Diego Tomasi: El caño más bello del mundo

Este trabajo es, además, un manifiesto a favor de la posibilidad de disfrutar de la belleza del juego, y a favor de la idea de que esa belleza es el mejor camino para ganar. Se trata, en algún punto, de una búsqueda por rescatar el valor del juego como actividad inherente al desarrollo humano.

Diego Tomasi: El caño más bello del mundo
Contexto Condensado

24 de mayo del año 2000. Cuartos de final de la Copa Libertadores. Boca Junios versus River Plate en La Bombonera. River había ganado la ida 2-1 una semana antes, Boca necesitaba remontar la diferencia, y para hacerlo decidió montar un espectáculo. En un momento dado, Juan Román Riquelme, “el último 10”, pisa la pelota apegado a la línea del lateral, cerca a la mitad de la cancha. Mario Alberto Yepes corre a quitarle el balón—en realidad, a intentar quitarle el balón, y en el intento queda retratado como la víctima de uno de los túneles más icónicos y más bellos en la historia del deporte rey. Para algunos, el mejor, y tan bello, que hasta inspiró un libro.
14 años después de aquel mítico caño, y del retorno de Boca Juniors a la gloria internacional, el periodista y escritor Diego Tomasi decide inmortalizar la belleza del juego de Riquelme, que jugaba con la pelota atada a los pies y como si tuviera en la cabeza la pantallita que los demás mortales sólo podemos ver en un videojuego, donde se nos muestran la cancha entera y todos los jugadores y sus movimientos. El libro explora la filosofía de la belleza, la del juego y la del fútbol.

En el prólogo, Tomasi describe lo que era ese clásico “número 10” cuando éramos chicos en el colegio, su popularidad, su personalidad, y lo que era jugar con él. Después trae a colación, como en otros de sus libros, a Julio Cortázar hablando de la importancia de jugar, de la seriedad con que nos deberíamos tomar tener tiempo para jugar, para ser libres. Y luego aparecen citas de Jorge Valdano describiendo el juego de Riquelme con literatura magistral: “parece que su cerebro guarda la memoria del fútbol de todos los tiempos... Es un jugador de cuando la vida era lenta y sacábamos la silla a la calle para hablar con los vecinos”.

El fútbol sigue el ritmo del mundo, y ya casi nadie saca la silla a la calle, casi nadie se da tiempo para no hacer nada más que charlar con la familia o los vecinos. La vida lenta no tiene cabida, y tampoco el fútbol que se toma su tiempo. Si te demorás un poco, te comen la pelota, la vida te come; sólo los genios tienen buen timing y tienen mapeado lo que sucede alrededor en su cabeza. El fútbol, fiel reflejo de una sociedad, ahora se concentra en la velocidad, en la fuerza, en la resistencia, en la sorpresa por las bandas, en la eficacia, en la eficiencia, en la efectividad, en la data, data, data... Todo se mide, todo se perfecciona, y lo que se sacrifica es la belleza y la importancia de jugar.

Pero de vez en cuando siempre llega algún descarado, algún irreverente—jugador o director técnico—, que sabe devolver las cosas a su lugar en el alma. Que sabe mezclar belleza, filosofía, sorpresa, velocidad, talento, dedicación, táctica y estética. El resultado de su fútbol es poesía, un arte.

A esos, en estos días de mundial, les damos las gracias. Y a Diego Tomasi, también. Sobre todo por recordarnos que la belleza y la felicidad están en el divertirse jugando, en la belleza de pensar, y “por rescatar el valor del juego como actividad inherente al desarrollo humano”.

Autor: Diego Tomasi

Libro: El Caño más Bello del Mundo (2014)

Prólogo (extracto)

En la escuela había un montón de pibes que jugaban bien a la pelota. Algunos gambeteaban con facilidad. Otros eran muy rápidos, o muy fuertes, o marcaban con destreza. Algunos hacían muchos goles. O se esforzaban más allá de sus posibilidades. Pero había uno que se distinguía. Se llamaba Cristian Leandro Bustos. Era rubio, bastante alto, y no estudiaba mucho. Era gracioso en clase, algo cruel con sus chistes, y muy popular entre las chicas. Pero nada de todo eso lo definía. Lo que lo definía era lo que hacía dentro de la cancha.

