El gen cosaco vs los Grandes (y su protección) *
Putin repite que Ucrania y Rusia compartían el mismo idioma hasta el siglo 16, que Kiev es la madre de la ciudades rusas, que comparten origen común y no pueden vivir el uno sin el otro. «A veces conviene prestar atención a las insufribles palabras de los pelmazos en las reuniones importantes».
“Creo que puedo sentir el gen cosaco despertando dentro mío”. Esta es la respuesta ucraniana a la invasión rusa de nuestro tiempo, una invasión hoy descabellada, que parece que carece de sentido en el mundo actual, donde las fronteras políticas se nos muestran cada vez más establecidas y menos flexibles. Aún cuando Ucrania es, oficialmente, un país que acaba de cumplir 30 años. Pero de esa independencia vamos a hablar después. Hablemos primero de la primera, que juega con la linealidad del tiempo.
Ya sabemos que Rusia casi que nació en Kiev y que sus dominios fueron poblados, en su mayoría, por una intersección de vikingos y eslavos orientales. Putin invade Ucrania transmitiendo y difundiendo que los ucranianos no son un pueblo, que Ucrania no es un estado sino un producto, un invento creado con territorios de Europa del Este y regalos de la Unión Soviética. Lo ha escrito en ensayos, lo ha dicho en entrevistas, reuniones y consejos: Ucrania y Rusia son, en realidad, “un solo pueblo”. El mismo discurso utilizado por el Tercer Reich para anexarse Austria en el episodio conocido como Anschluss—literalmente conexión o anexión—luego de haber acordado y tomado Sudetenland de Checoslovaquia (recomiendo ver la película Múnich en Netflix). Sudetenland era una región poblada de germanos que pertenecía al imperio austrohúngaro antes de que se forme Checoslovaquia en 1918, luego de la Primera Guerra Mundial. Esta historia es importante para entender el contexto de lo que está sucediendo, y para ver cómo algunas historias se repiten—o lo contrario. No olvidemos que Putin ya apoyó la independencia de dos repúblicas de facto que reclama Georgia (Osetia del Sur y Abajasia), y que se anexó Crimea, con el mismo argumento germano: los separatistas o anexionistas pidiendo la “protección” de la madre patria. El 1 de septiembre de 1939 Alemania invade la mitad occidental de Polonia; la mitad oriental la invadió Rusia el 17 de septiembre; aquí empieza la Segunda Guerra Mundial. Pero eso es historia, vamos a la actualidad.
Putin repite que Ucrania y Rusia compartían el mismo idioma hasta el siglo 16, que “Kiev es la madre de la ciudades rusas”, que comparten un “origen común y no pueden vivir el uno sin el otro”. En una entrevista de 2020 (activá la traducción automática) deja claro este mensaje que viene perfeccionando hace décadas, una entrevista donde dice: “todo vuelve al punto de partida”. También dice que es posible estar de acuerdo sobre la paz y la amistad con el presidente ucraniano Zelensky, que “la esperanza es lo último en morir, pero desafortunadamente...” Desafortunadamente hace siglos los polacos “empezaron rumores”, se metieron, los separaron, y empezaron a llamar ukraintsy (украинцы), ucranianos, literalmente “los de la frontera”, a los russkye (русские), los rusos que eran eslavos orientales que vivían “en la federación del reino de Polonia y el gran ducado de Lituania——y en en el estado de Moscú”. Lo dice con énfasis. “La historia es así, ahora vamos a la actualidad”, responde el entrevistador. “No; hablamos de hoy y de mañana, necesitamos saber historia”.
Veamos entonces la entremezclada historia de Polonia, Lituania, Ucrania y Rusia. Un siglo después de que los mongoles destruyeran la Rus de Kiev en 1240, Casimiro III el Grande, rey de Polonia, conquista el principado de Galicia-Volinia, que corresponde al occidente de la actual Ucrania (y un buen pedazo de Bielorrusia, y un pedacito de Polonia).
