El alma inmortal de Pitágoras
Aunque subsiste una gran oscuridad respecto a la relación entre juicio, castigo y reencarnación, se sugiere que Pitágoras enseñó que: el alma, después de la muerte, es sometida a un juicio divino; sigue el castigo en el inframundo para los perversos; pero hay un destino mejor para los buenos.
Del Pitágoras del teorema que aprendiste en colegio, poco queda y poco se sabe. Se duda incluso que el teorema sea de él, se cree que puede ser babilónico. Pitágoras nació, supuestamente, el año 569 a. C., allá en la época de Confucio y de Lao-Tse. O quizá nació un siglo antes. Llegó al mundo en la isla de Samos en la Antigua Grecia, donde siglos después también nació Epicuro. En la actualidad, la isla pertenece a la Grecia contemporánea, pero está pegadita a Turquía. Samos tiene su historia particular de la que no vamos a hablar hoy, pero que no sorprenda que su soberanía cambie a manos turcas en un futuro.
A Pitágoras hoy lo tenemos por matemático, pero en su época era, en realidad, considerado un místico. “No fue un filósofo, sino un líder religioso carismático. Fundador de la escuela pitagórica, enseñó a puertas cerradas, casi secretamente. Quizá por eso sus seguidores no reescribieron sus enseñanzas como se hizo con Confucio, Epicteto, Jesús y Sócrates. Quizá por eso no se nos aparece él como el primer interlocutor del mundo occidental sobre la inmortalidad del alma, sino Platón, que lo tenía por “fundador de un modo de vida”: no sólo matemáticas, sino (mucho) más que eso: filosofía. Filosofía como conjunto entre amor al conocimiento y práctica de vida. De él heredó esta idea, la de los tiempos cíclicos (y Nietzsche la del eterno retorno), y la de la inmortalidad del alma. Como Hannah Arendt dijo: “Sin duda, Platón se apoyó en creencias populares, quizá en tradiciones órficas y pitagóricas, para sus descripciones del más allá”.
Leímos a Platón en el Fedón retratar a Sócrates en sus últimas horas hablando de la inmortalidad del alma. Si Sócrates es el que habla, o si habla Platón, no sabemos, pero sí sabemos que Platón hace guiños a Pitágoras en su diálogo. Su interlocutor es Equécrates de Fliunte, ciudad en la que vivió Pitágoras al salir de Samos. Cebes y Simmias, también presentes en los últimos momentos de su maestro en el diálogo, se sabe, eran pitagóricos. Y el pensamiento pitagórico se desparrama a lo largo de toda la obra.
Ahora bien, la idea de la inmortalidad del alma, ya nos lo contaron Arendt, Voltaire y Montesquieu, no es exclusiva de los griegos. Ahora, milenios antes, nos lo repite Heródoto. El padre de Pitágoras era un comerciante rico; viajaron mucho, Pitágoras tuvo siempre a los mejores tutores, y se cree que pudo estudiar en Egipto, en Fenicia y en Babilonia. Quizá también en Arabia. Quizá también en la India. ¿Habrá ido tan lejos como la China? ¿Habrá escuchado del taoísmo? Nada es seguro, todo nos lo cuentan otros autores, no tenemos nada que haya escrito él. Si alguna vez escribió algo, o algo para publicar, no quedó nada.
El hecho de que haya viajado y aprendido tanto (increíble pensar que hoy para conocer lo que cree gente de otros lugares y otros tiempos no hay que moverse de la palma de la mano), el hecho de que haya conocido tantos rincones, sin duda tuvo un efecto en él, y sin duda influyó en el desarrollo de sus ideas; que no lo haya hecho sería un despropósito y un imposible. Se le acusó entonces de robar sus ideas, de no ser original (cosa que hoy es casi imposible de ser, si alguna vez fue posible). También se le hicieron la burla por sus creencias; tipo, “a quién se le ocurre que el alma es inmortal, y que se puede reencarnar en animales” (cosa que sería natural motivo de burla también ahora).
