Dame más gasolina (y menos consecuencias mundiales) *
Ya vimos la historia enlazada de Ucrania y Rusia, los orígenes históricos de la actual guerra y el motivo que hizo esta vez de trigger (la relación Ucrania-Rusia-OTAN-Europa). Suponemos que no será la última pelea entre estos dos estados si el humano no cambia su forma de organizarse políticamente, lo que implicaría un cambio en su naturaleza. Vimos también los escenarios que maneja el mundo para Putin:
- Lograr la paz mediante un acuerdo que por el momento parece improbable.
- Invadir vecinos a lo Nazi: ya empezaron los pedidos en el parlamento ruso para “extender la campaña militar” a Moldavia, Polonia, el Báltico y Kazajistán.
- Caer en una revuelta tipo como la que dio inicio a la Unión Soviética, y por las mismas causas: crisis económica, malos resultados en la guerra y corrupción. Valga decir que esto, hasta Joe Biden lo está pidiendo públicamente: “Por amor de Dios, este hombre no puede permanecer en el poder”.
Veamos ahora un resumen de su impacto más allá de la crisis humanitaria y las desoladoras imágenes que se comparten, sobre todo las que nos llegan de Mariupol, la ciudad portuaria de Donetsk.
Los puertos globales se han convertido en el cuello de botella de la cadena logística después de la crisis de oferta y demanda producto de la pandemia del covid-19. Pedidos pendientes, barcos y contenedores reducidos casi a la mitad, personal despedido en la cadena de carga y descarga, shipping companies intentando recuperar un año perdido y el bloqueo del Ever Given del canal de Suez han multiplicado los precios del flete, en algunos casos por diez, y creado colas portuarias nunca antes vistas. Sumale el aumento del precio del combustible, y todo es gasolina para la inflación.
Los puertos son la puerta del comercio que une pueblos. No por nada Alejandro Magno, Catalina la Grande, y todo conquistador al que historiadores y zalameros le dieron como apellido un sinónimo de vasto, sabían la necesidad de fundarlos. Sin comercio no hay progreso, ni unión, ni paz entre los estados. Y el comercio, como el agua, tiene rutas naturales. Ucrania, para su buena o mala suerte, se encuentra en la ruta geográfica entre Europa y Asia, y entre el mar Negro y el Báltico. Para acrecentar su suerte, Ucrania es tierra muy fértil. Ha sido, desde siempre, uno de los graneros de Europa. Hace poco más de 23 siglos, el político griego Demóstenes dijo que su nación
“consume más maíz extranjero que cualquier otro pueblo del mundo, pero el maíz que viene del Euxino [se refiere a Crimea] es igual al total de lo que viene de otros mercados. No es de extrañar, no solo porque ese distrito tiene una abundancia de maíz, sino porque Leucón, que reina allí [reino del Bósforo], ha otorgado una exención de impuestos a los que exportan a Atenas, y da la orden de que los comerciantes con destino a nuestro puerto sean los primeros en cargar sus barcos”.
El mejor cliente siempre tiene privilegios.
Los traductores se encargaron después de dejar claro que lo que ahora es Crimea, entonces el Quersoneso Táurico, era
“uno de los principales graneros de Atenas; [desde ahí] exportaban no solo maíz, sino también pescado, miel, cera, lana, pieles, madera y esclavos”. (Traducción y notas al inglés de Charles Rann Kennedy, 1841.)
No en vano Pedro I invadió esta zona, Catalina II la sometió—fundando puertos—, y ahora hizo lo mismo Vladimir Putin quien, además, tiene parqueada ahí la flota marítima más grande de la armada rusa. Guerras y comercio: la misma historia desde siempre. Sirva como ejemplo que el discurso de Demóstenes contra Leptino, el 354 a. C., precede 12 años la expedición que lanzó Filipo II, padre de Alejandro Magno, para conquistar la región
“y, sobre todo, adueñarse de los estrechos a través de los cuales llegaba a Atenas el trigo que, procedente del Ponto Euxino, era de importancia vital para el avituallamiento de esta ciudad. Los atenienses, por tanto, no podían permitir que el granero de Atenas cayese en manos de Filipo”. (Introducción de Antonio López Eire a su traducción del discurso Sobre el Quersoneso, 1980).
“Mejor morir mil veces que rendir tributo a Filipo”, dijo Demóstenes, pero Filipo terminó ganando en una batalla el 338 a. C. y con ella, dominando el dominio griego, dando nacimiento al poderío “mundial” macedonio.
Este cambio en la balanza del dominio territorial es una historia parecida, pero en otro tiempo, otro lugar, y con otros actores, que la del imperio sueco versus el ruso. La misma historia que dio pie a que Estados Unidos domine el mundo luego de la Gran Guerra Mundial del siglo 20. Y hoy, que las fronteras políticas ya no están limitadas por el territorio, la batalla que parece prepararse es la de China versus el imperio Americano.
