Emma Goldman: Los aspectos sociales del control de natalidad (ensayo completo, 14 minutos)

Emma Goldman: Los aspectos sociales del control de natalidad (ensayo completo, 14 minutos)
Emma Goldman en Union Square, Nueva York, mayo de 1916.
Contexto Condensado

Este ensayo, que leemos en la traducción de Alexis Rodríguez Mendoza “adaptada al español rioplatense” por Terramar Ediciones (2010), y que sirve como segundo capítulo de nuestra serie Sobre el Aborto, fue publicado en abril de 1916, en el onceavo volumen de Mother Earth, revista anarquista mensual “dedicada a las ciencias sociales y la literatura” que la misma Emma Goldman fundó, y que sobrevivió casi 12 años. Desde Goldman hasta Tolstoy, las mejores mentes del anarquismo expusieron sus ideas allí. Una de las ideas que Goldman defendía a muerte era que la mujer no sea relegada a simple medio de reproducción en la sociedad; por lo tanto, defendía, por supuesto, el entonces ilegalizado control de la natalidad. El problema de estar gobernados por hipócritas y populistas, charlatanes y adictos al poder, es que, como dice esta mujer, “los reformadores [sólo] aceptan la verdad cuando ya es clara hasta para el más tonto de la sociedad”, y para que la escuchen, lamentablemente, tienen que existir revueltas populares, manifestaciones violentas, y movimientos utópicos como el anarquista.

Emma Goldman deja hace una gran defensa lógica de sus ideas en este ensayo, tiene muy buenos puntos, aunque no los comparto todos. Habrá que ponerse en los zapatos que ella usaba en 1916, en medio de una revolución industrial y un despertar mundial que exigía mejores condiciones laborales. Es en esta época que surgen revoluciones contrarias al sistema en todo el mundo, en la que ascienden el socialismo, el comunismo, el anarquismo y otros ismos en medio de los horrores en plena Primera Guerra Mundial. No comparto los ideales de estas ideologías, pero entiendo sus motivaciones. Entiendo que una persona con muchos hijos no se pueda rebelar contra un sistema opresor—que no hay que negar que existía. Entiendo la indignación producto del moralismo y el agitar de masas por lobos disfrazados de ovejas. Aunque no puedo opinar mucho sobre lo que sienten padres y madres, cuyo instinto maternal y paternal es pelear por dejarle un mundo mejor a sus hijos y no necesariamente, siempre, rendirse. Goldman no tuvo hijos, solo pudo aprender lo que predica mediante la observación. No tuvo hijos para ser consecuente con sus palabras, o porque no quería, y porque sabía que el precio de su activismo—era la mayor agitadora social de la época en los Estados Unidos—era la persecución y la cárcel. Narra ella misma que está a punto de ir a juicio, en abril de 1916, por liderar el Movimiento de Control de Natalidad, por estrellarse contra el sistema de justicia americano al que tilda de ignorante y por pelear contra la “estupidez de la ley”. Zafó de esos cargos, pero no de los 1917 por oponerse al nuevo draft de conscriptos la guerra. Después de un par de años en la cárcel, fue deportada en 1919, meses antes de que Woodrow Wilson ponga en vigencia otra ley polémica: la Ley Seca. Ya sabemos qué pasó con esa prohibición. Ya sabemos qué pasa con todas. De entre todas las frases que deja Goldman en este ensayo para enmarcar—como lo hace en todos porque escribía muy bien—, esta encaja en lo que sucede hoy día, 106 años después, porque algunas cosas nunca cambian:

“Desde cualquier ángulo que se considere, entonces, la cuestión del control de natalidad es el problema principal de los tiempos modernos y, como tal, no puede hacerse retroceder mediante la persecución, el encarcelamiento o la conspiración del silencio”.

Cuando iba a ser deportada, el fiscal de Washington largó: “Con la prohibición que entra y Emma Goldman que se va, va a ser un país muy aburrido”.

Autora: Emma Goldman

Ensayo: Los aspectos sociales del control de natalidad (1916)

Se ha sugerido que para crear un genio, la naturaleza emplea todos sus recursos y necesita cien años para tan difícil tarea. Si eso es cierto, la naturaleza emplea incluso más tiempo para forjar una gran idea. Después de todo, en crear un genio la naturaleza se concentra en una sola persona, mientras que una idea debe convertirse en una herencia para la especie[1] y, por tanto, debe ser más difícil de moldear.