Nosotros quedamos relegados a historias y a relatos, al dicen que dijo, a lo que dijeron que dijeron de él. En 1903, un loco alemán, Hermann Diels, publicó una primera versión de recopilación de fragmentos, no sólo de él—o sobre él—, sino de los llamados pensadores presocráticos. El trabajo fue revisado y aumentado, y continuado desde 1952 por Walther Kranz. Estos fragmentos se conocen como Diels-Kranz (DK). Poco después, otros tres locos—Kirk, Raven y Schofield—, apoyados en ellos, se mandaron una obra de arte aumentando comentarios y conocimientos sobre los presocráticos. Y en 1969, entre la editorial Gredos y Jesús García Fernández nos trajeron esta última al español. De ahí extraigo fragmentos sobre Pitágoras, de quien sabemos poco, excepto que es inmortal.
Autores: G. S. Kirk, J. E. Raven y M. Schofield;
Otros varios;
Pitágoras
Libro: Los Filósofos Presocráticos (1969);
Con la ayuda de otros varios;
Y fragmentos de Pitágoras (siglo 6 a. C.)
Capítulo 7: Pitágoras de Samos (extracto)
Sección: Los Testimonios
252: Platón República, 600a-b (DK 14, 10):
“Pero ¿se dice, acaso, que Homero haya llegado a ser durante su vida, si no públicamente, sí al menos en su vida privada, guía de educación para quienes le amaban por su trato y que éstos hayan llegado a transmitir a la posteridad un modo de vida homérico, como Pitágoras fue, por este motivo, particularmente amado y sus discípulos se destacan, de alguna manera, entre los demás, por haber mantenido hasta ahora un tenor de vida pitagórico?”
253: Platón República, 530d (DK 47)
“Parece, dije yo, que, así como los ojos están hechos para la astronomía, del mismo modo los oídos lo están para el movimiento harmónico y que éstas son ciencias hermanas entre sí, como dicen los pitagóricos y nosotros, Glaucón, concordamos con ellos.”
Las citas 252 y 253, las únicas referencias de Platón a Pitágoras o los pitagóricos, nos muestran los dos aspectos del pitagorismo: el religioso-ético y el filosófico-científico. ¿Cuál fue la relación entre estos dos aspectos de la enseñanza pitagórica? ¿Surgieron ambos de la mente del propio Pitágoras? Estas cuestiones dominarán nuestra discusión en este capítulo y en el XI, al igual que han dominado el estudio del pitagorismo durante un siglo o más: sirvan de testimonio títulos como Mysticism and Science in the Pythagorean tradition de F. M. Cornford y Weisheit und Wissenschaft de Walter Burkert (tenemos a nuestra disposición esta pieza maestra del saber clásico de postguerra en una traducción titulada con timidez Lore and Science in Ancient Pythagoreanism). La controversia se ha ido prolongando a causa de que las pruebas son insatisfactorias de un modo peculiar, por lo que debemos censurar ampliamente a Platón, aunque de un modo indirecto.
Merece destacarse que la metafísica del propio Platón está profundamente imbuida de ideas que reconocemos (aunque él no lo confiesa) como pitagóricas. El Fedón, e. g., recrea, con elocuencia, una mezcla, auténticamente pitagórica, de enseñanza escatológica sobre el destino del alma con una prescripción ética y religiosa y la coloca dentro del contexto pitagórico de una discusión entre amigos. (Burnet sugirió, con gran acierto, que “el Fedón está destinado, por así decirlo, a una comunidad pitagórica de Fliunte”, EGP, 83). Pero, precisamente porque Platón reelabora materiales pitagóricos, el historiador de la filosofía presocrática debe ser cauteloso, al usar el Fedón como testimonio de un pitagorismo de comienzos incluso del siglo IV a. C., excepto de la filosofía del propio Pitágoras. Sería un error al mismo tiempo e imposible, en cualquier caso, el no consentir que el Fedón y otros diálogos influencien nuestra imagen del primer pitagorismo.