“Quien ha visto el presente ha visto todas las cosas: las que ocurrieron en el pasado, y las que ocurrirán en el porvenir” —Marco Aurelio (Meditaciones, VI, 37)
Dos siglos y medio después, el pasado es igual que el presente que tiene probabilidades de ser igual que el futuro. Ucrania, que fue el granero de la Unión Soviética y que por eso fue sometida, asolada y ejecutada por Stalin, sigue siendo uno de los graneros de Europa y del mundo. Y Rusia también. Rusia produce 14 millones de toneladas de maíz al año y exporta 4; Ucrania produce 36 y exporta 21. Entre las dos hacen casi el 15% de las exportaciones globales. Pero si ambos dejan de suministrar comida fuera de sus fronteras, el impacto sobre el total producido no llega al 5%. Seguro Brasil, Argentina y Estados Unidos pueden suplir esa brecha.
Vamos al trigo: Rusia produce el 10% del total mundial, 75 millones de toneladas, saca 45: es el mayor exportador global con un 19% del pie. Ucrania produce 28 y vende 17 (4% y 7% del todo respectivamente). Entre las dos suman más de un cuarto de las exportaciones globales, pero solo el 8% de la producción. “Solo”.
Podemos repetir el ejercicio con la cebada: entre los dos tienen el 20% del mercado de exportación; con el centeno: 21%. Del aceite de girasol, Ucrania es el mayor exportador del mundo, y produce un 40% del total global.
Como cherry de la torta, Rusia produce el 12% de los fertilizantes del mundo, eso que hace que la tierra produzca más y mejor. O “más mejor”, como se dice en el campo, donde se siembra. ¿Los mayores importadores de fertilizantes? Brasil, India y Estados Unidos. En USA, la campaña agrícola empieza en un par de meses; en Rusia y en Ucrania también. Y, word on the street, o digo, on the trenches donde se pelea la guerra, es que tienen que ganar en menos de un mes para que la siembra no se atrase.
Como si hiciera falta algo más, la actual campaña china se ha visto retrasada por inundaciones, y su ministro de agricultura dijo que esta cosecha “puede ser la peor de su historia”. Esto es más gasolina para la inflación en el precio de los alimentos, que ya viene en aumento, y para una eventual hambruna.
Pará, pará un rato: ¿dije hambruna? Sí, dije hambruna. Casi siempre después de una pandemia hay una crisis económica y una gran guerra. Y durante cualquier guerra hay inflación—si no hiperinflación—, migraciones y hambre. No hay motivo para pensar que esta vez la historia va a ser diferente. Ni el progreso de los últimos 77 años, ni la interconexión del mundo, ni el avance de la tecnología. El ser humano sigue siendo el ser humano, la naturaleza sigue siendo la naturaleza, y en una guerra de precios no hay ética ni ideales que aguanten: gana el mejor cliente, que suele ser el mejor postor. Un círculo vicioso en el incremento de precios de la comida por disminución de la oferta, de fertilizantes, multiplicación de los precios de almacenamiento y transporte, y especulación por miedo o por avaricia; todo esto apunta a que habrá gente que morirá de hambre. Roguemos que sea poca. Esto es una realidad y la realidad es cruda y la moral, ahí, no tiene cabida. Nietzsche lo dijo mejor:
“todo idealismo es mentira frente a lo necesario”
(Ecce Homo, 10).
Si hay países peleando por alimentos——cuando es necesario cuidar a tu familia, o a tu pueblo, o a tu negocio, no hay idealismo que aguante. En la crisis se hace lo que se tiene que hacer. Y el que tiene menos posibilidades de competir financieramente, o el que no produce lo que se necesita, o el que no tiene un vecino que produzca lo que se necesita: generalmente ese pierde.
Quizá en el afán de cuidar el presupuesto y la billetera, de encontrar el mejor proveedor, los países europeos decidieron omitir la naturaleza despótica y totalitaria de Vladimir Putin, haciendo la vista gorda ante todos los red flags más que evidentes. Los mismos red flags que comparte con orange Trump; pero este tuvo la suerte, buena o mala, de vivir en un país más libre, menos homogéneo, y menos sumiso. Por mucho que Trump me produzca vergüenza ajena—ética, espiritual e intelectualmente—, nada le quita lo bailado. Burlado y menospreciado, y de amigo de Putin tildado, avisó con tiempo a los alemanes de lo que se venía. Pero los germanos, que no tienen tolerancia con las nimiedades, siempre pasan de largo los problemas de fondo. Pasó en la segunda guerra mundial cuando dejaron ascender a Hitler porque quería Make Deutschland Great Again, pero un ejemplo más cotidiano es su doble moral con el robo: en Suiza, Alemania y Austria, nadie toma un par de guantes dejados en un banco en un parque, pero cualquier banco toma el dinero de un dictador o cualquier político corrupto.
