Emma Goldman: Respecto del militarismo
El espíritu militarista es el más cruel y brutal que existe. Promociona una institución que no necesita ni siquiera fingir una justificación. El soldado, como ha indicado Tolstoi, es un asesino de humanos. No mata por amor, como podría hacer el salvaje, o por pasión, como ocurre con los homicidas.
Filadelfia, 4 de julio de 1776: delegados de las 13 Colonias Británicas de Norteamérica se juntan para ratificar su separación del Reino de Gran Bretaña, y firman la Declaración de Independencia (que tenía a Thomas Jefferson como principal redactor). La segunda sentencia reza:
“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su Creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.”
“Todos los hombres son creados iguales” y “tienen derecho a la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”, es una declaración que no es compatible con la esclavitud. Poco a poco, los fundamentos plantados por los Founding Fathers fueron construyendo una sociedad más inclusiva, algo que no existía en el Reino Británico hasta entonces. Al contrario de lo que sucedía en el Imperio Español, donde también se libraron guerras de independencia, basadas en la misma búsqueda de libertad, que también fueron guerras civiles. Las guerras de independencia de los estados americanos, todas fueron guerras civiles, porque el enfrentamiento fue entre “hermanos”, entre ciudadanos de la misma tierra, que hablaban el mismo idioma, que tenían parentezco y negocios entre sí. No se las conoce como guerras civiles hoy en día porque terminaron en secesión, pero en el sentido estricto del término, eso es lo que fueron. Incluso, en USA, así es como se denominó a la American Revolutionary War en su momento. Pero después vino la American Civil War, casi un siglo después, que en español también se conoce como Guerra de Secesión, porque hubo un intento de separación de los estados del sur, que fueron derrotados en 1865.
Estados Unidos comenzó aquí un cambio social acelerado que atraía sociólogos de todas partes del mundo, así como inmigrantes. El mundo entero se veía en un proceso de cambio de zeitgeist ideológico desde el siglo anterior. Liberalismo, republicanismo, lucha por la democracia, abolición de las monarquías, abolición de la esclavitud; todo esto se iba abriendo paso en las sociedades “occidentales” y sus constituciones, y todo esto, que era revolucionario, fue catalogado como “de izquierda”, así como lo era el movimiento que pedía jornada laboral de 8 horas. Pero a mediados del siglo 19, la “izquierda”, una vez conquistadas nuevas libertades que no satisfacían todavía sus ansias de igualdad, fue pariendo nuevos caminos.
Dos años después del fin de la guerra civil norteamericana, Karl Marx publica Das Kapital; poco menos de 20 años después ya le había dado la vuelta al mundo, y el socialismo empieza a ganar terreno. Aunque es imposible poder ver la situación de finales del siglo 19 sin los lentes del ahora, hay que intentar entender los varios motivos del crecimiento del socialismo. Las diferencias económicas y sociales, que venían siendo heredadas de épocas de abuso monárquico y de esclavitud, seguían todavía lastimando personas, sensibilidades y egos. Long story short, en este raro clima social, donde cada vez más gente iba conociendo una libertad y una prosperidad antes denegadas, es que la utopía va partiéndose en propuestas que, en teoría, anhelaban un mayor bien común. Socialismo, comunismo, anarquismo; todos se vuelven populares a la vez que perseguidos, porque no hay que olvidar que eran movimientos revolucionarios que atacaban el statu quo de las élites dominantes. Todos los revolucionarios que quieren cambiar la forma de pensar y gobernar son perseguidos, siempre, en todas partes. A Jesús lo mataron por revolucionario. A Sócrates también. A Mahoma lo persiguieron y lo expulsaron. Independentistas, cristianos, federalistas, unitarios, socialistas, restauradores, musulmanes, anarquistas y todos los de esta larga lista: todos los equipos que han peleado contra el poder han sido reprimidos (así hayan ganado o no). Es una ley de la vida: no esperés hacer una revolución, cuestionar a los que mandan, y que no pase nada. No importa si los que mandan son los defensores de la libertad, la van a reprimir con los que no piensan lo mismo y causan alboroto.
Emma Goldman, lituana de origen judío nacida en el Imperio Ruso, huyó a los 16 años a Nueva York, donde se convirtió en anarquista, pero de las que causan alboroto. Cuando la deportaron en 1917, J. Edgar Hoover, el primer director del FBI, la calificó como “la mujer más peligrosa de América”. Cuando llegó a Rusia siguió causando alboroto, primero con los bolcheviques y después contra ellos por sus abusos de poder. Se fue escribiendo sobre su decepción. Pero volvamos a USA, donde fundó su propia revista anarquista y donde era activista por los derechos de la mujer, métodos anticonceptivos, la libertad de expresión, la homosexualidad, el ateísmo, el derecho de la mujer a votar, y en contra de los abusos del sistema carcelario y el capitalismo. Que el sistema “la tenía fichada” es decir poco. El 19 de julio de 1908 publicó un ensayo en el New York World —de Joseph Pullitzer— llamado What I believe, donde expresa sus creencias sobre: la propiedad, el gobierno, el militarismo, la libertad de expresión y de prensa, la iglesia, el matrimonio y el amor, y los actos de violencia.