Así como Platón colorea nuestra interpretación de Pitágoras, de la misma manera ha afectado y contagiado una gran parte de lo que se ha escrito y pensado sobre Pitágoras en la antigüedad. Una particular influencia tuvo el apoyo de Platón a las ideas numerológicas en el Timeo, el Filebo y, en las famosas, aunque oscuras, “doctrinas no escritas” (cf. al respecto e. g. W. D. Ross, Plato's Theory of Ideas capítulos ix-xvi). Estas ideas instauraron la moda de un estilo “pitagórico” para la metafísica dentro de la Academia. Sus discípulos la cultivaron de un modo más sincero que el propio Platón, a juzgar por la pseudo-platónica Epinomis por cuyo medio sabemos de los escritos de Espeusipo y Jenócrates. No tuvieron interés en distinguir sus propios desarrollos platonizantes de los principios pitagóricos de la doctrina de Pitágoras mismo. Su característico sello de platonismo no careció nunca, probablemente, de simpatizantes y lo renovaron, desde el siglo I a. C. en adelante, autores “neo-pitagóricos” como Moderato y Numenio. Esto es lo que la mayor parte de los autores de la era cristiana ofrecen como enseñanza auténticamente metafísica de los pitagóricos e incluso del propio Pitágoras (e. g. Sexto, adv. math. x, 248-309). Sólo Aristóteles mostró una enérgica resistencia a la interpretación platonista del pitagorismo en su propia imagen. Puso toda su atención en mostrar lo que representa un primitivo y confuso modo de pensar pitagórico y su notable diferencia respecto al platonismo que lo explota. Nos aproximaremos, con ponderación, a sus informaciones completas y relativamente objetivas sobre la metafísica y cosmología pitagóricas del siglo V en el capítulo XI. En el presente capítulo, utilizaremos los fragmentos de sus monografías sobre los pitagóricos en lo tocante a su información acerca del propio Pitágoras y las doctrinas y tradiciones pitagóricas muy tempranas.
Pitágoras no escribió nada.
[254: Josefo, contra Appionem i, 163 (DK 14, 18)
“Ningún libro escrito se le reconoce a Pitágoras; sin embargo, muchos han historiado sobre él y de ellos el más notable fue Hermipo.”
Esta visión escéptica sobre la autoría de Pitágoras fue aceptada, e. g., por Plutarco y Posidonio, pero rechazada por Diógenes Laercio.]
De este hecho nació un vacío que se iba a llenar con un enorme cuerpo de literatura, carente de valor, en gran parte, como testimonio histórico de las doctrinas del propio Pitágoras. Incluía informaciones de la física pitagórica, de la teoría ética y política, así como de la metafísica, biografías de Pitágoras y algunas docenas de tratados (muchos aún existentes), cuya autoría fue adscrita al pitagorismo primitivo—aunque todos ellos (salvo algunos fragmentos de Filolao y Arquitas) son considerados hoy ficciones pseudónimas de origen posterior. De esta enorme cantidad de material, sólo las tres principales Vidas, escritas por Diógenes Laercio, Porfirio y Jámblico, serán objeto de nuestra consideración aquí. Son recortes y pastiches procedentes de la era cristiana, aunque contienen, junto con noticias sumamente crédulas, extractos o epítomes de autores del período 350-250 a. C., autores que tuvieron acceso a casi las tempranas tradiciones sobre Pitágoras y los pitagóricos: en particular, Aristoxeno, Dicearco y Timeo (quien está también representado en las fuentes históricas generales).
Sección: Referencias Antiguas a Pitágoras
A la vista de la situación de los testimonios, es una suerte especial que subsista un buen número de referencias a Pitágoras y sus seguidores en autores del siglo V. Estas referencias ofrecen una imagen compuesta de tres elementos principales.
i) Dudosa reputación de sabio
255: Heráclito, fragmento 40 en Diógenes Laercio ix, 1
“La plurisciencia no enseña a tener inteligencia; pues, de lo contrario, hubiera enseñado a Hesíodo, a Pitágoras, e incluso a Jenófanes y Hecateo.”
256: Heráclito, fr. 129, Diógenes Laercio viii, 6
“Pitágoras, hijo de Mnesarco, practicó la investigación científica por encima de todos los hombres y, tras hacer una selección de estos escritos, se hizo su propia sabiduría, que fue, en realidad, diletantismo y extravagancia.”