El lado oriental, incluyendo el principado de Kiev, es conquistado por Gediminas, el Gran Duque de Lituania que convierte este ducado en un imperio que un siglo después, el siglo 15, se convertiría en la nación más grande de Europa. La historia de Lituania y Polonia, sus peleas territoriales, sus idas y venidas en lo que alguna vez fue territorio de la Rus de Kiev—todo esto es muy largo para resumir en pocas líneas. Pero, en pocas palabras: en 1386 Polonia y Lituania se unen, y la gran parte de lo que hoy es Ucrania se empieza a conocer como Rutenia, bajo dominio lituano. En 1569 esta unión se fortalece en la república de las Dos Naciones, la mancomunidad de Polonia-Lituania, y Rutenia pasa a manos polacas. La clase alta rutena se une a la nobleza polaca y se convierte al catolicismo; los plebeyos, cristianos ortodoxos oprimidos, se unen a los cosacos. Protejo estos párrafos de Wikipedia anexándomelos:
Cosaco se refiere a grupos de formaciones sociales y militares, inicialmente de origen eslavo, que se establecieron de forma permanente en las estepas de lo que es actualmente el sur de Rusia y Ucrania, y brindaban servicios militares a los gobernantes vecinos de Rostov del Don, Kubán, el Cáucaso, y Ucrania, aproximadamente en el siglo X. Fueron conocidos por su destreza militar y la confianza que tenían en sí mismos. El nombre deriva de las lenguas eslavas Kasak «nómada», «hombre libre». Este término se menciona por primera vez en un documento ruteno que data de 1395... En Rusia, los cosacos nativos se preocuparon, durante siglos y hasta ahora, de preservar celosamente la pronunciación y escritura del nombre de su nacionalidad y origen. De acuerdo con la antigua tradición cosaca, la palabra «Kazak» debe ser escrita y leída de manera igual, tanto de izquierda a derecha en transcripción eslava cirílica, como de derecha a izquierda en transcripción de lenguas túrquicas. Los cosacos rusos participaron de forma importante en la colonización de Siberia. A mediados del siglo XVII, los cosacos rusos alcanzaron la costa del océano Pacífico. Los cosacos ucranianos formaron el Estado de los cosacos de Zaporozhia en 1649. Se los considera los progenitores de la moderna nación ucraniana y el discurso nacionalista ucraniano apela, en gran medida, a los cosacos.
Vuelvo a la historia del cristianismo en Europa, porque esta división entre católicos y ortodoxos (y protestantes) juega un papel importante. Pero primero, recordemos que la mancomunidad invade varias veces el zarato ruso fundado por Iván el Terrible sobre la base del principado moscovita que controlaba lo que no controlaban Polonia-Lituania. Esto, entre 1605 y 1618; toman y gobiernan Moscú entre 1610 y 1612. En 1648, cuando terminaba la Guerra de los 30 Años, que había enfrentado a protestantes versus católicos en Europa—en la que Polonia tuvo que batallar en casi todos los frentes de sus fronteras—, después de que los cosacos busquen apoyo de la Iglesia ortodoxa rusa y los tártaros de Crimea para pelear contra la nobleza polaca, Bohdán Jmelnitski, que gobernaba Zaporozhia, lidera una rebelión que va y viene, y que crece y crece. Y en 1654 el zar ruso Alejo I firma con Jmelnitski el Tratado de Pereyáslav autorizando la “protección” de sus tierras por parte del zarato ruso, la unión de los eslavos orientales, y le declara la guerra a Polonia-Lituania, que duró 13 años, y que se conoce por dos nombres: la guerra ruso-polaca, o la guerra por Ucrania.
Es en esta coyuntura que nace el Hetmanato cosaco que existió entre 1648 y 1775 en las regiones centrales y noroccidentales de Ucrania (200 mil kilómetros cuadrados, hasta 4 millones de habitantes). Al inicio se intentó que sea parte de una mancomunidad de 3 naciones, pero el apoyo ruso se sostuvo. Esta es la primera “independencia” ucraniana, que contó con la protección de Alejo I y de su hijo, Pedro I el Grande, que convirtió el zarato moscovita en el imperio ruso. La historia de este hetmanato se acaba cuando llega Catalina II la Grande, que le quita su autonomía, y que expande las fronteras de su imperio todo lo que puede (pero Galicia termina bajo dominio austríaco).
A Catalina y Pedro se les han dedicado millones de letras. Antes de leer un pedacito de la Historia del Imperio Ruso bajo Pedro el Grande escrita por Voltaire, que intercambió muchas cartas con Catalina, veamos un mapa de la expansión territorial de Rusia.