Ahora se pretende arreglar el problema con una desescalada en la demanda de gas ruso y durísimas sanciones económicas. Pero las sanciones no las van a pagar ni Putin ni su entorno, que tienen la vida y los lujos asegurados. Los platos rotos de una guerra, del hambre y de la inflación, los paga siempre la población. Siempre. El rublo ruso ya se devaluó el 50%, las cosas ya escasean en los supermercados—aún más que en Ucrania—, no hay cash flow y los rusos fuera del país no pueden usar tarjetas—y encima son discriminados—. Pronto van a desaparecer las cadenas internacionales, las redes sociales que usa todo el mundo y la tecnología. Eso, y todo lo demás. Lo que le sigue es un mercado negro, y duras leyes internas para controlarlo. Si Putin sigue mandando, el verano ruso va a ser oscuro.
La pérdida del poder adquisitivo fuera de Rusia tiene otra forma. Hoy, en lugares tan lejanos como Bolivia, la harina (no la que exporta) ya subió un 33% (la que exporta, ¿subirá también?). El precio de los fertilizantes no está por los suelos, donde debería estar, sino todo lo contrario, llegando a duplicarse en algunas regiones del mundo. En el globo, el valor del trigo, maíz y cebada han subido arriba del 25%. Por todas partes hay reportes del aumento de todo tipo de commodities. Lógicamente, no solo por la guerra, sino también por los problemas logísticos de la pandemia, y el dale-que-dale a la maquinita de impresión de billetes que hicieron los gobiernos mientras el covid-19 fue fuerte. Todo tipo de carne, el café, el azúcar, la soya, el oro, el níquel, el cobre, la plata, el precio del dinero (las tasas de interés) y hasta el jugo concentrado de naranja: todo ha subido y en muchos casos más del 20%. Y ni qué hablar, lógicamente, del precio del combustible. Moverse en auto, tren, avión o barco; sembrar y cosechar; transportar bienes: todo es ahora más caro.
La inflación global se encuentra en su punto más alto de las últimas 4 décadas, y el índice de precios de alimentos de la FAO ya superó el nivel alcanzado durante la Primavera Árabe de 2011. Estas son las sanciones y las consecuencias a la economía global. Ahora, veamos la importancia de las sanciones a Rusia, y la exportancia:
Podrían burlar la crisis económica gracias al incremento de precio del petróleo, un aumento solo por especulación porque su flujo no se ha interrumpido ni ha sido castigado—hasta que encuentren una salida. Y es que no se puede dejar a países enteros sin energía para vivir, moverse y producir, sobre todo a los de Europa. Esa Europa que hoy día paga casi 900 millones de dólares diarios a Rusia ahora que el gas pasó de $2,7 al doble, y que el barril de petróleo subió de $80 a $120 en los seis meses desde que se anunció la guerra, acercándose a sus máximos históricos (y cuyo precio el último mes parece el marcapasos de un corazón con taquicardia). Si antes Rusia, segundo mayor exportador de petróleo crudo y refinado del mundo (11% each), y cuarto mayor exportador de gas (9%), sumaba con estos 142 mil millones de dólares anuales en ventas (43% de sus ingresos), hoy puede igualar el 100% solo manteniendo las tuberías abiertas. Aunque ha amenazado con cerrarlas si la OTAN se mete a la guerra.
Ante la necesidad que tiene Rusia de esos ingresos, esperemos que no haga caso de los locos pedidos de extender su guerra. De los europeos, podemos decir que por ahora no pueden dejar de comprarle, que no escucharon advertencias, y que los tienen agarrados de brazos, tobillos, y eso que los admiradores de Putin y Trump creen que les sobra. Aunque probablemente los tengan agarrados de la billetera, ya sea la del país y la del algunos individuos. Sirva de ejemplo el ex-canciller alemán German Schröder, que inició las políticas de desapego de la energía atómica para apegarse al petróleo y al gas ruso. Tanto se apegó, que terminó en el directorio de las petroleras más grandes de los más grandes amigos de Putin. Y Alemania ahora va a tener que comprarle energía nuclear a Francia. Y los jóvenes europeos que protestaron en su momento, por ignorancia y por manipulación, contra la energía nuclear, van a seguir cantando y bailando mal la misma canción que llevan poniendo en sus discotecas hace 11 años, esta vez junto a sus parlamentarios:
Damien Robitaille es un genio que vive en un país que está a punto de hacer muy, muy buenos negocios porque produce mucho de lo que necesita el mundo a casi cualquier precio para cumplir con el deber moral: Canadá. Y el verdadero daddy yankee ya está trabajando en volcarle la tortilla y quitarle aliados a Rusia, seduciendo a Venezuela, dueña de la mayor reserva de petróleo del mundo, con un retorno a los mercados globales. Y en tranquilizar a sus aliados occidentales, y en equipar a Ucrania debajo del radar—y en que no se le sigan escapando cosas que no debe decir.
