Diego Saavedra Fajardo: El trabajo vence todo

Contexto Condensado

La palabra “ocio” viene del latín otium, un término que tiene sus orígenes en el militarismo romano del siglo 2 antes de Cristo. Cuando la guerra entraba en pausa, los soldados tenían tiempo libre para hacer lo que quisieran (otium negotiosum) y para no hacer nada (otium otiosum). El término se esparció desde allí para aplicarse al ocio, ya sea como pausa entre actividades, o como retiro de la vida pública.

“Negocio”, podrás adivinar, empieza con la negación del ocio, negotium. El término significa trabajo, estar ocupado, esfuerzo, dificultad, una cosa difícil. Cualquiera que haya construido o dirigido alguna vez un negocio puede dar fe de que no es fácil, y de que consume el tiempo que uno pudiera tener libre para no hacer nada o para hacer lo que uno quiera.

Venimos conversando, de la mano de Francisco de Quevedo, sobre que el “reinar es velar”, es no dormir, es no descansar. El estar en una misión o campaña, como dijo Cristo—re-citado por Quevedo—es “no tener dónde reclinar la cabeza”.

Un contemporáneo suyo, Diego de Saavedra Fajardo, siguió la misma línea de pensamiento con respecto al tema del esfuerzo en el reinado. Aunque llevó el trabajo un poco más allá: Labor omnia vincit, escribió en latín, citando la famosa frase de Virgilio — todo lo vence el trabajo. Así tituló la empresa número 71 de su obra Idea de un príncipe político cristiano, representada en cien empresas, de 1640, libro publicado un par de décadas después de la primera edición de la Política de Dios de Quevedo.

Muy en línea con lo dicho por don Francisco Quevedo, con el mismo pensamiento, don Diego Saavedra Fajardo escribe: “No es oficio de descanso el reinar... Al rey que tuviere siempre ociosas y abiertas las manos, fácilmente se le caerá de ellas el cetro, y se levantarán con él los que tuviere cerca de sí”.

16 veces se estrella contra el ocio en menos de 1800 palabras. En una de ellas, dice, otra vez recorriendo el camino antimaquiavélico andado por Quevedo: “No multiplicó Coronas en sus sienes el príncipe que se entregó al ocio y a las delicias. En todos los hombres es necesario el trabajo, en el príncipe más; porque cada uno nació para sí mismo, el príncipe para todos”.

Caminando un poco más sobre la senda, Saavedra Fajardo hace notar que todos los imperios se han construido sobre mucho esfuerzo y mucho trabajo. “¿Qué no vence el trabajo?” se pregunta en la primera frase, y desde allí larga una empresa para demostrar que no hay gran negocio construido con ocio, y que, cuando la sociedad se acomoda, se acostumbra al confort construido gracias al laburo incansable de los antepasados, y se olvida de lo que le costó tener lo que tiene y se dedica en masa al ocio, pasa lo que siempre pasa: el imperio se cae. Y mientras se fiestea se pierden territorios, ya lo sabemos todos.

Para nosotros, al contrario de estos españoles que leemos, esto no es una negación de la necesidad de ocio y descanso (quizá una muestra de nuestro tiempo). Como deja claro José Luis L. Aranguren analizando el texto de Quevedo: hasta Cristo necesitaba descanso. Añadimos que también se necesita placer. Y de eso se encargan los imperios modernos, que intentan adular en vez de someter a todos sus stakeholders. Intentan someter a la competencia, eso sigue siendo así.

Los imperios de ahora ya no llevan el sello del crudo sometimiento militar que llevaban antes (hasta que lo vuelvan a llevar), y ya no corresponden a vastos territorios agrupados bajo una corona de forma exclusiva (la exclusividad se reduce a monopolios por áreas). Pero siguen siendo políticos, siguen abarcando grandes territorios (y más amplios, sólo que compartidos con otros imperios), y siguen marcando el comportamiento cultural de la gente. Ya no estarán dominados por reyes como los de antes, pero eso no significa que a la cabeza no sigan existiendo príncipes. Porque, ¿qué son Jeff Bezos, Elon Musk, Bill Gates, Steve Jobs, Tim Cook, Mark Zuckerberg y Sundar Pichai, si no son emperadores? ¿Y Trump y Biden y sus antecesores, no se parecen a los cónsules romanos? ¿Y Putin, Ortega, Xi Jinping y Maduro? ¿Y Merkel?