Pedro se extendió hacia arriba, abajo, un lado y el otro. Bordeó el mar Caspio, pero Catalina lo conectó con el mar Negro. Pedro incorporó Ucrania en el imperio bajo su protección, pero Catalina la hizo parte de la región conocida como Nueva Rusia. Hoy, Nueva Rusia es el proyecto de confederación de las repúblicas de Donetsk y Lugansk que derivó en la guerra del Donbás, iniciada luego de la actual anexión de Crimea por parte del gobierno de Putin en 2014, y que derivó en esta guerra. Esta confederación está en este momento bajo la “protección” del gobierno ruso: el manual de acción es antiguo, y el plan es claro: seguir los pasos de Pedro y Catalina, que también anexaron Crimea. Pedro continuó sus conquistas fundando San Petersburgo en Europa, Catalina murió ahí después de haberse convertido del luteranismo al ortodoxismo; después de haber (re)fundado Odessa, hoy parte del bastión de Novorossiya (así como Zaporozhia) y Sebastopol en Crimea; después de haber tomado más de medio millón de kilómetros cuadrados a costa de la mancomunidad de las Dos Naciones, el imperio otomano (guerra ruso-turca) y el hetmanato cosaco, origen de la disputa del gen cosaco versus el imperio ruso.
Catalina, emperatriz de Rusia, germana nacida en Prusia en una ciudad hoy polaca (Szczecin), anexó—o “protegió”—Bielorrusia, Letonia, Lituania y parte de Polonia. En ese momento, Catalina se encontraba al borde de la guerra con María Teresa I de Austria, la única mujer en gobernar los dominios de los Habsburgo. María Teresa, reina de Hungría, Eslovenia, Croacia y Bohemia, emperatriz consorte del Sacro Imperio Romano Germánico y archiduquesa de Austria, a quien también se le han dedicado millones de letras. María Teresa, una especie de Daenerys de la Tormenta, la que no arde, rompedora de cadenas, madre de Dragones, khaleesi de los Dothraki y del gran mar de Hierba, reina de los Ándalos, los Rhoynar y los Primeros Hombres, señora de los Siete Reinos y protectora del Reino, princesa de Rocadragón, reina de Meereen. La ficción es un remedo de la realidad.
Cuando Federico II el Grande de Prusia, excelente estratega y amigo de Voltaire, ve que una guerra entre las dos dragonas más poderosas de Europa está por desatarse al lado suyo, y que se lo pueden comer o prenderle fuego a sus propias intenciones expansionistas, decide meterse en el asunto, controlar la situación, y sacar tajada. Así es como sucede la primera partición de la república de las Dos Naciones en 1772. Polonia enfrentaba fuertes revueltas cosacas, una guerra interna por el poder y una invasión sueca. Las tres grandes potencias acuerdan proteger la estabilidad europea sin preguntarle a los dueños de casa, igual como se hizo en el pacto de Múnich que firmaron el Reino Unido, Francia, Italia y Alemania sin invitar a los Checoslovacos. Acuerdan los tres actores proteger Polonia... invadiéndola. El imperio austrohúngaro toma un extremo, el ruso toma otro, Prusia otro, y Polonia se ve obligada a firmar la pérdida del 30% de su territorio con la promesa de que no va a suceder de nuevo. Pero Rusia y Prusia siguen avanzando, y en 1793 firman la segunda repartición. Austria vuelve para la tercera, que se da dos años después, y Polonia deja de existir hasta 1918.
Para Federico y María Teresa, probablemente, el sentimiento que les provocaba el expansionismo ruso era el mismo que siente ahora Putin con el intento de “anexión”, o de “protección”—para mantener el léxico—, de la OTÁN con Ucrania. Cuando nacen la OTÁN y la URSS, los dos grandes dragones que buscan pelear por, y equilibrar el poder mundial—hasta la llegada del dragón chino—, la promesa de la Organización del Tratado del Atlántico Norte era no expandirse hacia Europa del Este, que no llegaría a la frontera rusa. Ahora Ucrania, país independiente y diferente, juega para entrar en la OTÁN y la zona Euro. Lo mismo que Finlandia, que fue parte de Suecia hasta que fue anexada por el imperio ruso en 1809, logrando su independencia en 1917, mismo año en el que nace la República Popular Ucraniana, sucedida meses después por el segundo Hetmanato, meses después por el directorio de Ucrania, meses después por la RSS de Ucrania hasta la separación de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas en 1991.