Now, el inflador de esta crisis no es solo la OTAN, por supuesto. La posición de China en esta guerra parece clara: primero, pidieron a Rusia que no invada Ucrania hasta que se acaben las olimpiadas de invierno en Pekín. Luego, dejaron de transmitir los partidos de fútbol europeo porque en ellos hay muestras de protesta contra la guerra. La posición de Turquía, puente entre Europa y Asia, se inclina hacia su lado de imperio occidental.
Cierro con la crisis más desgarradora. Pierre Hadot conectó lo que dijeron Nietzsche y Marco Aurelio mientras hablaba del Amor Fati, del amor al destino, en su libro La Ciudadela Interior, donde hace hincapié en el ideal estoico de encontrar y construir fortaleza dentro de uno mismo, de mantenerse firme sin importar lo que suceda en el exterior. El amor al destino estoico y el nietzscheano, aunque diferentes, implican abrazar y aceptar lo que sea que la vida nos tire encima. No soy religioso pero la plegaria que más me gusta es la que pide serenidad para aceptar lo que no puedo cambiar, valor para cambiar lo que puedo, y sabiduría para entender la diferencia. Los valores estoicos están fundados sobre esta idea—o esta idea sobre los valores estoicos. Todo es circular o todo existe al mismo tiempo, y todo se retro-alimenta. En la sección anterior al Amor Fati, Hadot cita al emperador filósofo decir:
“todo concurre a producir todo lo que se produce, todo está entrelazado”.
Todo está conectado.
La última crisis migratoria en Europa vio llegar una oleada de sirios huyendo de la guerra; estos se sumaron a asentamientos de otros pueblos musulmanes. Esa crisis provocó un fuerte choque de culturas y políticas de reacción y protección en vez de prevención. Fue uno de los triggers del Brexit. La llegada de millones de inmigrantes a Europa aumentó el racismo y la xenofobia en el colectivo social—igual que la multiplicación de latinos en Estados Unidos—, al punto de que el 60% de los europeos considera excesivo el número de inmigrantes y algunos están de acuerdo con la construcción de muros. Lo mismo que cuando se decide hacer un barrio cerrado. Alemanes, italianos, austríacos, húngaros, franceses, españoles; todos ellos rechazan, con motivos más que respetables, la inmigración. Uno diría que se olvidan la cantidad de veces que han sido migrantes ellos mismos, o peor, las migraciones que han provocado. Incluso provocaron, financiaron y alimentaron la de Siria. Repito que todo es circular.
Pero tiene que quedar claro que lo que repudian no es tanto la migración en sí, sino la diferencia, el choque cultural. Vuelvo al principio, a las fronteras: son naturales y necesarias. Lobos, gorilas y felinos se respetan territorios. Las plantas también. Lo que construye la naturaleza para evitar colisiones, para evitar que un virus en un lugar puntual se convierta en problema de todos, es crear buffers, zonas intermedias, de contención. Se le pide ahora a Ucrania que haga, como Turquía, de puente y contención entre Europa y Asia. El precio de no hacerlo es destrucción y muerte. Hasta la fecha de hoy casi 11 millones de personas han huido y se han desplazado del lugar donde vivían—25% de su población, 12% de los desplazados del mundo en solo un mes—, casi el 40% de ellos fuera del país. Polonia ha sido puerto y ha abierto sus puertas a más de 2 millones de ucranianos. Para su suerte, Ucrania y Polonia han sido el mismo pueblo durante tantos siglos, que el choque cultural va a ser casi inexistente—hasta que lleguen a Alemania, Austria, Italia, Francia y España. Y van a seguir llegando, porque el conflicto continúa y ya hay zonas en Ucrania, sobre todo en Crimea y en el este, como Mariupol, que han sido completamente destruidas y ya no son habitables, donde los cadáveres se pudren en las calles y los sobrevivientes son enviados a campos rusos.
Me pregunto: ¿cómo puede un pueblo amar así su destino? Su destino a zona de paso, de comercio, de creación, de granero, de abstención. Su destino a vivir peleando para tener paz. ¿Cómo pueden sus individuos mantener una calma estoica, aceptar lo que no pueden cambiar, ver la diferencia y tener tanto coraje para intentarlo? Imagino que la gasolina de su espíritu está en lograrlo.
#Ucrania
#más sentido común, por favor