Hace justamente ciento cincuenta años desde que un gran hombre concibió una gran idea, Robert Thomas Malthus, el padre del control de natalidad. El que la especie humana haya necesitado tanto tiempo para comprender la importancia de esta idea es una prueba más de la lentitud de la mente humana. No es posible realizar un examen detallado de los méritos de los planteamientos de Malthus, esto es, que la tierra no es tan fértil o tan rica como para cubrir las necesidades de una excesiva población. Ciertamente, si echáramos un vistazo a las trincheras y campos de batalla de Europa encontraríamos que en parte sus premisas son correctas. Pero yo estoy segura de que si Malthus hubiera vivido en la actualidad, estaría de acuerdo con todos los estudiosos de la sociedad y revolucionarios que afirman que si las masas de personas continúan siendo pobres, mientras los ricos cada vez son más ricos, no es porque la tierra carezca de fertilidad y riquezas como para cubrir las necesidades de una excesiva población, sino porque la tierra está monopolizada en unas pocas manos, excluyendo a los demás.

El capitalismo, que estaba en pañales en tiempos de Malthus, desde entonces ha crecido convirtiéndose en un enorme monstruo insaciable. Brama a través de sus silbatos y sus máquinas. “Denme sus hijos, retorceré sus huesos, extraeré la savia de su sangre, les robaré su rubor”, ya que el capitalismo tiene un apetito insaciable.

Y por medio de su maquinaria destructiva, el militarismo, el capitalismo proclama, “Denme sus hijos, los uniformaré y disciplinaré hasta que toda humanidad desaparezca de ellos; hasta que se conviertan en autómatas dispuestos para disparar y asesinar al mandato de sus amos”. El capitalismo no puede actuar sin el militarismo, y en tanto las masas de personas surtan el material para ser destruido en las trincheras y en los campos de batalla, el capitalismo tendrá una gran vigencia.

En los denominados buenos tiempos, el capitalismo engullirá a las masas de personas para regurgitarlas en los tiempos de “depresión industrial”. Esta masa humana superflua, la cual incrementa el número de desempleados y que representa una gran amenaza en los tiempos modernos, es denominada por nuestros economistas políticos burgueses, el margen obrero. Mantienen que bajo ninguna circunstancia el margen obrero debe disminuir, ya que la sagrada institución conocida como civilización capitalista se socavaría. Y por tanto, los economistas políticos, junto con todos los padrinos del régimen capitalista, están a favor de una amplia y excesiva población y, por ende, se oponen al control de natalidad.

A pesar de todo, la teoría de Malthus contiene mucho más de veracidad que de ficción. En su forma moderna, no se basa en la especulación sino en otros factores que se relacionan y se vinculan con los tremendos cambios sociales que están teniendo lugar en todos lados.

Primero, está el aspecto científico; la opinión de una parte de los más eminentes científicos quienes nos dicen que una vitalidad agotada por el trabajo excesivo y la inanición no puede engendrar una descendencia saludable. Junto con los argumentos científicos, nos encontramos con el terrible hecho, el cual es incluso reconocido por las personas más retrógradas, de que una reproducción indiscriminada y constante de una parte de las masas agotadas por el trabajo y exánimes ha dado lugar a un incremento de niños deficientes, lisiados y desafortunados. Es tan alarmante este hecho, que ha llevado a los reformadores sociales a plantear la necesidad de crear un banco de datos en donde las causas y efectos del incremento de niños lisiados, sordos, mudos y ciegos puedan determinarse. Sabiendo como sabemos que los reformadores aceptan la verdad cuando ya es clara hasta para el más tonto de la sociedad, no será necesario discutir mucho más sobre los resultados de la reproducción indiscriminada.

Segundo, se encuentra el despertar mental de las mujeres, que juegan un gran papel en el control de natalidad. Durante siglos, han soportado su carga. Han llevado a cabo su obligación de manera más concienzuda que la de un soldado en el campo de batalla. Después de todo, la preocupación del soldado es preservar su vida. Para eso son pagados por el Estado, elogiados por los charlatanes y defendidos por la histeria pública. Sin embargo, aunque la función de la mujer es dar la vida, ni el Estado, ni los políticos, ni la opinión pública han hecho nunca la más mínima prestación a cambio de la vida que la mujer ha dado.