Putin acusa a la revolución rusa de 1917, que empezó en San Petersburgo y que condujo al derrocamiento del régimen zarista imperial y la muerte del imperio, de haber desmembrado Rusia. 1917 es también el año en que Estados Unidos ingresa a la Primera Guerra Mundial, en la que Rusia fue actor clave. Putin acusa a los servicios de inteligencia austríaca de haber alentado sentimientos independentistas en Ucrania: dice que es el uso del eterno “divide y conquistarás”, entonces él propone un retorno a los orígenes históricos, una protección: la unión hace la fuerza y además trae “ventajas competitivas”. Vladimir Vladimirovič jura que no quiere volver a los tiempos del imperio ruso, que no está intentando inscribirse en la historia como otro Vladimir el Grande—y habrá que creerle, porque está camino de Iván el Terrible.
La historia se mueve y cambia, como las fronteras. Pero desde 1917 y, sobre todo, desde 1945, se trabaja para estabilizar y evitar lo que ha sucedido siempre con las intenciones expansionistas. Desde los crueles eventos de la primera mitad del siglo 20, la humanidad viene bregando para evadir o trascender su naturaleza bélica y conquistadora, para intentar esquivar sus ciclos. La paz relativa que se vive en Europa, la ausencia de una guerra tan mediática y la inexistencia de un conflicto entre naciones que haya dejado cientos de miles de muertes, ha provocado que escritores muy respetados lleguen a la conclusión de que hemos cambiado, que ya no hay grandes guerras, que ya no somos tan violentos. La humanidad ha dado un giro, se piensa, y actitudes como las de Putin son ahora un sinsentido inaceptable. Ante estas aseveraciones, Pasquale Cirillo y Nassim Taleb desarrollaron un análisis Sobre las propiedades estadísticas y el riesgo de cola de conflictos violentos, resumido en 2016 en un simplísimo: ¿Cuáles son las chances de una guerra? Luego de estudiar una muestra de 565 enfrentamientos bélicos con más de 3000 muertos entre el año 1 y el 2015, para resumir, llegaron a la conclusión de que:
Para un conflicto que genera al menos 10 millones de víctimas, un evento menos sangriento que la Primera o la Segunda Guerra Mundial, el tiempo de espera es en promedio de 136 años. Los 70 años de lo que se llama la “Paz Larga” claramente no son suficientes para afirmar mucho sobre la posibilidad de una Tercera Guerra Mundial en un futuro cercano.
Esto lo dicen poco después de la anexión de Crimea y el inicio de la Guerra del Donbás. La palabra promedio deja claro que para decir que hemos cambiado necesitamos esperar por lo menos un par de siglos más de estabilidad.
“Todos deseamos la paz, pero no podemos vivir bajo el hechizo de la ilusión”. Todo el trabajo de los últimos 77 años parece irse por la borda por culpa de las ambiciones de una sola persona que ya tiene todo el poder que se puede tener, para quien el dinero no importa, que ya logró todo, y que aún así sigue insatisfecha. Una persona que repite el arquetipo de Iván, Pedro, Catalina, Adolf, Napoleón; que quiere inscribir su nombre en la historia de Rusia como uno de sus más grandes, y la competencia en esa liga es durísima. Una persona que viene preparándose para este momento por casi 30 años, como contaba en 2014 Timothy Garton Ash en La doctrina del resentimiento , que empieza aconsejando: “A veces, solo a veces, conviene prestar atención a las insufribles palabras de los pelmazos en las reuniones importantes”. Se refiere a las declaraciones de Putin cuando era vice-alcalde de San Petersburgo en 1994 en las que ya esgrimía su proyecto. Sobre sus aspiraciones y declaraciones basadas en la historia de un origen común, escribe: “Si atribuyéramos la nacionalidad británica a todas las personas que hablan inglés, tendríamos un Estado algo mayor que China”. Colombia podría reclamar Ecuador y Venezuela, Bolivia su litoral, si no reclama todo antes España; Suecia pediría Finlandia, Italia todo el Mediterráneo. O, lo que todos temen, China podría anexar Taiwán. “Por supuesto, debemos evitar lo que el filósofo Henri Bergson llamaba las ilusiones del determinismo retrospectivo”, me remata Timothy. Si la historia funciona en ciclos, espiral o línea recta, quizá algún día tendremos la suficiente cantidad de datos y tiempo para saberlo. Pero cuando se cumplen 8 años del inicio de este conflicto, todo apunta a un arquetipo histórico, y a que esta vez le toca al gen cosaco desafiar la estadística de la que abusan los grandes, y a Polonia esperar su turno. A veces parece que todo vuelve al punto de partida. Como al inicio de este proyecto convertido en Conectorium, espero volver a estar equivocado.
#Ucrania
#más sentido común, por favor
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