Reyes siguen habiendo, no sólo en las monarquías. Es más, quizás allí es donde ahora los hay menos. El arquetipo de conquistador del mundo, el arquetipo alejandrino, cesariano, o napoleónico no va a desaparecer de nuestra esencia, pero tenemos la suerte de que el sistema capitalista y liberal haya ido trasladando sus afanes conquistadores al escenario económico, lejos de la guerra militar. Y, además, que haya ido construyendo vínculos comerciales tan fuertes, negocios, que eviten que se desaten más guerras. Ya sabemos que, como decía don Quevedo, “poderoso caballero es don Dinero”.

Pero vuelvo a su coterráneo, contemporáneo y correligionario, una de las grandes voces del Siglo de Oro español, otra de las voces en escribir un tratado político para enfrentar el ideal del príncipe cristiano con el ideal maquiavélico, como se hacía en su época. Vuelvo a Saavedra Fajardo con las palabras de Candela Vizcaíno, y con esto cerramos la introducción:

“Aunque mucho más desconocido para el público lector en general, Diego de Saavedra Fajardo forma el tercer vértice de los mayores prosistas del Barroco español. Los otros dos puntos están protagonizados por Baltasar Gracián y Francisco de Quevedo. Además, hay que anotar desde ya que la obra de Saavedra Fajardo está condicionada por su perfil diplomático (en las más altas esferas de la política internacional de la época) y por su extenso conocimiento cultural”.

Autor: Diego Saavedra Fajardo

Libro: Idea de un príncipe político cristiano (1640)