Durante siglos, ha permanecido de rodillas ante el altar del deber impuesto por Dios, el capitalismo, el Estado y la moralidad. Actualmente, está despertando de su multisecular sueño. Se ha liberado de las pesadillas del pasado; ha mirado hacia la luz y ha proclamado con clara voz que ya no será parte del crimen de traer desgraciados niños al mundo sólo para ser convertidos en polvo por la rueda del capitalismo y para ser hechos trizas en las trincheras y campos de batalla. ¿Y quién puede decirles que no? Después de todo, es la mujer quien arriesga su salud y sacrifica su juventud en la reproducción de la especie. Ciertamente, debe tener la capacidad de decidir cuántos niños debe traer al mundo, si los tiene con el hombre que ama y porque quiere al hijo, o si debe nacer del odio y el desprecio.

Además, los médicos serios reconocen que la constante reproducción de la mujer trae como consecuencia lo que los legos llaman “problemas femeninos”: unas condiciones lucrativas para los médicos inescrupulosos. Pero, ¿qué posible razón tiene la mujer para agotar su organismo en un infinito engendrar hijos?

Precisamente, es por este motivo que la mujer debe tener los conocimientos que le permitan recuperarse durante un período de tres a cinco años entre cada embarazo, que sólo le proporcionaría un bienestar físico y mental, y la oportunidad de dar los mejores cuidados a los niños que ya tuviera.

Pero no sólo las mujeres han sido quienes han empezado a comprender la importancia del control de natalidad. Los hombres, igualmente, especialmente los trabajadores, han aprendido a ver en las grandes familias una cruz que llevarán a cuestas, impuesta deliberadamente por las fuerzas reaccionarias de la sociedad, ya que una gran familia paraliza el cerebro y entumece los músculos de las masas de trabajadores. Nada ata más a los obreros al lugar de trabajo que una prole de mocosos, y esto es exactamente lo que los opositores al control de natalidad quieren. Lamentablemente, como el salario de un hombre con una gran familia es muy escaso, no puede arriesgarse lo más mínimo, continuando en su trabajo, transigiendo y acobardándose ante su amo, sólo para obtener apenas lo suficiente para alimentar sus numerosas pequeñas bocas. Sin atreverse a afiliarse a una organización revolucionaria; sin atreverse a ponerse en huelga; sin atreverse a dar su opinión. Las masas obreras han despertado a la necesidad del control de natalidad como un medio para liberarse del terrible yugo e incluso, como un medio más para poder hacer algo por aquellos que ya existen, evitando traer más niños al mundo.

Por último, pero no menos importante, un cambio en la relación de los sexos, aunque no adoptada por muchas personas, se está dejando sentir entre una minoría considerable. En el pasado, y todavía en la actualidad de manera generalizada entre los hombres, la mujer continúa siendo un mero objeto, un medio para un fin; en gran parte un medio físico para un fin. Pero existen hombres quienes quieren más que eso de las mujeres: han comenzado a percatarse que si cada varón se emancipara de las supersticiones del pasado nada se cambiaría en la estructura social en tanto la mujer no ocupe su lugar junto a él en la gran lucha social. Lento pero seguro, estos hombres han aprendido que si la mujer consume su organismo en embarazos eternos, en los partos y en lavar pañales, poco tiempo tendrá para nada más. Pocas tienen el tiempo para las cuestiones que absorben y excitan a los padres de sus hijos. Producto del agotamiento físico y del estrés nervioso, ellas se convierten en un obstáculo en el devenir del hombre y, en ocasiones, en su más profundo enemigo. Es, por tanto, por su propia protección y también por su necesidad de compañía y amistad de la mujer que ama, numerosos hombres quieren que ésta se libere de la terrible imposición de la constante reproducción y, en consecuencia, están a favor del control de natalidad.

Desde cualquier ángulo que se considere, entonces, la cuestión del control de natalidad es el problema principal de los tiempos modernos y, como tal, no puede hacerse retroceder mediante la persecución, el encarcelamiento o la conspiración del silencio.

Aquellos que se oponen al Movimiento de Control de Natalidad aseguran que lo hacen en nombre de la maternidad. Todos los charlatanes políticos hablan sin medida de las maravillas de la maternidad, aunque tras un examen minucioso hallamos que la maternidad ha dedicado durante siglos, ciega y estúpidamente su descendencia a Moloch. Además, en tanto las madres estén obligadas a trabajar durante muchas horas con el objeto de ayudar a mantener a las criaturas que a regañadientes han traído al mundo, hablar de la maternidad no es más que una hipocresía. El diez por ciento de las mujeres casadas en la ciudad de New York tienen que ayudar a ganarse la vida. La mayoría, reciben el muy lucrativo salario de $280 al año. ¿Cómo se atreve nadie a hablar de las bellezas de la maternidad ante tal crimen?

