nuestra especie, aumentando la calidad y la expectativa de vida, y la cantidad de genios, tontos y mediocres. Si esto nos hace más débiles o más fuertes es cuestión para otro artículo, ya que, si bien sobreviven más débiles, estos débiles se hacen más fuertes gracias al avance de la ciencia y la medicina; pero éstas nos vuelvan más débiles al eliminar aquello en el medio ambiente que nos mata o hace daño, eliminando estresores, haciéndonos a la vez más resistentes por via negativa; pero esta falta de “tire y afloje” y el aumento continuo del confort nos hacen más débiles… y así podemos continuar horas.
Las vacunas funcionan como estresores, digamos, benignos: si nunca has visto un felino, no es lo mismo que te ataque un jaguar de 80 kilogramos a 80 kilómetros por hora, que veinte gatos de 4 kilos a 40 kilómetros por hora, ni siquiera al mismo tiempo. Un encuentro cercano con un gato con ganas de jugar—un gato que se cree enviado de Dios, amo y señor del orden y del caos y del Universo—te deja marcado, y te enseña a reconocer el peligro de felinos de mayor tamaño. Asumamos que así funcionan las vacunas, como gatitos. O mejor, no asumamos. De la mano de dos enciclopedias, la Británica en su edición de 1911, y la Católica de 1913, revisemos la historia y el origen de la inoculación moderna.
Autor: Enciclopedia Británica
Artículo: Vacunación (1911)
Extracto
Vacunación (del latín vacca, vaca), término originalmente ideado para un método de inoculación protectora contra la viruela, consistente en la transferencia intencional al ser humano de la enfermedad eruptiva del ganado denominada viruela bovina (vaccinia). El descubrimiento de la vacunación se debe al Dr. Edward Jenner, en ese entonces un médico rural de Berkeley, en el valle de Gloucester, cuyas investigaciones se publicaron por primera vez en 1798 en forma de folleto, titulado Una Indagación sobre las Causas y Efectos de la Variolae Vaccinae, etcétera (An Inquiry into the Causes and Effects of the Variolae Vaccinae, &c). Muchos años antes, mientras era aprendiz de un médico en Sodbury, cerca de Bristol, su atención se centró en una creencia ampliamente extendida en Gloucestershire durante la segunda mitad del siglo 18, de que aquellas personas que durante su empleo en las granjas lecheras contrajeron la viruela bovina, quedaron por ello protegidas de un ataque subsiguiente de viruela. En particular, su interés fue despertado por un comentario casual hecho por una joven campesina que pasó por la consulta un día en busca de consejo, y que, al escuchar la mención de la viruela, soltó inmediatamente el comentario de que no podía contraer la enfermedad, ya que había tenido viruela bovina. Al llegar a Londres en 1770, para terminar su educación médica, Jenner se convirtió en alumno de John Hunter, con quien discutía frecuentemente la cuestión de la posibilidad de obtener protección contra la viruela. A su regreso a su pueblo natal de Berkeley en 1773, para ejercer como médico, aprovechó todas las oportunidades para hablar e investigar el asunto, pero no fue hasta mayo de 1796 que realmente comenzó a hacer experimentos. Su primer caso de vacunación fue el de un niño de ocho años de edad, llamado James Phipps, a quien inoculó en el brazo con materia de viruela vacuna extraída de una llaga en la mano de Sarah Nelmes, una lechera que se había infectado con la enfermedad al ordeñar vacas que padecían viruela vacuna. Aparentemente, no fue hasta 1798 que hizo su primer intento de llevar una cepa de linfa de un brazo a otro. En la primavera de ese año, inoculó a un niño con materia extraída directamente del pezón de una vaca, y de la vesícula resultante en el brazo del niño al que operó primero, inoculó, o, como ahora puede llamarse más correctamente, “vacunó” a otro. De este niño, varios otros fueron vacunados. De uno de estos se realizó con éxito un cuarto retiro, y finalmente un quinto. A cuatro de estos niños se les inoculó posteriormente la viruela—la “prueba variolosa”—sin resultado. El éxito de muchos de estos experimentos, tanto en sus propias manos como en las de sus contemporáneos, llevó a Jenner a expresar su creencia—errónea, como lo demostraron los hechos—de que la influencia protectora de la vacunación duraría toda la vida de la persona operada. Obviamente no se dio cuenta de que los datos que disponía eran insuficientes para formar un juicio certero sobre este punto, ya que sólo el tiempo podía probar la duración exacta de la protección originalmente obtenida. La experiencia subsiguiente ha demostrado que, como bien ha dicho un escritor en el Edinburgh Review, “incluso después de una vacunación eficaz, es inevitable un lento progreso que se aleja de la seguridad hacia el peligro, y la re-vacunación al menos una vez después de la infancia es necesaria si se quiere mantener la protección”…
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