257: Heródoto iv, 95 (DK 14, 2)
“Según mis informaciones, procedentes de los griegos que viven en el Helesponto y en el mar Negro, este Salmoxis fue un esclavo en Samos, el esclavo, en realidad, de Pitágoras, hijo de Mnesarco. Los tracios vivían miserablemente y no eran muy inteligentes, mientras que este Salmoxis conoció el modo de vida jonio y sus costumbres más profundamente que los tracios, puesto que tuvo contacto con los griegos y, de entre los griegos, con Pitágoras, no el menos vigoroso de sus sabios. Se hizo construir un gran salón donde recibía y agasajaba a los principales ciudadanos y les enseñaba que ni él ni sus huéspedes ni ninguno de sus descendientes iba a morir, sino que todos iban a ir a un lugar donde iban a sobrevivir para siempre e iban a poseer todos los bienes.”
258: Ion fr. 4, Diógenes Laercio i, 120
“Ion de Quíos dice de él (Ferécides): «Así destacó en hombría y honor y, muerto, su alma disfruta de una plácida existencia, si fue, en verdad, sabio Pitágoras, quien, por encima de todos, conoció y enseñó las opiniones de los hombres».”
En 256 se describe irónicamente a Pitágoras como un exponente ejemplar de la práctica ávida y crítica de la investigación característica de los intelectuales jonios y que Heráclito no desprecia (cf. fr. 35: “Los hombres que aman la sabiduría (φιλοσόφους) deben ser investigadores sobre muchas cosas”). Su investigación consistía simplemente en seleccionar y explotar, de un modo muy personal, las habilidades que encontraba en otros. El tercer elemento de la tríada, que le sirve de culmen, la bellaquería, socava, en mayor medida, el crédito de los dos primeros: su sabiduría era falsa, su plurisciencia carecía de inteligencia (255). ¿Sugiere la cita 256 que Pitágoras se hizo pasar por un practicante de investigación, o fue considerado, en cualquier caso, bajo este prisma por el vulgo? O ¿proclamó, tal vez, que era un “amante de la sabiduría” (cf. de nuevo Heráclito fr. 35)?
Ión, que escribió en la mitad del siglo V, evoca, en 258, las palabras de Heráclito en 256. Parece más inclinado a considerar a Pitágoras como un verdadero sabio y a aceptar la doctrina de la otra vida, que le atribuye. También Heródoto alude a la cuestión de si Pitágoras fue un charlatán, debido tanto a su ambigua elección de palabras en 257 (“no el menos vigoroso de sus sabios”) como al contexto del pasaje (que retrata a Salmoxis como un bribón).
Completamente distinto es el fervor de Empédocles:
259: Empédocles, fr. 129; Porfirio, Vida de Pitágoras 30
“También Empédocles confirma su testimonio, cuando dice de él: «Había entre aquellos un hombre de extraordinario conocimiento, sumamente experto en toda clase de obras sabias, que adquirió la máxima riqueza de sabiduría, pues siempre que ponía su máximo empeño, veía, con facilidad cada una de todas las cosas que existen en diez e incluso veinte generaciones de hombres».”
Empédocles, al igual que Heráclito, parece decir que no hubo tema del que Pitágoras no tuviera algo que decir y que sus métodos no fueron exclusivamente racionales o científicos. La frase “toda clase de obras sabias” sugiere que fue un hombre de unas habilidades y de una sagacidad prácticas, así como un teórico. Veremos que este tema se desarrolla de un modo diferente en la literatura miraculosa sobre Pitágoras y en los testimonios de sus actividades en Crotona.
ii) Enseñanza sobre la reencarnación.
260: Jenófanes fr. 7; Diógenes Laercio viii, 36
“Sobre el tema de la reencarnación atestigua Jenófanes en una elegía, cuyo comienzo es: «Ahora paso a otro tema y mostraré el camino». Lo que dice sobre Pitágoras es como sigue: «Dicen que, al pasar en una ocasión junto a un cachorro que estaba siendo azotado, sintió compasión y dijo: 'deja de apalearle, pues es el alma de un amigo la que he reconocido, al oír sus alaridos'».”