Ya a los diez años (y eso no iba a cambiar hasta terminar el colegio secundario) parecía haber comprendido el juego en su totalidad. La pelota lo buscaba siempre a él, estaba siempre bien ubicado, y se desplazaba con facilidad por cualquier lugar de la cancha. A veces jugaba de volante central. A veces, más cerca del área contraria, como un número diez. Y a veces se quedaba en el fondo, de líbero, y desde ahí distribuía el juego.

Los partidos no eran fáciles. A veces duraban diez minutos antes de entrar a clase, en invierno. Los pibes corrían con el pulóver encima del guardapolvo. Se jugaba, también, en los cinco minutos de recreo. O en las clases de educación física. De tanto en tanto había veinte jugadores en una canchita para, por lo menos, la mitad. A veces, en la cancha de nueve contra nueve, eran seis contra siete. Y siempre, siempre, había uno que se destacaba en ese revoltijo. Jamás perdía la paciencia, gambeteaba (y lo bien que lo hacía) cuando era necesario, daba pases cortos cuando le parecía la mejor decisión. Cuando quedaba frente al arco resultaba extraño verlo fallar. Los que jugaban con (y contra) él no podían dejar de admirarlo. Pasaba la pelota con elegancia, y siempre a favor de las virtudes de sus compañeros. Ahí estaba el centro de toda la cuestión. Cristian Bustos pasaba la pelota como nadie, pero además iba a buscar la pared y se ofrecía como descarga. En su infinita sabiduría, ese chico de once o doce años sabía que tenía la capacidad para hacer mejores a los demás. Y no se guardaba nada. Jugar con él significaba jugar mejor.

Si ese niño (ese adolescente) leyera ahora estas páginas, podría entender por qué la necesidad de escribir un libro sobre Juan Román Riquelme.


Es este un libro sobre fútbol. Sobre ese juego llamado fútbol. Es un intento por comprender el modo en que un niño llegó a convertirse en un jugador, y la manera en que ese jugador se convirtió en un libro. Porque Riquelme es un libro de fútbol.

Este trabajo es, además, un manifiesto a favor de la posibilidad de disfrutar de la belleza del juego, y a favor de la idea de que esa belleza es el mejor camino para ganar. Se trata, en algún punto, de una búsqueda por rescatar el valor del juego como actividad inherente al desarrollo humano. Como una actividad que hace que un niño sobreviva dentro de nosotros, siempre. En su tesis de doctorado (El deporte como juego: un análisis cultural), el académico español Jesús Paredes Ortiz escribió: “El juego se mueve en el mundo de la fantasía, una realidad más o menos mágica, y, por consiguiente, más o menos relacionada con la vida cotidiana. Jugar, divertirse, aprenderse, son modos verbales inherentes a la singladura humana, consustanciales a la vida de cualquier colectivo social y cultural. La simplicidad de la acción de jugar es absolutamente universal, plural, heterogénea, flexible y tan ambivalente como necesaria. Sin embargo su gratuidad, su autotelismo, así como todas las virtudes esenciales que la caracterizan, la han emplazado como actividades poco importantes, complementarias, no serias, improductivas, que unas veces se asocian a una pérdida de tiempo, otras al vicio o pecado, y en muchas ocasiones se ven como insignificantes”.

Juan Román Riquelme representa (y le pone cuerpo) a una manera particular de vivir el fútbol. Hay un pensamiento, una manera de mirar el mundo, que define el modo en que un jugador debe comportarse en el campo de juego. Ese pensamiento es más futbolero que futbolístico. La diferencia radica en que lo futbolístico es una categoría solemne. Futbolista es quien trabaja de jugar al fútbol. Pero lo futbolero es algo diferente. Es el fútbol como puro juego. El juego como algo sumamente serio, pero un juego.