Pero incluso las madres mejor pagadas, ¿qué pasa con ellas? No hace mucho, nuestro viejo y manido Consejo de Educación afirmó que las profesoras que fueran madres no debían continuar enseñando. Aunque estos anticuados señores fueron obligados por la opinión pública a que reconsideraran su decisión, es completamente cierto que si la profesora típica se convirtiera en madre cada año, pronto perdería su puesto. Esto es lo que pasa con las madres casadas; ¿qué ocurre con las madres solteras? ¿O es que alguien duda de que haya miles de madres solteras? Ellas abarrotan nuestros talleres, fábricas e industrias en todos los lugares, no por elección propia sino por la necesidad económica. En su gris y monótona existencia, el único atractivo es probablemente la atracción sexual, la cual, sin los métodos de prevención, invariablemente lleva al aborto. Miles de mujeres son sacrificadas como consecuencia de los abortos, ya que son realizados por matasanos y parteras ignorantes, en secreto y con prisas. Aun así, los poetas y los políticos cantan a la maternidad. El mayor delito perpetrado jamás contra la mujer.

Nuestros moralistas lo saben, aunque persisten en defender la indiscriminada crianza de hijos. Nos cuentan que limitar la descendencia es completamente una tendencia moderna, ya que la mujer moderna ha dejado de lado su moralidad y deseos para esquivar sus responsabilidades. En respuesta a esto, es necesario puntualizar que la tendencia a limitar la descendencia es tan vieja como la propia especie humana. Contamos con la autoridad, para esta cuestión, del eminente médico alemán doctor Theilhaber, quien ha recopilado datos históricos que prueban que esta tendencia estaba extendida entre los hebreos, los egipcios, los persas y muchas tribus de los indios norteamericanos. El temor a la descendencia era tan grande que las mujeres emplearon los métodos más horripilantes para evitar traer un hijo no deseado al mundo. El doctor Theilhaber ha enumerado cincuenta y siete métodos. Este dato es de gran importancia, ya que disipa la superstición de que la mujer quiere ser madre de una gran familia.

No, no es porque la mujer se haya escabullido de su responsabilidad, sino porque sabe mucho sobre esto último como para exigir saber cómo prevenir la concepción. Nunca en la historia del mundo la mujer ha tenido una conciencia de especie como la tiene en la actualidad. Nunca hasta ahora ha podido ver al hijo, no sólo su hijo, sino todos los hijos, como la unidad de la sociedad, el canal a través del cual el hombre y la mujer pervivirán; el mayor factor en la construcción de un nuevo mundo. Es por este motivo que el control de natalidad reposa sobre unas bases sólidas.

Nos dicen que, en tanto la ley en el código legal convierte el debate de los medios preservativos en un crimen, estos medios preventivos no pueden ser debatidos. Como respuesta, me gustaría decir que no es el Movimiento de Control de Natalidad sino la ley, la cual tendrá que desaparecer. Después de todo, para eso son las leyes, para ser hechas y deshechas. ¿Cómo pueden exigir que la vida se someta a ellas? ¿Sólo porque algún fanático ignorante en su propia limitación mental y de corazón tuvo éxito en pasar una ley en los tiempos en que los hombres y mujeres eran esclavos de las supersticiones religiosas y morales, debemos estar atados a ella por el resto de nuestras vidas? Comprendo por qué los jueces y carceleros están vinculados con ella. Es su medio de vida; su función en la sociedad. Pero incluso los jueces en ocasiones progresan. Llamo la atención sobre la decisión tomada en medio del problema del control de la natalidad por el juez Gatens, de Portland, Oregon. “Me parece que el problema para nuestra gente en la actualidad es que existe demasiada mojigatería. La ignorancia y la mojigatería siempre han sido una soga al cuello para el progreso. Todos sabemos que hay cosas erróneas en la sociedad; que estamos sufriendo muchos males pero no tenemos el valor para alzarnos y admitirlo, y cuando alguna persona nos llama la atención sobre algo que ya conocemos, fingimos modestia y nos sentimos ultrajados”. Éste es, en concreto, el problema que tienen la mayoría de nuestros legisladores y la mayoría de los que se oponen al control de natalidad.