Empresa 71: Todo lo vence el trabajo. Labor omnia vincit

¿Qué no vence el trabajo? Doma el acero, ablanda el bronce, reduce a sutiles hojas el oro y labra la constancia de un diamante. Lo frágil de una cuerda rompe con la continuación los mármoles de los brocales de los pozos; consideración con que San Isidoro venció, entregado al estudio, la torpeza de su ingenio. ¿Qué reparo previno la defensa, que no le expugne el tesón? Los muros más doblados y fuertes los derribó la obstinada porfía de una viga herrada, llamada ariete de los antiguos, porque su punta formaba la cabeza de un carnero. Armada de rayos una fortaleza, ceñida de murallas y baluartes, de fosos y contrafosos, se rinde a la fatiga de la pala y del azadón. Al ánimo constante ninguna dificultad embaraza. El templo de la gloria no está en valle ameno ni en vega deliciosa, sino en la cumbre de un monte, adonde se sube por ásperos senderos, entre abrojos y espinas. No produce palmas el terreno blando y flojo. Los templos dedicados a Minerva, a Marte y a Hércules (dioses gloriosos por su virtud) no eran de labor coríntica, que consta de follajes y florones deliciosos, como los dedicados a Venus y a Flora, sino de orden dórico, tosco y rudo, sin apacibilidad a la vista. Todas sus cornisas y frisos mostraban que los levantó el trabajo, y no el regalo y ocio. No llegó a ser constelación la nave Argos estando varada en los arsenales, sino oponiéndose al viento y a las olas y venciendo dificultades y peligros. No multiplicó Coronas en sus sienes el príncipe que se entregó al ocio y a las delicias. En todos los hombres es necesario el trabajo, en el príncipe más; porque cada uno nació para sí mismo, el príncipe para todos. No es oficio de descanso el reinar. Afeaban al rey don Alonso de Aragón y Nápoles el trabajo en los reyes, y respondió: «¿Por ventura dio la Naturaleza las manos a los reyes para que estuviesen ociosas?» Habría aquel entendido rey considerado la fábrica de ellas, su trabazón, su facilidad en abrirse, su fuerza en cerrarse, y su unión en obrar cuanto ofrece la idea del entendimiento, siendo instrumento de todas las artes. Y así, infirió que tal artificio y disposición no fue acaso ni para la ociosidad, sino para la industria y trabajo. Al rey que tuviere siempre ociosas y abiertas las manos, fácilmente se le caerá de ellas el cetro, y se levantarán con él los que tuviere cerca de sí, como sucedió al rey don Juan el Segundo, tan entregado a los regalos y a los ocios de la poesía y de la música, que no podía sufrir el peso de los negocios, y por desembarazarse de ellos o los resolvía luego inconsideradamente, o los dejaba al arbitrio de sus criados, estimando en más aquel ocio torpe que el trabajo glorioso de reinar, sin que bastase el ejemplo de sus heroicos antepasados. Así la virtud y el valor ardiente de ellos se cubren de ceniza en sus descendientes con el regalo y delicias del imperio, y se pierde la raza de los grandes príncipes, como sucede a la de los caballos generosos, llevados de tierras enjutas y secas a las palúdicas y demasiadamente abundantes de pastos. Esta consideración movió al rey don Fadrique de Nápoles a escribir en los últimos días de su vida al duque de Calabria, su hijo, que se ocupase en ejercicios militares y de caballería, sin dejarse envilecer con los deleites ni vencer de las dificultades y trabajos. Es la ocupación áncora del ánimo. Sin ella, corre agitado de las olas de sus afectos y pasiones y da en los escollos de los vicios. Por castigo le dio Dios al hombre el trabajo, y juntamente quiso que fuese el medio de su descanso y prosperidad. Ni el ocio ni el descuido, sino solamente el trabajo, abrió las zanjas y cimientos y levantó aquellos hermosos y fuertes edificios de las monarquías de los medos, asirios, griegos y romanos. Él fue quien mantuvo por largo tiempo sus grandezas, y el que conserva en las repúblicas la felicidad política. La cual, como consta del remedio que cada uno halla a su necesidad en las obras de muchos, si éstas no se continuasen con el trabajo, cesarían las comodidades que obligaron al hombre a la compañía de los demás y al orden de república, instituido por este fin. Para enseñanza de los pueblos propone la divina Sabiduría el ejemplo de las hormigas, cuyo vulgo solícito abre con gran providencia senderos, por los cuales, cargado de trigo, llena en verano sus graneros para sustentarse en invierno. Aprendan los príncipes de tan pequeño y sabio animalejo a abastecer con tiempo las plazas y fortalezas, y a prevenir en invierno las armas con que se ha de campear en verano. No vive menos ocupada la república de las abejas. Fuera y dentro de sus celdas se ocupan siempre sus ciudadanos en aquel dulce labor. La diligencia de cada una es la abundancia de todas. Y, si el trabajo de ellas basta a enriquecer de cera y miel los reinos del mundo, ¿qué hará el de los hombres en una provincia, si todos atendiesen a él? Por esto, si bien la China es tan poblada que tiene setenta millones de habitadores, viven felizmente con mucha abundancia de lo necesario, porque todos se ocupan en las artes. Y, porque en España no se hace lo mismo, se padecen tantas necesidades, no porque la fertilidad de la tierra deje de ser grande, pues en los campos de Murcia y Cartagena rinde el trigo ciento por uno, y pudo por muchos siglos sustentar en ella la guerra; sino porque falta la cultura de los campos, el ejercicio de las artes mecánicas, el trato y comercio, a que no se aplica esta nación, cuyo espíritu altivo y glorioso y aspira a los grados de nobleza, aun en la gente plebeya, no se quieta con el estado que le señaló la Naturaleza, desestimando aquellas ocupaciones que son opuestas a ella: desorden que también proviene de no estar, como en Alemania, más distintos y señalados los confines de la nobleza y la patria.

Cuanto es útil a las repúblicas el trabajo fructuoso y noble, tanto es dañoso el delicioso y superfluo; porque no menos se afeminan los ánimos que se ocupan en lo muelle y delicado que los que viven ociosos. Y así conviene que el príncipe cuide mucho de que las ocupaciones públicas sean en artes que convengan a la defensa y grandeza de sus reinos, no al lujo y lascivia. ¡Cuántas manos se deshacen vanamente para que brille un dedo! ¡Cuán pocas para que con el acero resplandezca el cuerpo! ¡Cuántas se ocupan en fabricar comodidades a la delicia y divertimientos a los ojos! ¡Cuán pocas en afondar fosos y levantar muros que defiendan las ciudades! ¡Cuántas en el ornato de los jardines, formando navíos, animales y aves de mirtos! ¡Cuán pocas en la cultura de los campos! De donde nace que los reinos abundan de lo que no han menester, y necesitan de lo que han menester.