En una entrevista que dio en la librería El Juglar, de México, en 1983, el escritor argentino Julio Cortázar dijo: “Cuando yo hablo de juego hablo siempre muy en serio del juego. Como hablan los niños. Porque para los niños el juego es una cosa muy seria. No hay más que pensar en cuando éramos niños y jugábamos. Los que nos parecían triviales eran los grandes, cuando venían a interrumpirnos. Nuestro juego era lo importante. Y la literatura es también así”. Y luego siguió: “El juego es una cosa tan importante, tan esencial en los rasgos biológicos de los seres vivientes, que en los animales los juegos son muy frecuentes. Y cuanto más evolucionados son, más se acercan a nuestros juegos. Es muy hermoso ver cómo juega un gato, cómo juega un perro, cómo incluso juegan los caballos jóvenes. El juego es algo que está integrado a la esencia de la vida, no solo de la vida humana. Ahora, nosotros, naturalmente, tenemos la posibilidad de crear juegos, de racionalizarlos, de complicarlos, y por ahí los convertimos en sinfonías, en poemas, en cuadros o en novelas”. O en pases. O en goles.


A menudo los aspectos ajenos al terreno de juego han influido de manera exagerada en el análisis sobre el modo de desempeñarse de Riquelme. Es lógico. Hay prácticas profesionales que se interesan más por las palabras que por los hechos. Pero él, sin embargo, ha hablado siempre dentro de ese rectángulo verde. Ha aprendido a manejarse con inteligencia fuera de la cancha, pero su inteligencia máxima está allí, en el campo. Ha entendido el juego como pocos, y ha sabido transmitirle a sus piernas lo que pasó, en cada momento, por su cabeza.

El caño más bello del mundo parte de una premisa, o, tal vez, una hipótesis: la existencia de una filosofía futbolera de Juan Román Riquelme. En todo caso, si la palabra filosofía, aun en su acepción más llana, más mundana, resultare demasiado grande para algo tan pueril como un juego con pelota, la premisa seguiría viva: existe un pensamiento futbolero de Riquelme. Como le podría haber gustado al poeta chileno Eduardo Anguita, a Riquelme le atrae, más que ninguna otra cosa, La belleza de pensar. El desafío de este trabajo es intentar dilucidar cuáles son los valores éticos, estéticos, deportivos e ideológicos que gobiernan ese pensamiento.

La pregunta, en este punto, es ¿por qué Riquelme? Tal vez una buena respuesta, para empezar, esté en esas palabras que Jorge Valdano dijo a Ariel Scher para el libro La pasión según Valdano: “Elige los caminos despejados, los tiempos justos, el pase para el perfil que más le conviene a sus compañeros, las velocidades de cada zona del campo que pisa... da gusto ver a un jugador de su inteligencia, porque parece que su cerebro guarda la memoria del fútbol de todos los tiempos (...). Es un jugador de cuando la vida era lenta y sacábamos la silla a la calle para hablar con los vecinos. Hay algo de pedagógico en el juego de Riquelme, como si cada vez que entrara en contacto con el balón, el juego se detuviera; como si Riquelme conociese las verdades olvidadas del fútbol”. En las frases de Valdano están guardados muchos de los temas que van a desarrollarse en este libro. El conocimiento del juego, la capacidad para manejar los tiempos, la voluntad por hacer mejores a los compañeros, la belleza intrínseca del deporte.

Además de estar unido por la idea de que existe un pensamiento, unas ideas que rigen el juego de Riquelme, aquí se discute acerca de qué significado tiene el rol del número diez en el fútbol actual (y pasado); cuál es la herencia futbolera que recibió Riquelme, y qué circunstancias hacen que a menudo se lo llame el último diez; cuál es la importancia de la velocidad física (y cuál la de la mental) en la práctica del fútbol; cuáles son los puentes entre el fútbol y otros deportes; y qué futuro espera a quienes jueguen cuando Riquelme ya no lo haga. Todos estos aspectos son estudiados en virtud de las diferentes etapas de la carrera de Riquelme, y de las características particulares que lo convierten en el jugador que es.


Cita a:

Julio Cortázar - Conectorium
Julio Florencio Cortázar (Ixelles, Bélgica, 26/08/1914 - París, 12/02/1984) fue un escritor y traductor argentino. Sin renunciar a su nacionalidad argentina, optó por la francesa en 1981, en protesta contra la dictadura militar. Uno de los autores más innovadores de su tiempo (cuento, la prosa poéti…

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Jorge Valdano: El Poder de la Pasión
«La naturaleza, como la belleza, te elige». «Toda decisión, aunque sea algo trágica, tranquiliza mucho». «el control mata la vida, y solo la pasión la devuelve». «La pasión es ambiciosa por naturaleza y está bien que así sea». «La pasión tiene la virtud de ser contagiosa».