Voy a ser juzgada en una Sesión Especial el 5 de abril. No sé cual será su resultado, y es más, no me preocupa. El temor a la cárcel por una de las ideas más extendidas entre los radicales norteamericanos es lo que ha hecho al movimiento tan tenue y débil. Yo no tengo tal miedo. Mi tradición revolucionaria es que aquellos que no están dispuestos a ir a la prisión por sus ideas nunca han tenido en demasiada estima sus planteamientos. Además, hay lugares peores que la cárcel. Pero, ya sea si tengo que pagar por mis actividades sobre el control de natalidad o quedo libre, una cosa es cierta, el Movimiento de Control de Natalidad no podrá detenerse ni yo cejaré de llevar a cabo la difusión del control de natalidad. Si me he abstenido de debatir sobre los métodos, no es porque tema un segundo arresto, sino porque por primera vez en la historia de Norteamérica, la cuestión del control de natalidad, a través del juicio oral, será bien definida, y como deseo resolverlo según sus propios méritos, no deseo dar a las autoridades una oportunidad para disimularlo con otras cuestiones. Sin embargo, me gustaría puntualizar la absoluta estupidez de la ley. Tengo en mis manos el testimonio de los detectives, el cual, de acuerdo con su declaración, es una trascripción exacta de lo que hablé desde la palestra. Es tal la ignorancia de estos hombres que no han trascrito ni un simple concepto correctamente. Está perfectamente dentro de la ley que los detectives den su testimonio, pero no está dentro de la ley que yo pueda leer el documento por el cual se me juzga. ¿Pueden culparme si yo soy anarquista y no respeto las leyes? Igualmente, desearía señalar la profunda estupidez de los tribunales norteamericanos. Supuestamente, la justicia emana de ahí. Supuestamente, no existe ningún procedimiento secreto y arbitrario bajo una democracia, aunque el otro día, cuando los detectives hicieron su declaración, la realizaron susurrando, cerca del juez, como si estuvieran en un confesionario en una iglesia católica, y bajo ninguna circunstancia a las mujeres presentes se les permitió oír algo de lo que se decía. ¡Toda una farsa! Y todavía pretenden que los respetemos, que los obedezcamos, que nos sometamos.

No sé cuántos de ustedes están dispuestos a hacerlo, pero yo no lo estoy. Estoy de pie como una de las defensoras de un movimiento mundial, un movimiento que busca liberar a la mujer del terrible yugo y esclavitud del embarazo forzoso; un movimiento que reclama el derecho de cada niño a un buen nacimiento; un movimiento que ayudará al obrero a liberarse de su eterna dependencia; un movimiento que introducirá en el mundo un nuevo tipo de maternidad. Considero este movimiento tan importante y vital como para desafiar cualquier ley de los códigos legales. Creo que no aclarará sólo el libre debate sobre los contraceptivos, sino la libertad de expresión en la Vida, el Arte y el Trabajo, en el derecho de la ciencia médica a experimentar con los contraceptivos como lo hace con los tratamientos de la tuberculosis y cualquier otra enfermedad.

Puede que me arresten, me procesen y me metan en la cárcel, pero nunca me callaré; nunca asentiré o me someteré a la autoridad, nunca haré las paces con un sistema que degrada a la mujer a una mera incubadora y que se ceba con sus inocentes víctimas. Aquí y ahora declaro la guerra a este sistema y no descansaré hasta que sea liberado el camino para una libre maternidad y una saludable, alegre y feliz niñez.


  1. Nota del traductor: Emma Goldman emplea el término inglés race cuya traducción al castellano es el de raza; sin embargo, teniendo en cuenta el sentido en que empleaba la propia Goldman el término y para evitar interpretaciones racistas que con el tiempo ha adquirido este término, hemos preferido traducirlo por especie humana o población. ↩︎


Sobre la legalidad del aborto *
Si el aborto es legal en una región depende casi completamente de la influencia de la religión. La excepción son los Estados no seculares controlados por gobiernos dictatoriales que deciden políticas, no por moralidad, sino por apuros económicos. Hay una realidad estadística que no se puede omitir:
👈🏽 SOBRE EL ABORTO, CAPÍTULO 1

Aristóteles: educación sexual en la polis
Se ha de cuidar en primer lugar de la unión conyugal, y de cuándo y en qué condiciones el hombre y la mujer deben tener relaciones conyugales unos con otros. Y es necesario que legisle sobre esta unión para que no haya desacuerdo entre sus capacidades.
SOBRE EL ABORTO, CAPÍTULO 3 👉🏽

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