261: Heródoto ii, 123
“Los Egipcios son, además, los primeros que han sostenido la doctrina de que el alma del hombre es inmortal y de que, cuando el cuerpo perece, aquélla se introduce en otro animal que esté naciendo entonces y de que, después de haber completado el ciclo de todos los animales de tierra firme, de los del mar y de los volátiles, se reintroduce en el cuerpo de un hombre en el momento de nacer, y de que su ciclo se completa en un período de 3.000 años. Hay griegos que han adoptado esta doctrina, unos antes y otros mas tarde, como si fuera de su propia invención y, aunque conozco sus nombres, no los escribo.”
Ninguno de estos textos cita el nombre de Pitágoras, pero es probable que se refieran a él, aunque es posible que Heródoto esté pensando en Empédocles también (cf. 401). La observación de Jenófanes es una broma, mas, como advierte Barnes: “la broma no tendría sentido, si su punto de mira no fuera un transmigracionista” (The Presocratic Philosophers i, 104). Heródoto atribuye la doctrina a los Egipcios; pero, mientras que la creencia en la reencarnación puede haber sido una importación foránea en Grecia (e. g., de la India, el Asia central o el sur de Rusia), la metempsícosis, a diferencia de la metamorfosis en forma de animal, no está atestiguada en los documentos o el arte egipcios: es frecuente que Heródoto postule un origen egipcio para casi todas las ideas y prácticas griegas.
Las citas 260 y 261, junto con la 258, hacen probable el hecho de que fuera Pitágoras mismo el que expresaba la doctrina de la reencarnación en términos de ψυχή, alma. El Fedón de Platón demuestra lo que podía ser una expresión tan elástica como ψυχή [pronunciado psique, origen de ese término], que significa, a veces, “principio de vida”, otras “mente” y, otras, “uno mismo”. Pitágoras se refiere, con bastante claridad, al mismo esencial, a la persona, a la vez que explota el sentido de “principio de vida”. Ión, en 258 (cf. 257) sugiere que Pitágoras imaginó un destino feliz para algunas almas humanas después de la muerte. Cómo esta idea se relacionó con la noción de un ciclo de transmigraciones y si se postuló también un Día de Juicio, son cuestiones que se considerarán mejor a la luz de ulteriores testimonios indirectos sobre la doctrina pitagórica (cf. pág. 343 infra).
Sección: Leyendas Milagrosas
iv) El destino del alma
281: Aristóteles, fr. 196; Porfirio, Vida de Pitágoras 41 (DK 58 c 2)
“Pitágoras dijo algunas cosas de un modo místico y simbólico y Aristóteles recogió la mayor parte de ellas, e. g. que llamaba al mar lágrima de Krono, a las Osas manos de Rea, a las Pléyades lira de las Musas, a los planetas perros de Perséfone y al sonido que surgía del bronce golpeado la voz de un ser divino aprisionado en el bronce (Tr. W. D. Ross).”
282: Aristóteles, fr. 196; Elio, V. P. iv, 17 (DK 58 c 2)
“Decía que el origen de los seísmos no era más que una concurrencia de los muertos; el arco iris, el fulgor del sol, y el eco que a veces golpea en nuestros oídos, la voz de seres más poderosos.”
283: Aristóteles De partibus animalium 94b (DK 58 c 1)
“Si truena—si es como dicen los Pitagóricos—es por causa de una amenaza a los que están en el Tártaro, para que tengan miedo.”