Siendo, pues, tan conveniente el trabajo para la conservación de la república, procure el príncipe que se continúe, y no se impida por el demasiado número de los días destinados para los divertimientos públicos, o por la ligereza piadosa en votarlos las comunidades y ofrecerlos al culto, asistiendo el pueblo en ellos más a divertimientos profanos que a los ejercicios religiosos. Si los emplearan los labradores como San Isidro de Madrid, podríamos esperar que no se perdería el tiempo, y que entre tanto tomarían por ellos el arado los ángeles. Pero la experiencia muestra lo contrario. Ningún tributo mayor que una fiesta, en que cesan todas las artes, y, como dijo San Crisóstomo, no se alegran los mártires de ser honrados con el dinero que lloran los pobres. Y así, parece conveniente disponer de suerte los días feriados y los sacros, que ni se falte a la piedad ni a las artes. Cuidado fue éste del Concilio maguntino en tiempo del papa León Tercero, y lo será de los que ocupan la silla de San Pedro, como le tienen de todo, considerando si convendrá o no reducir las festividades a menor número, o mandar que se celebren algunas en los domingos más próximos a sus días.

Si bien casi todas las acciones tienen por fin el descanso, no sucede así en las del gobierno; porque ni basta a las repúblicas y príncipes haber trabajado. Necesaria es la continuación. Una hora de descuido en las fortalezas pierde la vigilancia y cuidado de muchos años. En pocos de ociosidad cayó el imperio romano, sustentado con la fatiga y valor por seis siglos. Ocho costó de trabajos la restauración de España, perdida en ocho meses de inadvertido descuido. Entre el adquirir y conservar no se ha de interponer el ocio. Hecha la cosecha y coronado de espigas el arado, vuelve otra vez el labrador a romper con él la tierra. No cesan, sino se renuevan, sus sudores. Si fiara de sus graneros y dejara incultos los campos, presto vería éstos vertidos de abrojos, y vacíos aquéllos. Pero hay esta diferencia entre el labrador y el príncipe: que aquél tiene tiempos señalados para el sementero y la cosecha; el príncipe no, porque todos los meses son en el gobierno setiembres para sembrar y agostos para coger.

No repose el príncipe en fe de lo que trabajaron sus antepasados, porque aquel movimiento ha menester quien lo continúe. Y, como las cosas impelidas declinan si alguna nueva fuerza no las sustenta, así caen los imperios cuando el sucesor no les arrima el hombro. Esta es la causa, como hechos dicho, de casi todas sus ruinas. Cuando una monarquía está instituida, ha de obrar como el cielo, cuyos orbes, desde que fueron criados, continúan su movimiento. Y, si cesasen, cesaría con ellos la generación y producción de las cosas. Corran siempre todos los ejercicios de la república, sin dar lugar a que los corrompa la ociosidad, como sucediera al mar si no le agitase el viento y le moviese el flujo y reflujo. Cuando descuidados los ciudadanos se entregan al regalo y delicias, sin poner las manos en el trabajo, son enemigos de sí mismos. Tal ociosidad maquina contra las leyes y contra el gobierno, y se ceba en los vicios. De donde emanan todos los males internos y externos de las repúblicas. Aquel ocio solamente es loable y conveniente que concede la paz y se ocupa en las artes, en los oficios públicos y en los ejercicios militares. De donde resulta en los ciudadanos una quietud serena y una felicidad sin temores, hija de esta ociosa ocupación.


Cf. de Conectorium:

Francisco de Quevedo: rey que descansa no cumple su misión
Rey que duerme, y se echa a dormir descuidado con los que le asisten, es sueño tan malo que la muerte no le quiere por hermano, le niega el parentesco: deudo tiene con la perdición y el infierno. Reinar es velar. Quien duerme no reina. Rey que cierra los ojos, da la guarda de sus ovejas a los lobos.
José Luis Aranguren: el descanso y la diversión en los reyes y en Quevedo
Comenzamos diciendo que “el reinar es tarea” y terminamos con el “cuidado” regio. El tema estoico de la preocupación o cuidado es el motivo conductor. Quevedo a los reyes: “a vuestro cuidado, no a vuestro albedrío, encomendó las gentes Dios nuestro Señor”. “Reinar es velar. Quien duerme no reina”

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