A continuación leemos la sección respecto del militarismo (traducción de Alexis Rodríguez Mendoza “adaptada al español rioplatense” por la editorial Libros de Anarres). Emma se desplega aquí como anti-milicias y en favor de la libertad de expresión, condenando al Ejército estadounidense por castigar durísimamente a uno de sus propios militares que acudió a un mitín en el que ella era oradora, donde luego le dio la mano. Tan peligrosa era Goldman, que este “crimen” era considerado “igual que una traición”. El anarquismo era en ese momento duramente perseguido en the land of the free, y el comunismo y el socialismo estaban en camino de serlo, pero todavía gozaban del “derecho” de ser expuestos y apoyados públicamente. Sobre el tema, Goldman dice: “¿Cómo podemos armonizar el principio de una “ciega obediencia” con el principio de la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad?”
Quizá hay que aprender a no confundir libertad de expresión con libertad de causar alboroto. Y además, en nuestra época de explosión de alcance gracias a las redes sociales, tampoco confundir freedom of speech con freedom of reach. Quizá hay que encontrar formas más sutiles de buscar un cambio si tu opinión no es la de la mayoría. O quizá la sociedad necesita extremistas que agiten el nido, que nos sacudan los paradigmas y nos muevan el piso, porque sin ellos no se podría encontrar un punto medio y de equilibrio.
Como Einstein, que lo hizo casi tres décadas después, Emma Goldman escribió en contra del servicio militar, y razones no le faltan. Como Einstein, que también abogó por el socialismo ya viviendo en Estados Unidos, y que también estuvo en la mira de J. Edgar Hoover, Goldman escribió abogando por el pacifismo antes del principio de una guerra. Como Josef Popper, abogó por el respeto al proyecto de vida privado y al derecho de no morir por intereses e ideales ajenos. Pero al contrario de Einstein y Popper, su lucha fue en las calles y haciendo ruido. Cuando en 1917 Estados Unidos decidió entrar completamente en la Primera Guerra Mundial y dictó una ley de reclutamiento militar, Emma Goldman fue sorprendida “conspirando para inducir a personas a no registrarse” en el draft. Poco después fue deportada.
La libertad requiere, como todo, cierta obediencia. Hay leyes en la naturaleza humana, leyes naturales para su comportamiento social, de las que no se puede escapar. Aunque se sueñe con el anarquismo, no se puede coexistir en paz sin la intermediación, aunque sea mínima, de un gobierno.
Autora: Emma Goldman
Ensayo: En Qué Creo (1908)
Sección 3: Respecto del militarismo
No debería tratar este aspecto de manera independiente, en tanto tiene más que ver con la parafernalia del gobierno, si no fuera porque aquellos que más vigorosamente se oponen a mis creencias, al representar en última instancia el poder, son los apologistas del militarismo.
De hecho, son los anarquistas los únicos verdaderos defensores de la paz, las únicas personas que claman para frenar la creciente tendencia del militarismo, que está transformando rápidamente este, tradicionalmente país de la libertad, en una potencia imperialista y despótica.
El espíritu militarista es el más despiadado, cruel y brutal que existe. Promociona una institución mediante la cual no necesita ni siquiera fingir una justificación. El soldado, como ha indicado Tolstoi, es un asesino de seres humanos. No mata por amor, como podría hacer el salvaje, o por pasión, como ocurre con los homicidas. Es una herramienta mecánica, de sangre fría, que obedece a sus superiores militares. Está predispuesto a rebanar una garganta o echar a pique un navío al dictado de sus oficiales, sin saber el porqué o, tal vez, sólo importándole cómo. Me confirma esta afirmación nada menos que una lumbrera militar como el general Funston. Cito el último artículo del New York Evening Post del 30 de junio, que trata el caso del soldado William Buwalda que ha provocado una conmoción a lo largo de todo el Noroeste.[1]
“La primera obligación de un oficial o un recluta”, decía nuestro noble guerrero, “es una incuestionable obediencia y lealtad frente al gobierno al cual ha jurado fidelidad; no existe diferencias ya sea que él apruebe o no tal gobierno”.