Los iniciados Pitagóricos deben haber esperado conseguir la felicidad para su alma después de la muerte, debido a su conducta escrupulosa (275-6) y su superior entendimiento de la naturaleza de las cosas (cf. 277). Las citas 281-3 (en unión del acusma de 277 sobre las islas de los aventurados), al igual que gran parte de las máximas prácticas (cf. Jámblico V. P. 85), expresan pensamientos explícitos sobre la muerte y constituyen una sistemática interpretación racionalizadora del mito (incluso algunas remodelaciones de la nomenclatura de las constelaciones) ampliamente elaborada en pro de una escatología característica. Estructuran los personajes míticos y los sucesos como figuras del mundo natural de nuestro entorno, de un mundo que no se concibe realmente como naturaleza, sino como poblado de seres espirituales invisibles, empeñados en un drama de vida y de muerte. La totalidad de su esquema no nos resulta ahora completamente inteligible, pero sus puntos centrales son claramente el sol y la luna, lugar de descanso para los aventurados, y la región subterránea del infierno (cf. la escatología eleusiana del Himno a Deméter 480-2). Está también reflejada en un famoso epinicio que Píndaro escribió para Terón de Acraga (en Sicilia) en 476 a. C.:
284: Píndaro, Olímpicas ii, 56-77
“Los muertos, cuyas mentes son perversas, pagan inmediatamente su pena aquí (sc. sobre la tierra)—pero las faltas cometidas en el reino de Zeus son juzgadas bajo la tierra por quien pronuncia sentencia con odiosa necesidad. Los buenos, sobre quienes brilla el sol por siempre, con noches iguales y días iguales reciben una vida sin fatiga, sin vejar el suelo con la fuerza de sus manos, ni el agua del mar, a causa de aquel género de vida, mas cuantos se complacen en ser fieles a sus juramentos participan de una vida sin lágrimas junto a los dioses llenos de honor, mientras que los otros soportan una terrible fatiga. Cuantos por tres veces se atrevieron a mantener su alma pura de toda clase de maldades, mientras vivían en uno y otro mundo, atravesaron el camino de Zeus hacia la torre de Crono, donde las auras del Océano soplan en torno a la Isla de los bienaventurados; y flores de oro brillan como el fuego, algunas sobre la orilla desde árboles resplandecientes, mientras que otras las nutre el agua; con guirnaldas entrelazan sus manos y con coronas, según los rectos consejos de Radamante, a quien sienta a su lado, a su disposición, el gran Padre, el esposo de Rea, que tiene el trono más alto que todos.”
Este poema, al igual que el 410 infra, fue probablemente escrito para un Mecenas, de creencias claramente pitagóricas. Aunque subsiste una gran oscuridad respecto a la relación entre juicio, castigo y reencarnación, la cita 284, en unión de 281-3, sugiere que Pitágoras enseñó una escatología, según la cual: 1) el alma, después de la muerte, es sometida a un juicio divino; 2) sigue el castigo en el inframundo para los perversos, con la esperanza, tal vez, de una liberación final; pero 3) hay un destino mejor para los buenos, quienes—si se mantienen libres de maldad en el mundo siguiente y en una reencarnación ulterior en éste—pueden, por fin, alcanzar las islas de los bienaventurados (cf. Platón, Gorg. 523a-b).
Sección: Conclusión
285 Porfirio, Vida de Pitágoras 19 (DK 14, 8a)
“Lo que decía a sus compañeros nadie puede decirlo con seguridad; pues el silencio entre ellos no era el corriente. Sin embargo, todos llegaron a conocer que sostenía primero, que el alma es inmortal, segundo, que se transformaba en otra clase de seres vivos y también que los seres retornaban cada ciertos ciclos y que nada era absolutamente nuevo y, por fin, que todos los seres vivos debían considerarse emparentados. Parece que Pitágoras fue el primero en introducir estas creencias en Grecia.”
La cita 285 (procedente probablemente de Dicearco) compendia un cuadro de la enseñanza de Pitágoras, que nuestro estudio de las fuentes ha confirmado, aunque descuida uno o dos puntos que nosotros hemos destacado (en particular, las ideas sobre el número y la harmonía) e incluye un aspecto poco mencionado, como el silencio Pitagórico (cf. Aristóteles fr. 192, DK 14, 7; Dióg. L. viii, 15) y la creencia en la recurrencia cíclica (cf. Eudemo ap. Simpl. in Phys. 732, 30, DK 58 Β 34). Al igual que las demás fuentes no apunta ninguna de las razones que Pitágoras pudo haber aducido en apoyo de sus doctrinas. Como las demás fuentes, procura una escasa base para reconocer algo resueltamente filosófico o científico en el contenido de su pensamiento. Debemos concluir que Pitágoras no fue un filósofo, sino un líder religioso carismático. No obstante, su contribución al pensamiento griego, considerada en un sentido más amplio, fue original, atractiva y duradera.
Referencia a:
Cita a:
Cf. de Conectorium:
#griego
#inmortalidad del alma
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