¿Cómo podemos armonizar el principio de una “ciega obediencia” con el principio de “la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”? El mortal poder del militarismo no ha quedado tan eficazmente demostrado hasta el momento como con la reciente condena por un consejo de guerra de William Buwalda, de San Francisco, Compañía A, Ingenieros, a 5 años en una prisión militar. Estamos ante un hombre que contaba con 15 años de servicios de manera continuada. “Su carácter y conducta eran intachables”, nos dijo el general Funston quien, en consideración a ello, redujo la condena de Buwalda a 3 años. De esta manera, un hombre fue expulsado inmediatamente del ejército, con deshonores, robándole la posibilidad de recibir una pensión y enviado a prisión. ¿Cuál fue su crimen? ¡Sólo oír en la Norteamérica de las libertades! William Buwalda acudió a una conferencia pública, y tras la charla, estrechó la mano de la oradora. El general Funston, en su carta al Post, de la cual he hecho referencia anteriormente, afirmaba que la acción de Buwalda fue una “gran ofensa militar, infinitamente mayor que la deserción”. En otras declaraciones públicas que realizó el general en Portland, Oregon, afirmó que “El delito de Buwalda fue muy serio, igual que la traición”.
Es cierto que la conferencia estaba organizada por los anarquistas. Si hubieran convocado el acto los socialistas,[2]
nos comentaba el general Funston, no hubiera existido objeción alguna a la presencia de Buwalda. De hecho, el general decía, “No tendría ni la más mínima duda en asistir a una conferencia socialista”. Pero, ¿puede existir algo más “desleal” que asistir a una conferencia anarquista con Emma Goldman como oradora?
Por este terrible delito, un hombre, un ciudadano de origen norteamericano, que había dado a este país los mejores 15 años de su vida, y cuyo carácter y conducta durante ese tiempo había sido intachable, actualmente languidece en prisión, con deshonor y hurtado su modo de vida.
¿Puede haber algo más destructivo para el verdadero genio de la libertad que el espíritu que hizo posible la condena de Buwalda, el espíritu de la ciega obediencia? ¿Es por esto por lo que los norteamericanos han sacrificado en los últimos años 400 millones de dólares y su vitalidad?
Creo que el militarismo, una armada y ejército permanente en cualquier país, es indicativo de la pérdida de la libertad y de la destrucción de todo lo mejor y lo más puro de la nación. El clamor creciente a favor de más navíos de guerra y el aumento del ejército bajo la excusa de que nos garantizará la paz es tan absurdo como el argumento de que el hombre más pacífico es aquel que está perfectamente armado.
La misma carencia de consistencia es mostrada por esos defensores de la paz que se oponen al anarquismo, ya que supuestamente potencia la violencia, mientras ellos mismos están encantados con la posibilidad de que la nación estadounidense esté pronto preparada para arrojar bombas sobre indefensos enemigos por medio de máquinas voladoras.
Creo que el militarismo cesará cuando los amantes de la libertad a lo largo del mundo digan a sus amos: “Vayan y asesinen ustedes mismos. Nos hemos sacrificado nosotros y nuestros seres queridos ya lo suficiente luchando en sus batallas. A cambio, ustedes nos han parasitado y robado en tiempos de paz y nos han tratado brutalmente en tiempos de guerra. Nos han separado de nuestros hermanos y han convertido en un matadero el mundo. No, no seguiremos asesinando o luchando por un país que ustedes nos han robado”.
Creo, con todo mi corazón, que la fraternidad humana y la solidaridad despejarán el horizonte frente a esta sangrienta carrera de guerra y destrucción.
Notas del Editor:
[1]
William Buwalda era un soldado del ejército quien, por estrechar la mano de Emma Goldman tras una conferencia que dio sobre el patriotismo en San Francisco en 1908, fue arrestado, juzgado en consejo de guerra, expulsado con deshonores y condenado a 5 años de trabajos forzosos en Alcatraz. El general que presidía el tribunal consideró su acción como un delito por “dar la mano a una peligrosa mujer anarquista”. Buwalda, un soldado con 15 años de servicios, condecorado en una ocasión por su “fiel servicio”, no sabía nada sobre el anarquismo en esos momentos, aunque acudió a la conferencia de Goldman por curiosidad. Diez meses después de su sentencia, fue indultado por el presidente Theodore Roosevelt. Una vez liberado, devolvió su medalla al ejército con una carta en donde comentaba que él “no volvería a llevar tales baratijas... Dénsela a alguien que la pueda apreciar mucho más que yo”. A partir de ese momento, se vinculó con el movimiento anarquista.
[2]
En Estados Unidos, el Partido Socialista representa al ala ortodoxa comunista.
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